El descubrimiento de Irene

O de como una mujer descubre el placer de exhibir su sexo.

El Descubrimiento de Irene

A sus 28 años Irene pasaba por una crisis existencial. Se sentía ya más cera de los 30 que de los 20 o 25. Percibía que su vida se desviaba del camino por donde ella querría dirigirla y lo peor es que no sabía, de momento, como volver a retomar las riendas.

En definitiva estaba pasando por uno de esos momentos que a todos nos llega en la vida. ¿La causa? Varias, sin duda, pero una en especial. Su novio Mario, con el que había estado cinco años de su vida, había decidido dejarla. ¿La razón? La tan recurrente de que necesitaba un periodo de reflexión y un descanso para replantearse sus sentimientos.

En realidad era Irene quien necesitaba un descanso para reorganizar su vida y para recuperar su autoestima y alegría. Irene era una joven bella, con unos rasgos faciales delicados y dulces de ojos verdes, boca carnosa y de perfecta horizontalidad y nariz pequeña. Todo ello rodeado de un cabello castaño, no demasiado cuidado pero que encajaba perfectamente con el rostro. Un cuerpo compensado, con pechos firmes y considerables, apenas barriga y sí algo de caderas que daban cobertura a unas nalgas y muslos ambos generosos, pantorrilla esbelta, tobillos estrechos y pies armónicos.

Y aun con esta apariencia Irene no se gustaba a sí misma. Influida por su bajo estado de ánimo consideraba que ya no atraía al sexo opuesto. Fue su amiga Marta quien reconoció los problemas de Irene y se le ocurrió que quizá se aliviarían con unos días de descanso. La ofreció las llaves de un pequeño apartamento en una localidad costera de Almería. En principio Irene no fue receptiva a la idea, pero con la insistencia de su amiga y tras pensárselo dos veces, aceptó el ofrecimiento. Disponía de muchos días libres acumulados en la empresa donde trabajaba y ya era hora de disponer de ellos.

Entrábamos en el mes de junio e Irene partió dispuesta a pasar 10 días sola y relajada en Almería.

Llegó un viernes a última hora de la noche. Las calles estaban ya desiertas y le costó encontrar a alguien que le indicara por donde llegar al apartamento. Pero al fin lo encontró. Más fácil le fue hallar un lugar para aparcar el coche. Era temporada baja y aquel pueblo costero no estaba todavía atestado de turistas.

Era la primera vez que Irene visitaba Almería. Había oído hablar del ambiente especial de esta parte de la costa de España, una zona muy visitada por los turistas que buscaban algo distinto. Tranquilidad, libertad, alejarse de tópicos playeros y disfrutar de un lugar con un paisaje posiblemente único en el planeta tierra.

Irene se bajó del coche, se hizo con su maleta y se dirigió al apartamento. De camino tuvo un extraño encuentro. Atisbó a lo lejos a una persona paseando tranquilamente a su perro. Nada hubiera tenido de anormal esta imagen sino fuera porque el ser humano estaba tan desnudo como su mascota. Era un hombre de unos treintayalgún años que con completa tranquilidad mostraba su pene y sus nalgas a todo el que le quisiera ver. Irene se asustó. Su primer pensamiento fue que estaba ante un enfermo mental. Aceleró el paso intentando no mirar al desnudo paseante ni a su perro.

Su apartamento se encontraba en un pequeño bloque de casas blancas andaluzas. Se accedía directamente por una corta escalera que Irene se apresuró a ascender. Debido a sus nervios tuvo problemas para introducir y manejar las llaves. Al final lo logró. Se metió empujando la maleta con el pie para no perder tiempo, cerró de golpe y colocó la llave a la puerta sin apenas antes echarle un mínimo vistazo al que sería su hogar en los próximos 10 días.

He venido a olvidarme de todo, a descansar, a relajarme y lo primero que me encuentro al llegar es un loco. Creo que definitivamente la mala suerte no quiere abandonarme, pensó Irene

Cansada del viaje empezaba a pensar que huir y refugiarse en aquella perdida localidad almeriense no había sido una buena idea.

Al menos el apartamento le pareció extremadamente agradable. Decorado de forma sencilla, al estilo rústico andaluz, el lugar desprendía una cierta alegría muy necesaria para el estado de ánimo de Irene. Sin embargo no se entretuvo demasiado y tras asearse y deshacer al maleta se dirigió directamente a dormir. No tenía ánimo para nada más.

Al día siguiente despertó ante los intrusos rayos de la luz única del sol almeriense. Si el apartamento pareció acogedor la noche anterior, ahora, con la cal blanca de las paredes reflejando la luminosidad del día andaluz, la casa se había convertido en una pequeña obra de arte. Irene se levantó, miró por la ventana y observó el mar azul y tranquilo esperando a su llegada. Sin duda que este despertar fue un buen aliciente para mejorar su estado de ánimo. Se duchó, vistió y preparo el material para un día de playa. El frigorífico, lógicamente, estaba todavía vació con lo que decidió salir a buscar un bar donde la sirvieran una tostada de tomate y aceite de oliva y un buen café caliente.

Las calles del pueblo se presentaban blancas y resplandecientes a Irene. No pudo evitar mirar de un lado a otro por si al loco de la noche anterior le daba por volver a aparecer. Pero no lo vio. Se encontró un pequeño establecimiento que parecía estancado en años atrás. La entrada estaba cubierta con una pequeña cortina de chapas de cocacola y mirinda. Entró y lo primero que le llamó la atención fueron las paredes cubiertas con fotos en blanco y negro de toreros e imágenes aéreas del pueblo también carentes de color. Todo evocaba a otros tiempos, quizá a los años 70. El siglo XXI parecía no haber llegado a este pueblo. No le disgustó el ambiente. Pidió su café y sus tostadas a una oronda posadera a la que entendía a duras penas debido a su denso acento almeriense. Pero era una mujer habladora e Irene la única cliente que se encontraba en el bar. La dueña, por tanto, entabló conversación con la turista. Le hizo un par de preguntas que Irene no entendió. Al final y tras pedirle tres veces que repitiera la cuestión Irene creyó traducir algo.

  • ¿Viene uzté a tomar el sor ahí al viento, ar naturá?

  • ¿Que si vengo a tomar el sol? Sí claro, a descansar con unos días de playa.

  • No zi aquí dezcanzar ze descansa pero mu bien. Y má uztee lo turista. Yo le digo una coza. A mí me paece mu bien lo qu’acen. Yo zi fuea má joven, eztaba yo igual que uztee.

Irene creyó entender que la mujer se refería a la tranquilidad del pueblo.

  • Claro, yo lo que busco es un lugar como éste para relajarme.

  • ¿Y viene uzté zola zin marío ni novio?

  • Sí, sí he venido sola.

  • Ay, virgencita que moderna que eztán arguna.- Y dicho esto se alejó a recoger el bar dando por terminada la charla con su clienta.

Sin darle mayor importancia a la conversación, Irene desayunó a gusto. Terminó, pagó, se despidió de la mujer y marchó hacia la playa. Quería aprovechar las primera horas de la mañana, luego visitaría el pueblo.

Caminó tranquilamente hasta que una imagen la provocó cierto vuelco cardiaco. Irene vio otro hombre desnudo y estaba prácticamente segura de que no era el mismo de la noche anterior. Pensó que era demasiada causalidad que hubiera dos locos a los que les diera por la misma afición. En cualquier caso aceleró el paso y se adentró en calles más céntricas. Su sorpresa fue mayor cuando al cruzar la esquina y adentrarse en una vía concurrida observó que eran más los practicantes del nudismo urbano, se entremezclaban con las gentes vestidas. Hombres, mujeres, niños, jóvenes y mayores. Se fijó en la entrada a un supermercado y vio como varias personas hacían la compra con carrito incluido completamente desnudas.

Madre mía, creo que a Marta se le olvidó comentarme algo sobre este pueblo. Esto es el paraíso naturista, se dijo a sí misma.

Irene se sentía algo turbada. Ella ese consideraba una mujer moderna, liberal y abierta de mente. No tenía nada en contra del nudismo pero era demasiado tímida y acomplejada como para sentirse a gusto en un lugar como éste. Decidió apresurar el paso para dirigirse a la playa lo más rápido posible. Allí intentaría relajarse y hacerse una idea meditada del lugar donde había ido a pasar su descanso.

Y llegó a la arena de la paya que bañaba la misma población almeriense, y cayó en la cuenta, por supuesto tenía que ser así, la playa era, lógicamente, nudista. No encontró con su vista a nadie, absolutamente nadie, con bañador, bikini o tanga. Todos estaban desnudos.

Irene se consoló pensando que al menos no estaba demasiado llena la playa. Habría lugar suficiente como para colocarse distanciada de cualquier otro bañista. Se alejó de la entrada a la arena y se colocó en un lugar más o menos discreto y no muy alejada del mar. Se quitó su camiseta y el pantalón corto y se quedó en bikini. Colocó la toalla y echó un vistazo a su alrededor.

Quizá fruto de una paranoia personal Irene percibió ciertas miradas, las miradas de los nudistas que observaban a la única persona vestida en todo el lugar. Nunca pensó que llamaría la atención por llevar ropa puesta, pero así era. Notó como su piel enrojecía en una situación cuanto menos paradójica. Pero no por ello pensó en desnudarse. Le daba demasiada vergüenza.

Se tumbó en la arena lo más rápidamente posible, se echó protección e intentó aislarse del lugar y dejar de pensar que era el centro de atención, algo que odiaba. ¿Dónde había ido a parar? Había escuchado que Almería es un lugar donde abundan las playas nudistas, donde incluso hay hoteles y lugares de acampada naturalistas pero nunca pensó en la existencia de todo un pueblo que hubiera desterrado las prendas de vestir. Se le ocurrió que debía llamar a su amiga Marta a preguntarla por las costumbres del lugar pero no se había llevado el móvil a la playa. Lo haría cuando regresara al apartamento.

Estuvo un buen rato tomando el sol, sin apenas atreverse a mover el cuerpo y no digamos a observar a los nudistas. Pero a principios del mes de junio el calor aprieta ya en Almería. Irene necesitaba un baño. Se levantó intentando no mirar a nadie. Se metió poco a poco en el mar, todavía templado y nadó para relajarse. Aquel baño sin duda la había sentado bien pero ya era hora de regresar a su toalla.

Y volvió a sentirse observada. Llegó a su toalla con rapidez. Seguía siendo la única persona vestida en toda la playa. Pensó en, al menos, descubrir sus tetas. Por su timidez nunca había hecho top less pero ahora casi sentía la necesidad. Al final se armó de valor y se decidió. Se desabrochó el sujetador y dejó ver sus pechos con sus pezones grandes rodeados de una aureola marrón y oscura. Ahora sí que estaba turbada, todo el cuerpo se acaloraba de la vergüenza. Mostrar su desnudez, aunque fuera parcialmente, era todo un reto para ella. Fue una sensación extraña o una mezcla de sensaciones, y ella misma no descartaría calificar su estado de una cierta excitación y una cierto aire de libertad en su cuerpo.

Pasaron los minutos e Irene se fue relajando y casi olvidando de que sus tetas estaban a disposición de todo el que quisiera mirarlas. Al final, Irene ya no estaba tan obsesionada por la parte de arriba de su modelo. Sin embargo seguía siendo la única en los alrededores que aún conservaba parte del bañador.

Se acercaba la hora de la comida. Pensó que lo mejor sería darse otro baño, secarse y buscar un chiringuito de playa para comer. Se levantó de su toalla y caminó con paso rápido al agua porque una cosa era acostumbrarse al top less y otra hacer un pase detenido de sus pechos. Una vez en el mar sintió por primera vez el roce del líquido salado en sus pezones oscuros y cada vez más erectos por el cambio de temperatura. La estaba gustando esa sensación libertad. Nadó mar adentro y una vez estuvo más protegida de las miradas reflexionó sobre cómo se debe sentir una desnuda en el mar. Y eso es lo que hizo, se quitó al parte de abajo, se quedó con la braga del bikini en la mano y se puso a nadar con la completa exposición de su cuerpo sin ropa ante el mar.

La verdad es que es una extraña y motivadora sensación, pensó.

Sin embargo para regresar a la toalla volvió a colocarse la braga en su sitio. Ya estaba menos avergonzada pero al salir volvió a sentirse observada. Ella creyó que se debía más a que no estaba completamente desnuda que a la exhibición de sus tetas.

En realidad nadie me mira, son cosas mías, concluyó finalmente.

Se puso la parte de arriba del bikini y la camiseta, recogió el resto de sus enseres playeros y se dispuso a buscar un lugar donde la dieran de almorzar. Atisbó un pequeño chiringuito en primera línea que le pareció acorde a sus necesidades. Desde lejos no parecía muy lleno. Allí se dirigió, al pequeño porche que creaba el toldo del chiringuito. Entró sin dudar, sin embargo nada más hacerlo se paró en seco. Miró a la clientela, una familia con dos niños, una pareja hombre y mujer, otra formada por dos varones, una mujer mayor sola y otros dos hombres solos en sus respectivas mesas. Y todos con un punto en común. Estaban desnudos.

Irene intentó no quedarse paralizada. En lugar de buscar mesa en el porche entró dentro del local. Había menos gente, solo una pareja y también desnudos. Los camareros, al menos si iban vestidos. Uno de ellos se dirigió a Irene.

  • Hola, bueno días, ¿va a querer usted mesa?

Se quedó bloqueada. Una cosa era haber practicado el top less y otra comer desnuda en un local público. Por otro lado casi le daba más vergüenza ser la única cliente vestida en todo el restaurante.

Dudó pero al final pudo responder.

  • No disculpe, sólo he entrado a ver si estaba una amiga por aquí, gracias.

Se dio media vuelta y se marchó con paso ágil. Decidió que lo mejor era comprar algo de comida en el supermercado y prepararla en casa. Se dirigió al centro, entró en la tienda en la que se había fijado horas antes, menos atestada que por la mañana pero con los pocos clientes presentes también desnudos. Compró lo necesario para el almuerzo y alguna provisión más para los próximos días y salió de allí lo más apresuradamente posible. Una vez en casa. Respiró tranquila después de una jornada intensa en cuanto a emociones y sorpresas.

Irene, mientras comía, meditó sobre las sensaciones que el día la había ofrecido. Desde algo parecido al temor de ver que en este pueblo casi todo el mundo mostraba sus cuerpos, pero además sorpresa, vergüenza, pudor, tensión... y sí, lo admitía, también excitación. Pero no al ver a personas desnudas sino más bien al haber mostrado ella sus pechos. Aquello fue una sensación muy parecida al morbo.

Termino de comer y decidió llamar a su amiga Marta ella le informaría de las peculiaridades del lugar, aunque a estas alturas, cierto es que poco más podría añadir a lo ya experimentado por Irene.

  • Marta, soy Irene.

  • Irene, ¿qué tal? ¿Algún problema en el apartamento? ¿Lo encontraste sin problemas? ¿Te ha gustado?- Marta, tan jovial ella, siempre avasallaba a preguntas a sus interlocutores.

  • Bien, todo bien, y sí, lo encontré sin problemas.

  • Me alegro. Espero que te sirva para relajarte y volver con más ánimo a Madrid ¿Y el pueblo te ha gustado?

  • Sí es bonito, todo muy blanco y soleado pero, oye Marta, creo que se te olvidó decirme algo sobre este sitio.

Irene escuchó al otro lado del teléfono la carcajada que su comentario había provocado en Marta.

  • ¿Te ríes cabrona?

  • Sí, supongo que te refieres a la cantidad de gente desnuda que hay por el pueblo ¿no?

  • Sí claro no me voy a referir a la flora autóctona.

  • Bueno sí- dijo Marta intentado aún aguantarse la risa- Es que si te lo decía a lo mejor te echabas atrás. Y yo creo que necesitabas pasar unos días relajada.

  • Joder, no sé tía, es que esto es muy fuerte. Van desnudos por la calle.

  • Sí es un pueblo emblemático para los naturistas, y no veas como se pone en los meses de julio y agosto. De todas maneras desinhíbete. Ahí nadie te va a mirar mal. Así que luce ese cuerpo serrano que tienes.

  • No sé yo.

  • No seas estrecha, además yo creo que lo que necesitas para olvidar a tu ex es echar un buen polvo.

  • No sé yo, en cualquier caso si piensas que voy a ir al supermercado en pelotas vas lista.

  • Bueno al supermercado no, pero en la playa, llamas más la atención vestida que desnuda.

  • Sí, eso ya lo he notado ya hoy.

Marta e Irene siguieron hablando un buen rato más y al terminar Irene tomó una decisión. Al día siguiente, como una más, se desnudaría en la playa.

En su segunda jornada Irene se levantó temprano, desayunó en la terraza del apartamento prestado aprovechando la soleada mañana y se marchó a la playa. Al llegar había muy poquita gente, quizá por la hora, aún así se fue hasta el lado más apartado del arenal. Como en el día anterior extendió la toalla se quitó la camiseta y el pantalón corto y se quedó con el bikini. Llegaba el momento de la verdad. Notaba de nuevo ese calor provocado por la turbación recorrer todo su cuerpo, pero pensó que si no se decidía de golpe, como un lanzamiento a la piscina, al final se quedaría vestida. Y lo hizo, en prácticamente un solo movimiento se despojó de las dos partes del bañador y se quedó completamente desnuda. La primera vez en la vida que mostraba su cuerpo en público. Rápidamente se tumbó en la toalla. Regresó esa mezcla de sensaciones entre rubor y excitación. En ese momento estaba lo suficientemente alejada del resto de ocupantes de la playa como para no ser distinguida pero aún así la experiencia de exponerse la causaba un acelerón cardiaco. Se tocó disimuladamente la entrepierna y comprobó que estaba húmeda. Desde luego era una novedosa forma de excitarse.

Transcurrieron los minutos y sus constantes volvieron a normalizarse. Después de tres cuartos de hora el calor era ya insoportable. No se había atrevido a moverse para no llamar la atención pero necesitaba un baño urgente. Miró a su alrededor, no vio a nadie cerca y aprovechó para levantarse e introducirse en el mar.

En el agua, con las olas chocando con su cuerpo desnudo, Irene empezó a disfrutar. Por primera vez en mucho tiempo se sentía bella con la humedad reflejada en su desnudez y la libertad que daba el desligamiento del ropaje. Estuvo un buen rato nadando disfrutando de la relación directa entre agua y cuerpo. Empezaba a entender el concepto nudista.

Un cuarto de hora después Irene salió relajada del agua. Y sin embargo poco le duró ese estado. Alzó la vista y se encontró a un hombre muy cerca, demasiado cerca, de su lugar de asentamiento. Estaba desnudo, sentado sobre una toalla. Miraba hacia Irene escondido bajo unas gafas de sol. Ella caminó deprisa hacia su lugar evitando cualquier encuentro visual con el hombre desnudo. Una vez allí se tumbó de inmediato. Su primer pensamiento impulsivo fue el de ponerse el bikini pero enseguida recapacitó.

¿Pero qué esperaba? Si vengo a una playa y me desnudo se me puede poner un tío al lado. Haré más el ridículo si me pongo el bikini, concluyó ella misma.

Cerró los ojos intimidando a su propio cerebro para evitar pensar en el hombre que estaba desnudo a sólo unos metros de distancia de ella. Pero fue imposible, no pudo dejar de tener presente que estaba en pelota picada ante un varón, al que ni siquiera podría describir porque su vergüenza la había impedido mirarle a la cara. Pero pronto tendría una oportunidad.

  • Disculpa ¿no tendrás fuego?- escuchó Irene cuando todavía permanecía con los ojos cerrados.

Ni siquiera sus párpados habían comenzado a levantarse e Irene sabía ya que todo su rostro estaba rojo como un tomate. Finalmente abrió los ojos y pudo ver la cara ya sin gafas de sol de un hombre de unos 35 años, con gesto amable y aspecto divertido, que disimulaba su calvicie con un rapado de cabeza prácticamente al cero. Por supuesto ni se le pasó por la mente mirar algo más allá de su rostro. Tardó todavía unos segundos en reaccionar pero, al final, tartamudeando pudo articular algunas palabras.

  • Sí, sí creo que tengo un mechero- Irene ladeó su cuerpo con las piernas cerradas en un gesto instintivo como queriendo proteger sus expuestas partes más íntimas.

Rebuscó en su bolsa de playa mientras el visitante seguía hablándola

  • Es que soy un torpe me traigo el tabaco y se me olvida el mechero. Soy un desastre.

  • Nada, no pasa nada- añadió por decir algo Irene.

Al final encontró la ignífuga maquinaria. Levantó la vista y la mano a la vez para ofrecerle el mechero y se encontró con el pene del anónimo pedigüeño a la altura de sus ojos. Un falo rechonchete y no muy largo, al menos en su estado flácido y encogido por la humedad. El enrojecimiento de Irene era ya más que evidente, ni siquiera podría pasar por efecto solar. Era manifiesto que la situación la estaba sobrepasando.

El visitante cogió el mechero, se encendió el cigarrillo y a continuación dijo:

  • Perdona pero no te he ofrecido ¿Quieres un cigarro?

Irene quiso decirle que no y que se fuera y la dejara sola, además ella sólo fumaba un par de cigarros al día. Pero en lugar de eso su boca pronunció torpemente:

  • Sí, sí, yo me he dejado en casa el tabaco.

  • Pues espera que voy a por el paquete.

El hombre se giró y fue hacia su toalla e Irene se quedó insultándose a sí misma por aceptar el ofrecimiento. Era la primera vez que se enfrentaba a este tipo de situación, desnuda hablando con un desconocido. Hasta ahora sólo sus novios y amantes la habían visto sin ropa y hacía cinco años que no probaba otra cosa que no fuera a su ex Mario. Por tanto era evidente que no estaba acostumbrada a dejar ver sus hermosas tetas.

El nudista regresó con el paquete de tabaco, le dio un cigarro y para agudizar la tensión preguntó:

  • ¿Te importa que me siente aquí a fumar?

  • No, no, claro- dijo Irene casi obligada, porque estaba claro que sí le importaba.

  • ¿Eres de por aquí o has venido a pasar unos días?- curioseó

  • No, llegué ayer. Soy de Madrid. He venido pasar unos días a un apartamento que me ha dejado una amiga.- Irene pensó en la razón de por qué daba tantas explicaciones al hombre desnudo.

  • Yo soy de Toledo, por cierto no me he presentado, Me llamo Miguel- y a continuación hizo un gesto de acercamiento a Irene con intención de darla dos besos.

Ella puso la mejilla y le ofreció otro beso en la mejilla contraria, pero con el ladeamiento no pudo evitar que su pezón izquierdo rozara levemente el torso de Miguel. Aquello ya era demasiado, el apocamiento estaba al máximo pero aquel tenue contacto provocó también un erizamiento del cabello, algo parecido a la turbación adolescente.

Él continuo el interrogatorio de cortesía

  • ¿Y es la primera vez que vienes aquí?

  • Sí. No conocía este pueblo antes.

  • Me lo imaginaba.

Irene no supo a qué se refería y preguntó...

  • ¿Por qué lo imaginabas?

  • Verás, no te enfades, pero si no me equivoco ayer viniste a la playa. Me fijé en ti porque eras la única persona que no se desnudó. Y eso aquí llama la atención. Así que supuse que no conocías mucho las costumbres de la zona.

El rojo de Irene estaba apunto de convertirse ya en morado. Se quedó callada unos segundos y al final pudo contestar.

  • Bueno es que mi amiga no me informó de que esto era un pueblo nudista.

  • De todas formas veo que hoy te has aclimatado ya- dijo aprovechando para echar un vistazo al cuerpo desnudo de Irene.

  • Hago lo que puedo. Si te digo la verdad es la primera vez que hago nudismo.

Irene no entendía por qué le estaba dando tantas explicaciones a Miguel. Debía de ser la desnudez que forzaba la confianza entre dos desconocidos.

  • Bueno enseguida se acostumbra uno y luego no hay quien se ponga ropa- dijo Miguel riéndose.

  • ¿Tú vienes mucho por aquí?

  • Siempre que puedo, pero evito la temporada alta. Vengo en junio y en septiembre. Me encanta el naturismo.

Los dos siguieron hablando un buen rato e Irene fue relajando su rubor poco a poco, pero no su excitación. Aquella escena la estaba poniendo muy húmeda. No pudo evitar que su vagina se comportara casi como ente autónomo del cuerpo. Afortunadamente su estado no era perceptible para su interlocutor.

En un momento de la conversación Miguel la invitó a compartir un baño en el mar. Aquello era demasiado y prefirió declinar amablemente el ofrecimiento. Cuando Miguel regresó a la arena Irene pudo comprobar que su pene ya no estaba tan flácido. Quizá el frío del mar había avivado aquel miembro y aquello no hizo sino aumentar el estado de excitación de Irene. Se sentía bella siendo observada desnuda por un pene semierecto.

Miguel se quedó definitivamente instalado junto a ella, e Irene empezó a acostumbrarse a la desnudez acompañada. Los dos siguieron compartiendo ratos de conversación combinados con silencios que aprovechaban para tomar el sol

Y llegó la hora de comer y Miguel sugirió a su nueva amiga que compartieran también el almuerzo en el chiringuito de la playa. Irene no pudo ni quiso negarse. Empezaba a estar dispuesta a todo.

Comieron ambos desnudos. Irene no se sintió del todo cómoda pero disfrutó de la conversación de su compañero. Era un hombre divertido y de buen diálogo. Estaban empezando a congeniar.

Al finalizar el nudista almuerzo regresaron a la playa. Irene cada vez estaba más cómoda desnuda y Miguel siguió divirtiéndola. Cuando comenzó a ponerse el sol decidieron regresar a sus apartamentos no muy distantes el uno del otro. Y llegado el momento de partir Irene hizo ademán de vestirse.

  • No te pongas la ropa. Vamos desnudos- propuso Miguel.

  • Mira es que una cosa es estar en la playa y otra caminar por un pueblo desnuda. No sé si estoy preparada para ello.

Pero Miguel resultó ser un hombre muy convincente. Finalmente Elena, sin creerse ella misma lo que estaba haciendo, caminó por las calles de la localidad completamente desarropada.

Él la acompañó hasta su apartamento y antes de despedirse le planteó una nueva sugerencia.

  • Oye ya que le estás cogiendo el gusto a esto del naturismo, si quieres esta noche te vienes conmigo a una discoteca nudista muy divertida.

Irene dudó. Miguel había resultado ser una simpática y agradable persona pero quizá aquello era ir demasiado lejos ¿Un bar nudista? Eso era mucho para ella. Y como no la vio convencida Miguel Insistió

  • Mira vas a estar aquí sólo unos días. Yo creo que lo debes aprovechar, ya verás como te gusta la experiencia.

El tono apelativo de Miguel terminó por derribar la trinchera de Irene.

  • Venga bueno, hay que hacer de todo en esta vida. ¿A qué hora quedamos?

  • A las 10 de la noche paso a por ti. Y recuerda, no hace falta que busques en el armario. Hay que ir sin ropa.

Se despidió con una sonrisa y dejó a Irene desnuda en la puerta de su apartamento. Una vez estuvo dentro reflexionó sobre la jornada que acaba de vivir y llegó a la conclusión de que su cerebro debía haber sido abducido por otro ser. No se reconocía. Había estado todo el día desnuda al lado de un hombre al que acababa de conocer y esa noche iba a visitar una discoteca nudista. Increíble. Y lo más grave es que llevaba muchas horas de excitación acumulada. Había descubierto que la exhibición de su cuerpo desataba la pasión de sus venas. Por ello lo primero que hizo en casa fue masturbarse mientas se duchaba.

Miguel llegó puntual a la cita, puntual y desnudo. Encontró a Irene vestida con un pantalón corto y una camiseta.

  • ¿Pero a qué esperas a desnudarte?- preguntó Miguel.

  • Es que... no sé... lo de salir desnuda por la noche me da mucho corte.

  • Pero si aquí por la noche todo el mundo sale desnudo. Venga que se nos hace tarde.

Con un par de argumentos más Miguel terminó de convencer a Irene. Ambos salieron desnudo rumbo al local elegido. Una vez allí Irene comprobó que su reciente amigo no la había engañado. Era una discoteca completamente nudista. Los que estaban en la barra, los que charlaban en mesas, lo que bailaban e incluso los camareros, todos estaban sin ropa. Al verlo Irene respiró tranquila pero no pudo deshacerse de las dos sensaciones imperantes en estos días, el rubor y la excitación.

Se pidieron una copa y se trasladaron a unos sillones para charlar. Fue en esa conversación cuando Irene se dio cuenta de que no había mirado todavía a Miguel como un ser follable. Algo extraño teniendo en cuenta que solo le había visto desnudo. Mientras Miguel hablaba Irene se dedicó a observarle. Era muy atractivo, pese a su calvicie tenías unos rasgos faciales bastante equilibrados y un cuerpo muy bien cuidado. Irene dejó de escuchar a su amigo y se quedó centrada en sus propios pensamientos. De repente una idea rondaba su cabeza. Le estaba cogiendo gusto a ser vista desnuda y la fantasía estaba creciendo. Se imaginó siendo tomada por Miguel mientras era observada por todo el bar. Y esa evocación mental prácticamente humedeció toda su rajilla.

Miguel no era ajeno a los cambios en el comportamiento de Irene. Se sentía adulado con sus ojos, su mirada y su distraída conversación que denotaba claramente que la mente de su compañera iba por sus propios derroteros. Y aprovechó la situación.

  • Hay una parte del bar que no te he enseñado.

  • ¿Ah sí?

  • Sí es una parte donde, digamos, la gente se libera un poco más.

  • ¿Se libera en que sentido?

  • ¿Quieres que vayamos?

Y por supuesto a estas alturas y en un estado de excitación enorme Irene no pudo resistirse a ver qué ocurría en esa misteriosa zona de la discoteca.

Se levantaron y guiados por Miguel los dos se trasladaron a un rincón de la discoteca donde unas discretas cortinas daban entrada a un estrecho pasillo poco iluminado. De ahí unas escaleras descendían hasta otro pasillo también con luz mitigada.

Irene se dio cuenta una vez estuvo ya en el pasillo de que a los lados no había paredes sino cristales, y tras ellos, una serie de gente desnuda retozando en amplias camas y sillones. Se fijó en dos parejas. Una mujer era masturbada bucalmente por un hombre mientras lamía el pene a otro que, a su vez, se besaba con la cuarta componente del grupo. Muy cerca de ellos un varón penetraba a otro por el culo. Al otro lado del pasillo también se divertían. Una pareja follaba románticamente ajena a lo que le rodeaba, que no era otra cosa que otros dos hombres tomando ardorosamente a sendas mujeres. En ambos lugares, a uno y a otro lado del pasillo se encontraba una decena de personas observando, hablando o masturbándose. Tanto hombres como mujeres.

Todas aquellas escenas terminaron por provocar un estallido en Irene, toda la excitación acumulada en dos días, el descubrimiento de que le gustaba ser vista desnuda, exhibirse concluyeron en un estado de ansia amatoria. Miró a Miguel que seguía sonriente contemplando las escenas. Le cogió de la mano y le arrastró hacia la habitación acristalada del lado izquierdo, el de las dos parejas en grupo y los dos gays.

Sin decir palabra sentó a Miguel es una especia de amplio sofá y sin dilación se dirigió a su pene. Lo atrapó con su boca con una voracidad digna de una hambrienta. Miguel se quedó algo sorprendido y sonriente ante la reacción de su amiga y se dejó hacer.

Irene siguió con la felación al tiempo que echó un vistazo a su alrededor. Las parejas y los homosexuales seguían a lo suyo pero tres y hombres y una mujer estaban ahora centrados en ella y en Miguel. Ante este panorama la furia interior de Irene creció aún más. Le excitaba lamerle la verga a un hombre casi desconocido mientras era observada.

La intensidad de la mamada de Irene era tal que al cabo de un minuto Miguel tuvo que detenerla ante la inminente llegada del orgasmo. Irene ajena a las sensaciones de su compañero se quedó algo extrañada, pero Miguel la apaciguó elevándola y besando su boca introduciendo una lengua que ella acogió con pasión. Tras el beso, Irene musitó al oído de Miguel...

  • Me gustaría que me follaras delante de toda esta gente.

Miguel sonrió y dirigió su mano directamente a una vagina chorreante. Comprobó, si le quedaba alguna duda, que Irene hablaba en serio. Aquella situación la mantenía completamente exacerbada.

Pero Irene no quería ser follada de cualquier manera. Había descubierto el placer de exhibirse y no iba a desaprovechar la oportunidad. Se incorporó y dio la espalda a su amigo. A continuación se sentó encima de él. La polla de Miguel se insertó de forma automática en su coño. Él se quedaba con la panorámica de su culo y su espalda. Y ella mediante esta postura podría disfrutar mejor de las miradas voyeuristas de los presentes.

En esta postura era Irene quien controlaba el ritmo. Elevaba y descendía sobre el pene de Miguel. El miembro entraba sin problemas en la húmeda hendidura provocando una revolución de sensaciones a Irene. Mientras follaba con Miguel era consciente de que las personas presentes en la habitación la miraban. Estaba desnuda y se sentía desnuda y abandonada a Miguel y al público. Nunca lo hubiera imaginado pero aquella polla entrando en su coño ofrecía una dosis doble del placer habitual gracias al contexto exhibicionista.

Irene se dejó llevar, Miguel agarraba sus nalgas y su cintura, cerró los ojos sabiendo que los mirones los tenían muy abiertos y se centró en su orgasmo, gritó de placer sin importarle mostrar sus sensaciones a los demás y llegó el mayor éxtasis experimentado en su vida. Se corrió sin que Miguel detuviera el polvo. Él siguió tomándola, pero ella decidió levantarse y dejar su pene a la intemperie. Se colocó de rodillas y se metió en su boca la polla de Miguel. Antes se fijó y vio como a los tres hombres y a la mujer que había seguido toda la escena se les habían unidos los homosexuales, una vez que ellos ya habían culminado su propio goce.

Irene satisfecha por el aumento de su público lamió la polla de Miguel con tremenda voracidad, tanto es así que él no tardó en percibir la pronta llegada del orgasmo de su amante. Dispuesta a dar un final de espectáculo a lo grande se dejó mojar por el semen brotando del pene de Miguel. Toda su cara quedó impregnada de la sustancia lefal. Ella se sentía orgullosa y plenamente satisfecha del polvo exhibicionista y él encantado de haber encontrado a una amante que le había sorprendido con tanta voracidad sexual.

Después del polvo se besaron un buen rato ajenos ya a las miradas vouyers. Aquella noche tomaron unas cuantas copas más. Al final regresaron a la casa de Miguel, donde volvieron a follar apasionadamente. En al intimidad y sin testigos, hicieron el amor hasta quedarse dormidos en la misma cama.

El siguiente día lo pasaron en la playa, otra vez juntos. Irene desterró definitivamente la vergüenza y disfrutó plenamente de su mostrada desnudez. Lo que no pudo evitar tampoco en aquella jornada de playa fue la excitación que le producía el estar sin ropa en un lugar público. Tuvo la oportunidad de dar rienda suelta a toda esa fogosidad acumulada con los tres polvos que echaron aquella noche, esta vez en casa de ella. Al terminar aquel tercer acto amatorio los dos, ella acurrucada en su regazo y ambos cansados de tal esfuerzo físico, hablaron todavía unos minutos, en la oscuridad y en susurros antes de conciliar el sueño.

  • No esta mal, nos conocidos ayer, y ya hemos echado cinco polvos- apuntó ella.

  • Cierto es. Y dime, ¿cuál de todos te ha gustado más?

  • Eso es una pregunta fácil.

  • ¿Ha sí? Pues dime cuál.

  • El primero de todos.

  • ¿El de la discoteca?

  • Sí.

  • ¿Y por qué?

  • Estaba muy excitada. Nuca había sentido algo así, y me da un poco de vergüenza decirlo... pero creo que me excitó mucho el que hubiera gente mirando como follábamos.

  • Fíjate, el primer día en este pueblo no querías ni hacer nudismo en la playa y ahora te excita hacer el amor delante de otras personas.

  • Ya ves. Nuca se termina una de conocer a sí misma.

  • Mañana te voy a dar una sorpresa- dijo él con una maquiavélica sonrisa.

  • ¿Una sorpresa de qué tipo?-preguntó entre curiosa y alarmada.

  • Te llevaré a un lugar que creo que te va a gustar.

  • ¿A cuál?

  • Mañana te enterarás.

Irene, lógicamente, no se dio por vencida y siguió preguntando pero Miguel resistió el interrogatorio hasta que ella, cansada y vencida por el sueño declinó continuar insistiendo. Así se quedaron los dos dormidos.

El hermetismo de Miguel continuó a la mañana siguiente. De momento no propuso ninguna novedad. Acudieron a la playa habitual y allí, como ya era costumbre, se desnudaron, tomaron el sol, se bañaron y, en definitiva, disfrutaron de otro día de playa nudista. Irene no paró de preguntar una y otra vez cuál era aquel misterioso lugar donde irían, pero no sirvió de nada.

Fue tras al comida cuando Miguel anunció a Irene que por la tarde debían coger el coche para trasladarse a aquel esperado escenario, pero continuó sin desvelar su ubicación, lo cual no hizo sino aumentar la expectación y ansiedad de Irene.

Una vez en el vehículo el trayecto fue corto. Salieron del pueblo y a uno dos kilómetros se adentraron en un camino de tierra. Llegaron a un lugar donde encontraron varios coches aparcados y allí se detuvieron. Irene seguía preguntando y Miguel callando. A partir de ahí tocaba andar, un camino donde no faltaban tramos de cierta dureza donde debían superar rocas empinadas para continuar.

  • Con lo que está costando llegar, espero que merezca la pena el lugar donde me llevas.

  • No te defraudará, ya verás.

Una vez superado lo más difícil el camino tornó cuesta abajo y enseguida llegaron a su destino final. Irene por fin pudo ver ese lugar tan esperado. Se trataba de una pequeña playa nudista, como no podía ser de otra manera, rodeada de rocas y con unas veinte personas ocupándola. Era un paraje de gran belleza pero Irene no pudo evitar sentirse algo decepcionada, esperaba algo más que una simple playa. Aun así disimuló su reacción.

  • Un lugar precioso- comentó.

  • ¿Te gusta?

  • Claro, es una playa muy bonita- reiteró Irene.

  • De todas formas no te he traído aquí por el paisaje.

  • ¿Ah no?

  • No, pero todavía tendrás que esperar un poco más para conocer el motivo. Ahora desnudémonos y disfrutemos del agua y del sol.

Ante al actitud de Miguel Irene insistió de forma poco convincente algún tiempo más, pero aceptando que no iba a sacar ni una sola palabra a Miguel sobre lo que debía de deparar la tarde decidió hacerle caso y disfrutar del paraje. Tomaron el sol, se bañaron retozaron en el agua y poco a poco y distraídamente fueron pasando las horas. En todo ese tiempo Irene pudo comprobar que tipo de gente poblaba esa playa. Al fondo pudo ver que había dos parejas, no muy lejos de estas personas, una mujer de unos 40 años de aspecto extranjero que tomaba el sol sin compañía. Siguiendo por esa línea de playa Irene encontró a tres hombres, dos que parecían estar juntos y otro, no muy alejado de estos, en solitario. En esa ronda observadora descubrió a dos chicas de unos 25 años que también tomaban el sol tranquilamente. Al lado, junto al lugar donde Miguel e Irene habían instalado sus toallas, estaban situados cuatro adolescentes de unos 17 o 18 años y de rasgos andaluces. Irene pensó que se trataba de los típicos chicos que habían ido a curiosear en una playa nudista pero ellos también estaban sin ropa, todo el mundo en esa playa estaba desnudo. Los últimos ocupantes del lugar eran otra pareja de maduritos, un hombre barrigudo y una mujer también entrada en carnes. Irene observó a todos ellos preguntándose qué podían tener que ver estas personas con la sorpresa que le guardaba Miguel.

Llegó un momento en que el turno del sol acababa. A eso de las nueve de la noche, el astro inició su marcha despidiéndose con sus últimos rayos iluminando desde el horizonte a los pobladores de la playa. Miguel e Irene aprovecharon esos pocos retazos de luz para darse un último baño y secarse antes de que anocheciera. La paciencia de Irene comenzaba a colmarse.

  • Mira Miguel, va a anochecer y ya me gustaría saber cuál es esa sorpresa.

  • Tranquila, creo que en unos minutos empezaras a saber por qué te he traído aquí.

Irene ya nerviosa por lo que pudiera pasar no dejó de mirar a su alrededor a ver que ocurría. Pensó incluso que iba a tener lugar algún fenómeno atmosférico extraño, tipo aurora boreal. Estaba algo desesperada por saber cuál iba a ser esa misteriosa sorpresa. Pero llegado un momento Miguel le dijo...

  • ¿Quieres saber ya por qué hemos venido aquí?

  • Claro, estoy desesperada por saber porqué hemos venido a aquí- dijo Irene ansiosa.

  • Pues para ir haciéndote una idea mira a tu izquierda.

Irene obedeció, giró su cabeza y observó anonadada como la pareja de cuarentones había dejado de tomar el sol. El hombre se había puesto en pie y la mujer le estaba practicando una mamada con absoluta concentración.

Los cuatro adolescentes miraban a la pareja sin ningún tapujo. Llegado un momento dos de estos jóvenes se levantaron y sin disimulo ninguno se colocaron al lado de la mujer feladora. Irene miró ahora hacia el otro lado de la playa para ver si los demás también se habían dado cuenta de lo que ocurría, pero lo que se encontró fue a uno de los miembros de la pareja de hombres que también había dejado su toalla. Se acercó hacia el varón solitario, intercambiaron unas palabras y enseguida empezaron a morrearse. El acompañante abandonado dejó también su lugar y se acercó hacia los otros dos. En sólo unos segundos los tres estaban besándose y meneándose sus erectos penes.

Irene empezó a hacerse una idea de lo que ocurría y de cual era la sorpresa. Por si quedaba alguna duda Miguel terminó de aclarárselo.

  • Esta es la sorpresa, es una playa donde los que les gusta exhibirse lo hacen sin tapujos y los que quieren observar lo pueden hacer sin temor a ser descubiertos. Y a veces incluso son invitados a participar ¿Te gusta mi sorpresa?

  • Pues la verdad, todavía estoy impactada, pero creo que me estoy excitando- respondió titubeante Irene.

Volvió a mirar hacia la pareja de maduritos y pudo ser testigo directo de como el hombre se corría dando alaridos sobre su mujer que lamió todo el semen del cónyuge. El cuarentón se separó e hizo una seña a uno de los mirones adolescentes. Como si le hubiera tocado la lotería el muchacho se acercó presto hacia la abandonada señora, ésta se tumbó sobre la arena y recibió sobre sus brazos al chico que fue directo a chuparla las tetas y que no tardó en insertarle su pene. El otro chaval, también con el permiso del hombre, se acercó a su amigo y a la mujer y colocó su miembro en la boca de ésta.

Irene admiraba el espectáculo cada vez más mojada. Volvió ahora la vista hacia el otro lado de la playa y comprobó como la pareja de varones estaba penetrando por todos los agujeros posibles al joven solitario. Uno le daba por culo y el otro se follaba su boca. Vio también como las dos parejas del fondo se habían sumado a las dos chicas y a la mujer de aspecto extranjero, los siete estaba montando una auténtica orgía.

Poco más pudo ver porque enseguida se sorprendió con la lengua de Miguel en su boca. Dado su estado Irene casi se come el apéndice de su amigo. Se besaron ardorosamente pero enseguida Miguel se escurrió hacia las partes bajas de Irene. Con el brazo la tumbó sobre la arena e inició una lamida de su coño. Irene cerró un momento los ojos pero al instante los abrió y se encontró con los otros dos adolescentes, estaban junto a ella observando como era chupada. Aquella imagen de dos chicos mirándola intensamente mientras se removía en placer la puso al rojo vivo. Decidió volver a cerrar los ojos y concentrarse en las lamidas de Miguel. Estuvo a punto de correrse pero él detuvo su lengua. Cogió las piernas de ella y dio la vuelta a su cuerpo. Ahora mostraba el culo a toda la playa y sobre todo a Miguel y a los dos testigos directos. Al instante notó otra vez la lengua de Miguel pero esta vez no en su coño sino en su ano. Irene notaba como el estado de excitación, lejos de detenerse se alzaba hasta niveles hasta ahora desconocidos.

Estuvo un buen rato chupando su culo e introduciendo un dedo alternativamente en su vagina y en el ano. Irene se dejaba acariciar y de vez en cuando giraba su cabeza para comprobar que los chicos todavía seguían ahí observándola. Luego Miguel volvió a incorporarla, ella se dejaba manejar, su estado era tal que no podría mostrar un ápice de resistencia aunque ese hubiese sido su deseo. Miguel se sentó en la arena y colocó a Irene encima de él comenzando una penetración que sólo con el inicio casi le provoca un orgasmo. Miguel ralentizó la frecuencia de penetración e hizo un gesto a los chicos.

  • A ver chavales quiero que cada uno de vosotros le chupéis un pezón a mi chica.

Irene se sorprendió al escuchar aquello pero no hizo ni un solo gesto desaprobatorio. Casi inmediatamente tuvo sus pezones dentro de las bocas de esos chavales que la chupaban con ansia y torpeza, pero esa brutalidad no hacía sino excitar más a Irene. Y mientras, Miguel seguía follándosela.

Era demasiado para aguantar mucho tiempo. Irene notó como su cuerpo empezó a vibrar, como un rayo de placer recorrió toda su anatomía, desde los pies a la cabeza, se corrió gritando, con la polla de Miguel en su coño y sus pezones mordisqueados por los adolescentes. En tanto se corría notó el semen de Miguel desparramándose por su interior.

Tras el orgasmo Irene se dejó caer de espaldas, extenuada. Miguel se quedó sentado sobre la arena y los chicos desconcertados como esperando instrucciones.

  • Bueno chavales si queréis que ella os la chupe debéis excitarla de nuevo porque se acaba de correr bien corrida.

Irene escuchó esa afirmación y ahora sí que se quedó realmente sorprendida. Miguel la estaba entregando a los dos niñatos. Desde luego que ella podía negarse pero las palabras de Miguel habían surtido un efecto mágico en su cuerpo. Normalmente recién gozado un orgasmo, Irene necesitaba de unos minutos para recuperarse pero la voz de su amigo había provocado el resurgir de su deseo sexual en escasos segundos.

Los dos chavales se acercaron a Irene uno a cada lado, una le metió su lengua en la boca, el otro magreaba sus tetas. Descendieron a la vagina y comenzaron a masturbarla, mientas ella besaba alternativamente a los dos.

Fue Miguel quien detuvo momentáneamente la escena, colocó a Irene a cuatro patas, los dos chicos se incorporaron y situaron sus pollas a la altura de la boca. Irene estaba fuera de sí, Miguel se dedicaba ahora a lamer de nuevo su ano y ella chupaba con auténtica dedicación los penes adolescentes. Primero uno, después otro y luego se metió los dos a la vez.

No tardaron en correrse los chavales. Uno sacó su polla de la boca de Irene y comenzó a meneársela frente a ella. Se corrió en su cara, el otro continuó con el pene en su boca y no lo sacó hasta correrse dentro de ella. Casi el mismo tiempo que Irene recibía el suministro de semen del segundo adolescente notó como su ano se dilataba de pronto para recibir la polla de Miguel. Eso no se lo esperaba. Al principió la sensación fue un tanto brusca pero seguía excitada y su culo dilatado gracias a las chupadas previas propiciadas por su amante y se dejó hacer, aquélla enculada también la estaba haciendo vibrar.

Miguel la embestía con fuerza, sin muchos miramientos pero a los pocos minutos percibió un placer extra, alguien la estaba lamiendo también el coño. Miró hacia atrás y vio al hombre de la pareja madurita chupándola el clítoris al tiempo que Miguel seguía follándola por atrás. Los espectadores habían aumentado, a los dos satisfechos adolescentes se habían sumado sus otros dos compañeros y la mujer entrada en carnes, los tres debían de haber concluido su propia sesión de sexo.

Intentó analizar la situación. Estaba siendo tomada por el culo, otro hombre al que no conocía de nada lamía su clítoris y, mientras, cinco personas observaban a escasos centímetros toda la escena. Irene sentía algo parecido a la humillación pública, y eso era precisamente lo que la estaba llevando al límite de la excitación humana.

Llegó un momento en que todo aquello explotó y se corrió aullando de gozo gracias a las lamidas del maduro y las embestidas de Miguel. Su amante siguió todavía un poco más dándola por el culo pero al poco tiempo se corrió otra vez dentro de ella, llenando de semen su orificio de atrás. Al terminar ella se quedó bocabajo, como avergonzada por le escena que había ofrecido, pero pronto la voz suave de Miguel la tranquilizó...

  • Si te excitaba exhibirte creo que hoy ha sido tu gran noche.

Irene levantó la cabeza y besó a Miguel. Luego observó como el matrimonio madurito se marchaba de la playa y los cuatro adolescentes se trasladaban hasta la orgía del fondo del arenal. Los tres homosexuales seguían ajenos a todo, montándose su propia fiesta.

Irene y Miguel se quedaron un buen trato observando esas escenas, hasta que el deseo se reencontró en sus cuerpos. Volvieron a follar pero esta vez sin participación ajena a la pareja. Ya casi de madrugada se vistieron y retornaron por el sinuoso camino hasta llegar al coche.

A Irene todavía le quedaban unos días de descanso para follar y exhibirse en aquélla maravillosa zona de España y, por supuesto, los aprovechó. Miguel y ella repitieron parecidas experiencias exhibicionistas.

Al regresar a Madrid Irene era una persona distinta. Había descubierto su gran pasión sexual y partir de ahora estaba dispuesta a explotarla siempre que se diera la oportunidad. Y junto a Miguel, al que a partir de entonces quedó unida por una relación más allá de lo sexual, seguro que ocasiones no iban a faltar.