El deseo de una puta parte 1
Relato ficticio
Quería sentirme sucia, quería sentirme guarra. Estar allí, en el burdel, sentada en la cama, esperando a mi primer cliente, ejerciendo por primera vez, no fue una decisión, fue el acto natural, tan natural como despertarse o respirar, tras leer aquel articulo sobre las estudiantes que ejercen la prostitución para costear sus estudios. Nunca reconocerán que son putas ni a sí mismas, aunque lo sean. Yo lo busco, quiero sentirme puta, no por el cuerpo. Si un hombre me mete el dedo en la boca no pasa nada, si introduce el pene ya me transforma en puta ¡Qué estupidez!
La puerta de mi estancia se abrió con tanta brusquedad, y con tanta falta de delicadeza, como yo quería que abriera las puertas donde él había venido a buscar placer. Me deslicé al borde de la cama, como me habían indicado, y abrí las piernas para incitarlo, para atraerlo, para nada, porque ya no levantó la vista de mi rajita hasta que me penetró, y empezó un jadeo rápido y sin fuerza. Cerré los ojos, dejé caer la cabeza hacia atrás y me abandoné, esperando lo que había venido a buscar: suciedad en mi intimidad, y sólo encontré la rabia de que se deshiciera en mi vientre tras unos vaivenes.
A su salida me senté enfrente del espejo. Las puertas de Venus se habían redondeado. Miraba sin pensar, deleitándome en el color sonrosado de la piel, cuando el esperma empezó a asomar. Descolgué el espejo y me senté encima de él. Nunca lo había hecho, nunca había visto mi vulva con tanto detalle ni tan cerca: ¡Qué placer se dan los hombres! La crema goteaba como si fuera miel, aunque no tan viscosa. La primera gota cayó sobre el cristal. Pasé un dedo sobre ella y noté su textura al juntar los dedos. Me acerqué el dedo a la boca, no por el sabor, ya lo conocía, sino por la suciedad. Relamí el dedo, y se fueron contrayendo los labios, la boca, los hombros, todo el cuerpo hasta las piernas. Un espasmo de la vagina, más intenso que un orgasmo, expulsó mucha más crema. Su visión me resultó más bonita que mi vulva. Puse la mano extendida sobre ella, la removí sobre el espejo, abrí la bata y esparcí la crema sobre mis pechos. Qué sensación tan intensa sobre mis pechos, la vagina se me contrae de puro placer.
Estaba preparada para obtener de mi segundo proveedor lo que quería. Me senté en el borde de la cama, con las piernas sobre el suelo para que no pudiera ver mi rajita. Cuando entró le miré a la cara. Según se acercaba yo llevaba mis manos desde el borde de la cama hasta mis pechos. Cuando estuvo suficientemente cerca abrí la bata de golpe y él se lanzó a magrearme los pechos. Sus pulgares recorrieron los senos para estrujarme los pezones. Le gustaba apretar y a mí me gustaba ver que él no tenía ningún control.
Deseaba que mordiera mi pecho, que lo lamiese, un deseo intenso que nada tenía que ver con mi cuerpo.
−¡Cómeme las tetas! fue una expresión de deseo y necesidad, nacida al tiempo que empujaba mi teta contra su boca.
No sé si lo que hacía era comer un helado o mamar, porque tan pronto chupaba el pezón con el ansia de un bebe hambriento como lamía mi teta como si fuera un cucurucho.
−¡No dejes a mi otra teta huérfana! Fueron las palabras que acompañaron mi giro para ofrecerle mi otro pecho.
Otro biberón para el niño, otro helado, ambos preparados con la crema que había esparcido sobre mis pechos.
Lo empujé hacia atrás.
−¡¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¿A eso has venido?!
−¡Yo te voy a enseñar a qué he venido! ¡Puta!
Desde que me penetró sus movimientos fueron rápidos, violentos, desde la puerta de Venus hasta la más recóndita de sus habitaciones. Su lenguaje soez: ¡puta! ¡puta! ¡toma puta! ¡puta!
¡puta! Casi era como un disco rayado, pero era la canción más bonita que hubiera escuchado nunca. Contraje mis muslos, mi vientre, y puse mi vagina tan dura como pude: quería sentir su verga recorrer toda mi intimidad. Desde que su punta abría mis labios, y corría por todo el corredor, hasta que dejaba avalanchas de nieve al final de la pista de esquí. Y la canción sonando: ¡puta! ¡puta! ¡puta! No me importó que se deshiciera, su verga seguía dura y con ella las carreras por mi corredor y su monótona canción. Por fin sentia la suciedad en lo más íntimo de mi intimidad; me sentia una inmensa puta, me sentia guarra, sentia satisfacción, sentia placer; pero no el placer del sexo, sino el placer que se siente cuanto se daña al objeto odiado. No estoy diciendo que odie a mi vagina, eso sería como odiar a un dedo, sólo quiero que sepas como me sentia porque era un placer inmenso, pero no era felicidad.
No iba a desperdiciar nada de aquella crema. A su marcha, me senté sobre el espejo y coloqué la tacita donde había saboreado mi primer café de puta. Igual que las máquinas expreso de los cafés, así era yo, y mi vulva sirviendo crema a borbotones en la tacita. Puff, puff, resuena en mi cabeza y dos borbotones de crema en la tacita, puff, puff y otro borbotón : una tacita con dos tipos de crema, como mi vientre.
Ya casi no cae. Deslizo mis dedos entreabiertos sobre mi vulva, repito muy suavemente, rozando mi ingle, una vez más aún más suave, casi me hago cosquillas, la cabeza se me va para atrás y los dedos juegan con mis labios. Están empapados de crema. Mi dedo corazón hace un círculo muy grande, de arriba abajo, de abajo a arriba, cada vez con más fuerza, al subir rozo mi clítoris, se me contrae la vagina…
Dicen que todo es una creación de la mente. En vez de mi vida esto podría ser un relato. En ese caso ¿Qué mente sería la más sucia? ¿La de la autora o la del lector? ¿Qué sentiste cuando leíste “Quiero sentirme sucia” “Quiero sentirme guarra”? ¿Qué buscabas encontrar tras esas frases? Si cierras el libro, entonces cierro mi coño.
¿Qué dices?
−¡Qué me comas el chocho!
Mi tercer cliente en la habitación y yo murmurando pensamientos impenetrables. Me gusta el lenguaje soez en mis oídos, pero odio que salga de mi boca, es como perder la suciedad que ha entrado por mis oídos.
−¿Sabes hacerlo? ¡Vamos!
Me sitúo en el borde de la cama y él se arrodilla a mis pies. Le echo las piernas tras su cabeza, afianza sus manos sobre mis muslos a la altura de la ingle y pega un chupetazo de abajo a arriba: chupetea las dos cremas. Sí, sí sabe comerlo. Tras llegar arriba, titila muy rápidamente la punta de su lengua sobre mi clítoris; nota que me estoy subiendo y me deja con la ganas, se
va a recorrer los labios. Se parece a los juegos que acabo de hacer con mis dedos, pero su lengua es más húmeda y su presión mucho más agradable.
−¡No te olvides del agujerito!
Vaya lengua, debe poderse tocar la punta de la nariz con ella. Parece que le pago yo en vez de lo contrario. Mete la lengua, la deja metida, presiona, la saca y la mete rápidamente como una verga pequeña, dulce y juguetona.
Un espasmo vaginal. Dos. Ya es temblor en la tripa. Ya me había dejado a punto de caramelo cuando se pasó a mis labios. ¡Dios, qué espasmos! Y el placer sexual no iguala la satisfacción de lo que siento ahora. Hay algo mucho mejor que sentirme sucia: que yo y todo el mundo sea sucio. Con cada espasmo, con cada contracción, se está comiendo toda la nata que había en mi vagina, y además lo hace con su lengua metida en ella. A veces he soñado que una manera de sentirme sucia sería sentar mi vulva sobre la cara de un hombre y que metiera su lengua todo el día en mi vagina, o mejor aún, una fila de hombres y pasar de uno a otro cada media hora, un día entero ¿Se podrá hacer aquí en el burdel?
−¡Siiiií, sí lo sabes hacer! Nadie me había arrancado tanto placer, y sobre todo tanto flujo, eres realmente bueno. Si el saber dar placer se mide con el chorro que me has sacado entonces eres el mejor del mundo.
−¡Sí! ¡he notado que te hecho correrte de lo lindo! ¡Tu chocho rebosaba de jugo!
Estoy arriba. Muy arriba. Basta que me rocen con las uñas o me mordisqueen los pezones para volverme una salvaje perra en celo. Este es el tercero y mi meta de suciedad el primer día es recibir a ocho. Este todavía no me ha penetrado, pero como me hinque su verga me voy a derramar en un espasmo tras otro.
−¡Ven, que te voy a demostrar que yo también lo sé hacer!
Me tumbo bocabajo en la cama, los codos apoyados en el borde. Cuando acerca su falo a mi cara, el capullo lo tiene descubierto por la erección. Coloco el índice y el pulgar sobre su capullo y lo acaricio suavemente, descubriéndolo y tapándolo. Tras unos movimientos lo presiono suavemente, desplazando ligeramente los dedos de lado a lado; le miro a los ojos e introduzco su falo en mi boca. Sólo quiero que se descreme en mi boca, pero quiero mucha, mucha crema, y me la va a dar.
No me han dicho que mire a los ojos, pero yo quiero hacerlo. En realidad no le miro a los ojos, le miro a las pupilas, quiero ver a través de él, quiero ver su ser. ¿Por qué me ha dado placer?
¿Quiere sentir la misma suciedad que yo?
Con mi lengua, presiono su capullo contra el paladar, como sorbiéndolo, haciendo cada vez más presión, y súbitamente lo pulo con movimientos circulares. Lo saco. De nuevo atrapo el capullo con mis dos dedos, lo acaricio muy rápidamente sin apartarme de él y aumentando la presión poco a poco. La punta se le pone lechosa. Está contrayendo su tripa, no quiere irse, pero ya no tiene marcha atrás. Lo meto en la boca y realmente lo mamo. No tarda en llegar la leche. Es muy fácil notar la llegada del lechero porque llama contrayendo la verga. Yo estoy atenta a su llegada, cada vez que lo hace lo acompaño con un intenso sorbo. Este lechero parece haber traído a la vaca, da muchísima leche. Y yo trago y trago, es casi como la satisfacción de sentir la suciedad en lo más íntimo de mi intimidad.
Uno, dos, tres, cuatro. El lechero ya no llama como la primera vez. Hago que mi lengua juegue con el lechero cada vez que viene, pero ya no me trago la leche, la reservo. El lechero ha dejado de venir aunque se mantiene en pie. No lo dejo salir. Sigo mirándole a los ojos mientras mi lengua acaricia muy suavemente su capullo, tan suave como la lengua sobre la piel de la persona amada, como los labios que se besan por primera vez y te hacen conocer el cielo. Pasan los minutos y el lechero ha pasado de ser un atleta a un cincuentón gordo y fofo. Lo agarro por la base y aparto mi boca muy lentamente, sin dejar de mirarle a los ojos, con un besito de despedida en la puntita. Sonrío y se va.
La primera vez que recibí en la boca salí corriendo a la taza del wáter para escupirla con asco, ahora me quedo quieta para depositarla con satisfacción en la tacita. La primera vez me senti sucia y me lavé la boca con dentifrico y luego me aclaré la boca con enjuague bucal, sentia que todo el mundo podía oler mi boca; ahora no me siento lo suficientemente sucia y no quiero que mi lengua deje de recorrer mi boca, saldría a la cola del cine a echar mi aliento a todo el mundo.
Del color que hoy no me gusta mañana pintaré mi casa. Y tú ¿de qué color pintarás?
¿Qué pintura usarás? ¿Pintarás tus pechos con el esperma de tu amante para que se lo coma tu marido? ¿No mete su verga en la suciedad de cualquier puta y luego deposita esa suciedad en lo más íntimo de ti? Te pareció sucio cuando lo hice, pero ahora lo ves normal: del color que hoy no me gusta mañana pintaré mi casa. El primer beso te llevó al cielo ¿por qué te fuiste de él?
Sigo muy excitada, no pensé que me fueran a encender, ni que la excitación mental me generaría tanta libido. En este estado no puedo permitir que me penetren o me desharé en un orgasmo tras otro. Quería que mi vagina recibiese ocho vergas mi primer día y tengo que rechazar a la próxima.
A mi cuarto proveedor lo espero de pie y cuando entra le sonrío. Le paso las manos por el cuello, y le susurro que “follarse una puta es muy frío”. Siento que estoy perdiendo mi tesoro con mi lenguaje soez. “Es mejor que sea tu amante”, continuo. Beso sus labios suavemente, lo repito, luego recorro sus labios con la puntita de mi lengua, entonces él me abraza con fuerzas y mete su lengua en mi boca. Me estremezco de placer. Él debe pensar que me gusta, yo sé que está saboreando la crema del último lechero, es el placer de saber el mundo sucio. Recorro mi boca con mi lengua, buscando toda la leche posible y después la meto en su boca. Las lenguas juegan, una vez en esta cueva luego en la otra, llevando los cántaros de leche de una a otra. Realmente los cuerpos se entrelazan con pasión, pero las pasiones son distintas, la suya desaparecerá dentro de un rato, la mía es como cabalgar en el viento, como cabalgar a lomos de un dragón.
Retiro la cara y le bajo la mano hasta mi vulva. Cojo su dedo corazón y le hago sentir la humedad de mi vulva. Presiono una y otra vez mi mano para que su dedo se empape, para que se engaste en el aro de Venus. ¡Besas muy bien los labios! ¡seguro que también sabes besar estos! le digo, al tiempo que presiono su mano contra mi vulva. Lo desplazo hasta la cama y lo dejo caer. Lentamente separo una entrepierna de la bata y luego la otra. Mantengo las piernas juntas, para que imagine lo que esconden y el placer que le espera. La imaginación es más potente que la realidad. Su ensueño es mucho más poderoso que mi vulva. Está hipnotizado, está bailando con sus propios pensamientos, como todo el mundo. Agarro los bordes de la bata, la arremango por encima de mis caderas, me doy media vuelta, me pongo a cuatro patas y entreabro las piernas. Su sueño hecho realidad. Venus en todo su esplendor: húmeda, cálida,
excitada, y con unos sugerentes labios entreabiertos. Se quiere incorporar, pero antes de que lo haga lo empujo, me encaramo sobre él, le miro, me levanto a horcajadas sobre él, me subo la bata y me arrodillo colocando mi vulva sobre su boca. Dobla el cuello para chupar con ganas. Entrelazo mis manos debajo de su cuello para acercarlo a mi vulva. ¡Más! ¡Más!, grito, ¡más, más, más! Me abandono como hace un rato con la cabeza hacia atrás. Es un placer inmenso, está relamiendo el otro par de cremas que brotan de mi vientre. Ha saboreado mi trío de cremas.
Suelto su cuello.
−¡Ahora voy a hacer que te corras disfrutando de mi chocho de puta! Le grito. Casi que me gusta decirlo. Suelto sus pantalones y los deslizo.
−¡Como tú te has desnudado un poquito yo tengo que hacerlo otro poquito!
Saco mi pecho derecho y se lo acerco a la boca. Cuando lo va a morder me aparto. Le echo mano a los calzoncillos. Está a reventar. Engancho un dedo en cada lado de los calzoncillos y los deslizo un poco. Lamo la cabecita que asoma. Deslizo otro poco y otro lamido, otro poco y otro lamido, otro poco y otro lamido hasta que la verga queda al descubierto. La recorro con mi lengua desde la base hasta la punta y luego le arrebato los calzoncillos. ¡Tú ya estás desnudo, ahora me toca a mí! Le digo. Saco mi otro pecho de la bata para que lo vea, sólo para que lo vea, para que se emborrache aún más de deseo. Recojo mi bata para que mi culo quede totalmente al aire y mi intimidad se refleje en el espejo donde él pueda verla.
−¡Te he dicho que ibas a disfrutar de mi chocho de puta!
Creo que eso si puedo decirlo, si soy puta tengo chocho de puta, decirlo, pero no pensarlo. Yo soy puta pero mi vulva es íntima, no es chocho, es mi intimidad, es sólo un juego. Aprisiono y presiono su capullo. Está húmedo, muy húmedo.
− ¡¿Sabes?! ¡Me gusta ver como os corréis los hombres! ¡Es muy erótico! ¡Pero lo que realmente es erótico es recogerlo en una copa y beberlo!
Se está deshaciendo en su propia fantasía. Balanceo el culo y le hago una seña para que vea mi vulva bailando en el espejo. Alargo la mano para coger una copa de champán. No hace falta acariciarlo mucho, se deshace rápidamente, está deseando ver como bebo su crema. Recojo la crema que sale según lo acaricio. Me gustaría estar en el centro de la plaza, donde todo el mundo pudiera verme, pudiera ver mi chocho de puta al aire, pudiera ver mis tetas, pudiera ver mi cara de satisfacción mientras mantengo una verga que estoy haciendo correrse, y sobre todo pudiera ver como acerco esa copa a la boca y me la bebo mientras les miro a los ojos.
Le miro a los ojos mientras bebo. Se está relamiendo. Aparto la copa. Me siento en la cama con las piernas abiertas frente a él, muy abiertas, meto mi dedo corazón muy hondo en mi vagina y le doy vueltas. Lo saco, y lo meto en la copa mientras doy vueltas.
−¡Es el azúcar! ¡Te encantará lo dulce que está! Acerco la copa a sus labios y la bebe.
−¡Hasta la última gotita o mama te pegará!
− ¡Sí, mama! Dice.
Lo miro henchida de satisfacción. Es como si en la plaza todos hubieran bebido las cremas descargadas en mi vagina. Me siento la puta del pueblo, la puta en cuyo chocho todos los hombres del pueblo descargan. Mi vagina es la reina y todos los falos le rinden pleitesía.
Vierto la crema de la tacita en la copa y añado café. ¡Café con crema! ¿Has bebido café con crema en casa de los amigos? El hermano de un amigo ponía comida de gatos como aperitivo a sus amigos. Los hombres no saben ser sutiles como las mujeres. Una vez, en un piso compartido, puse una pizquita de harina en mi leche cuando sospeché que mi compañera de piso, celiaca, se la bebía. De qué sirve que coman comida de gatos si no se enteran. Es como si te meten un pene en la boca mientras estás dormido. Si estás dormido no pasa nada, si estás despierto te están violando (he dicho dormido, no dormida) o si estás dormido y te graban, cuando lo veas sufrirás un trauma. ¿Ha cambiado el hecho o sólo la percepción del hecho?
¿Por qué se agita tu mente? Si las mujeres podemos tener penes en la boca, los hombres también. Si yo puedo ser puta, tú maricón. No me has respondido. ¿Qué sentiste cuando leíste “Quiero sentirme sucia” “Quiero sentirme guarra”? ¿Qué buscabas encontrar tras esas frases?
¿Pintas la casa con colores que no quieres que conozcan los demás?
¿Por qué la mente se mete en estos diálogos? Yo sólo quiero sentirme sucia, inmensamente sucia. Más vale que tome una ducha fría o alcanzaré la claridad antes que la suciedad. No puedo dejar que me penetren con esta excitación.
Vaya, que inoportuno, el quinto mirándome justo cuando me siento para mear y todavía no he tomado la ducha. La ducha justo aquí, seguro que está fresca como aquella noche de luna llena en la playa. Mi primer baño desnuda. El agua me abrazaba. Acariciaba mi espalda, apretaba mis senos, y cuando abría las piernas besaba mi intimidad.
−¡No te muevas, corta el chorro, no sueltes ni una gota! Me ordena.
No empiezo a mear. Espero a ver qué pasa. No es este el tipo de suciedad que busco. Al fin y al cabo, mi vulva, como todas, se moja de orina al mear. O más escatológico, mis heces han estado en mi tripa un momento antes de expulsarlas.
Se está desnudando, por completo. Con el tipo que tiene más vale que vaya al gimnasio. Se acerca con la verga en la mano, masturbándose, se queda muy cerca de mí, para que lo vea. Me resulta curioso este exhibicionismo de los hombres. Les debe venir de bebes cuando agarran su pene y lo estiran.
−¡Abre la boca! Le obedezco. Me introduce la verga y empiezo a chupar.
−¡Ya puedes empezar a mear!
Me resulta dificil concentrarme en chupar y mear, pero salen las primeras gotas y después les sigue el chorro. El sonido de las primeras gotas golpeando el agua le han puesto la verga tiesa, y el sonido del chorro la ha puesto a reventar. Me gusta esta suciedad. Me viene otra vez la plaza. Me gustaría llegar allí con un vestido largo, levantar la falta hasta mi cintura y quitarme las bragas a la vista de todos. Ponerme en cuclillas, recoger mi vestido de forma que mis nalgas se vean completamente, abrir las piernas y mostrar mi vulva meando. Entonces los hombres, en fila, uno tras otro, meten su pene en mi boca, sin que yo pare de mear.
Con las últimas gotas saca la verga y me levanta. Me pone contra el espejo largo del baño.
Un momento, le digo. Tengo mucho calor. Voy a pedir unos hielos. La cubitera no tarda en llegar. Pongo unos cubitos en el café con cremas, doy un sorbo y se lo ofrezco. Se bebe media copa de golpe. Cojo un cubito de hielo y lo paso primero por un pezón y luego por el otro. Se ponen tersos, duros, de punta. Hago una espiral sobre mi pecho desde el pezón hasta la base, luego sobre el otro pecho y bajo poco a poco hasta las puertas de Venus. Le gusta, no deja de mirarme. Recorro varias veces mi rajita con el hielo. Se cierra como las flores con el rocío de la noche.
Estira las manos, le digo. Pongo un cubito en cada una. Cojo uno para mí y me voy al cuarto de baño. Me pongo frente al espejo, abro la bata por completo, levanto las manos y las apoyo al tiempo que abro las piernas.
−¡Vamos, méteme tu polla!
−¡¿Y qué hago con los cubitos?!
−¡Magrea mis tetas!
Tan pronto como me hinca la verga, aprisiona mis senos con el hielo en medio. Con su primer envite comienzo a frotar el cubito en la parte superior de mi rajita, donde no toque su pene. Es la noche de la luna noche en la playa: el hielo aprieta mis senos y besa mi intimidad.
Puedo ver mi cuerpo completo de puta reflejado en el espejo. Puedo mirarme a los ojos. No quiero que nadie lo vea. Es sólo para mi gozo.
Cada vez que me ensarta amasa mis senos. Me encanta que los sobe, me encanta sentirme deseada. Los hielos revolotean descontrolados. Me recuerda a comer brownie con helado de vainilla. Caliente y frío. Contraste de sabores, contraste de sensaciones. Fría mi rajita, caliente la crema que acaba de darme.
Me siento mientras se viste. Cierro las piernas y retraigo la vagina, como para contener la orina. No quiero perder ni una gota de crema, me ha dado muy poca, pero su pene ha ensuciado mi intimidad y eso es lo que importa. Tras salir me sitúo frente al espejo largo del cuarto de baño. Abro las piernas y coloco la copa en mi entrepierna. Miro al infinito, sin fijarme en nada, y así puedo verlo todo. Apenas caen dos gotitas de nada, pero la puta que veo y siento es inmensa. Ni siquiera la destrucción del objeto odiado genera una satisfacción tan grande.
Hay mucho jaleo es el salón−bar de espera. Me acerco a curiosear. Es un equipo de futbol que ha venido a desfogarse tras ganar la liga de su barrio. Me arrimo a ellos.
Os hago un trato, si entráis ocho, uno tras otro, a echarme un polvo y sólo eso, entonces el próximo servicio especial, sea cuál sea, os lo cobraré como servicio normal; pero con tres condiciones: será sin preservativo, entrareis vendados y con la polla ya preparada.
Me quito la bata y me pongo mi vestido de calle. No quiero estar atada al burdel, quiero que mi vida de puta sea mi vida normal. Llama el primero, lo cojo de la mano y lo meto. Froto su falo con ganas, quiero que entre en mí como un toro y no se pare. Me coloco en el borde de la cama, recostada sobre los codos y con las piernas en alto. Lo llamo. Cuando se acerca pongo mis piernas sobre sus hombros y dirijo su falo hasta mi vulva, entonces empujo y penetra hasta el fondo. Unos balanceos rítmicos cada vez más fuertes y largos, hasta que nota que está a punto de deshacerse, entonces se queda cerca del fondo y empieza a pegar con fuerza, tres, cuatro contracciones y se acabó. Quédate quieto, le digo. Meto mi dedo en la copa de las cremas, y luego en su boca. Un regalo, digo. Lo echo hacia atrás. Me incorporo, bajo mi vestido hasta las rodillas para cubrir mi vulva. Lo saco vendado. Allí están el resto de los amigos
esperando. El segundo ya está preparado. Esperad un momento, digo. Vuelvo a cerrar, levanto mi vestido y coloco la copa justo debajo de mi vulva para recoger crema. Tarda un poquito en salir, era joven y me ha dado una carga grande como deseaba.
Llamo al segundo y así hasta el séptimo. Todo igual, sólo que veo entrar un falo y otro distinto, una y otra vez. Desde luego que he sentido que tenía chocho de puta y que lo más íntimo de mi intimidad estaba sucio. El tercero me ha producido un orgasmo que ha continuado con los siguientes. ¿Sabes qué es que te penetren menos de un minuto después de que te hayan provocado un orgasmo? ¿Sabes lo qué es, cuando además ves que te lo produce una verga diferente cada vez? En mi postura no he podido ver como se precipitaban en Venus, sólo veía la parte alta de mi rajita totalmente abierta, a la que he echado mano con el cuarto para acariciar mi clítoris, pero no lo he encontrado. La sensación de ser puta ha sido inmensa. Me he sentido la reina de las putas, el centro del universo. Con cada verga he procurado recoger menos crema porque mi vagina parece la salsera de la mahonesa y habría llenado la copa. Mi vagina está tan colmada que la crema se desparrama sobre el suelo cuando me preparo en el borde de la cama para recibir. Mejor que hayan entrado vendados, quizá no habrían querido hincar su polla en mi chocho chorreante. Yo gozando de tener mi vagina colmada, saturada, y ellos despreciándola.
Todos los hombres tienen la fantasía de penetrar a muchas mujeres, pero basta que se corran en una para no poder seguir. Sólo las putas podemos colmar esta fantasía de recibir a cuantos queramos, sin peligro del orgasmo, porque cada penetración trae un orgasmo más fuerte.
El octavo introduce su falo hasta el fondo y lo deja allí, presionando el fondo de mi chocho.
−¡O me dejas que me quite la venda o sigo así!
−¡Estoy acostumbrada a tener un tampón durante días. Te vas a aburrir bastante antes! Contesto.
−¡Pero los tampones no saben hacer esto! me replica.
Y tensa repetidamente su verga en mi vagina, sin mover el cuerpo. Me salta un orgasmo en el acto. Se me contrae la vagina, se me contrae mi intimidad, me tiembla todo el cuerpo. Querría decirle que no se quite la venda para que repita. Querría que no se acabara, pero se quita la venda. Se retira y entra de golpe hasta las raíces, para seguir con tres golpes muy fuertes casi desde el fondo. No puedo aguantar, pienso que me voy a desmayar. Saca su falo casi fuera y entonces entra y sale muy rápidamente a las puertas de Venus, casi sin meterse; luego sigue un topetazo contra el fondo y no deja de golpearlo. Es fortisimo, me estoy desmayando. ¡Para, para! le grito, ya no sé si es placer o dolor, todo se mezcla; pero él también ha perdido, está eyaculando con fuerza en el fondo de mi vagina, una, dos, tres, cuatro, cinco contracciones, con cada contracción mi vagina responde con un espasmo. Por fin paran sus contracciones pero no las mías. Lo echo hacia atrás.
−¡Tienes los ojos más bonitos que he visto nunca, no podía hacerte el amor sin mirarlos! me dice
¡Toma, bebe, es café con crema. Es muy bueno para reponerse después del subidón! Bebe con ganas, pero no necesito decirle que no se lo tome todo.
−¡Ponte la venda y sal!
−¡¿Te volveré a ver, verdad?!
−¡Si pagas, como todos!
Soy yo quien mira a sus ojos. Mis ojos, mi intimidad, mi vagina, todos quieren lo mismo, todos quieren deshacerse en mis entrañas, amasar mis tetas. Todos querrían tener una puta como yo, sólo para ellos, pero entonces no sería puta. Ser sucia, ser puta, es muy íntimo.
Ensimismada, me he quedado sobre la cama; los espasmos, aunque pequeños, siguen y la crema se está desperdiciando.
Me incorporo, pongo una mano sobre la pared y con la otra coloco la copa. Lleno casi hasta la mitad sólo con la crema.
Me siento sobre el espejo. Las puertas de Venus están perfectamente redondas, totalmente abiertas. La crema brota. Busco el clítoris por curiosidad, que ha quedado oculto en los labios mofletudos de Venus. Cuando lo toco, un espasmo expulsa un chorro de crema, parece que eyaculo yo. Es precioso. Vuelvo a tocar mi clítoris, otro espasmo y otra eyaculación. Con la cuarta ya sólo escurre. Froto las dos manos contra el espejo, las empapo de crema y las restriego contra mis piernas. Me quito el vestido y lo hago sobre todo el cuerpo. Ningunas manos me habían acariciado tan dulcemente. Luego acerco mi cara al espejo y lo lamo.
Me tiendo sobre la cama, con la mente en blanco y me duermo. Me despierto dos horas más tarde. Venus sigue con sus puertas redondas y abiertas y yo con la sensación de ser la reina de las putas. Ha seguido brotando crema a tenor de la mancha en la cama y en la parte baja de mi rajita.
Más vale que tome una ducha fría. La crema se ha absorbido, así que poco quitará el agua. Me peino y me pongo mi vestido de calle. Siento flotar mi cuerpo y el universo gira a mi alrededor. Los orgasmos han sido tantos y tan fuertes que se me habían olvidado hasta mis ganas de sentirme sucia.
Pido un sándwich de pollo. ¿Te gusta el pollo? Una de mis amigas come pollo casi todos los días, pero algunos días come otra cosa para comprobar que le sigue gustando el pollo. Va con su marido a la discoteca, allí flirtea y se va con otro para ser su puta. Su marido está contento de tener una mujer que sigue gustando a los hombres y mi amiga comprueba que le sigue gustando el pollo de todos los días. ¿Cuántas veces has dejado de comer pollo? ¡Dilo!, ¡no te voy a oír! Sí, tú también eres como las estudiantes, como yo, aunque nunca te lo reconozcas a ti misma. No te enfades, lee más arriba, dejas de comer pollo “para ser su puta” ¿tu consciente no quería reconocer lo que está claramente escrito? ¿Cuántas vergas has conseguido en la misma noche? ¿A eso lo llamas fantasía? Mi amiga, la come−pollo, dice que los hombres no pueden imaginar lo que ella imagina que hace con ellos. Sabrá ella lo qué imaginamos las demás, ni lo qué hacemos.
Llamo a mi novio para cenar. Llega tarde, como casi siempre. Su trabajo es más importante que yo, pero mi intimidad, bueno, la de cualquier mujer, le vuelve loco, y hoy le va a volver loco de verdad. Espero a que pidamos y le digo que no llevo braguitas. Va a tener que esperar no sólo a que cenemos sino a que preparen la cena. Se pone derecho de golpe, parece un pavo como el primer día, y se muestra cariñoso. Ya casi había olvidado lo que era que se mostrara cariñoso conmigo. Tengo ganas de ser tuya, le digo, me encanta que te deshagas dentro de mí. Como a mis clientes, le permito que deje su suciedad en lo más íntimo de mi intimidad. ¿Qué imagina que va a hacer? Seguro que le encantaría fornicar con una puta como yo, pero claro, entonces no querría casarse conmigo, y sin embargo, dentro de un rato, va a estar fornicando con esa puta. Puede que me case con él o no, pero nunca voy a dejar de ser una puta, y él nunca va a gozar de las fantasías que doy a otros hombres; meterme su falo en la vagina, a veces el dedo y la lengua, que se la mame, y poco más.
Cuando nos sirven come a trompicones, tiene mucha prisa. Le cojo el dedo, lo acerco a mi boca y lo paso por mis labios. Le susurro: ¡acuérdate de lo que no llevo! Como especialmente despacio todos los platos. No he podido jugar con los clientes a que esperasen mi chocho de puta tanto como esta noche. Cuando vamos hacia el coche quiere meterme la mano bajo la falda, pero le doy un manotazo. Lo echo hacia atrás y levanto la falda para que vea mi vulva. En total ha recibido once vergas hoy y está realmente regordeta. Me empuja contra la pared, quiere penetrarme allí. ¡No seas burro!, le digo, ¡no soy, ni quiero comportarme como una puta! ¡Mejor que cojamos un taxi! Abro la puerta de mi apartamento y me voy directamente a la cama. Me tiendo en ella, me levanto el vestido y entreabro las piernas. No mucho, sino vería la luna llena en medio de Venus. ¡No des la luz, me gusta la intimidad contigo!
Con esa excitación va a eyacular antes de desnudarse. ¡Date prisa, te quiero dentro de mí, no puedo esperar! En cuanto me penetra cierro las piernas con fuerza y lo abrazo con fuerza por la cintura para que no pueda moverse.
−¡Suéltame!
−¡No!
−¡Déjame!
−¡Qué no!
Noto como empieza a correrse, un momento después empiezan las contracciones, pero no lo suelto. Ha descargado en mi intimidad sin que tuviera oportunidad de placer.
−¡¿Por qué no me has dejado moverme?!
−¡Te quiero!, le digo. ¡Me encanta sentir tu polla dentro de mí, quédate así!
¿Cuántas veces ha traído suciedad a mi intimidad? ¿Cuántas descargas traídas desde otras putas? Descargas sin que yo haya sentido la suciedad directamente y sin que yo haya experimentado mi intimidad. Es hora de que su pene se reboce en las once descargas que ha recibido mi chocho de puta.
La vagina puede recibir continuamente, sus penes se quedan flácidos, y ya no sirven. Le dejo que se retire.
Nosotras podemos recibir de frente, de espaldas, de lado, de rodillas, sentadas, con las pierna en alto,… las posturas del juego del amor son posturas para gozar de nuestra intimidad, de nuestra vagina. Ellos sólo pueden penetrar dando el frente.
−¡No he llegado, acaríciame dulcemente con tu lengua!
−¡Pero si acabo de correrme dentro de tu chochito. No me voy a comer eso!
−¡¿Por qué? ¿no me lo como yo cuando te corres en mi boca?!
−¡Pero es distinto!
−¡Ya claro, las mujeres tenemos que comernos lo que vosotros soltáis, como las putas. Sabes que me da mucho asco y además me hace sentir como una puta, me hace sentir muy mal!
−¡Espera, méteme un chupachups, como me dijiste que te gustaría hacerlo!
−¡Guao! ¡Me habías dicho que eso era de putas y que no querías hacerlo!
−¡He hablado con mis amigas y casi todas lo hacen, pero en grupo lo niegan, así que no es de putas, es normal!
¿Sabe la gente cuál es el origen de la palabra moral? La moral es costumbre. Hace medio siglo ni las guarras se bañaban mostrando los pechos. Como me habría gustado vivir en aquella época, donde el cuerpo desnudo era sucio. Como me habría gustado desnudarme con la persiana subida para que me viesen los hombres.
Pelo el chupachups, lo meto en mi boca y lo chupo con fuerza, luego lo introduzco en mi vagina. Arriba y abajo unas cuantas veces y lo vuelvo a chupar. Otra vez dentro de mi vagina, pero esta vez cojo su mano para que acompañe a la mía, lo saco y a mi boca, repito la operación pero esta vez entra en su boca. Le dejo el chupachups, no hace más que meterlo y chuparlo, meterlo y chuparlo. Total, doce descargas ¿Notará el sabor del caramelo?
¿Has jugado a ello con tu pareja? En mi última visita, el ginecólogo me comentó que habían extirpado la vagina de una chica, porque su novio jugaba a meterle chapas como si fuera una máquina tragaperras. Una chapa quedó y produjo una infección. Tardaron mucho en ir al médico, la intimidad perdida. Bueno, el chupachups no se va a quedar dentro.
−¡Estoy muy cansada! ¡Te veré mañana!
−¡Bueno!
Si no me abraza cuando mi intimidad le da placer, mucho menos hoy que no se la ha dado.
¡La chapa! ¡la chapa! Cojo la jeringa y me voy al plato de ducha. La jeringa es gorda, realmente gorda, tiene que llenar mi vagina. Coloco la boquilla contra la entrada de mi vagina y presiono el émbolo. No la retiro para que el líquido no salga y limpie. Repito la operación tres veces, hasta que el líquido sale limpio.
La suciedad no está en el dedo o en el pene. ¿Consideras sucio el líquido que lleva la vida? ¿El líquido que te dio la vida? Mi suciedad no está ahí, tu suciedad no está ahí. Si piensas así se rompe el tabú y con ello la fantasía. Una mente que se ve a sí misma no es atrapada por las ilusiones que genera.
Me pongo las braguitas y el camisón de niña buena. Me acurruco como cuando mi madre venía a darme el besito de buenas noches: soy una niña buena. No dejes que pájaros heridos vuelen en tus sueños.