El descontrol de Alicia

No tenía que haber bebido tanto. El motivo de aquella cita era para cortar con él. En cambio, se había dejado embaucar por los pícaros encantos de Carlos. Ahora ya no estaba en situación de mantener una charla seria y mucho menos, cortar con un hombre que la ponía tan caliente.

No tenía que haber bebido tanto. El motivo de aquella cita era para cortar con él. En cambio, se había dejado embaucar por los pícaros encantos de Carlos. Ahora ya no estaba en situación de mantener una charla seria y mucho menos, cortar con un hombre que la ponía tan caliente.

Ese era uno de los motivos por los que Alicia quería alejarse de Carlos: el descontrol. Daba igual cual fuera la situación, las circunstancias o el lugar; ella siempre terminaba comportándose como una perra en celo.

Llevaba saliendo con Carlos casi un año. Y desde el primer momento que lo conoció sintió como él se hacía con los engranajes de su cerebro. Ignoraba como lo conseguía, pero ella acababa haciendo siempre lo que Carlos quería. No era más que una marioneta entre sus manos. Y esta noche, la de su libertad, era un claro ejemplo de esto mismo.

En primer lugar había accedido a la cena en un lujoso restaurante, en vez del encuentro por la tarde en la sobria cafetería que ella propuso en un comienzo. La arrebatadora sonrisa de Carlos, el vino durante la comida, el champagne de los postres, así como su propia resistencia a la hora de abordar el delicado tema, fueron minando su decisión ó, al menos, postergándola.

Tal vez, tan solo "tal vez", si cuando Carlos dijo de pedir un par de whiskys, ella hubiera respondido que mejor un par de cafés... Pero no fue así. A esa primera copa siguieron otras mas.

En el momento que Carlos se inclinó hacia ella, posando los ardientes labios sobre su cuello, Alicia supo que esa noche no podría romper con él.

Quiero que vayas al baño y te quites las bragas – le susurró él al oído.

Ese era el tipo de cosas que a Carlos le encantaba y a las que ella no podía negarse. Un tanto ebria y tambaleante se incorporó, abandonando la mesa del restaurante en dirección al cuarto de baño.

Nada más entrar cerró la puerta tras de sí, girando el pequeño pestillo incrustado en el pomo. Al girarse, vio su imagen reflejada en el amplio espejo colocado sobre el lavabo. Observó el sofocado rostro, los brillantes ojos y los erectos pezones que se marcaban en la fina tela del vestido.

A Alicia no le agrado comprobar lo evidente que resultaba su excitación.

¡Maldita guarra calentona! – se increpó a sí misma, deslizando la manos bajo la falda del vestido para quitarse el fino tanga de seda que portaba.

Carlos sonrió satisfecho al verla tomar nuevamente asiento frente a él, con el puño de la mano derecha cerrado.

Dámelas – dijo extendiendo la palma de su mano abierta.

Alicia colocó su puño sobre la mano de él, depositando el ,arrugado y pequeño trozo de tela.

  • Esto es lo que mas me gusta de ti – exclamó Carlos guardándose el presente en uno de los bolsillos de la chaqueta – Lo dispuesta que siempre estás. Y ahora, vámonos. Nos aguarda una larga, movida y divertida noche.

Alicia siguió a Carlos por todos los bares de moda de la ciudad. Entre copa y copa, Carlos la arrastraba al servicio de caballeros del local en cuestión, donde, tras un par de rayas de cocaína la besaba y acariciaba, masturbándola hasta el límite del orgasmo, donde se detenía con pícara sonrisa para susurrarle con ronca voz:

Aún no, cariño. Todavía nos queda mucha noche.

En todos los días de su vida nunca había sentido la angustiosa desesperación por correrse que experimentaba esa noche. Era una tortura cada vez que Carlos, tras elevarla a la cima del éxtasis, la abandonaba cruelmente, dejándola caer a un extraño estado de frustración y redoblada excitación. Alicia salía del baño temblorosa y encendida como una pavesa, ansiando ir al siguiente bar para perderse nuevamente con Carlos en el servicio.

Cuando entraron en el "DVD", uno de los locales más selectos y caros, serían alrededor de la cuatro de la madrugada. A pesar de su amplitud el lugar estaba completamente abarrotado. Tuvieron que caminar a través de la multitud para dirigirse a una de las varias barras distribuidas por el recinto.

Aplastada por la muchedumbre en aquel lento peregrinaje, Alicia se sentía muy consciente de la ausencia de su ropa interior. El permanente roce de su cuerpo con el de tantos y tantos extraños resultaba abrumadoramente enloquecedor. El vestido que llevaba era tan fino y delicado que era como si fuese andando desnuda por entre el gentío. Le dolían los pezones, de tan erectos y duros como los tenía y agradecía el ensordecedor ambiente, ya que sino, estaba segura se oiría el chapoteante roce de sus humedecidas nalgas.

Finalmente, Carlos y ella alcanzaron su destino, aunque un tanto separados entre sí. Vio como una exuberante y sensual camarera se acercaba a Carlos para ver que quería. Este miró en dirección a Alicia y por señas le preguntó si pedía lo de siempre. Ella asintió afirmativamente con la cabeza.

Ya no hacía falta que ella estuviera en la primera línea de la barra, por lo que se dispuso a ir hasta donde Carlos se encontraba, pero en ese momento un enorme corpachón la aplastó contra la misma, mientras una ronca voz de borracho gritaba sobre ella reclamando la atención de los ajetreados camareros. Uno de ellos, percatándose del impaciente y sediento cliente se acerco solícito.

Ponme un whisky. Con un solo cubito de hielo – vociferó el desconocido tras Alicia.

Enseguida – concedió el camarero

Sin poder moverse, Alicia decidió esperar que sirviesen el whisky al tipo que la retenía inconscientemente. El sujeto en cuestión era bastante obeso y Alicia no pudo evitar una repulsiva mueca en sus labios al sentir la sudorosa panza que se comprimía contra su espalda. Intentó moverse para evitar el indeseado y pegajoso contacto, pero con ello tan solo consiguió que el hombre se percatara de su presencia.

¡Oh! Disculpe señorita. Hay tanta gente que es imposible... – se excusó el desconocido - No se preocupe, enseguida me marcho.

Alicia escrutaba impacientemente al afanado camarero, hiendo de un extremo a otro de la barra como pollo sin cabeza y que parecía haberse olvidado del maldito whisky del gordinflón.

Repentinamente, los músculos de la joven se tensaron, paralizándola por completo. Una gruesa mano le sobaba el trasero. Tímidamente al principio, pero fue ganando en confianza al comprobar que no era rechazada.

Alicia sintió como le subían la falda y como aquella mano, con la palma en forma de cuenco, se deslizaba entre sus muslos, para acabar abarcando su sexo completamente.

Quiso gritar y de sus labios tan solo salió un trémulo gemido. Un ramillete de gordezuelos dedos, abriéndose como un abanico, surcaron su coño, separándole los labios vaginales.

Alicia se aferró fuertemente al borde de la barra del bar, al sentir como el dedo corazón del gordinflón la penetraba, comenzando a moverse como si la estuviera follando.

Avergonzada, miró a su alrededor, temiendo que alguien advirtiera lo que estaba sucediendo. Pero nadie se había dado cuenta de nada. Enseguida se tranquilizó. Era imposible ser sorprendida entre aquella muchedumbre histérica y borracha.

En su nerviosa revisión visual, sus ojos se encontraron con los de Carlos, unos metros más allá de la barra. Este sonrió haciendo un cómico gesto con el que decía "aquí estoy, aún sigo esperando". Al parecer los camareros estaban desbordados de trabajo y tardaban bastante en servir los pedidos que tan atentamente tomaban.

Alicia recordaba haber devuelto la sonrisa a Carlos antes de que su visión se emborronara y su cuerpo fuera sacudido por los agitados espasmos de un orgasmo. Las rodillas se le doblaron y a punto estuvo de caer al suelo desfallecida.

Agarrada a la barra del bar como un naufrago a un madero, se mantuvo en pie. Poco a poco, su agitada respiración se fue normalizando y la especie de nube que la cegaba se fue disipando. Asombrada, advirtió que podía moverse. El tipo gordinflón ya no estaba tras ella. Había desaparecido. Intentó descubrirlo entre la muchedumbre, pero enseguida desistió de aquella estupidez. ¡Si ni tan siquiera le había visto la cara!

En ese instante se sintió sucia y humillada. "¿Por qué eres tan puta?" se recriminó a si misma, mortificándose por su anuencia. Sabía que era Carlos quien la había llevado hasta aquel estado de sobreexcitación, sin el cual, jamás habría sucedido lo ocurrido. Pero Alicia se culpaba por no mandarlo a la mierda de una vez por todas.

Incomprensiblemente, tras un par de copas y un par de rayas, Alicia ya no se acordaba de cómo se había corrido públicamente a manos (para ser mas exactos, "con la mano") de un gordo borracho. Y volvía a estar tan excitada ó más que antes de que eso ocurriera. Carlos la obnubilaba y junto a él no podía pensar en otra cosa que no fuera sexo y más sexo.

Tras un rato bailando en la pista, como a él le gustaba que lo hiciera; es decir, como una zorrita calienta pollas, Carlos arrastró a Alicia hasta un oscuro y apartado rincón, casi invisible para el resto de la discoteca. Allí varias mesas, cubiertas de botellas y copas semivacías, estaban rodeadas por mullidos divanes, sobre los cuales las parejas se besaban y manoseaban desinhibidamente.

Alicia ni siquiera reparó en los demás. Engarzada a los labios de Carlos se dejo caer sobre uno de los sillones, mientras él la besaba. La mano de Carlos ya estaba entre sus piernas y una indescriptible oleada de placer azotó sus sentidos.

Creo que nos están mirando – susurró Carlos

Fue en ese instante cuando Alicia advirtió la presencia de alguien más. Frente a ellos, en otro de los cómodos divanes, otra pareja los observaba. El hombre debía tener alrededor de los sesenta años. No era nada raro ver a alguien de su edad en aquel local, muy frecuentado por adinerados ejecutivos en sus escapadas con jóvenes y guapas amantes.

El ostentoso rolex en la muñeca proclamaba la adinerada posición del sujeto, en contraste con su aspecto zafio y soez, exento de la más mínima clase que uno presupone a las personas de cierto status social. Sin embargo, su acompañante, parecía una de esas estilosa modelos que se ven en las revistas de moda: rostro angelical, melena impecable, vestido de marca exquisitamente adherido a sus exactas medidas corporales, sonrisa de anuncio y unos ojos tan bellos como vacíos.

Ambos la miraban y sonreían. Alicia no sabía por qué. De pronto, se dio cuenta del rítmico movimiento en la mano de la chica y lo que, entre sus dedos sostenía. Apenas si se lo podía creer. La bella "modelo" estaba masturbando a aquel viejo cabrón ante sus ojos. Y él, con inusitado descaro, la contemplaba con furiosa lujuria. No a su ignorada compañera, sino a ella, a Alicia.

La realidad era aún peor de lo que había creído estaba pasando. Una eléctrica oleada de placer, le recordó aun tenia entre las piernas la mano de Carlos y que en ningún momento había dejado de masturbarla. Aturdida, bajó la mirada, para ver entre sus separados muslos, el visible y humedecido coño, en el que los dedos de Carlos se embadurnaban de blanquecino y espeso flujo mientras jugueteaba con un erecto y excitado clítoris.

Avergonzada, intentó retirar la mano de Carlos, al mismo tiempo que tironeaba hacia abajo de su falda con el propósito de ocultar su sexo de la lasciva mirada del sexagenario ricachón. Tan desesperado como leve, el forcejeo apenas si duró unos pocos segundos. Penetrada por uno de los dedos de Carlos, Alicia sintió como su débil resistencia se deshacía igual que un azucarillo en un vaso de agua. Su humillado cerebro parecía haber quedado desconectado del resto de su cuerpo; sumido en el intenso placer que Carlos le proporcionaba.

Ese era el tipo de estado que atormentaba a Alicia en su cordura habitual. Odiaba aquel control casi sobrenatural que Carlos ejercía sobre ella, convirtiéndola en una simple marioneta de sus deseos y el motivo por el que todas las mañanas se despertaba con la firme decisión de concluir aquella relación.

Pero a pesar de su terrible dominio, Carlos nunca había llegado tan lejos. Esa noche, era como si quisiera demostrarle hasta donde llegaba su poder.

Déjate llevar... y disfruta – ronroneó Carlos al oído de la joven, la cual experimentó como todo su ser obedecía sumisamente, retorciéndose embriagado de gozo.

Alicia recordó las viejas películas de Tarzán, en blanco y negro, que tanto le gustaban a su abuelo, en las que siempre alguien caía dentro de tierras movedizas y alguien avisaba al incauto para que dejara de resistirse, ya que eso hacía que se hundiera más rápidamente. Así era como se sentía. Su cerebro se debatía furiosamente por escapar de allí, pero tan solo conseguía sumergirla más profundamente en un morboso cenagal de inconcebible lujuria.

Azorada, vio como el viejo del Rolex apartaba a su guapa acompañante, incorporándose de su asiento para acercarse hasta donde estaba Alicia. De pie, ignorando completamente a los demás presentes en aquella especie de reservado, comenzó a masturbarse ante los atónitos, pero incontrolablemente excitados, ojos de la joven.

El dedo de Carlos había ido incrementando el ritmo paulatinamente y ahora, la penetraba salvaje y aceleradamente. Y aunque enloquecida de placer y contrariamente a su tendencia de cerrar los párpados en tales circunstancias, Alicia no podía apartar la hipnotizada mirada del rubicundo glande que, intermitentemente, asomaba para volver a desaparecer entre los aprisionadores dedos que lo manipulaban, a tan solo un palmo de su cara. Aquella enrojecida polla estaba tan cerca que el almizcleño olor que desprendía inundaban las fosas nasales de la joven, aumentando bochornosamente su excitación.

El viejo extendió su otra mano hacia Alicia y, no sin cierta delicadeza, descendió una de los tirantes del vestido, descubriendo un trémulo y agitado pecho que oprimió con agónica delectación. El torpe contacto provoco en la joven una correntada eléctrica que la hizo estremecer. En apenas unos minutos, sabía que el orgasmo la alcanzaría y cuando la vieja polla comenzó a escupir el rancio semen sobre su cara se dispuso a secundarla.

El dedo de Carlos la abandonó tan desconsiderada e imprevistamente que Alicia se sintió como si se hubiera caído de un décimo piso. Bobaliconamente contempló su propio coño, de hinchados labios, abiertos y boqueantes como un pez fuera del agua, espumeando espesos y abundantes jugos que delataban la proximidad del éxtasis que se le acababa de denegar.

En ese instante, probablemente Alicia habría concluido el "trabajo" ella misma, a pesar de la presencia de la modelo y el viejo, aún jadeante frente a ella. Incluso habría permitido a éste último, ser él quién acabara de complacerla. Necesitaba tan fervientemente correrse que estaba dispuesta a dejarse follar en público por el repugnante sujeto cuyo maloliente semen ella exhibía en su cara.

-Es hora de irnos – anunció Carlos aferrándola de un brazo y tirando de ella hacia la muchedumbre que abarrotaba el local.

Dejándose llevar, arrastrando los pies como un zombi entre los empujones del gentío, Alicia lloró amargamente. Le imagen de lo que podía haber llegado a suceder la mortificaba. En su febril mente se dibujaba una escena en la que se veía a si misma, semidesnuda y enfermizamente lúbrica, gritando de placer mientras contenía entre sus piernas el avejentado cuerpo del hombre del Rolex.