El Desconocido Del Metro 2
Despierto en casa de Estéban, solo, y no dejan de suceder sorpresas
Al despertarme, Estéban no estaba en la cama, lo busqué por todos lados, y no estaba… ¿Qué habrá sucedido? Me meto a bañar, luego de una merecida ducha revitalizante, me dirijo al cuarto a vestirme, mi ropa estaba sobre la cómoda; cuando oigo que se cierra la puerta de entrada y alguien hablar… Estéban, hijo, ¿estás en casa? Era una voz de hombre, yo no sabía qué decir ni qué hacer, estaba ahí, solo, a medio vestir, y ahora había llegado el padre de Estéban… Se acerca a la puerta de la habitación, la abre y dice: Hijo, te he traído… ¿Quién coños eres tú y qué carajos haces en el apartamento de mi hijo? Disculpe señor, pero no sabía nada que usted vendría, me llamo Alfonso, y soy amigo de Estéban. Él debe haber salido, me levanté y no lo encontré… ¡Calla imbécil! Espetó. Le concedo razón, ya que un padre nunca se espera que su hijo sea gay, por más que lo sospeche, ni por la mente se le pasa que pudiera aceptar la situación. Coge su teléfono móvil y hace una llamada, los cojones se me suben a la garganta, casi a punto de salirse por mi boca… Un hombre de unos cincuenta y algo de años, casi sesenta, 1,98mts, gordo pero como que en su juventud se quemaba en el gym, de esos gordos macizos, musculados, pecho y brazos muy peludos, y un tremendo paquete que se le marcaba como si la tuviera dura, sin dejar de mencionar las nalgas que parecían de roca y una barba espectacularmente densa, canosa, en contraste con un cabello de corte militar, canoso.
¿Dónde coños andas y qué hace este tipo en el apartamento? No me importa… Vente ya, es una orden. Que no es mi problema Estéban Josué, te vienes ya, si no quieres que lo saque por el balcón. Esa fue la amena conversación padre – hijo que tuvo el señor con su hijo.
Sentándose en la cama encendió un cigarrillo, al aspirar y exhalar la primera bocanada, como que más tranquilo, me dijo: ya viene… ¿fumas? Extendiéndome la cajetilla… sin decir palabra extiendo mi mano tomo la cajetilla y saco uno, sin hablar, me ofrece el encendedor. El pulso me temblaba, el corazón se me iba a salir, estaba extasiado y atemorizado por este oso furioso que tenía delante de mí. Ya habiendo encendido el cigarrillo el hombre sale y busca en el cocina un cenicero, lo trae a la habitación y me dice: O terminas de vestirte, o te desnudas, pero a medias no quiero tener que seguirte viendo. Opto por lo primero.
Él vuelve a la cocina y refunfuña algunas cosas, no entiendo lo que dice. Llega un mensaje a mi móvil y es Estéban, no pude despertarte, perdón. ¿Mi papá está agresivo? A lo que le respondo: Eres un loco, ¿cómo me dejas solo aquí y teniendo él llaves? Anda con un humor de perros, pero más centrado. Al enviar mensaje el señor me ofrece una taza de café, y extendiendo su manaza dice: Henry, Henry Rodríguez, mucho gusto. El placer es mío señor, le dije. Él soltó una carcajada y me dijo: ¿En serio me vas a tratar así después de verte casi desnudo? Y… ¿Cómo debo dirigirme? Dime Henry, o Hank, como me dicen mis amigos. Creo que nos la vamos a llevar bien. Disculpa la primera impresión, no esperaba encontrar más hombres aquí desde el último que casi le destroza el apartamento a mi hijo y lo saqué en ambulancia de la golpiza que le di.
Debe haberme visto palidecer, entonces sonrió y me dijo: Ven acá Alfonso, acércate. Me acerqué y sin más me abrazó y me estampó un beso que casi me hace enloquecer. Primero, me atemoriza, luego me calma, y por último me excita… ¿A qué coños juega este cabrón? Pensé.
Me suelta, me mira a los ojos y me dice sujetándome de los hombros: ¿Mejor? Yo sólo asentí. En eso escucho la puerta de entrada y la voz de Estéban que dice: Papá… Llegué. Hank me hace un ademán de guardar silencio y un guiño, respira profundo, como quien entra en personaje para una obra de teatro, y sale del cuarto vociferando: ¡Muy bonito jovencito! Yo confiando en ti, y tu metiendo machos aquí. ¿Dónde se ha visto semejante descaro? Además, ni tu madre, Dios la tenga en su Gloria, ni yo, te enseñamos que la vista se deja sola en casa, que vergüenza con Alfonso, se despierta y no te encuentra, ¿dónde coños andabas?
En la panadería, fui a comprar algunas cosas: Pan, jamón, queso, cigarrillos, leche, café… Además… ¿Por qué viniste sin avisar?
En ese momento salgo de la habitación y veo al hombretón casi a punto de llorar. Es que, Marina me ha pedido el divorcio, y no quiero estar en casa con ella, según, que no puede seguir teniendo sexo conmigo porque cada vez que se da, queda muy lastimada, cada vez disfruta menos y sufre más… y como no puedo cambiarme la verga, ella quiere el divorcio y conseguir alguien “más normal” en atributos con quien pueda disfrutar del sexo. Y vine dispuesto a pasar unos días contigo, y… bueno, con Alfonso ahora, si no hay objeción.
Estéban lo mira, me mira, yo me encojo de hombros, él respira profundo, y le dice: Papá, es comprensible, no todo el mundo debe poder encajarle ese animal que tienes entre las piernas, pero no sé si será buena idea que te quedes con nosotros, ya que Alfonso me gusta, y quiero intentar algo con él, me le acerco y le digo: La familia es lo primero, yo no pongo objeción, y ya podremos compartir más tiempo tu y yo Estéban. Sin malos rollos.
Henry nos abraza a los dos y dice: Gracias muchachos, gracias. Siento como solloza sobre nosotros. Le dice a Estéban: Ve a la cocina y revisa lo que te traje.
Estéban va, lleva las compras a la cocina empieza a revisar las bolsas que había traído su papá. Estando en eso, se le escuchan gritos de emoción: ¡Juegos! ¡Más juegos! ¡Películas! ¿Qué es esto? Hank le dice: ¿Una cajita de madera? Si… Responde Estéban. Ábrela, es para ti, y bueno, para con quien lo quieras usar. Unos aros de acero de los que se colocan en la base del pene, los testículos, donde los quieras usar… Estéban abraza a su padre de manera muy emotiva, y de pronto le dice al oído, casi en secreto, se parecen a los tuyos… su padre sonríe y se ruboriza, al saber que su hijo lo había espiado en algún momento secretamente.
Bueno, esto me ha dado calor, creo que voy a darme un baño, dice Henry, quitándose su chaqueta de cuero y dejando su torso sólo cubierto con una chemise blanca. Sus brazos casi rompen las mangas de la chemise. Y sus vellos no son para nada discretos, los brazos de ese hombre parecen troncos de roble, su pecho el de un toro de lidia, y su barba… me imagino un montón de cosas que podría dejarme hacer por él. Al quitarse la chemise, se ve un cuerpo trabajado en antaño, como había imaginado, pero que mantiene su forma, sus pectorales tienen en las tetillas unos piercings que deben medir más de cinco centímetros de diámetro. Me encanta lo que observo, tanto que mi culo empieza a hacer pucheros y mi sexo se endurece de una manera como nunca antes. Sigue desvistiéndose delante de mí, me guiña un ojo con descaro, veo sus botas, como las de los militares del video, se sienta, y me dice: Hijo, ayúdame a quitarlas… le desato los cordones, estando de rodillas ante él, veo como salen sus piernas, sus pies, y ese aroma a sudor, que me intoxica. Una a una le quito las botas, estoy en el cielo, pienso. Le quito las medias, veo unos pies perfectos, bien cuidados, bastante cubiertos en el empeine de pelos, se incorpora sin decir nada, queda de pie frente a mí y con la bragueta del pantalón a la altura de mi cara. Puedo casi oler su sexo, su olor a macho, ese olor a meaos, sudor, semen… ufffff…. Se desabrocha la correa, el botón del pantalón, desliza el cierre hacia abajo y deja caer hasta sus tobillos el pantalón. Llevaba puesto un suspensorio blanco, blanco inmaculado, que no dejaba nada a la imaginación, manchado por una humedad debido a la excitación que sentía.
En esa cesta se puede llevar comida para un día de picnic, le dije. Se rió.
Espera y verás… me dijo. Se quitó el suspensorio y dejó al descubierto un animalón, unos veinticinco centímetros, por unos dieciocho de circunferencia, mi mano casi no cierra, no pude evitar tocarlo, sus venas se tallan a lo largo y ancho de su vergón, se desliza la piel hacia atrás dejando su glande rosado y babeante a mi disposición, me lo meto a la boca, olvidando todo, que Estéban estaba en la cocina y podría venir, no importaba, ese hombre necesitaba atenciones y yo iba a empezar a atenderlo. Intento meterlo todo en mi boca, no cabe, el me hace pararme y me dice: Dale tiempo al tiempo, ya lo lograrás. Sé que te gusto, pero no quiero que seas sólo pasivo conmigo, también quiero que me cojas, tu estás bien equipado, dijo agarrándome la verga. Agarró su ropa y se fue a la cocina, le dijo a Estéban: ¿Dónde pongo mi ropa? En la cesta papá… ¡Paaaaapá! Le oí gritar a Estéban. ¿Te volviste loco? ¿Por qué lo dices? Preguntó Henry. Esos piercings son descomunales. Henry se echó a reír, pensé que era por mi desnudez. No, bueno, pero, es que no sabía que venían de ese tamaño. ¿Dónde los compraste? En una tienda en Japón. Respondió mientras colocaba la ropa en la cesta e iba al baño. Al oir la ducha me acerco a la cocina, me pongo detrás de Estéban, le doy la vuelta, le bajo el pantalón, y empiezo a darle una mamada, él se deja hacer, y me dice: Mi papá va a vernos… Yo me quedo en lo que estoy, no le presto atención, en eso estamos cuando lo escuchamos cantar bajo la ducha, Estéban estaba tan excitado y nervioso que acabó en un decir amén, trago su lechero y me pongo de pie, lo beso, y me dice: Eres un desgraciado, se la estabas mamando a mi papá, los vi, y oí lo que te dijo, esta noche como que va a haber una reunión familiar como nunca antes se ha dado.