El descubrimiento

Como sorprendí al primo de mi padre en pleno acto sexual.

Los hechos que voy a contar sucedieron el verano en que yo cumplí los 18 años, como siempre, había tenido una doble celebración, una previa en casa de mi madre, rodeado de mis tías y la abuela Rosa, el universo femenino en el que he había criado y una segunda ya pasada de fecha en casa de mi padre, más íntima, donde yo pasaba los veranos desde que tenía uso de razón.

Mis padres se habían separado al poco de nacer yo y su relación se había limitado desde entonces a breves encuentros en los que yo cambiaba de manos para cumplir con el régimen de visitas establecido por su divorcio. Durante el año vivía en Barcelona, con mi madre y mi abuela y las constantes visitas de mis dos tías maternas, divorciada una y soltera la otra, que habían convertido el piso familiar en un feudo matriarcal en que reinaba un príncipe mimado y malcriado, yo, que fui creciendo entre algodones aprovechando mi condición de único vástago del circulo familiar. No puedo decir que hicieran de mi un niño afeminado, pero si me convirtieron en un joven sensible y sobreprotegido que no se sentía aludido por la ácida visión de los hombres que la féminas de mi entorno tenían.

Tímido, retraído y alejado de referentes masculinos, llegué a la mayoría de edad consciente de que me sentía más cómodo en el mundo femenino, que en el varonil de mi padre con el que pasaba algunos fines de semana y la vacaciones de verano. Lo mismo me sucedía en mi circulo de amigos, nunca me interesaron los deportes y los juegos violentos de los muchachos de mi escuela y me fui creando un mundo particular al que tenían más acceso los libros que la inquietudes que se consideraban propias de mi edad.

Tampoco el mundo de mi padre, que en contraposición al de Mamá era prácticamente masculino en su totalidad me servía de referente. Mi padre, escritor y periodista, vivía en la antigua casa de campo de su familia en la Lleida interior, trabajaba en casa, pero aunque la casa disponía de tierras de labranza, las dejaba totalmente en manos de su primo Amadeo, que las trabaja con la ayuda de varios trabajadores y de su propio hijo, al que llamábamos el primo Julián si que lo fuera realmente, unos meses más joven que yo, con el que siempre me habían intentado vincular desde la infancia como compañero de juegos. Vinculación que todos habíamos dado por fracasada porqué yo siempre me había sentido fuera de lugar con su pandilla de chavales que corría libre por los campos y tenía aficiones que yo aborrecía.

Aunque mi padre intentó que yo me integrara al grupo del primo Julián durante mi infancia, pronto se dio cuenta de mi falta de interés y no volvió a insistir, supongo que con un cierta solidaridad ya que él mismo, a pesar de que tenía más lazos con los hombres del pueblo, siempre fue una rara avis cubierta de una cierta patina de intelectualidad en un mundo eminentemente rural.

Así, a medida que fui creciendo, los veranos en el pueblo transcurrían plácidamente entre los muros de la vieja masía, mi padre inclinado sobre su anticuada máquina de escribir y yo rodeado de libros, ambos acariciados por las notas de música clásica que perennemente llenaban la casona.

Yo no me llevaba ni bien ni mal con mi padre, ni el se metía en mis cosas ni yo en las suyas, y no entendía el porque del rictus de desprecio que asomaba en la cara de mi madre cada vez que lo mencionaba. Mi padre me parecía un buen hombre que simplemente no sabía mucho como tratar a un niño, pero a medida que fui creciendo mi afecto hacia él fue aumentando también, supongo que consciente de una cierta diferencia con nuestro sexo que nos unía.

Muchas tardes yo tomaba el autobús y me acercaba a Lleida, generalmente solo, ya que mi padre quedaba en casa trabajando y aprovechaba para meterme en algún cine o simplemente deambulaba por sus calles y tiendas. Así lo hice aquella tarde con la mala fortuna que al poco de llegar los nubarrones que me acompañaron todo el camino se abrieron con furia y cayó un tromba de agua que me empapó antes de que pusiera ponerme a cubierto. Fastidiado, tras dudar unos minutos, tomé un autobús de vuelta ya que comprendí que por mucho que era verano y hacía calor no podía pasar la tarde empapado de aquella manera.

Al llegar a casa, me sorprendió no oir la música ni el tecleo de la maquina de escribir, y pensé que al haber salido yo mi padre habría aprovechado para salir a hacer alguna gestión por lo que sin advertir de mi llegada como hacía siempre me dirigí a mi habitación para cambiarme. En eso estaba cuando oí voces en la habitación de mi padre, todavía acomodándome la camiseta me dirigí hacia ella para avisarle de mi vuelta, pero quedé paralizado en la puerta, no estaba cerrada, estaba entornada apenas un palmo de modo que pude ver la esquina de la cama y lo que me dejó helado, no era mi padre quien hablaba, era su primo Amadeo, que sentado en su sillón tenía los pantalones en los tobillos y sujetaba con su manaza la cabeza de una mujer arrodillada sobre su entrepierna.

Yo a pesar de que ya tenía edad para conocer los entresijos del sexo, por mi timidez y mi carácter retraído nunca había tenido relaciones sexuales más allá de mis torpes masturbaciones, pero no era tonto y supe al instante lo que estaban haciendo. Por si me quedaba alguna duda Amadeo, con la cabeza hacia atrás, recitaba una letanía mientras sujetaba con fuerza la nuca de la mujer.

Así puta, cómeme la polla, trágatela toda, mamona, guarra, asi me gusta, hasta el fondo, eres una cerda, lo sabes no? Una cerda chupapollas, cómeme los huevos, traga puta, traga, cuidado con los dientes cerda, asi, asi, abre bien la boca o te muelo a hostias, mámamela bien, se que te gusta, guarra....

La sangre me subió a las mejillas por lo que estaba viendo y oyendo, quise irme, azorado a haberlos pillado pero quedé como hipnotizado mirando. Tal como estaban, apenas podía ver más que sus cuerpos, la tosca camisa de Amadeo abierta por la que asomaba su espeso vello oscuro cubriéndole el pecho y el abultado vientre, su mano grande y velluda, coronada de uñas sucias que sujetaba con fuerza la nuca de la mujer y sus rodillas abiertas entre las que la mujer, arrodillada de espaldas a mi, enfundada en anticuado vestido estampado y apoyando el trasero sobre sus tacones, apenas mantenía el equilibrio ahogada por la presión de la mano de Amadeo que la empujaba entre sus piernas con fuerza. Por los sonidos que emitía, la mujer, atragantada, tenía problemas para mantener la respiración, pero la presión sobre la nuca no le permitía retroceder e imprimía un movimiento de vaivén a su cabeza cubierta por una melena negra que cahía por su espalda.

Aunque no podía ver la cara de la mujer, era evidente que no era la mujer de Amadeo, a la que conocía bien. Recuerdo que pensé que tenía un aspecto vulgar, el vestido, demasiado ajustado no le abrochaba bien a la espalda y carecía de cintura, la melena negra y larga y los zapatos de tacón rojos que no conjuntaban con su rapa, junto con el liguero, las medias de rejilla y el tanga que pude ver cuando la otra mano de Amadeo se aferró a sus nalgas arremangándole la falda, la delataban como a una prostituta barata.

Era evidente que Amadeo aprovechaba la ausencia de mi padre para traerse putas a casa y engañar a su mujer con mujerzuelas de dudoso gusto, aquella mujerona parecía estar muy lejos de las prostitutas siliconadas que aparecían en las resvistas pornográficas, pero Amadeo no debía ser muy selectivo al buscar sexo furtivo.

Hubiera debido irme, pero reconozco que la visión me excitaba y como la pareja no se había dado cuenta de mi presencia, me quedé ahí protegido por la penumbra del pasillo, alucinado.

Entonces, de repente, Amadeo apartó a la mujer con un sonoro bofetón. La mujer cayó al suelo con la melena enmarañada sujetándose la mejilla, seguía sin verle la cara pero por el movimiento de sus hombros me pareció que lloraba por la bofetada.

Todavía no puta – le dijo Amadeo – no esperes que me conforme con una mamada, te voy a romper el coño hasta que no puedas más, preparate porque te voy a preñar como a una cerda.

Mientras hablaba, Amadeo se incorporó y se quitó la camisa, su corpachón desnudo apareció ante mis ojos, de sus pantalones caídos en sus tobillos emergían dos piernas velludas y fuertes como dos torres que se unían en sus ingles en una mata negra y espesa de vello negro sosteniendo el torso robusto de abultado vientre, pectorales desarrollados y amplios hombros de los que caían a los lados dos poderosos brazos. El duro trabajo de campo y la buena mesa se reflejaban en aquel cuerpo cubierto de vello, que ni no fuera por el exceso de grasa podría catalogarse de musculoso, poderoso en cualquier caso por su altura y su volumen. Me fijé unos instantes en su cara, que tantas veces había visto sin reparar realmente en ella, no era guapo, tampoco feo. Permanentemente mal afeitado, sus pobladas cejas y su cabello rizado que empezaba a clarear en la coronilla junto con una sonrisa de lujuria que mostraba unos dientes amarilleados por el tabaco, recordaba un sátiro romano. Pero mis ojos se clavaron en su entrepierna donde un grueso cilindro de carne se levantaba amenazador entre la maraña de pelo oscuro que sostenía unos pesados testículos hinchados en sus bolsas.No era un cuerpo típico de revista pero aquellos atributos no eran nada despreciables, al contrario, parecían muy superiores a la media, el prepucio replegado ofrecía la visión de un glande terso y redondo como un pelota de tenis.

La acción volvió a la escena sacándome de mi ensimismamiento, la mujer fue obligada a levantarse a bofetadas y arrojada sobre la cama. Amadeo se inclinó sobre ella, le levantó la falda, le arrancó las bragas y sujetándola por las caderas la colocó al borde de la cama de rodillas. La mujer hundía la cara en la cama de forma que yo solo podía ver su melena desparramada sobre la colcha, su espalda arqueada coronada por la falda arremangada y la parte superior de sus nalgas. Amadeo se colocó entre sus piernas y su sexo quedó oculto a mis ojos por el cuerpo de la mujer. La mujer murmuró algo que no entendí pero Amadeo si.

Despacito? Quieres que te la meta despacito puta? – la cabeza de la mujer asintió – claro que si, lo haremos como tu quieras, eh? Cerdita?

Amadeo bajó la mirada y manipuló su bajovientre un instante, la mujer estaba inmóvil hasta que con un movimiento brusco de cadera Amadeo le arrancó un grito, su espalda se arqueó en sentido contrario y sus pies se levantaron pataleando en el vacío. Por su reacción sentía dolor, acababa de ser penetrada con un golpe seco, sin contemplaciones. Amadeo reinició su letanía mientras la mujer se retorcía firmemente sujeta por las caderas.

Abre bien el coño puta, trágate mi pollon de macho, asiiii, dame tu coño caliente de puta, te gusta que te folle tu macho eh? Te duele, si? Pues te jodes, eres mi puta, y las putas aguantan, toma, toma, toma, toma....

Amadeo acompañaba sus palabras con movimientos secos de cadera que chocaban contra las nalgas de la mujer que gruñía y se retorcía bajo sus embestidas. Yo miraba embelesado aquellos cuerpos semidesnudos unidos como animales, con sensación de irrealidad, pero con una fascinación que me mantenía clavado ahí mirando la escena.

Entonces sucedió, Amadeo instó a la mujer a ponerse a cuatro patas "como una perra" dijo, sin liberar su sexo de las embestidas. La mujer se apoyó en sus manos y levantó los hombros, pude ver su cara contraída, cubierta de un maquillaje chillón, asomando entre los mechones de su melena. No comprendo como no la reconocí al instante, hizo falta que cayera la peluca para que se me helara la sangre, la mujer era un hombre, un hombre con los labios torpemente enrojecidos con carmín, los párpados cubiertos de azul, los brazos que salían de los tirantes del vestido eran masculinos, las piernas que rodeaban las de amadeo eran masculinas, incluso por el escote asomaba algo de vello. Ni siquiera era un travesti lo que estaba penetrando brutalmente Amadeo, era un hombre burdamente disfrazado de mujer. ERA MI PADRE.

Aparté la mirada avergonzado, pero los gritos y gemidos que llegaban desde la habitación volvieron a llamar mi atención. Mi padre, a cuatro patas sobre la cama soportaba las embestidas de Amadeo sobre sus nalgas, sus insultos, era poseído con brutalidad, gemía con el rostro contrahecho, los ojos cerrados, los labios pintados entreabiertos...

Amadeo se inclinó sobre su lomo agarrándolo del pelo, acelerando el ritmo de sus caderas, murmurando palabras soeces...

Si, puta, asi me gusta, que abras bien el coño para tu macho, eres mi cerdita eh? Te gusta perra? Quieres que te preñe como a una cerda, si? Quieres puta? Gruñe cerda, quiero oirte gruñendo como una cerda caliente, como lo que eres, un animal con el coño abierto para ser preñado siempre que me apetezca gruñe....

Mi padre jadeaba, imitaba los gruñidos de los cerdos como le pedía Amadeo, pedía que le follara con fuerza con voz de falsete, ahogaba gritos, se retorcía con las embestidas... perdí la noción del tiempo sin creer lo que estaba viendo hasta que Amadeo se arqueó hacia atrás y gritó entre estertores, evidentemente eyaculando con violencia en el interior de mi padre.

Aquel grito me sacó de mi ensoñación y no pude seguir contemplando aquello, avergonzado me tapé los oídos y como pude me precipité escaleras abajo hasta la calle, tarde un par de horas en asimilar lo que había visto y venciendo mi aversión volver a casa. La voz de mi padre sentado tras su máquina de escribir me saludó con normalidad, y por un instante pensé que lo había imaginado todo, pero la turbación que sentí durante la cena ante la indiferencia de mi padre, me decía que mis sentidos no me habían engañado, lo que había visto había sucedido.

Lo que sucedería en los días siguientes lo confirmó con crudeza.