El descubrimiento de mi secreto

¿Cuántos secretos es capaz de guardarse una persona para sí? Todos tenemos secretos, eso es algo que está claro y es inherente al ser humano. Pero hay secretos que duelen más que otros. El mío ha dejado de dolerme porque al final he entendido en qué consiste mi propia sexualidad, después de muchos años, y de mucho buscar sexo a oscuras. Si lo hubiera sabido antes

El descubrimiento de mi secreto

¿Cuántos secretos es capaz de guardarse una persona para sí? Todos tenemos secretos, eso es algo que está claro y es inherente al ser humano. Pero hay secretos que duelen más que otros. El mío ha dejado de dolerme porque al final he entendido en qué consiste mi propia sexualidad, después de muchos años, y de mucho buscar sexo a oscuras. Si lo hubiera sabido antes

En la actualidad, o en el momento de escribir este relato, que no es más que lo recuerdo de mi primera vez con una chica, tengo 31 años. No soy fea, dicen, y tengo buenas formas, creo. Al menos eso dicen también.

La primera vez fue con mi mejor amiga. Supongo que habrá muchos relatos sobre este tema. Y también muchos relatos similares, también con su mejor amiga, etc… Yo sólo quiero contar mi experiencia, pues la recuerdo con mucho cariño y afecto. Sucedió cuando tenía 18 años, y estaba a punto de pasar la selectividad. Era Junio, y yo entraba en la universidad en Octubre.

Mi amiga se llama Eva, y aún hoy en día tenemos alguna que otra aventura. Pero en aquella época ninguna de las dos sabíamos lo que nos ocurriría. Fue de la manera más tonta, en mi opinión, y siempre que lo leo así en otros relatos me sonrío, pensando de qué forma los acontecimientos nos superan. Trataré de hacer los diálogos según los recuerdo, y espero que me perdonen la torpeza, pues no tengo costumbre de escribir en este género.

—Carol —dijo Eva—, creo que voy a suspender seguro.

—Chica, no seas ceniza. Sólo es cuestión de gastarse un poco los codos y ya está. Además, vente a casa esta noche y estudiamos juntas.

—Eso sería estupendo —contestó emocionada. La verdad es que nos encantaba quedarnos juntas a estudiar, a dormir…, en fin, cosas del fin de la adolescencia, supongo.

Aquella noche nos reunimos en casa, de forma normal. Eran cerca de las doce de la noche cuando mis padres decidieron irse a dormir, así que vinieron a nuestro cuarto a darnos las buenas noches y se marcharon. No pasó mucho rato cuando ya estábamos hartas de estudiar.

—Eva, estoy hecha polvo… ¿Te apetece que lo dejemos? Mañana seguimos.

—Vale —dijo ella—, pero no me pienso ir a dormir todavía. No tengo nada de sueño.

—¿Te hace una partida de cartas? —Las cartas era algo a lo que le habíamos cogido afición. Habíamos descubierto el póker en el instituto, y nos pasábamos las tardes jugándonos de todo: orquillas, monedas…, hasta el café.

—¿Qué apostamos hoy?

—¿Qué te parece un streap póker? —Hoy en día aún me hace pensar el por qué se me ocurrió esa idea. Quizás en mi subconsciente ya estaba la idea arraigada de alguna manera, o quizás fue cosa de las hormonas adolescentes, o quizás

—¡Genial! —contestó Eva emocionada— Eso tiene que ser muy chulo.

—Las cartas están abajo, junto a la habitación de mis padres. Las subo en seguida.

—Vale, te espero aquí.

Bajé sin hacer ruido y cogí una de las barajas francesas que mi padre guardaba en el mueble de las bebidas. Subí de igual manera, y cuál fue mi sorpresa cuando vi a Eva con su abrigo puesto y sonriéndome.

—¡Eh!

—¿Qué? Así tengo que quitarme más prendas y tengo más posibilidades de ganarte —me dijo—. Baja a por tu abrigo si quieres.

—No me hace falta —me puse chulita—, pienso ganarte de todas formas.

—Eso ya se verá.

Nos sentamos encima de la cama con las piernas cruzadas, ella en la cabecera y yo a los pies, y empecé a repartir. No tardé mucho en quitarle el abrigo y el jersey. Ella me quitó mi jersey, y en seguida la quité la blusa y la camiseta. Luego ella me quitó mi blusa, mi camiseta y mi pantalón. Yo ya estaba en bragas.

—Ya no nos queda mucho con lo que jugar —le dije.

—Da igual, ya se nos ocurrirá luego qué apostamos —en ese momento vi su sonrisa pícara, esa que sólo tiene en ciertas ocasiones. Recuerdo que me sonrojé, y recuerdo sin ninguna duda que me excité. Llevaba un salvaslip, así que no me daba miedo mojar las bragas.

A los pocos minutos perdí el sostén y ella el suyo y el pantalón. Estábamos las dos iguales. Yo había visto muchas veces sus pechos. Son más grandes que los míos, pero algo más caídos. Ella no dejaba de mirar los míos, y parecía algo nerviosa. Al final perdí mis bragas.

—Ya no tengo con qué jugar —le dije mirándole a los ojos, sonrojada, y deseando que pasara algo en ese mismo momento.

—Carol, te propongo una cosa.

—¿Qué?

—Si pierdes tendrás que hacer lo que yo te diga.

—¿Y si pierdes tú? —le pregunté.

—Entonces haré yo lo que tú me pidas.

Sonreí, y traté de tranquilizarme. Tenía que quitarle las bragas como fuera. Y así lo hice. Tuve la enorme suerte de sacar un full en ese momento, así que se quitó las bragas. Ella también estaba mojada. Lo vi porque estábamos las dos con las piernas cruzadas.

Sin embargo, ella ganó la siguiente mano.

—¡Mierda! —exclamé, tirando las cartas entre las dos—. Tú dirás.

Ella sonrió.

—Quiero que me comas las tetas.

—¡¡¿¿Qué??!! —no me podía creer que fuera tan directa.

—Bueno…, si tú quieres, claro. Perdóname —se disculpó—, pensé que tú también

No podía perder esa oportunidad. Yo estaba muy caliente en ese momento.

—He perdido, y si me toca hacer lo que tú mandes, pues me aguanto, que para eso están las reglas.

Me acerqué a ella y acerqué mi boca a su pezón derecho. Estaba temblando, pero ella también. Lo besé, con toda la dulzura que pude. Lo volví a besar y vi cómo se endurecía. Los míos también estaban empezando a endurecerse. Entonces pasé mi lengua por su aureola, suavemente. Ella cogió mi cabeza y me acarició el cabello. Recuerdo que en ese momento me di cuenta de que iba a manchar la sábana, porque la noté empapándose entre mis piernas.

Cogí su pecho izquierdo con la mano, y mordí su pezón. Lo lamí con furia y la miré. En ese momento quise besarla, y ella debió adivinar mi pensamiento, porque acercó sus labios a los míos y nos dimos en beso que me electrizó entera. Quise entrar en su boca con mi lengua, y ella la recibió con la suya. Recuerdo que fue algo tierno.

Luego fue ella la que tomó el control, y descendió con sus labios por mi cuello mientras me tumbaba bocarriba. Sentí su sexo húmedo en mi muslo, pues se fue rozando mientras descendía, hasta que llegó a mis pechos. Los cogió con las dos manos y los masajeó fuerte, como si fueran a escapársele. Atrapó uno de mis pezones con los dientes y empezó a chuparlo fuerte con la lengua. Tuve que ahogar un gemido. Yo cogí la sábana con la boca y la mordí. No quería que se despertaran mis padres. Eva estuvo jugando con mis pezones unos instantes. Luego empezó a bajar, pero esta vez con la lengua.

Yo sentía el rastro de saliva templada que iba dejando mientras se acercaba a mi ombligo. Reprimí las cosquillas que me hacía. Puso la palma de su mano sobre mi pubis, con su dedo pulgar buscando la entrada a mi vagina. Eso fue delicioso. Introdujo su lengua en mi ombligo mientras abría mis labios y frotaba mi clítoris endurecido.

Luego bajó con su boca, obligándome a abrir las piernas un poco más. Me besó la parte interior de los muslos, haciendo que mi piel se enervase. Me miró, sonrió, sacó la lengua y apartando con el pulgar uno de los labios, la introdujo en mi interior. Juro que estallé en miles de colores. En cuanto rozó mi clítoris con su lengua me vine rompiendo la sábana con los dientes. Tuve un orgasmo inmenso. Lo recuerdo como uno de los más fuertes de mi vida.

Eva paró, mirándome asombrada. La miré.

—Gracias amor —le dije en un susurro—. Quiero que te sientes encima de mi boca.

Ella lo hizo, rozándome la barbilla por el camino, y dejándomela empapada. Yo misma le abrí los labios de su sexo con dos de mis dedos, y metí mi lengua entre ellos. Localicé su clítoris y empecé a mamarlo, morderlo, besarlo, golpearlo con la lengua… Ella puso una mano en mi sexo de nuevo, buscando mi clítoris incendiado, y se movía con cada lamida de mi lengua. Un chorro de flujo me empapó la cara y un temblor de su cuerpo me advirtió que ella se acababa de correr también.

Nos quedamos así durante unos instantes, recuperándonos. Luego nos abrazamos y nos metimos desnudas entre las sábanas. No podíamos dormir, pero no dijimos nada durante al menos una hora. Sólo algún beso ocasional, alguna caricia

(Continuará)