El deseo (3)

El deseo se culmina apartando lo malo y dejando el placer.

Sus Piernas permanecían cerradas y contraídas en torno a mi y casi me resultaba imposible moverme. Sus uñas horadaban mi piel, por un momento me detuve con mi miembro en su interior, temeroso de hacerla daño.

Sus brazos sacarán fuerza de uno de sus estertores de placer y consiguió empujarme hacia ella. Yo fui a besarla pero, sin abrir los ojos, me habló

  • No te pares –dijo y su espalda se curvó sobre el sofá para introducirme más dentro de ella, para que la penetración fuera total-.

Yo no dije nada. Pasé los brazos por debajo de sus piernas y tiré de ellas hacia arriba. Su presa se deshizo, pero el impulso de sus manos en la espalda seguía exigiéndome de forma muda pero evidente que continuáramos con aquel ejercicio de placer. Sus uñas volvieron a clavarse en mi piel, arañándola y llevándose con ellas una pequeñísima porción de mi sangre. Se llevaron también los últimos jirones de un amor que me obligaba a vestir la piel de otro, de un dolor que no quería compartir y no podía ocultar, de una responsabilidad que se hizo colectiva cuando debería haber sido compartida; de una defensa innecesaria contra un ataque inexistente. Me arrancó los últimos harapos de la vestimenta que la vida dio a nuestras vidas. Del posesivo, loco y siempre insuficiente amor.

Pese a su exigencia saqué completamente mi miembro del interior de su sexo. No la dejé protestar. Cuando sus labios comenzaban a abrirse para sustituir el suspiro por la queja volví a penetrarla de un solo golpe y ella exhaló un gemido acompasado con el mío. Remití mis bruscas entradas en varias ocasiones hasta que sus brazos abandonaron mi espalda y se apoyaron sobre mi pecho intentando frenar las sacudidas de mi miembro en su interior. Volví a sacarla. Supuso casi un sacrificio. Pero el juego es el juego. Eso es lo que hace placentero.

  • ¿Qué quieres? –dije parafraseándola mientras dejaba caer mi cuerpo sobre el suyo para poder susurrarla al oído-

  • ¿Tu que crees? –había una cierta irritación divertida en su voz. Su coño se levantaba hacia mi miembro frotándose contra mis testículos- Sus brazos volvieron a rodearme para arrastrar mi tieso pene hacia su interior.

Yo aparté sus brazos de mi espalda y los uní sujetándolos por las muñecas con una sola mano mientras aplicaba mis labios a los firmes pezones de sus pechos – no lo sé. Yo solo improviso. Si quieres algo tendrás que pedirlo- dije entre susurros entre mordisco y beso a sus senos.

  • Eres malo conmigo – se quejó haciendo un amago de soltarse-.

  • Todo lo contrario –froté mi verga contra su sexo y su cuerpo volvió a reaccionar acercándose a mi hasta aplastarla contra mi vientre- Quiero hacer lo correcto. ¿Qué quieres?

  • ¡Quiero que me la metas! ¡Quiero que me folles y no pares! – y casi me escupió al decirlo. Luego gimió lentamente- Anda, por favor...

A los hombres nos gusta, eso creo, mucho que las mujeres nos lo pidan. Tanto nos han vendido que debemos mendigar sus favores que es casi una forma de reivindicación genética. Nunca había tenido intención de negarme a follarla, pero oponerme a su petición hubiera sido hasta de mala educación. Ante todo hay que ser un caballero.

De nuevo volví a introducirme en su sexo y lo hice despacio. Ello provocó un suspiro continuado por su parte y un gemido satisfecho por la mía. Empecé a moverme a un ritmo lento, pausado, continuo. Mis mano seguía sujetando las suyas y la que me quedaba libre me servía para poyarme en el sofá justo al lado de su rostro.

Las primeras acometidas no recibieron respuesta por su parte. Temí que se hubiese agotado, aunque la calidez que sentía en mi miembro decía todo lo contrario. El temor fue infundado.

Pronto comenzó de nuevo a jadear a través de sus entreabiertos labios. Le solté las manos y ella las llevó primero a mi pecho y luego a mi espalda. Sus caricias eran suaves y lentas como el ritmo de mis acometidas y repentinamente, cuando alternaba un brusco y profundo empujón de mi pene, sus dedos volvían a engarfiarse en una presa intensa.

Mantuve el ritmo y ella volvió a exigir más. En esta ocasión fueron sus piernas y sus caderas. Comenzó a moverlas para acelerar el ritmo. Yo sujeté sus piernas por encima de mis hombros y sus caderas comenzaron a subir y bajar a una mayor velocidad.

La deje hacer. Mi cuerpo se llenó de sensaciones y de placer. Mis gemidos se acrecentaron y todo aumento de intensidad cuando comencé a obtener placer de su movimiento sin necesidad de realizar ningún esfuerzo.

Me deje caer sobre ella que soportó mi peso sin protestar. Su movimiento seguía siendo intenso, demoledor. Deslicé mis manos entre sus culo y la tapicería del sofá y la levanté en alto. Sus acometidas cesaron al no tener ya tan buen punto de apoyo. Pero no tardé ni un instante en sustituirlas por las mías reproduciendo el ritmo que ella había impuesto con sus caderas.

Ni ella ni yo dejábamos de resoplar y de gemir y durante unos minutos pareció que ambos íbamos a llegar en es mismo instante al clímax pero no fue así y mi ritmo descendió de nuevo y volvió a alternar lo suave con los bruscos empujones.

Esta vez no hubo quejas. Ella se aclimató al ritmo y comenzó a mover de nuevo sus caderas para que mi miembro pudiera llegar a lo más profundo de su sexo. Yo me movía en círculos dentro de ella y ella respondía a cada uno de esos movimientos.

Veía su rostro bello enrojecido por el ardor, el placer y el esfuerzo y, de repente, no se por qué motivo abandone mi continuo empeño de placer y disfrute y se la saqué sin contemplaciones.

Ella abrió los ojos sorprendida y yo simplemente me tumbe sobre ella y la di un lento y profundo beso. Luego, de un solo movimiento la giré sobre el sofá, dejándola tendida bocabajo.

La vista de su magnifico culo era portentosa y ella abrió las piernas para permitirme mejor la penetración.

  • Lo quieres lento y duradero o rápido y corto –le pregunte mientras con una mano acariciaba una de sus nalgas y con un dedo de la otra jugueteaba con su coño, provocándola pequeñas sacudidas que hacían vibrar deliciosamente su culo.

  • Lo quiero rápido y duradero –dijo entre suspiros-

Recorrí con mi lengua su espalda y la bese en el cuello mientras permanecía boca abajo. Con mi mano guié la verga hasta la entrada de su sexo y la froté contra los labios. Ella intentó incorporarse, pero mi peso sobre ella se lo impidió, aunque capte el mensaje y la penetré en ese mismo momento con un fogonazo de placer que me hizo insistir hasta que estuve completamente dentro.

Ella comenzó a abrir más las piernas, pero yo se lo impedí. Con mi pene dentro de su coño se las junte y luego me senté sobre ellas. Así comencé de nuevo mi bamboleo rítmico y continuado.

El efecto fue demoledor. Aquella nueva estrechez produjo que mi miembro recibiera todo tipo de sensaciones y que palpitara a un nivel que parecía que iba a estallar. Por si fuera poco cada una de mis acometidas originaba espasmos de placer que hacían contraerse su culo que yo podía magrear y sobar ampliamente y a voluntad.

Utilicé las manos para juntar sus cachas y así comencé a moverme furiosamente sentado sobre ella. Al principio ella intentó aclimatar sus caderas a ese movimiento, pero luego dejo de moverse y se limitó a disfrutar. Sus espasmos se hicieron continuados hasta que uno se mantuvo, las nalgas prietas, las piernas tensas, el suspiro mantenido durante un segundo que se asemejo a una eternidad. Luego toda ella quedó relajada.

Fue en ese segundo, en ese instante cuando mis dos últimos empellones hicieron que mi verga descargara dentro de ella. Mi espalda se arqueo y de mi garganta salió un último suspiro gemido o resoplido satisfecho y definitivo.

Me deje caer sobre ella sin salir de dentro de su sexo y aún di unas cuantas acometidas que ella recibió con una mezcla de lejano placer y algo de agotamiento. Por fin reuní, entre besos en su espalda y caricias en sus tetas, aplastadas contra el sofá, la fuerza suficiente para salir de ella y fue como si abandonara el paraíso.

Rodé sobre mi mismo y ella se apoyó sobre un brazo, me miró y sonrió.

  • Esto es agotador –murmuró un instante antes de besarme de nuevo – Voy a limpiarme un poco.

El sexo es así. Sublime y mundano. Como lo es el Ser Humano.

Yo me quedé tumbado mirándola alejarse de nuevo hacia el baño. Recordé la copa de vino y le di un profundo sorbo. El sudor me resbalaba por la frente y me lo retiré con el dorso del brazo. Ella volvió unos minutos después y se quedo de pie, magnífica en su complacida desnudez, frente a mi.

  • Parece que no ha conseguido relajarse del todo – comentó distraída mientras miraba descaradamente a mi miembro aun erecto, aunque mucho menos que anteriormente. El hecho de disfrutar plenamente de aquellos segundos infinitos de orgasmo me había impedido soltar todo lo que llevaba dentro. Hacía años que había descubierto que eso, lejos de ser una molestia resultaba una ventaja cuando había alguien dispuesta a continuar.

No dijo nada. Se limitó a abrir mis piernas y colocarse de rodillas en el sofá entre ellas. Cogió la verga con una mano y colocó la otra bajo los testículos para acariciarlos suavemente. Sus labios besaron el glande y luego se puso a masajearme el miembro con la mano. Comenzó rápidamente con un ritmo que apenas podía soportar

  • Más despacio – le dije-

  • Ahora soy yo la que improviso –bromeó, pero me hizo caso-

Mientras me meneaba el miembro bajó su cabeza hasta la altura de mis testículos y comenzó a lamerlos. Ocasionalmente realizaba un repentino movimiento con el cuello para echar su melena hacia atrás y apartar el pelo de su rostro.

Yo había disfrutado de sus atenciones hacia mi miembro con las manos entrelazadas tras la cabeza, pero las utilicé para recoger su melene y mantenerla apartada de sus rostro. Así sujetaba su pelo.

Cuando acabó con mis huevos de nuevo volvió a introducir mi miembro en su boca. Bastaron unos segundos de sentir la calidez de sus labios para que volviera a ponerse tieso. Ella continuo con la felación

Pero no se trataba de la mamada tranquila que me había practicado al comienzo de nuestro encuentro. Era un acto furioso. Su mano se movía arriba y abajo con gran velocidad y su lengua se agitaba sobre el glande con una velocidad que yo hubiera creído imposible. Sus labios también succionaban aceleradamente mientras yo, de vez en cuando, aprovechando mi posición, mantenía su cabeza sujeta para que mi pene llegara a lo más profundo. Entonces recibía oleadas de placer que partían de los jugueteos de su lengua con mi glande.

Mis caderas empezaron a moverse y entonces ella se detuvo. Su mano seguía moviéndose, pero su cabeza permanecía quieta recibiendo mis acometidas. Sus dientes se cerraban levemente y su fricción no hacía otra cosa que añadir una nueva sensación placentera.

Cuando me detuve ella retomo el movimiento al mismo ritmo que mi vaivén le había marcado. Su lengua, sus labios y su mano tardaron muy poco en llevarme a un punto sin retorno. Sujeté su cabeza y empecé a soltar todo lo que aún tenía dentro entre gemidos y resoplidos. Tenía ganas de gritar algo, pero no soy así. Pienso que el placer, cuanto más intenso es, más evidente. No hace falta retransmitirlo.

Ella recibió parte de mi semen en su boca y luego la apartó. Siguió agitando rápidamente mi verga hasta que esta quedó seca y luego se tumbo sobre mi y me besó intensamente. Respondí a su beso como si fuera una extraña maravillosa que me besara por primera vez. Como si no la conociera.

  • Así no vamos a limpiarnos nunca –comentó-

Yo me levanté riendo a carcajadas y me dirigí hacia el baño. Cuando hube terminado en el inodoro me giré hacia el espejo y vi mi imagen reflejada en él. Una sonrisa ladina iluminaba mi rostro.

Entonces supe que no había sido el Dios en el que no creía el que me había concedido el deseo.

-Él no sabe nada de esto – dijo de nuevo la vívida voz en mi cabeza- Él sólo sabe de amor.

Asentí ante mi propia faz en el espejo

  • El Placer es vida y la vida es para vivirla –sentenció la voz- Que durante años os hayáis condenado al amor no significa que no podáis, una vez curados, disfrutar de un buen polvo... – y la voz en mi cabeza pareció dudar-... o de cien.

  • ¿Y ahora que hacemos? – Pregunté cuando volví al salón-

  • Dormir – sonrió ella extendiendo los brazos hacia mi- Mañana, cuando despertemos, será mi turno.

Eso me pareció escuchar al quedarme dormido pero... ¿quién sabe? No te puedes fiar de unos oídos que han escuchado a Dios antes de un polvo y al Diablo después de un orgásmo.

Continuara...?