El deseo prohibido iv
Una historia morbosa en una oficina
Entra en el comedor del hotel y le sale al paso un elegante camarero, que le pregunta:
¿Tiene mesa reservada?
Sí, creo que me esperan.
¿La señorita Quiroga?
Asentí avergonzada sin darme cuenta de que el camarero ya se había girado y andaba resuelto hacia una puerta lateral.
Corrí presurosa en pos de él siguiendole. Me abre la puerta y me dice, sonriendo:
- Buen provecho.
A lo que no sé si musité con un inaudible gracias debido a los nervios.
Entré y la puerta se cerró a mis espaldas. Se me abrieron los ojos con lo que ví. Un salón tenuemente iluminado, con una mesa bien dispuesta, servida para dos. Con dos velas encendidas que se reflejaban en la cristalería y en la cubertería.
Pero ni rastro de él, su desilusión rayaba en el histerismo. Dónde estará?
De repente, escucha un ruido a su espalda. Ni se atreve a moverse. Siente una respiración en su cuello. Las piernas le tiemblan tanto que no sabe si le sostendrán.
Y un leve susurro se desliza en su oído:
- Te deseo
Se estremece. La piel se le eriza, se le seca la boca y aunque intenta girarse o decir algo, no consigue articular palabra.
Nota su mano deslizarse por su figura, delineando sus pechos. Ella se estremece y un leve gemido se ahoga en su garganta.
La mano sigue bajando hasta subirle el vestido y acariciarla por encima de sus braguitas. El deseo la ahoga y sólo sabe boquear.
Sus dedos expertos se deslizan por debajo de sus mojadas braguitas acariciando donde tantas noches deseó que la acariciara.
Ella ya no puede ahogar el deseo. Ya no importa que la escuche el camarero. Tanta excitación durante el día la tienen a punto del clímax.
Y, cuando él besa su cuello con un húmedo beso acabando en un mordisquito, ella se estremece y entre jadeos se derrama sobre sus dedos.
Siente que sus piernas no la sostienen y un reconfortante calor la inunda desde dentro.
Entonces, él la agarra, la voltea y por fin, ve a su amado. Una sonrisa adorna su cara y un pícaro brillo luce en su mirada.
La mira y susurra:
- Buenas noches, preciosa.
Y la besa apasionadamente.
La noche no ha hecho más que comenzar.
Continuará...