El desconocido

El día de su cumpleaños Mercedes se fija en un chico que ve en el restaurante donde come con una amiga, tras varios encuentros sexuales fallidos, Mercedes decide tomar las riendas...

EL DESCONOCIDO.

(Antes de empezar quiero dedicar este relato a todos mis amigos y compañeros del foro de Autores de Dr. Amor. Un bec para todos.)

Mi amiga Núria y yo estabamos comiendo en un restaurante, estabamos celebrando mi 25 cumpleaños. Era 15 de agosto, el calor era sofocante y gracias al aire acondicionado del local el ambiente era agradable. El camarero acababa de traernos el primer plato y justo en ese momento, frente a nosotras se sentó una pareja, el chico era moreno de intensos ojos marrones que nada más sentarse me miró fijamente a los ojos y me sonrió, yo también le sonreí. Seguimos comiendo, pero yo no podía desviar mi mirada de aquel apuesto chico, Núria me hablaba, pero yo no la escuchaba; el chico también me miraba y la chica que había a su lado también hablaba, pero él sólo asentía sin quitarme los ojos de encima.

¿Qué te pasa? No me estás escuchando – protestó Núria.

Perdona, estaba pensando en mis cosas – me disculpé volviendo mi mirada hacía ella.

Estabas mirando al chico de la otra mesa – agregó ella en voz baja.

Sí, lo siento. ¿Qué querías?

Te he preguntado si te llamó Elena para felicitarte.

No, todavía no me ha llamado.

Ya habíamos terminado de comer el primer plato y el camarero se acercó puso dos platos en la mesa del chico y luego retiró los nuestros. Volví a mirar al chico y este me guiñó el ojo, yo volví a sonreírle.

¿Quieres dejar tranquilo al pobre chico? – me reprendió Núria.

Volví a mirarla a ella respondiéndole:

Lo siento, pero no puedo evitarlo, me tiene hechizada.

En ese momento el camarero llegaba con los platos que dejó en nuestra mesa. Traté de concentrarme en el plato, pero inevitablemente mis ojos se iban hacía el chico que seguía mirándome disimuladamente a la vez que me sonreía o me guiñaba un ojo. El juego continuó durante el resto de la comida, hasta que al terminar le dije a Núria:

Voy al lavabo, ve pidiendo la cuenta.

Me levanté, me dirigí al baño, entre en el water y oriné, luego salí, me dirigí hacía el lavamanos y abrí el grifo, me lavé las manos, me las sequé y me miré en el espejo; tenía el pelo alborotado, por lo que me peine. Justo en ese momento se abrió la puerta y por el espejo vi que era el chico de la mesa.

Se ha equivocado – le dije – este es el de mujeres, el de los hombres está enfrente.

No, no me equivocado – dijo acercándose a mí – te estaba buscando a ti.

Se pegó a mi y me abrazó por la cintura con su brazo izquierdo para que no me moviera, mientras con el derecho acariciaba mis pechos por encima de la ropa.

He visto como me mirabas y sé que deseabas esto – me susurró al oído, mientras con su mano derecha descendía por mi cuerpo hasta mi sexo que acarició por encima de la ropa.

A continuación, me subió la falda despacio, con suavidad; entretanto yo miraba al espejo y veía su cara de deseo, sus ojos sedientos de placer observando mi reacción. Mi cuerpo se estaba excitando, sentía como se humedecía mi sexo, a medida que su mano ganaba terreno y se iba introduciendo poco a poco por mis bragas, hasta alcanzar mi pubis. Suspiré al sentir su dedo corazón buscando mi clítoris, gemí al sentir como lo alcanzaba y comenzaba a masajearlo. ¡Dios, no podía creerlo, iba a tener sexo con un desconocido en el lavabo de un restaurante!. Aquel pensamiento aún me excitó más y mi respiración empezó a agitarse.

Tranquila – me susurró al oído. Sacó su mano de mi sexo, me bajó la falda cuidadosamente y se alejó de mí.

Abrió la puerta y antes de salir dijo:

Volveremos a vernos.

Cerró la puerta y yo me apoyé sobre el lavamanos. Suspiré de nuevo, me miré al espejo, mis mejillas estaban rojas, tenía calor y el deseo aún palpitaba en mi sexo. Salí del baño y al dirigirme a la mesa, miré hacía la del chico y no estaba, ni él, ni la chica que le acompañaba.

¿Qué hacías tanto rato en el baño? – me preguntó Núria – Ya he pagado la comida, luego pasamos cuentas.

Lo siento, pero es que no me siento muy bien – mentí.

Pues entonces, vámonos.

Salimos del restaurante y nos fuimos a mi casa. Por la noche me conecté al chat de sexo al que me solía conectar con bastante frecuencia y comenté con mi amigo Andros (ese era su nick) lo sucedido. "Me parece una experiencia alucinante. Si vuelves a encontrártelo, disfrútalo", fue lo que me escribió como respuesta.

Durante los siguientes días fui un par de veces a aquel restaurante para ver si me lo volvía a encontrar, pero no tuve suerte. Cuando andaba por la calle trataba de buscarlo en cada hombre que pasaba por mi lado, pero no tenía éxito y cuando entraba en una tienda también tenía la esperanza de encontrármelo comprando algo. Así el viernes por la noche Núria me invitó a ir a la discoteca. Eran las doce cuando pasó por casa a buscarme. Aquel día estaba dispuesta a ligar con quien fuera y así olvidarme del chico del restaurante. Me puse mi vestido más sexy, era negro, de lycra, con tirantes y con un escote en la espalda que llegaba hasta donde está pierde su insigne nombre. Me puse mis zapatos de tacón y me recogí el pelo en un moño bajo.

Cuando entramos en la discoteca varios hombres se giraron a mirarme, tanteé el terreno y sólo vi un par que me parecieran adecuados para una noche de locura. Nos dirigimos hacía la pista de baile, y empecé a bailar, Núria se quedó a un lado observando. Me encantaba oír el ritmo de la música en mis oídos y sumergirme en él, dejando que mi cuerpo se contoneara. Estaba ensimismada en la música, cuando sentí una mano sobre mi cadera y seguidamente el cuerpo de alguien pegándose al mío.

¡Hola princesa! – era la conocida voz del desconocido del restaurante – Ya te dije que volveríamos a vernos.

Me giré hacía él y en ese momento empezó a sonar una melodía suave y lenta. Me abracé a él y dejé que nuestros cuerpos danzaran al unísono. Sentí la necesidad de besarle, así que acerqué mis labios a los suyos y le besé, una de sus manos que estaban posadas en mis caderas, se deslizó hasta mi culo y lo apretó.

Ven – me dijo cogiéndome de la mano y sacándome de la pista.

Me llevó a un lugar apartado y oscuro, donde la mayoría de la gente no nos viera. Me apoyó con la espalda sobre la pared y volvimos a besarnos, él estaba frente a mí y su mano se deslizó de nuevo hacía mi culo y lo acarició, luego la subió hacía el borde del vestido, la introdujo en él y acarició mi nalga, la apretó con fuerza. Seguidamente introdujo su mano por mis braguitas y con sus dedos índice y corazón acarició la raja de mi culo hasta llegar a mi vagina, que acarició suavemente mientras seguíamos besándonos y con su otra mano acariciaba mi pecho por encima del vestido. Repentinamente introdujo un dedo en mi vagina, mientras yo trataba acariciaba su espalda por encima de la camisa, su cuerpo estaba totalmente pegado al mío y podía sentir su erecto miembro sobre mi vientre. Gemí al sentir su dedo, que empezó a mover muy despacio, introduciéndolo y sacándolo con suavidad, luego aceleró el movimiento de mete-saca, haciendo que la excitación en mí aumentara y gimiera de placer. Estaba apunto de tener un orgasmo, allí mismo, en una oscura discoteca llena de gente que pasaba a un par de metros de nosotros. Mordí su hombro para que no se oyeran mis gritos, mientras él seguía moviendo su dedo, dentro y fuera, dentro y fuera, hasta que estallé en un maravilloso orgasmo, convulsionándome de placer. Entonces él sacó su mano del escondite y se chupo el dedo con el que me había estado acariciando el sexo.

Deliciosos jugos de mujer – dijo.

¡Roberto! – gritó la voz de un chico a pocos metros de nosotros, era rubio y alto, Roberto se giró hacia él – Tenemos que irnos.

Roberto se giró de nuevo hacía mí y me dijo:

Lo siento. Otro día será, no te preocupes, volveremos a encontrarnos. – me dio un beso en los labios y me dejó allí sola.

De nuevo estaba aturdida por lo sucedido, pero ahora por lo menos sabía su nombre: Roberto. Me acerqué a la pista de baile y busqué a Núria, estaba bailando en el centro de la pista con un chico, cuando me vió se acercó a mí.

¿Dónde está tu amante desconocido? – me preguntó con picardía.

Se ha ido. ¿Y tú qué, vas a ligarte a ese?

Claro, no lo dudes. ¿Puedes volver sola a casa?

Sí, no te preocupes, llamaré a un taxi – le dije.

Nos dimos un beso en cada mejilla y nos despedimos. Volví a casa y tras cambiarme me conecté inmediatamente al chat. Allí estaba Andros, le conté lo sucedido esa misma noche y me contestó: "Ves, que fácil es disfrutar de la vida; seguro que la próxima vez llegareis al final".

En los días posteriores, preferí no pensar en él, aunque cada noche soñaba que hacíamos el amor en mil y un lugares distintos. Me sentía algo frustrada, porque nunca terminábamos lo que empezábamos, por lo menos como yo quería que terminara. Y no fue hasta un mes después del segundo encuentro, que volví a verle. Estaba en un bar tomando algo con los compañeros de trabajo, ya que era el cumpleaños de uno de ellos, cuando sentí una mano en mi hombro.

¡Hola princesa! – me saludó.

Me giré hacía él e instintivamente le abracé y él me correspondió. Luego se soltó de mí, me cogió por la mano y me dijo:

Vamos a dar una vuelta.

Espera, te presentaré a mis compañeros de trabajo.

No, vámonos. – dijo él esquivamente tirando de mi mano.

Bueno, hasta mañana – me despedí de mis compañeros que me miraron atónitos y salimos del local.

Caminamos durante un rato, sin decirnos nada, cogidos de la mano. Llegamos a un oscuro callejón y entramos en él. Roberto buscó un lugar oscuro, encontró un portal y me hizo entrar en él. De nuevo me apoyó con la espalda sobre la pared y me besó con pasión, nuestras lengua bailaron en un juego hambriento y luego su boca descendió hasta mi cuello, sentí una corriente eléctrica que recorría mi cuerpo y un fuerte deseo, traté de desabrocharle los pantalones, pero él se separó de mí y sin dejar de besar mi cuello, me desabrochó la blusa, descendió por mi antepecho hasta el canalillo y me desabrochó el sujetador. Me mordí el labio y suspiré cerrando los ojos, mi sexo estaba ya totalmente inundado, mientras Roberto empezaba a lamer mis pechos, primero uno y luego el otro y a continuación mordía uno y luego el otro. Sentí su boca alrededor de mi pezón derecho y mi cuerpo se estremeció, sentía las bragas totalmente mojadas, seguidamente dirigió su boca al otro pezón y también lo chupó, luego lo mordió y no puede evitar emitir un grito de aprobación. Siguió descendiendo por mi cuerpo, hasta llegar a mi cintura, me subió la falda y la enrolló y entonces besó mi vientre, bajó hasta mi pubis y los besó y mordió por encima de la tela de las bragas. Yo me sentía más excitada que nunca y deseosa de sentir algo más que una simple caricia. Roberto, muy delicadamente, me bajó las bragas y me las quitó. Luego besó mi rodilla y fue descendiendo por mi pierna poco a poco, en un juego de seducción que me tenía al borde del colapso. Cuando sentí su lengua lamiendo mi ingle, lancé un fuerte suspiró y me estremecí de placer, la movió unos centímetros y por fin alcanzó mi clítoris, comenzó a lamerlo y chuparlo con suma delicadeza, mientras yo sujetaba su cabeza con mis manos. Sentí sus labios y luego sus dientes mordisqueando mi clítoris con mesura, mi vagina se convulsionó. Repentinamente Roberto movió su lengua hasta mi vagina y la introdujo, lamió el borde y luego los labios. Me flaqueaban las piernas y estaba apunto de tener un orgasmo, mientras Roberto ahora estaba usando su lengua como un pene. Dentro fuera, dentro fuera, el ritmo era demoledor y empecé a gritar enloquecida de placer, en ese momento empezó a sonar el móvil de Roberto : "Beeeep, beeeeep, beeeeep". Pero Roberto no contestó, estaba por la labor de darme placer, chupeteando y lamiendo mi vagina, introduciendo su lengua una y otra vez, mientras mi cuerpo se estremecía y convulsionaba. "Beeeep, beeeeep, beeeeep", de nuevo el móvil y mi cuerpo a punto de estallar. La lengua de Roberto no paraba quieta ni un segundo y por fin alcancé el orgasmo gritando como una posesa. "Beeeep, beeeep, beeeep". Roberto se puso en pie, y me besó, luego me dijo:

Delicioso manjar, ya te lo dije.

Sacó el móvil del bolsillo y contestó mientras yo me vestía. Busqué mis bragas por el suelo, mientras él decía: "Bueno, ahora voy, no te preocupes". Colgó el móvil y me dijo:

Lo siento, tengo que irme.

Vaya, ¿dónde están mis bragas? – le pregunté.

En mi bolsillo, me las quedaré como recuerdo. Llevan tu olor impreso.

¿Cuándo volveremos a vernos?

Pronto, no te preocupes princesa, y te prometo que la próxima vez iremos más lejos.

Me dio un beso en los labios y se marchó. De nuevo me quedé sola y excitada, aturdida e incluso decepcionada, porque no habíamos llegado al final. Necesitaba sentir su sexo dentro de mí, pero nunca lo lográbamos, siempre había algo que nos interrumpía. Volví a casa, cabizbaja y triste. En casa saqué mi viejo vibrador del cajón y me dediqué a darme gusto a mi misma, pues a falta de pan buenas son tortas ¿no?.

Al día siguiente cuando me conecté al chat, le conté mi nueva aventura a Andros y de nuevo me dijo que debía disfrutarlo y que seguro que la próxima vez lográbamos llegar al final.

Estuve una semana sin saber de él, hasta que el sábado por la noche en la discoteca le vi. Se acercó a mi y le dije sin pensármelo dos veces:

Vámonos a mi casa.

Vale – aceptó él sin pensarlo demasiado.

Me besó con pasión y me preguntó:

¿Has venido en tu coche?.

No, he venido con una amiga.

Bien, pues vamos.

Me despedí de Núria que había venido conmigo y salimos de la discoteca.

Mientras Roberto conducía hasta mi casa, yo intentaba acariciar su sexo a la vez que le iba indicando el camino. Al llegar, subimos en el ascensor y ya allí, empezamos a besarnos. Su mano acarició mi pecho por encima de la ropa, cuando llegamos a mi piso su mano ya estaba acariciando mi culo por debajo de las bragas. Salimos del ascensor y entramos en mi casa. Siguieron los besos y las caricias en un imparable y sensual baile de placer. Así, le llevé hasta mi habitación, le desnudé, quitándole primero la camisa, luego le desabroché el pantalón y se lo bajé muy despacio, le hice sentar sobre la cama y luego que se tumbara y le quité los calzoncillos dejando libre su precioso mástil erecto, que acaricié. Me puse en pie y me alejé de él unos pasos, encendí el radiocasette que había sobre la cómoda y empecé a bailar al son de la música. Me quité el vestido muy despacio, primero lo tirantes, lo deslicé despacio hacía abajo, hasta llegar a mi cintura, continué descendiendo poco a poco hasta mis pies y tras salir de él lo dejé sobre una silla, me puse de espaldas a él haciendo bailar mi culo, mientras abría un cajón y sacaba dos pañuelos de seda. Me giré de nuevo hacía Roberto, y seguí bailando, me acerqué a él y lo hice acostar sobre la cama, luego me puse sobre él, lo besé y llevé su brazo derecho hacía los barrotes de mi cama y con uno de los pañuelos lo até diciéndole:

Hoy no te vas a escapar.

Volví a besarle y repetí la operación con su brazo izquierdo atándolo también. Me bajé de la cama, y seguí desnudándome al ritmo de la música, mientras Roberto atado a la cama me observaba sin perder detalle. Me quité el sujetador con sensualidad, destapando primero un pecho y luego el otro y a continuación me quité las bragas, poniéndome de espaldas a él y mostrándole sólo mi culo. Cuando me giré, lo hice tapándome el sexo con las manos y al terminar la música abrí las manos como si fueran la concha de una almeja, despacio, mostrándole mi sexo desnudo. Ambos estabamos excitados, el sexo de Roberto se movía solo, dando pequeños saltitos; me acerqué a él y de nuevo me puse sobre él, le besé y froté mi cuerpo con el suyo, hice que su sexo rozara el mío y luego me puse al contrario de él, en la típica postura del 69, con mi sexo sobre su cara y le ordené:

Anda, lámemelo.

Enseguida sentí su lengua sobre mi clítoris, lamiéndolo y chupándolo. Entonces yo cogí su sexo erecto con una de mis manos, lo dirigí hacía mi boca y empecé a lamer el glande con muchas delicadeza, muy despacio, bajé por su tronco hacía sus huevos y los lamí, volví al tronco ascendiendo hasta el glande que volví a chupar como si fuera un helado. Entre tanto, Roberto lamía mi sexo, introduciendo su lengua en mi vagina, produciéndome un agradable placer. Estaba apunto de alcanzar un orgasmo, cuando aparté mi sexo de su boca y dejé de lamer el suyo. Acerqué mis pechos a su boca y le exigí:

Lámemelas.

Roberto acercó su boca a mi pecho derecho y lo lamió pasando su lengua alrededor del pezón primero, y terminando por chupar y morder la tetilla. Gemí de placer y sentí su boca dirigiéndose hacía el otro pecho, que también lamió y mordió. La excitación iba aumentando en mi cuerpo poco a poco. Acerqué mi sexo a su pene, lo cogí suavemente y rocé mi vagina con el miembro. Roberto suspiró. Después descendí sobre él y empecé a moverme muy despacio. Cerré los ojos y dejé que la sensación de placer me envolviera, empecé a acelerar los movimientos, mis senos se bamboleaban en un dulce baile y Roberto los miraba sin perder detalle, luchando por intentar desatarse. Acerqué mis senos a su boca y dejé que los chupara, mientras me mantenía quieta, sintiendo como su erecto falo me llenaba. Uní mi boca a la suya y nos besamos. Luego me erguí nuevamente y seguí cabalgando sobre aquella erecta polla sin parar, acelerando el movimiento cada vez más. Estaba desatada, deseaba sentir aquel placer más que nada en el mundo y lo estaba consiguiendo. El sexo de Roberto se iba hinchando poco a poco, dando claras evidencias de que se estaba excitando tanto como yo.

Mi cuerpo desbocado jineteaba sobre el erecto pene sin descanso y en pocos minutos entre gritos de placer el orgasmo estallaba en mí, e inmediatamente sentí como el semen de Roberto me llenaba por primera vez, tras varios encuentros sexuales. Tras el último temblor de mi cuerpo me desplomé sobre él y le desaté. Me abrazó y me dijo:

Ha sido maravilloso, princesa.

Tras eso nos quedamos dormidos. Cuando desperté a la mañana siguiente, Roberto ya no estaba, sobre su almohada había una nota.

"Ya te dije que la próxima vez llegaríamos al final y esta ha sido la vez. Andros."

Me quedé helada.