El deseo, la impotencia, el sexo, la realidad

Es una historia real ocurrida en la ciudad de Montevideo entre dos personas jovenes, pero adultas.

Les voy a contar una historia real de un amigo mío. Si son capaces de entender las ironias de una situación trágica, este relato les puede gustar.

**CAPITULO 1:

LA SITUACION**

Mi amigo el Pancho, ya tenía dos divorcios encima y sabía que su destino era terminar solo, vagando por las calles del Centro de la Ciudad y sentándose en un bar a tomar un cafecito, para desde allí observar toda cosa interesante que pasara, especialmente si se trata de piernas bien torneadas, culos gordos, tetas grandes, o labios gruesos.

Era tal vez su carácter bohemio el que provocó las separaciones que tanto le dolieron pero no pudo evitar.

Su costumbre era sentarse en un bar de la avenida principal de Montevideo todos los días sobre la hora 20. En los bares de Montevideo, al igual que los de Buenos Aires es usual sentarse en una mesa con vista al salón o a la calle, consumir algo y quedarse horas, mirando el ambiente o leyendo. El mozo cuando lo veía llegar, le llevaba directamente un café negro con una medialuna dulce, que era lo que siempre pedía.

Solian concurrir al bar las mismas figuritas y el ya las tenía catalogadas, especialmente a las féminas. Habían dos viejas teñidas bien vestidas, cuyos rostros no disimulaban el paso del tiempo y no dejaban de observarlo con buenos ojos, lo que le provocaba indisimuladas sonrisas. Luego estaba una morocha de lentes, con aire intelectual, que no era hermosa de cara pero tenía buen cuerpo y le gustaba afilar a todos los parroquianos pero se hacía la difícil y nunca pasaba nada.

Aquella noche entró al bar una chica nueva. ¿Nueva? Se preguntó. En realidad nunca la había visto en el bar, pero si caminando por la calle, de modo que iba a ser un personaje al que tarde o temprano lo conocería.

Comenzó a observarla. Su corte de pelo era el típico de las mujeres que una vez usaron pelo largo y luego para cambiar su look se lo cortaron a la mitad, dejando que terminara en puntas al costado de la cara.

Al recorrerla con su mirada descubrió que era más interesante de lo que parecía en una primer mirada. Hermoso rostro, tez bien blanca, ojos negros, nariz repingada y las puntas delanteras de su corte de pelo se metían a cada rato en su boca caracterizada por labios gruesos que ella se pintaba con lápiz negro. Era una mujer muy blanca que contrastaba vistiéndose y maquilándose de negro, estilo morticia.

Usaba un vestido suelto que al sentarse, mostraba sus rodillas y nuestro Pancho, que tomaba café, comia su media luna y leía un periódico, alternaba todo eso mirando sus piernas y tratando de ver si podía recorrerlas hacia la bombacha.

La chica se veía tímida, por lo cual decidió que debía hacer un primer contacto en el bar. Para ello, se acercó a su mesa y fingió tropezar con las patas de la misma, derramando el vaso de agua que acompañaba el café de la dama, lo que le permitió pedirle disculpas por su torpeza e iniciar una conversación, a partir de la cual él como todo un caballero debía de algún modo compensarle por el sobresalto. Le ofreció que le cambiaran la soda por un jugo, y si bien la chica no aceptó, pudo cambiar algunas palabras y distraer su atención y hurtarle un pañuelo de gaza que ella llevaba colgando de la cartera. Ojo el Pancho no era chorro, verán que era solo una táctica de guerra.

Pero ese día se contentó con eso. Le gustaba la chica y tenía la impresión que era el tipo de mujer al que no le gustaba que la apuraran, así que estaba dispuesto a hacer un trabajo lento para que fuera efectivo. Total igual se la iba a encontrar por la calle otro día y el anzuelo ya estaba echado, sólo había que seguir tirando de él para pescarla.

Además una mujer es como una buena comida, cuanto más se la saborea, se la huele, se la toca y se la imagina, más deliciosa sabe al comerla

Y efectivamente, un par de días después se la encontró por la calle y para abordarla usó el pañuelo. Es un truco muy viejo pero igualmente efectivo. Le dijo que cuando se fue del bar lo había encontrado y que como ella ya se había retirado, el lo llevaba consigo para dárselo cuando la encontrara.

La mujer se mostró sorprendida de que el esperara encontrarla nuevamente, pero le dijo que el frecuentaba la avenida y que conocía prácticamente a todos los que por allí pasaban y sabía que ella también concurría aunque con menos frecuencia que él.

Para demostrar su conocimiento le indicó que por ejemplo dos tipos que están esperando el ómnibus en una parada eran punguistas que solian tomar la línea 121. Otro señor que venía en sentido contrario era un viejo abogado ya jubilado que también trillaba el camino y de esa manera fue distrayendo a la chica y entrando en conversaciones sobre temas varios, esquivando al principio todo tema que implicara un gusto sexual.

Como su política era lograr una sola cosa en cada encuentro se contentó con presentarse y saber su nombre, Mónica, y que era estudiante de leyes.

Se encontraron un par de veces más y ya más íntimos le preguntó si tenía algún compromiso, a lo cual la chica contestó que si y el no se dio por enterado que le estaban mandando delicadamente al cuerno y comenzó a hablarle de sus situaciones de matrimonios frustrados y su soledad actual.

Las mujeres son unas tiernas muchas veces y suelen compadecerse y desean ayudar al hombre a superar una situación de angustia y soledad y eso bien utilizado sirve para llegar a la meta.

Y así quedó la cosa, hasta que al encontrarla otro día, la invitó a tomar algo y en la conversación largo la observación de que para tener compromiso lo raro es que siempre la encontraba sola. El si tuviera la suerte de tener una novia como ella seguramente trataría de acompañarla y estar con ella lo más posible.

La chica esquivó la respuesta, pero finalmente se confesó que no tenía novio ni lo había tenido nunca en su vida. El Pancho no apuró, cambió de tema y esperó pacientemente a que ella desenrollara la historia.

Y fue cuando salieron del bar, cuando estaban en el momento emocional de la despedida que la chica soltó que de niña había sido abusada por su padre y eso le produjo fobia a los hombres y a las relaciones sexuales y por ello no tenía ni había tenido nunca novio ni más relaciones.

Cualquier otro se habría ido al mazo con esa explicación, pero el Pancho sintió que estaba frente a algo que valía la pena conquistar. Era dificilísimo, pero el imaginaba el recompensante sabor de vencer tremendos obstáculos. Además sintió que esta vez la mina era sincera y cogerla iba a ser todo un desafío.

Por eso le dijo sin inmutarse que a el ella le parecía una persona muy agradable y que creía en la amistad entre los hombres y las mujeres sin que tuviera que haber sexo de por medio, con lo cual ambos se despidieron conformes y quedaron en encontrarse otro día para charlar. ¡Cínico!, ¡Cinicaso e! Pancho!.

CAPITULO 2: LA SEDUCCION

Comenzaron a encontrarse cada vez con más frecuencia en aquel bar, como buenos amigos, para luego continuar sus citas con un paseo por la gran avenida.

El Pancho vivía a una cuadra de 18 de Julio, por lo cual inevitablemente la invitó a conocer su apartamento, lo cual puso la presa en guardia. Cuando ella contestó que no, se mostró imperturbable y le dijo que eran personas maduras, que el sabía la situación de ella, pero que tenía que entender que él era un hombre educado y tenía que empezar a aprender a distinguir entre las personas y darse cuenta que si vivía desconfiando de todo el mundo la vida de ella sería insoportable siempre. Ella convino que él tenía razón, pero la presentación de la casa quedó para otro día.

Como a ella le gustaba la comida china, el buen Pancho aprendió a hacer "arrolladitos primavera" para tener un pretexto para llevarla y así iniciar su ataque final.

"!Que tu especialidad son los arrolladitos primavera¡" acotó ella asombrada. Que si, que no, que para demostrartelo vení a mi casa y vas a ver que si y trabajando lento y concienzudamente a su bulín el Pancho la llevó.

Pero lo del trauma era muy cierto y el Pancho tenía que cocinar a fuego lento, no solo los arrolladitos, sino más bien la situación.

Luego de varias citas en el apartamento la invitó a bailar. No dijo la chica. ¡Pero es un baile, es música, es arte, no tiene nada de malo protestó el flaco. Pero hay contacto físico, así que no y que no. Bailamos sueltos dijo el Pancho y entonces aceptó. Y bailaron y rieron y comieron y bebieron, pero el flaco decidió esperar que se confiara para esperar la oportunidad.

Finalmente llegó el día o mejor dicho, la noche que tan pacientemente esperó nuestro amigo para montársela.

El apartamento estaba impecable. Lo había hecho limpiar, perfumar, preparó chop suey, arrolladitos, y un vinito que tenía un afrodisíaco para hacer calentar aún más a la mina.

El flaco ya se imaginaba besandola, desnudandola y por fin cociéndosela. En ese sueño estaba cuando sono el timbre. Era ella, que lucía hermosa, con un vestido liviano y taquitos altos. La hizo pasar, puso música romántica prendió un par de velas (el flaco era un tierno) y le dieron a los fideos, la carne y el vino.

El plan era el baile después de agotar la botella. Comenzaron bailando un poco sueltos, pero puso música suave y sus cuerpos se juntaron. El notó como la mujer se calentaba, con su cuerpo, con el vino y con el sucundún que le puso al vino.

De pronto Mónica reaccionó, se dio cuenta adonde iba la cosa y puso el parate. El flaco que tenía el pito loco de alegría se jugó el todo por el todo. Aparentando frenarse le gimió bajito "se lo que está pasando. Una cosa lleva a la otra, pero somos adultos, yo tengo mucha paciencia y soy un caballero cortés, soy tu única oportunidad de volver a una vida normal. ¿Por qué no probás bailar conmigo desnuda?, te prometo que si te sentis mál, te vas y no pasa nada, pero si podés continuar, vas a volver a una situación normal".

La chica lo pensó. ¡Bien jugadas las cartas!, dijo el flaco. "Desnudemonos, voluntariamente, cada uno se quita su ropa, nadie toca a nadie". Y como ejemplo, él empezó a desnudarse lentamente. Con gran regocijo vió como la chica hacía lo mismo. Se quitó los zapatos, la blusa y luego la falda, quedando en bombacha y corpiño. El flaco también paró cuando quedó en boxers.

La tomó de la mano y delicadamente le propuso: "reanudemos el baile". Y se acercaron, carita con carita, cuerpo contra cuerpo. El de ella estaba caliente, el de él volaba. Su palo asomó y como resultado del baile empezó a refregarlo contra la bombacha de la chica.

La besó y la temperatura subió. Hizo una pausa y propuso el desnudo final Y

Horror, la chica entró en llanto. Lo siento, no puedo. Pero….. decía el flaco con su palo duro y gritando. Y como él lo prometió, ella tomó su ropa, se vistió rápido y se fue al carajo, dejando a nuestro flaco más quemado que un fósforo.

El único remedio que le quedó a nuestro frustrado don Juan fue ir al baño y darse una paliza con las manos.

Fue triste, pero es una historia real. Ojalá nunca les pase.

El Ansia.