El deseo imposible
Pequeño fragmento de una conversación intensamente absurda.
Ella lo miró, intentando mantener una mirada inexpresiva que no delatase la admiración que empezaba a germinar en su interior ante la tenacidad de él. Un rechazo tras otro, él regresaba incansable, con un denuedo meritorio, inasequible a cualquier desaliento.
-Pero yo te quiero- argumentaba él, una y otra vez, como una letanía que sirviera para solucionarlo todo, para sortear cualquier obstáculo.
-Eso no es suficiente- replicaba ella; diálogo mil veces pronunciado, memorizado hasta el hastío por los dos.
-Lo es para mí. El amor que te profeso es más grande que cualquier impedimento, es capaz de superar cualquier barrera que tu racionalidad enferma pueda levantar entre nosotros. Es un amor puro, pero está vivo en mi corazón. Deseo tanto rozar tu piel suave y perfecta con mis dedos, deslizar mis labios sobre tu cuerpo, acercarme a ti y sentir tu aliento, que me duele. No te imaginas lo que sufro.
-Es que no quieres entender que no es posible.
-¿El amor entiende? ¿Es que crees que un sentimiento tan noble como el que albergo por ti puede razonar, detenerse ante motivos o silogismos? Eres tú la que no entiende la magnitud oceánica de mis sentimientos por ti. Dejaría que me descabezaran si con eso alcanzara a obtener un uno por ciento de tu amor, o siquiera de tu cariño. Te ansío de una manera que ningún ser humano alcanza a imaginar. No sé ya de qué estoy hecho, porque siento que el amor que te tengo es mi propia materia.
Ella suspiró, pero se mantuvo firme.
-Sabes que no puede ser pero te niegas a asumirlo. Y llevamos así demasiado tiempo. Realmente me gustaría que lo aceptaras sin más.
-Claro, quieres que me rinda, que me resigne. Pero no podré mientras me quede una brizna de amor en el alma. No voy a bajar los brazos, no voy a dejar de desearte. Tú misma lo has dicho: llevamos así demasiado tiempo, y el tiempo no consigue desbastar mi determinación, no hace mella en el anhelo que me consume. Si me dejaras sólo abrazarte, sentir tu contacto, estrecharte y amarte como te mereces, perderme dentro de ti, llevarte de la mano hacia el éxtasis común... Si sólo me dieras la oportunidad de hacerte el amor y demostrarte que lo que siento es de una belleza tal que sólo puede compararse a ti... ¡ah! Si me dieras esa oportunidad, nunca más verías las cosas de la misma manera.
Ella se hartó de la misma palabrería de siempre. Resolvió ser tajante pero dulce, no quería hacerle más daño del que él ya se estaba infligiendo a sí mismo:
-Entiendo que me quieres y que me deseas, y me siento halagada. Pero Ken, ya no sé cómo explicarte que ni tú tienes polla ni yo tengo vagina. Asúmelo. Lo nuestro no es posible.
Barbie, sin volverse a mirar el rostro inmutable de su plástico pretendiente, se alejó contoneándose, se metió en su mansión de fantasía y cerró la puerta tras de sí.