El deseo

Un encuentro casual despierta el deseo de el/la protagonista. ¿Alguien se atreve a decir cuál es su sexo?

Un viernes a última hora del día, volvía de uno de esos tremendos viajes de trabajo de un solo día. Me había levantado muy temprano para tomar un avión a las 7 de la mañana y, a estas alturas del día, el cansancio me dominaba. En mi asiento de pasillo ojeaba más que leía esa, generalmente insulsa, revista que hay en todos los aviones, cuando de manera puramente accidental levanté la vista y allí estaba él.

Era simplemente bello. Una cara joven que parecía esculpida por un artista de la Grecia clásica, con facciones bien definidas, labios que trasmitían calor con sólo verlos, un cuello esbelto y un pelo negro y brillante, intencionadamente anárquico. Entre la gente no podía ver más detalles; pero su imagen era grácil y a la vez tremendamente masculina, totalmente alejada del paradigma que últimamente los publicitarios se empeñan en mostrarnos.

El corazón me dio un vuelco, se sentó al otro lado del pasillo en mi misma fila y así podía observarlo detenidamente, explorarlo con la vista y con los ojos de la imaginación para intentar crear una imagen.

De perfil era todavía mucho más atractivo. La nariz, la boca y la barbilla dibujaban una silueta que hubiera devorado allí mismo. La ligera sombra de barba que perfilaba su mentón le daba un aire enormemente viril. Bajo la ropa, informalmente elegante, se insinuaba una musculatura nada exuberante, pero de aquella que te arropa cuando te abraza.

Mi imaginación de desbocó. Sentía en todo mí cuerpo los besos de aquellos hermosos labios, las caricias de aquellas cuidadas manos, que se apreciaban suaves y firmes. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando pensé en mi sexo en su boca y el suyo en la mía. Me lo imaginé erecto, rotundo, excitantemente cálido y húmedo, penetrando en lo más íntimo de mí ser.

Los cincuenta minutos de vuelo, breves y eternos, concluyeron y la voz, que avisaba que íbamos a tomar tierra, hizo que mi mente también aterrizara. Me levanté colocándome a su espalda y aproveché las apreturas del estrecho pasillo para rozar su torneado trasero. Fue una sensación inolvidable y al límite de la trasgresión.

Salimos del avión y lo seguí a prudencial distancia observando como caminaba moviéndose como un árbol mecido por el viento. A pesar de que no llevaba equipaje, fui tras él hacia la recogida de maletas y mi retina retuvo como un cliché fotográfico la visión que me ofreció cuando se agachó para recoger de la cinta transportadora una bolsa de viaje. Su maravilloso culo hacia arriba y la musculatura de brazos y pecho en tensión al levantar el equipaje.

Salí al hall, donde me esperaba mi pareja extrañada de que tardara tanto, mascullé una disculpa inconsistente mientras nos abrazábamos y por encima de su hombro veía por última vez su escultural figura alejándose para siempre.

A pesar de mi cansancio, aquella noche estuvo llena de tórrido y vibrante sexo. Gozamos como hacía tiempo que no lo hacíamos, pero mi amor no sabía que aquella noche mi compañero de placer era... el deseo.