El deseo de tu mirada
En un paseo yendo de compras me encuentro con un hombre más joven que yo que me hace gozar de una maravillosa experiencia
EL DESEO DE TU MIRADA.
Parecía como si hubiera estallado la primavera, pero era el último día de agosto, yo tenía tiempo libre, decidí dar un paseo y aprovechar para ir de compras por Palermo Soho. Blusa de algodón roja, pollera de tela vaquera abotonada y con un poco de vuelo, justo sobre la rodilla, que me permitía llevar deportivas para caminar cómoda. El corpiño de nido de abeja con aros y color carne, una braguita de tiro alto del mismo color. Estaba dispuesta a salir cuando al ir a por el barbijo, me dio un ataque de “perversidad”. Fui al armario de los secretos y agarré unas bolas chinas, me bajé la bombacha y me las metí. Solo en pensar en el nuevo aliciente del paseo hizo que me mojara lo suficiente para que entraran fáciles las tres esferas. Me coloqué un carefree para controlar la posible humedad de mi concha.
Y salí. El andar con la cara cubierta me pone, es verdad que si vas rápida, te cuesta más respirar, pienso que de las ventajas de haber reducido el pucho es estar mejor en estos tiempos de boca y nariz tapada. El como me comían con los ojos algunos hombres, el entrar en las tiendas, mirar al principio y luego caer en la tentación de probarme, hizo que me fuera calentando sexualmente más y más, ayudada por la temperatura de casi 26 grados.
Tanto me fui poniendo, que cuando me compré una remera salí sin el corpiño . Voy a explicarlo. Me la probé, para ver como me iba a sentar cuando la usara sin sujetador, me lo quité, me caía divina, me di cuenta que se me marcaban los pezones, la dependienta me miró valorando mi cuerpito jaranero y me dijo con su punto de ganas:
Te sienta genial.
¿ Vos crees?
Para cualquier cosa- siguió insinuando que estaba dispuesta a alguna batalla lésbica.
Me la llevo.
Me la quité quedando con las lolas al aire ante ella. Le lancé un beso con humor, insinuando que volvería para intentar tener un encuentro en la tercera fase y decidí no ponerme el corpiño cuando me vestí con la blusa. Pagué, nos hicimos unos puños. Tenía una mano preciosa con dedos largos que imaginé acariciando mi concha y volví a la calle. Estaba como una perra en celo.
Comencé la vuelta a casa. Iba despacio, disfrutando del calor propio y ajeno. Mis pechos se movían bajo la blusa, un show, las bolas jugaban en mi vagina, un placer, el ir enmascarada un morbo. Al pasar por la cervecería me entraron ganas de tomarme un chop con maní. Daba sol en las mesas de la calle tranquila. No había casi nadie, no era la hora en que se llena de bebedores. Así que me senté, vino el camarero , guapo como siempre con su barba de pirata vikingo, le pedí mi cerveza y me puse a tomar un poco de sol en la cara. Me abrí un poco la blusa para que me diera en el escote. El mozo me sonrió al servirme. Yo me esponjé con su mirada apreciativa.
Agarré la jarra y di un trago a la cerveza, estaba deliciosa, mis labios se llenaron de espuma, usé la lengua para limpiarlos. Mientras me lamía me di cuenta que un hombre me devoraba desde una mesa cercana. Crucé las piernas, el hacerlo tuvo dos efectos , el primero es uno de mis muslos que quedó al aire, lo segundo es que las bolas chinas me dijeron : acá estamos. Le volví a mirar. Parecía mas joven que yo, unos 35 años, esa edad en que los hombres están en plenitud, sus ojos se clavaban en mí, me desnudaba con la mirada. Estaba caliente y me puse aun más. Jugué, balanceaba la pierna cruzada con lo que las bolas me recorrían la vagina y lucía pierna ante el mirón que me sonreía. Me gustaba él y la escena, tanto que mis pezones se marcaron impúdicos bajo tela. Seguí bebiendo y gozando. Él sacó el celular e hizo como que veía mensajes pero en realidad me tomaba fotos o e grababa. Me convertí en modelo. Posé discreta pero insinuante, cada vez más caliente.
Había acabado la pinta y pedí la cuenta, me la trajo el camarero, pagué . Me iba a ir, pero antes mejore mi exhibición soltándome un botón más de la blusa. Media teta quedaba a la vista, y yo procuré que él la viera. Iba a levantarme para irme cuando decidí ir al baño, la birra me había dado ganas de orinar. Me puse de pie y entré en el local, había ido varias veces y sabía donde estaban los aseos. En el primer piso, así que subí la escalera deseando llegar. Entré y de pronto me dio como un subidón de calentura, un querer tentar a la suerte y NO CERRÉ LA PUERTA.
Me abrí la pollera, me bajé la bombacha, la tenía a la altura de los tobillos cuando le vi para enfrente mío. Había sido una sospecha, una premonición, o un deseo de juego y vicio. Le miré, sonreí y tiré de los hilos de las bolas chinas. El chop chop de salir de su encierro fueron el disparo de salida para que él entrara en el baño de mujeres. Los dos sabíamos que no había nadie. Yo podía gritar y todo acabaría, pero no lo hice. Me llevé las bolas a la boca para paladear mis más íntimos jugos. Él se bajó los pantalones, llevaba un slip azul que estaba levantado por la verga dura. Chupé las esferas como si fueran el cipote de su pija enorme que quedó ante mis ojos cuando de un tirón hizo que el calzoncillo acompañara al pantalón.
Era un polla hermosa, me apuntaba como un cañón a una muralla, una muralla con una puerta que estaba empapada. Me abrí la camisa, quería enseñarle mis pechos, estoy orgullosa de ellos. Hice que las bolas los recorrieran, él comenzó a masturbarse. Yo bajé una mano a mi monte de venus, mis dedos buscaron el clítoris ya preparado para la caricia.
Quiero ver como te masturbas- me dijo. Tenía una voz agradable y el tono de hombre caliente me puso más en celo.
Yo también quiero ver como te haces una paja- le contesté.
Estábamos los dos excitados, respirando fuerte, las manos iniciaron su trabajo de buscar el placer. No dejábamos de mirarnos. Yo volví a poner las bolas en la boca para dejar la otra mano libre y pellizcarme los pezones. Redujimos el ritmo de la masturbación, era más intenso pero más lento, sabroso, como disfrutar de un helado que no quieres que se acabe. Las bolas cayeron al suelo. Yo no quería aguantar mis gemidos. Sabía que le iban a excitar y era algo que deseaba, volverle loco como él me estaba volviendo a mí.
- Me voy a venir- musité apretando fuerte mis pezones y acelerando la paja. Necesitaba correrme. No aguantaba mas.
Su mano se convirtió en una ametralladora de adelante y atrás, se la cascaba muy rápido, de forma salvaje, fuera de sí.
- Yo me corro contigo- dijo con voz baja pero imperiosa.
Me llegó la oleada al tiempo que su verga escupió el semen, casi llega a donde estaba yo parada. Había sido un borbotón de leche maravilloso. Nos quedamos jadeantes. Yo saqué los pies de la bombacha, me agaché, la recogí, con las bolas y fui hacia él. Le limpié la polla con la fina tela de mi prenda interior. Le dí un beso en la mejilla. Un beso de compañeros de placer, de dos personas que se han encontrado y hecho disfrutar al otro, en el eterno juego del macho y la hembra.
Me llamo Orlando- me dijo
Yo, Elena, aunque a veces me dicen gatita.
Le di un pico y salí, abrochando los botones. Llegué a la calle y marché para mi casa . Desnuda bajo la blusa y la falda, feliz y con paso firme, sintiéndome mujer, una mujer valorada como lo que soy un pedazo de yegua.