El descontrol de Alicia (3)
La idea de haber estado a punto de entregarse a un completo desconocido la atormentaba. Pero la imagen de aquel tipo babeando sobre ella, así como la sensación de su polla sobre los rendidos labios vaginales, desquiciaban su mente, provocándole contradictorios sentimientos de vergüenza y lujuria.
Aliviada un tanto su rabia tras el rosario de golpes e improperios, Alicia procuró concentrarse en la masturbación, necesitaba calmar el sobrecogedor ardor que la devoraba. Sus finos y ágiles dedos friccionaban vehementemente el inflamado y abultado clítoris, al mismo tiempo que, con los de la otra mano, acariciaba sus pechos, haciendo especial hincapié en los empitonados y pétreos pezones.
La idea de haber estado a punto de entregarse a un completo desconocido la atormentaba. Pero la imagen de aquel tipo babeando sobre ella, así como la sensación de su polla sobre los rendidos labios vaginales, desquiciaban su mente, provocándole contradictorios sentimientos de vergüenza y lujuria.
Exactamente los mismos sentimientos que había experimentado el día de su boda. Recordó lo feliz que se sentía, su amor hacia Raúl. La posterior borrachera de éste tras el convite y como había aceptado la ayuda del guapo acompañante de su hermana, para trasladar a su reciente esposo, entre ambos, hasta la suite nupcial del hotel. Y como allí, sin saber como, había acabado follando con aquel hombre ante el desvanecido Raúl. El inesperado despertar de Raúl, su enrojecido rostro y sus gritos de rabia fueron el principio del fin de su corto matrimonio y el inicio de su relación con su nuevo amante, que no era otro que Carlos.
Su escandaloso adulterio corrió como la pólvora por entre todos los invitados a la boda. Aún sentía en la nuca los indignados ojos de su hermana mientras Alicia huía a la carrera del maldito hotel, así como las palabras de su suegro al pasar junto a él: "No eres mas que una puta y algún día serás mía".
Aquel viejo asqueroso la había acosado descaradamente desde el primer día en que se conocieron, aprovechando el mas mínimo despiste de su hijo, para meterle mano sin que éste se diese cuenta. Era el único realmente feliz con lo sucedido.
Los ojos de Carlos saltaban intermitentemente de la carretera a la gimiente mujer de al lado. Sonriendo orgullosos al saberse el artífice de ese exaltado estado, redujo la velocidad del vehículo para poder examinar más detenidamente la autocomplacencia de Alicia. Espió las largas y morenas piernas de la joven, exquisitamente torneadas. Las mantenía completamente separadas para poder masturbarse, por lo que Carlos no dejaba de admirar el encharcado y depilado sexo que, ahora estaba siendo penetrado por dos dedos de la muchacha.
Alicia permanecía tal cual la había dejado el tipo del semáforo. Es decir, con la parte superior del vestido enrollado sobre su esbelta cintura. No parecía advertir su desnudez y se acariciaba sus voluminosas y firmes tetas sin prestar atención a los bocinazos de los esporádicos coches que se cruzaban por el camino, sorprendidos por el inesperado espectáculo. Carlos tuvo que reconocer que eran los pechos más hermosos que había visto en su vida y a punto estuvo de frenar y abalanzarse sobre aquellos extraordinarios pezones que parecían balas a punto de ser disparadas.
Sin lugar a dudas, Alicia era con mucho, la mejor de todas sus conquistas y estaba convencido de no conseguir otra mujer como ella.
Asombrado, la vio encorvase sobre sí misma, contemplándose el enrojecido botón con un infantil aire entre perplejo y compungido, como una niña ante su juguete preferido, el cual se acaba de romper y no sabe como volver a hacerlo funcionar.
¿Te masturbas pensando en Raúl? preguntó irónico Ese "pichacorta" no es capaz de cumplir ni en sueños. ¿O tal vez fantaseabas con su padre? la joven giró su sofocado rostro mirándolo con ojos nebulosos.
¡Eres un gilipollas! respondió ella molesta, retirando la mano del coño y tironeando del extremo de la falda para ocultarlo de los ojos de Carlos.
Subiéndose los tirantes del vestido, Alicia terminó de recomponer su figura, mientras pensaba en el malicioso comentario de su acompañante.
Venga, no disimules insistió Carlos Se que te pone los piropos de ese viejo cabrón cada vez que pasas por la obra.
A veces resultas tan repugnante como él replicó Alicia enojada.
En varias ocasiones le había hablado a Carlos sobre Paco, el padre de Raúl, contándole sus acosos
Para colmo, aquel viejo rijoso, soez, abyecto y tremendamente autoritario, hacía un año que estaba como guarda nocturno en una obra cercana a donde vivía Alicia, así que cuando ésta llegaba de trabajar, tenía que soportar sus obscenos comentarios durante los metros que separaban la parada del autobús de su casa. Si la joven había odiado alguna vez a alguien, ese era su suegro. Carlos conocía muy bien dicha aversión, por eso Alicia se sintió dolida y molesta por el comentario.
Vamos cariño, no te enojes sonrió Carlos deteniendo el coche
¿Por qué me tratas como una puta? le recriminó Alicia seriamente mirándolo a los ojos.
Carlos se inclinó sobre Alicia y comenzó a besarla apasionadamente. Como de costumbre en aquel tipo de discusiones, la joven intentó rechazarlo, sin éxito alguno. Al poco, Alicia volvía a ser devorada por aquel descontrolado fuego contra el que nada podía hacer. En un suspiro y con la habilidad que lo caracterizaba, Carlos la desnudó y, cuando, por fin, esperaba alcanzar el ambicionado premio, él abrió la portezuela del vehículo.
Baja del coche ordenó con excitada y ronca voz.
Alicia obedeció ignorando su desnudez y la posible presencia de algún transeúnte. Como hechizada, se dejó arrastrar por su amante, embelesada por la prometedora sonrisa de Carlos.
Su espalda chocó contra una fría superficie y segundos después una descarga eléctrica la dejó sin aliento. Arrodillado entre sus muslos, Carlos acababa de incrustarle la lengua en la húmeda oquedad de su coño. Alicia no pudo más que cerrar los ojos y aferrarse con ambas manos a la bamboleante cabeza de dorados cabellos, gimiendo de placer ante los avances del invertebrado apéndice, vibrando con cada una de sus acometidas, derritiéndose como la mantequilla al notarla girar sobre su clítoris.
-¡Dios! suspiró fervorosa, oprimiendo aún más la cabeza de Carlos contra su bajo vientre.
Muy a su pesar abrió los párpados. Creía haber oído un ruido extraño. Con ojos vidriosos y nerviosos, oteó la oscuridad. Tardó unos minutos en discernir una silueta a pocos metros, avanzando hacia ellos con sigilo.
¡Joder! exclamó asustada - ¡Hay alguien ahí!
Olvídate masculló Carlos sin apartar la boca del sexo de la joven, avivando los latigazos de su lengua sobre la erecta protuberancia de Alicia.
¡Para¡...¡Para...por favor...! rogó ella desfallecida, sin dejar de retener la rubia cabellera de Carlos entre los dedos, desdiciendo sus palabras Nos están mirando... ¡Detente! jadeó.
La lengua de Carlos se deslizó sobre la piel de Alicia, ascendiendo por su cuerpo conforme se incorporaba, acabando por hundirla entre los semiabiertos labios de ella. El la besaba mientras la penetraba con sus dedos.
Alicia no podía moverse. Se debatía entre el placer y el pudor. Y como siempre ocurría con Carlos, acababa venciendo el primero.
Vigilando la acechante silueta cada vez mas próxima, Alicia se abandonó por completo, plegándose a los besos y caricias de Carlos. Ya no le importaba la ajena presencia, tan solo quería que Carlos la follase de un puta vez, aunque le inquietaba el hecho de que aquella oscura mancha no dejara de acercarse mas y mas.
¿Quieres follar? le dijo Carlos
¡Si!- rugió ella
En ese momento, una mano salida de la penumbra oprimió uno de sus pechos y un rostro conocido asomó bajo la tenue luz de la luna.
Hola preciosa saludo una aguardentosa y familiar voz Ya te dije que algún día serías mía.
Alicia, ahora, podía ver perfectamente a su suegro. Su congestionado rostro era una mascara de lujuria y rencor, presidido por una triunfal y salvaje sonrisa.
Atónita, vio como Carlos se separaba de ella con el mismo aire indiferente que había mostrado anteriormente en el coche. Y de igual modo, sentándose sobre un bidón, encendió uno de sus cigarrillos.
Por primera vez fue consciente de donde se hallaba. Estaba en la obra donde su suegro trabajaba, apoyada contra una de las paredes metálicas de las varias casetas desperdigadas por el vallado recinto.
¡Carlos! exclamó, extendiendo una mano hacia el impasible fumador a modo de auxilio
¿Qué te pasa? respondió él, seco y cortante ¿Acaso no querías follar?
Carlos... te lo suplico gimió Alicia, dejando que su suegro la besara en el cuello, notando como éste la aplastaba con su peso.
Si no quieres, tan solo tienes que vestirte y largarte de aquí dijo Carlos sonriendo irónicamente.
Pero los dedos de su suegro entre las piernas, hurgando la humedecida intimidad la imposibilitaban. Alicia sabía que había llegado a ese punto sin retorno al que Carlos tanto gustaba llevarla. A ese punto en el que su mente se plegaba bajo los dictados de su rebelde y ardiente cuerpo. Por eso, cuando su suegro la giró y, con un par de pataditas de aviso, le hizo separar los tobillos, sabía antes de que se lo dijera lo que iba a ocurrir.
Te voy a follar zorra exclamó fuera de sí, azotándole bruscamente uno de los desnudos glúteos.
¡Nooo...! sollozó desesperada, pero sin mover un solo músculo para intentar huir.
Tan solo su cuello se giró. No podía apartar la vista del odiado ser que le sobaba y golpeaba el culo con sus grandes y peludas manazas. Durante unos minutos su suegro apartó las manos del inmovilizado cuerpo de Alicia para desnudarse.
Nada la retenía, ni siquiera el grosero contacto de aquel infame ser. Y sin embargo, la joven permanecía inerte; los brazos extendidos hacia el frente, las palmas de sus manos apoyadas contra la metálica pared, sosteniendo el peso del arqueado cuerpo, con las piernas separadas y los tacones semienterrados en la tierra, contemplando hipnotizada la horripilante anatomía que emergía de entre las desprendidas y sucias prendas.
Era como observar un oso ó ... un gorila... Un gorila blanco. Grande, gordo y recubierto de hirsutas canas. Paco sonrió al ver la expresión en el rostro de su nuera. Le satisfacía la repulsión que éste mostraba. Pero, mas aún, la enorme sorpresa de sus ojos, clavados en la entrepierna de Paco.
Ya veo que no todo en mí te produce asco ironizó hilarantemente No habías visto antes nada así ¿verdad? comentó aferrándose la polla con una mano, agitándola ante la atónita mirada de Alicia.
No podía retirar la mirada. Sabía que eso la delataba, pero sus ojos, al igual que dos imanes eran atraídos hacia el férreo y gigantesco miembro del hombre. Paco tenía razón. Alicia nunca había contemplado antes algo semejante y muy a su pesar, un excitante escalofrió recorrió toda su columna vertebral al ver como "aquello" avanzaba hacia su rostro.
Vamos preciosa... Una zorrita como tú tiene que estar deseando engullirla escuchó la joven a su carcajeante suegro.
La mano de Paco en su nuca, la presionaron hacia delante, pero sus labios se abrieron sin que nadie los forzara al igual que nadie la obligó a arrodillarse ante su suegro. Se sentía fascinada por el entramado de hinchadas venas palpitantes que recamaban la polla de su suegro que, como a cámara lenta, avanzaba hacia sus abiertos labios.
Una pestilente vaharada a orines y caduco sexo en solitario invadieron las fosas nasales de la joven, provocando en Alicia un reflejo gesto de repulsión, del que no llegó a ser plenamente consciente ya que permitió la invasión de su boca y unos golosos y chupeteantes labios se cerraron en torno al pétreo y venoso pene.
No podía ni quería pensar. Su conciencia no aceptaba lo que sucedía. Sumida en una morbosa mezcolanza de asco, vergüenza y humillación que, de alguna extraña manera guiaban las bridas de una perturbada excitación, Alicia era incapaz de admitir la desesperación con la que sus manos se aferraban al palpitante tronco, mientras sus labios lo recorrían de arriba hacia abajo, acompañados por un frenético cabeceo y un reguero de babas que escapaban de sus descontroladas glándulas. Alicia chupaba y lamía el violáceo glande con la glotonería insaciable de una infante saboreando su caramelo preferido. Por supuesto no era consciente de cómo una de sus manos abandonaban la ardiente polla de Paco para deslizar un par de dedos en la chapoteante humedad de su propio sexo, masturbándose mientras se la mamaba a su suegro. Los roncos bramidos de placer del hombre llegaban hasta los oídos de Alicia, excitándola de incomprensible manera.
Temeroso de concluir tan prematuramente ante la excelente mamada, Paco apartó a su nuera, emocionándose ante aquel bello rostro que, con los ojos cerrados, boqueaba decepcionada ante el vació dejado por él. Los labios y la lengua de Alicia se estiraban hacia delante en un fútil intento por recuperar la robada golosina.
Ebrio de deseo, el sexagenario, empujó a la joven, haciéndola caer de espaldas contra el terroso suelo. Ella abrió sus grandes ojos, con expresión de no comprender lo que sucedía. Viendo como era su suegro el que ahora se arrodillaba entre sus piernas.
La rala cabezota del hombre se hundió entre ellas y Alicia no pudo contener un electrizante gemido al sentir los ávidos lengüetazos del viejo, surcando el babeante cañón que conformaban los montículos de sus abiertos y trémulos labios vaginales, latigueando, tras un completo y chapoteante recorrido, sobre el erecto y rosáceo clítoris.
Sus convulsos movimientos denotaban la proximidad de un eminente orgasmo. Sabedor de ello, su suegro reptó por el estremecido y sedoso cuerpo y con inusitada agilidad y rapidez la penetró.
La garganta de Alicia se quebró en un ardiente y perturbador gemido ante la nueva invasión. A pesar de las equinas dimensiones de aquella polla, se adentró en ella con la misma facilidad y firmeza de un hierro candente entre mantequilla.
Nunca jamás Alicia había experimentado un placer semejante. Tan primario, salvaje y lascivo. Tan brutalmente intenso que se sorprendió a si misma, abrazándose con brazos y piernas al obeso cuerpo de su suegro, al mismo tiempo que fundía sus frescos labios con los ajados y marchitos de Paco, dejando que sus lenguas se enredasen en una demencial y serpenteante danza de incontenibles babas.
Disuelta en tan obsceno beso, Alicia clavaba los talones sobre los temblorosos y descolgados glúteos de su suegro, exigiéndole una nueva acometida, mas profunda y violenta que la anterior; algo difícilmente posible, dado el frenético ritmo con que Paco la follaba y que, sin embargo, lograba haciendo chocar sus grandes testículos contra el culo de su joven nuera.
Rechazando los labios de Alicia, Paco la miró fijamente a los ojos. Ella mantuvo la pérfida mirada de su suegro.
¡Puta! susurró él con una increíble mezcla de excitación y rencor Voy a correrme dentro de tu coño y espero dejarte preñada - los labios de Paco se fruncieron, su casi inexistente garganta gorjeó mucosamente y lanzó un verdoso y maloliente esputo contra el arrebolado rostro de su nuera. Acto seguido comenzó a mugir como un toro en celo.
Al sentir el torrente de lava que le inundaba las entrañas, todos los músculos de Alicia se tensaron, arqueando su espalda en un escorzo imposible y con intermitentes y quejumbrosos gemidos, sumó el más intenso orgasmo jamás sentido a la eyaculación de su suegro, al mismo tiempo que relamía con la lengua el espeso detritus dejado en su rostro segundos antes.
Era incapaz de saber si se había quedado dormida o inconsciente. Fuera como fuese, el fresco rocío de la madrugada le había llevado a abrir los ojos. Tras unos eternos segundos de desconcierto, Alicia recordó donde estaba y, lo que era peor, todo lo ocurrido. Miró a su derredor con asustados ojillos de gacela en peligro y no vio a nadie. Ni rastro de Carlos... ni Paco. Convulsamente se puso a llorar. Su apesadumbrado y acongojado pecho no cesaba de agitarse, mientras sus enceguecidos ojos llenaban su rostro con un mar de lagrimas. Como un zoombie buscó su ropa, la cual encontró sucia y rota, semienterrada contra la pared metálica de la caseta. Estaba amaneciendo y la fresca brisa de la mañana heló su entrepierna.
Con estúpida mirada contempló los seminales restos que habían embarrado sus muslos al mezclarse con la tierra. Y al salir corriendo, huyendo de una realidad que jamás podría borrar, Alicia podía sentir los últimos restos de aquel infame jugo, escapándose de su, aún, vibrante coño, deslizándose a través de sus enloquecidas y temblorosas piernas.