El deseo (2)

Sigue la consecución del deseo que soluciona lo que la razón y el amor no han podido arreglar.

Pese al cansancio que aparentaba no le costó nada recoger el guante que acababa de tenderla. Aún resoplando por su reciente y disfrutado orgasmo se sentó desnuda frente a mí. Siguiendo nuestro juego parecía estar dispuesta a recibir instrucciones.-

  • Tu eres el que improvisas, ¿recuerdas? - me dijo mientras yo descendía una de mis manos para acariciar uno de sus pechos. Verla allí desnuda, satisfecha y dispuesta a seguir me llevaba más allá de cualquier excitación inimaginable - ¿Qué quieres?

Sus manos subieron por mis pantalones y pasaron junto a mi abultado paquete. No es que dispusiera de un miembro de esos de película porno, pero a esas alturas había crecido y se había endurecido tanto que era imposible no toparse con esa dureza en el recorrido que ella había iniciado.

  • Parece que esta tenso - sonrió mirándome desde abajo. Yo seguía aplicándome a acariciar su desnudez, sobre todo sus tetas. Los pezones seguían completamente endurecidos y tiesos. Esa es la belleza de las mujeres multiorgásmicas.

  • Será que la ropa le molesta -dije yo-

  • Pues hay que arreglarlo - comento mientras, como respondiendo a un resorte, a una orden no expresada se aferró a mis piernas y me atrajo hacia sí. Ver como un cuerpo como el suyo vibraba con lo que había estado haciéndola unos instantes antes me había hecho sentirme grande, pero sentir como ella disfrutaba de la misma manera intentando lograr mi placer era una sensación que me hacía sentirme casi divino.

Comenzó a desbrochar los pantalones empezando por el cinturón, luego bajó la cremallera despacio mientras, desde su posición sentada me miraba con una sonrisa pícara en los labios y una mirada encendida en los ojos. Tomo los pantalones por cada uno de los extremos de la bragueta y comenzó a llevarlos hacia el suelo. A medida que descendía llevando la prenda a lo largo de las piernas dejaba que sus uñas arañarán suavemente mi piel. La sensación hizo que se me erizara el vello de las piernas. Era una de las pocas cosas que no tenía ya erizadas.

El proceso llevó su rostro a unos escasos milímetros de mi miembro, aun constreñido por el calzoncillo. Sentir su aliento tan cerca era demasiado para mi control. Por otra parte mi control no hacía falta para nada. Sin volver a ascender, levantó la vista y habló con sus labios a un centímetro de mi paquete.

  • Pues si que parece que está tenso - su aliento me quemaba el sexo, anticipando todo lo que podía venir después - Habrá que seguir quitándole cosas.

  • Y, con las manos ocupadas, ¿cómo le quitaras esta presión? -pregunte yo casi sin poder respirar.

Y ella improvisó. De nuevo hizo lo que quería que hiciera sin que tuviera que decirlo. Como si estuviera ávida lanzó su boca hacia delante. Besó una sola vez mi miembro a través del calzoncillo y luego mordió la elástica de la prenda con los dientes y comenzó a hacerlos descender. Mi cuerpo se contrajo por la excitación y mi miembro salió disparado, casi despegó, hasta que la golpeó en la cara. Ella no se inmutó y siguió haciendo descender los calzoncillos por mis piernas sujetos tan sólo por sus dientes. Cuando la postura se hizo imposible de mantener a causa de la torsión del cuello simplemente los tomo entre sus manos y de un solo movimiento los hizo descender hasta el suelo. Cuando los calzoncillos tocaron el suelo y desaparecieron de la escena también lo hizo mi deseo de controlarla; mi miedo a perderla; mi ansiedad por saber que no estaba siendo lo que ella esperaba que fuera; su aversión a que participara en su vida; su desesperación al ver como la rutina me consumía, su agonía por no saber que hacer para volver a sentir lo que una vez sintió. Cuando la prenda toco el suelo también lo hizo todo aquello que nos separaba de nuestro placer. El amor, ese amor que nos impedía ser dos disfrutando el uno del otro, tocó fondo.

  • Ya no está tensa -dijo con una mueca perversa de estar disfrutando-, pero sigue pareciendo algo hinchada. Sus uñas realizaron por la piel de mis piernas el camino de subida y de nuevo se me erizó el vello. Sus dedos se detuvieron a un centímetro escaso de mi escroto- Va a ver que hacer algo-.

  • Parece que está mal -dije yo casi sin respiración- Habrá que aplicarle los primeros auxilios.

  • Ya veo -una sola carcajada estalló junto a mi miembro- Masaje cardiaco, respiración asistida y todo eso.

  • Siiii... Todo eso.

La palma de su mano se convirtió en un cuenco sobre el que depositó mis huevos. Sus uñas arañaban levemente la parte de atrás de mi escroto. Y sus labios comenzaron a posarse levemente, como sutiles ráfagas de viento, en las zonas de alrededor. Me estaba devolviendo mis maldades anteriores y yo lo asumí con estoicismo. Tardó poco en llegar a los huevos y entonces comenzó a besarlos lentamente. Apoyaba sus labios sobre uno de ellos y allí los mantenía durante un instante infinito. Yo sentía el calor de los labios sobre ellos, quería mirar, quería retener visualmente aquellos momentos. Ver algo es garantía de poder recordarlo. Pero mis instintos eran más fuertes que mi mente. Con los ojos cerrados sólo notaba la sensación de aquellos labios ardientes apoyados sobre mis testículos. Era demasiado intenso como para poder intentar asimilarlo con los sentidos.

Repitió la operación con el izquierdo. De nuevo esa sensación ardiente y de nuevo la explosión de placer mientras su dedos seguían acariciando mi escroto. Sentía ganas de arrastrar su boca hacia mi pene como ella había hecho minutos antes. Mis dedos se engarfiaban en su pelo, pero se limitaban a acariciarlo. Hice descender mi brazo y mi mano hacia su cuerpo, quería acariciarla, quería asegurarme de que su maravilloso cuerpo seguía allí.

Por la posición apenas conseguía llegar con las yemas de los dedos a sus pechos. Acaricié uno pero desistí y me concentre en lo que me estaba haciendo. Como si fuera necesario concentrarse cuando todos tus sentidos te gritan que el placer absoluto ha llegado.

En ese momento, aun sentada desnuda frente a mi, su boca descubrió una nueva debilidad. En medio de uno de sus besos abrió los labios y dejó que reposara dentro de su boca. Lo que hizo a partir de ese momento estuvo a punto de llevarme al paroxismo.

Su lengua trazaba círculos sobre la piel de cada uno de mis huevos a medida que iba introduciéndolos en su boca, luego, con la misma punta llegaba los recorría en todas direcciones y lo volvía a soltar al frío del ambiente para acoger al otro en el ardiente calor de su boca.

Durante todo el proceso, en el que yo no podía hacer otra cosa que resoplar de placer, mi miembro le golpeaba rítmicamente la cara. A ella no parecía importarle hasta que utilizó la mano con la que estaba acariciando mi culo y sujetó el miembro pegado a mi cuerpo. Entonces abrió los ojos, soltó con una succión la presa que su boca mantenía sobre uno de mis testículos y habló.

  • Parece que el masaje no es suficiente para que baje la hinchazón -hizo una pausa para besar alternativamente ambos testículos y hacer descender una sola vez su mano a lo largo de mi endurecido miembro- Voy a tener que tomar medidas más drásticas -aprovechó la pausa para sonreír y mirarme- a menos que tengas alguna otra idea.

  • Una copa no estaría mal -me atreví a bromear entre resoplido y resoplido-

Mi sarcasmo es algo que siempre está a punto de perderme. Ella abandonó el placentero tratamiento que le estaba dando a mis testículos y se levantó.

  • Dicho y hecho - Dijo alejándose en dirección a la cocina- Tu eres el que está improvisando.

Allí me quedé yo, de píe, con el pene tieso como un mástil mientras ella se alejaba a la cocina contoneando sus caderas infinitas y perfectas. Quise protestar pero no lo hice. Me eché mano al miembro para masajearlo y que no perdiera la erección. Me di cuenta de que era innecesario. La sola visión de su maravilloso culo contoneándose habría servido para mantenerme la erección durante horas. La promesa de lo que iba a ocurrir después me la hubiera tenido tiesa durante días enteros.

Me acomodé en el sofá y esperé a que volviera. El retorno fue mucho más espectacular que la marcha. Aquella mujer, con su impresionante cuerpo, sus pechos hermosos, sus pezones erizados de placer, sus piernas largas y su sexo caliente acudía hacia mi con una copa en la mano, como si su placer estuviera no sólo en sentirlo ella, sino en que yo lo sintiera.

  • Me he acomodado para que sea más fácil el tratamiento -dije mientras recogía la copa que ella me tendía-.

  • Pues seguiremos con él -dijo mientras cogía un almohadón y lo arrojaba a mis pies-

El efecto de que una mujer se arrodille ante ti en pleno acto sexual es intenso, pero el efecto de que lo haga por voluntad propia y para hacerte disfrutar es demoledor. Esta vez abandonó mis huevos y se dedicó directamente a mi tieso miembro. Lo sujetó con dulzura y comenzó a lamerlo desde el escroto hasta la punta. Cuando llegaba al glande se entretenía en la punta trazando dibujos con su lengua. Cada una de esas pasadas provocaba en mi un resoplido y un espasmo de placer. Las novelas románticas hablan de miembros palpitantes. El mío no palpitaba era un auténtico intermitente de automóvil.

En esa posición mis manos si lograban alcanzar sus tetas. Descendí hasta ellas y las estruje con fruición, luego me dedique a acariciar sus pezones. Ella seguía con su lengua paseando arriba y debajo de mi miembro y deteniéndose placenteramente tanto en la base del mismo como en su culminación. Abandone el masaje de uno de sus pechos para sujetar la muñeca de su mano que permanecía apoyada en mi pierna y dirigirla suavemente hacia mi entrepierna.

Ella captó la indirecta y la utilizó para sujetar y masajear mis testículos de nuevo y así siguió durante unos minutos, unas horas, una eternidad. El tiempo corre lento cuando alguien sabe hacerte disfrutar. De pronto apartó la lengua de mi glande y de nuevo habló.

  • Eres un egoísta -dijo sonriendo y yo por un instante temí que el plazo en el que se cumplía mi deseo hubiera terminado- Te estas bebiendo todo el vino.

Me relaje y seguí la broma mientras le tendía la copa de vino.

  • Y tu no eres una asistente profesional moderna. Estas limitando el contacto del paciente con su asistente.

Mientras decía esto la sujete por las axilas y la alce hacia mi. La bese de nuevo. Por más intenso que fuera el sexo que estábamos practicando no me cansaba de besarla. Eso pasa siempre cuando se besa a alguien a quien no se ha besado nunca.

Tiré de ella para que se acomodara en el sofá junto a mi. Resultó un poco difícil ya que ella tenía le copa en la mano. Hice ademán de volver a coger el recipiente.

  • No, no -dijo ella sentada en el sofá- yo también quiero vino.- Y su movimiento me sorprendió un instante. Esperaba que se llevara la copa a los labios, pero en lugar de eso lo que hizo fue hacerla descender, tomar mi pene e introducirlo dentro de ella.

El frescor del vino blanco no sirvió, desde luego, para atenuar mis calenturas pero incluyó una nueva sensación en el catálogo de ellas que estaban explotando en mis sentidos.

Sin esperar un instante ella se acomodó, se colocó de rodillas sobre el sofá junto a mi y luego se apoyó sobre las manos. Así, a cuatro patas, se introdujo mi verga en la boca mientras con la lengua lamía el vino que chorreaba por ella.

Mi cuerpo dejó de pertenecerme en ese momento. Me contraía y me expandía con cada una de las irrupciones que hacia dentro de su boca. Subía y bajaba sus labios y mi miembro se movía dentro de su boca. Mientras seguía mamando con fruición su lengua practicaba todo tipo de recorridos en el glande y el válano.

Creía que no podía sentir más placer, pero en ocasiones se detenía un instante sobre el glande y lo succionaba de tal manera que parecía que quería quedárselo para si. Mientras, una de sus manos subía y bajaba por el pene, masturbándole lentamente. Retiré esa mano de mi pene. Quería que todo el placer proviniera de su boca y de los juegos que su lengua inventaba mientras sus labios seguían albergando mi sexo.

Su respuesta fue comenzar a mantener el mismo ritmo que mantenía con la mano con la boca. Su cuello subía y bajaba en un viaje de placer que yo no quería que acabase nunca. Destinó una de sus manos libres a volver a recoger en la palma mis testículos, acariciarlos con las uñas y estrujarlos con los dedos.

Por si fuera poco, la nueva postura, a cuatro patas junto a mi en el sofá, dejaba todo su cuerpo a mi disposición. Sentado, con una copa en la mano, bebí un sorbo y abandoné la copa en la mesa auxiliar que había en el lateral del diván. Quería tener todos mis sentidos y órganos pendientes de aquella mujer que estaba ofreciéndome la mejor felación que hubiera recibido en mi vida. De hecho, por un momento, tuve la sensación de que era la única.

Con las manos libres, comencé a acariciar su espalda mientras ella seguía ocupándose con su cálida boca de mantener el ritmo de la mamada.. Mis dedos llegaron hasta su culo y lo acaricie y magreé con profusión. Las sensaciones y el placer era tan fuerte que se me escaparon algunos que otros cachetes alternativos en ese maravilloso culo que ahora se encontraba alzado a mi entera disposición.

Ella lo interpretó como un deseo de que aumentara el ritmo y lo hizo de una forma intensa y sin descanso. Yo no quería ni mucho menos acabar en ese momento. Dispongo de una cierta resistencia en el acto sexual, pero si aquella boca se ponía a succionar más deprisa no podría contenerme. Sería un desperdicio.

  • Despacio, cielo, despacio -le dije apenas sin aliento- Lo bueno si dura es mucho mejor.

Ralentizó el ritmo de nuevo y por un instante abrí los ojos y me fije en la situación. Esa portentosa mujer se esforzaba por darme placer con su boca, mientras yo sentado disfrutaba de sus esfuerzos. Ocasionalmente mi mano se posaba sobre su cabeza y la empujaba a introducir mi pene más profundo en su garganta. Entonces ella detenía el ritmo y se dedicaba a lamer el glande y mordisquearlo suavemente hasta que mi mano volvía a alzarse. Entonces reanudaba su ritmo. Su mano seguía masajeando placenteramente mis testículos.

Me sentí egoísta. El placer que la había proporcionado hace unos minutos estaba diluido en una nebulosa de tiempo y gozo ¿Qué clase de hombre era si no podía satisfacer a una hermosa mujer que estaba dedicando a mi placer tantos esfuerzos?

Solté su cabeza y dirigí su mano hacia mi pene. Ella siguió dedicando sus labios y su lengua a él, pero acompasó el ritmo de sus succiones al del masaje que su mano, cerrada sobre mi miembro, comenzaba a realizar.

Deslicé mis dedos hacia sus pechos y comencé a jugar con sus pezones. Aun con el miembro dentro ella soltó un par de gemidos. Luego seguí con la otra mano la línea de su espalda hasta su culo y posteriormente hasta su sexo. Dos dedos míos comenzaron a acariciar su abertura que, aunque aún lubricada, parecía reacia a volver a ponerse en marcha.

Ella se resistió al principio moviéndose en ambas direcciones pero yo insistí y ella, en la misma posición, abrió las piernas para que tuviera un mejor acceso a su sexo.

  • Así no me podré concentrar - dijo, abandonando un instante su placentero trabajo con la boca-

Yo no contesté. Empujé suavemente su cabeza hacia abajo mientras sonreía y me dedique a explorar con mis dedos su coño. A esas alturas sabía casi a la perfección cuales eran los puntos que conseguirían volver a poner su sexo en marcha. Los masajeé circularmente y los acaricie delicadamente con las uñas. Tardó un instante en volver porque en realidad nunca se había ido. Parecía que el mero hecho de darme placer también la provocaba placer a ella.

Comenzó a agitarse como si la vida le fuera en ello. Intentaba mantener el ritmo de la mamada, pero cada vez le resultaba más difícil. Mis dedos jugueteaban con su coño buscando los lugares que la encendían y mi mano ocasionalmente soltaba alguna palmada sobre sus excelsas nalgas.

Así seguimos durante unos minutos. Adecuando nuestros placeres al del otro. Sincronizando nuestros deseos al del otro ¿por qué es posible ser tan generoso en el sexo y no es posible serlo en el amor?

Llegó un momento en el que estaba claro que su excitación estaba tan al límite que le resultaba imposible mantener el ritmo en la felación. Su cuerpo se contorsionó de nuevo, como lo había hecho en ese mismo sofá unos minutos antes, cuando mi lengua había descubierto las debilidades de su placer.

Mi verga estaba ya tan dura apenas podía mantenerse más. Así que en un solo gesto me levanté y extraje mi miembro de su placentero refugio sin dejar de acariciar y explorar su sexo con mis dedos. Ella lo capto de inmediato y se tumbó boca arriba abriendo las piernas en la posición clásica.

No comprendo a los hombres que son capaces de disfrutar entrando en una mujer seca y sin pasión. La entrada en ella fue tan ardiente que no había nada más en el mundo.

Su sexo volvía a estar jugoso y caliente y mi pene tieso entró como lo hace el cuchillo en la mantequilla, aunque sea una imagen desafortunada.

Bastaron dos o tres impulsos para que le sobreviniera el segundo de sus momentos de placer. Una vez más sus piernas se tensaron en torno a mi, aunque en esta ocasión su presa fue mi cintura y no mi cabeza. Su calor volvió a invadirme y sus uñas, esta vez sin suavidad, se clavaron en mi espalda durante los segundos que duró su orgasmo. Gemía y se retorcía arrastrándome a mi consigo. Para otros hubiera sido el final, para nosotros, en pleno ejercicio del derecho al placer concedido por un dios que no existe, no fue más que un punto y seguido

Continuará................