El descenso de Sara (I): Introducción

Sara, una chica normal, acaba convertida en la esclava de su novio Carlos, como única solución para evitar perderle. Descubrirá un mundo totalmente nuevo en el que el dolor y el placer se mezclan y confunden.

Llevaba toda la tarde nerviosa desde que Carlos me había citado con un enigmático "tenemos que hablar". Habíamos quedado a las seis de la tarde, cuando yo saliese de trabajar, en una cafetería a un par de calles de la tienda de ropa donde era encargada. La experiencia me decía que esa frase no presagiaba nada bueno.

Carlos era mi novio desde hace poco más de un año. A sus 35 años, era abogado de un conocido bufete de la ciudad, y su buen hacer había hecho que estuviese a poco de ser convertido en socio del mismo. Alto, con cuerpo atlético, muy culto y educado, apenas podía creer que fuese mi pareja. Yo no soy una chica fea, todo lo contrario, habitualmente los hombres incluso de giran para mirarme, siempre toda la gente me ha considero guapa y, además, tengo unos pechos bastante bien puestos y grandes para mi contextura delgada, y un trasero que ha recibido no pocos (y soeces) piropos, gracias a mis varias visitas semanales a diversas actividades en el gimnasio al que estoy apuntada. Pero, mientras que él tiene unos ingresos bastantes altos, y una profesión de bastante prestigio, yo simplemente trabajo en una tienda de ropa, y ni siquiera llegué a realizar más de un par de cursos de una diplomatura en empresariales. Con 28 años, parece que ya he llegado al límite de lo que puedo alcanzar profesionalmente. Carlos podría tener sin demasiado esfuerzos a chicas bellas y de clase más alta. Sin embargo, me eligió a mí, y no podía quejarme. Me trataba como a una reina, salíamos mucho, me divertía mucho con él, y en el sexo no podía quejarme, sino al contrario. Siempre que salíamos, cuando nos recogíamos y me quedaba, generalmente, a dormir en su apartamento del centro, la noche no acababa hasta que teníamos unas largas sesiones de sexo. Cuando quedaba para tomar un café con mis amigas, y ellas hablaban de sus respectivas parejas, y como algunas ni siquiera llegaban al orgasmo, a mi me avergonzaba reconocer que era rara la noche en la que no tenía al menos dos o tres. La única mácula en este sentido era que Carlos tenía una cierta vena dominante, y muchas veces tenía que frenarle, con su consiguiente enfado. Había aceptado que, en no pocas ocasiones, me atase a la cama y me lo hiciese así; que a veces, al practicar sexo oral, prácticamente me follase la boca; y algunas otras prácticas que consideraba un poco humillantes. Pero merecía la pena, porque pese a todo, siempre acababa llegando al final, a diferencia de con otras parejas.

Por fin salí de la tienda. Iba con unos minutos de retraso, y cuando llegué a la cafetería, encontré a Carlos ya sentado en una de las mesas del interior tomando una taza de té, pues ya prácticamente era de noche y la temperatura empezaba a bajar. Parece que él también había salido de trabajar, porque iba vestido de traje, con su abrigo dejado cuidadosamente en una de las sillas de la mesa. Como siempre, cortés y educado, se levantó a saludarme y a ayudarme a sentarme, aunque lo noté bastante más frío de lo que es habitual. Me temí lo peor.

Tras sentarme, pedir un café para mi, y charlar unos minutos sobre cómo nos había ido el día, por fin reuní el valor para preguntarle por qué me había mandado ese misterioso "tenemos que hablar":

  • Verás, Sara, tengo que decirte algo que no es nada fácil para mí, pero a lo que llevo dándole vueltas unos días -dijo Carlos sin apenas mirarme a los ojos-, y creo que deberíamos dejarlo.

  • ¿Qué? -exclamé sin apenas poder contener mi sorpresa- pero.. ¿por qué?.

  • Te quiero mucho Sara, ya lo sabes, pero estamos buscando cosas diferentes. Es algo que llevaba mucho tiempo pensando, pero el sábado ya tomé la decisión.

Traté de recordar que era lo que había pasado de especial el sábado. Habíamos ido a un restaurante, y la conversación había sido fluida y normal, como siempre. Luego habíamos ido a una discoteca de moda, donde nos habíamos encontrado con unos amigos, y no había pasado nada reseñable, una noche como tantas otras. Después, como siempre, habíamos ido a su casa y... ¡claro! Caí en la cuenta de que habíamos tenido una discusión en la cama, cuando tras estar un rato follando él había insistido en correrse dentro de mi boca y que me lo tragase. Eso es algo por lo que no pasaba, pues lo consideraba denigrante para la mujer, por lo que me negué y, ante su insistencia, tuve incluso que ponerme un poco borde. Al final se había corrido en la barriga, como tantas otras veces, y no le di más importancia. ¿Sería eso? No pensé que Carlos pudiera estar dejándome por eso, pero no se me ocurría otra posible razón, salvo por ese pequeño incidente, el sábado fue un día perfecto.

  • ¿Es por no querer que te vinieses en mi boca? ¿Me estás dejando por eso? -le dije sin poder dar crédito a que esa fuese la razón.

  • A ver, Sara, no es por eso en sí. Es por todo en general. Comprendo que haya cosas que no quieras hacer, y lo respeto, pero yo tengo ciertos gustos que quizás puedas haber intuido ya, pero que no coinciden con los tuyos.

  • Carlos, si es por lo del sábado, no sé, quizás si quieres podemos...

  • Sara, no lo entiendes -me cortó Carlos-, correrme en tu boca es una pequeñísima parte de lo que me gusta hacer en la cama. ¿Recuerdas a Patricia, mi ex?

  • Ya sabía yo que tenía que haber algún motivo real -respondí enfadada y alzando la voz- pero esto era lo último que...

  • Sara, cállate -volvió a cortarme con voz autoritaria- Patricia no tiene nada que ver con esto, llevo meses sin siquiera saber de ella. Lo que quiero decirte es que Patricia, además de mi novia, era mi esclava. Mi esclava sexual. Eso es lo que yo busco en una pareja.

Me quedé francamente sorprendida. Es cierto que había notado que a Carlos le gustaba más de lo habitual el sexo en plan duro, y ciertos jueguecitos, pero... ¿una esclava? ¿Patricia era su esclava sexual?

  • Así que lo siento, ha sido un placer compartir este año contigo, eres una chica maravillosa y estoy seguro de que encontrarás a un chico que te haga feliz. Adiós, Sara -continuó Carlos.

Ni siquiera acerté a responder nada, tal era el estado de shock en que me había sumido la breve conversación. Carlos se levantó, dejó sobre la mesa un billete de diez euros para cubrir las consumiciones, y se marchó sin una sola palabra más, sin ni siquiera mirarme. Y allí me quedé yo, mientras mi café se enfriaba, asimilando no solamente que ya no tenía novio, sino el motivo para dejarme.

Huelga decir que no dejé de darle vueltas en ningún momento. Lo sorprendente de sus revelaciones incluso había desplazado a la tristeza que sentía por haber sido dejada. Mientras iba a mi pequeño piso donde vivía sola. Mientras me duchaba. Mientras cenaba. Podía entender que Carlos tuviese algunos gustos especiales, pero lo que me había dicho era demasiado. ¿Y que era una esclava sexual?  ¿Significa que mantenía relaciones sexuales con ella cuando él quisiera, que le ataba, que le pegaba? ¿Le hacía las cosas del hogar, como una sirvienta? Fue natural que aquella noche, pese a que al día siguiente tenía que trabajar, dedicase bastantes horas a buscar información en internet. Descubrí todo un mundo que desconocía. Vi fotos, vídeos, leí algunas historias, bucee en webs con información sobre el tema. Algunas cosas incluso me horrorizaron, como un vídeo en el que un hombre azotaba sin piedad la espalda de una mujer desnuda, hasta que la chica comenzaba a sangrar. Otras, he de reconocer que me excitaron. Cuando me acosté, ni siquiera podía poner en orden mis días. Estaba muy triste y dolida, mi relación con Carlos creía que era maravillosa, y había fantaseado mucho con irnos a vivir juntos pronto, e incluso casarnos y formar una familia. Por fin, la pena que había sentido reclamó su justo lugar en mi cabeza, y comencé a llorar sobre la almohada. Y entonces, me llegó otro sentimiento bastante más inoportuno. El recuerdo de algunas de las cosas sobre las que había investigado esa noche me asaltó, y sin apenas darme cuenta, comencé a masturbarme, pensando en Carlos, en nuestros encuentros sexuales, y en lo que había encontrado por internet. Incluso me imaginé en el lugar de alguna de las chicas de los vídeos y las fotos. Al final, caí dormida.

Los siguientes días fui una especie de zombi. Mis amigas y mis compañeras intentaban animarme, pero pensaba constantemente en Carlos, y lo echaba mucho de menos. Varias veces había estado tentada de llamarlo, pero era entonces cuando acudía a mi mente todo aquello de la esclava sexual. No, no podría serlo, era humillante, degradante para la mujer, siempre me he considerado una mujer actual, del siglo XXI, y todo eso de que el hombre mandaba, y de la sumisión hacia él, no iba conmigo. Por supuesto me gustaba sentirme protegida, que me abriese las puertas, que me acercase la silla en un restaurante, pero de ahí a estar sometida a un hombre había un paso muy grande que no era capaz de dar... ¿o sí? ¿merecía la pena aceptar algunas prácticas sexuales a cambio de poder estar con el hombre que amaba? ¿perdía algo si lo intentaba?

Dudé mucho antes de buscar su número en la agenda. No estaba nada convencida de que estuviese haciendo lo correcto al llamarle. Pero, pese a que toda mi mente gritaba que lo mejor era olvidarle y pasar página, mi corazón se negaba, y fue él el que finalmente consiguió que pulsase el botón de la llamada. Tras unos interminables segundos, sonó su voz.

  • ¿Sí? ¿Sara, eres tú?

  • Sí-sí, Carlos, soy yo -acerté a balbucear, mi nerviosismo transluciendo a mi voz-. ¿Qué-qué tal estás?

  • Sara... creo que no deberías llamarme -respondió, tras soltar un largo suspiro-. No es bueno ni para ti ni para mí.

  • Pero Carlos, te echo mucho de menos. Quizás podríamos vernos y hablar y..

  • No Sara -me cortó Carlos-. Ya lo hemos hablado, a mi me costó tomar la decisión, pero ya sabes lo que busco en una pareja, y tú eso no me lo puedes dar.

  • Pero...

  • Adiós Sara.

-¡Está bien! ¡Seré tu esclava, Carlos!

Las palabras salieron de mi boca sin apenas ser consciente de lo que estaba diciendo. Se produjo un silencio que duró varios segundos.

-¿Cómo dices? -dijo Carlos al teléfono.

  • Si es lo que quieras, estoy dispuesta a ser tu esclava -respondí, con más seguridad de la que en realidad sentía.

  • Pero Sara, ¿eres consciente de lo que implica eso?

  • He buscado algo en internet y... te quiero, Carlos, y si es la única forma de estar contigo, estoy dispuesta.

  • Amo -respondió Carlos tras una pequeña pausa.

  • ¿Amo?

  • Ya no me llamarás Carlos, sino amo. Al menos cuando estemos en privado.

  • Está bien... amo.

  • ¿A qué hora sales de trabajar el viernes?

  • A las nueve y media, me toca cerrar la caja.

Un carraspeo de Carlos al otro lado del teléfono me hizo rectificar rápidamente.

  • Amo - añadí tímidamente.

  • Está bien. Pues te quiero en mi apartamento a las diez en punto. Ven guapa. Adiós- me dijo, colgando sin darme  tiempo a decir nada más.

Quedé hecha un manojo de nervios, sin saber exactamente a que me había comprometido. Estábamos a miércoles, por lo que la cita era dentro de dos días. Investigué un poco más en internet sobre el tema, al parecer era algo mucho más común de lo que parecía, especialmente con la reciente publicación de algunas novelas de ese tipo que habían tenido bastante éxito de ventas. El jueves me depilé completamente, como siempre hacía de todas formas, ya que me gustaba siempre estar bien. Decidí llevarme la ropa para mi cita con Carlos (aún no pensaba en él como amo) a la tienda y cambiarme antes de salir. Elegí un vestido rojo, con ropa interior negra, medias también negras, zapatos de tacón, y un abrigo para mientras estuviese en la calle, ya no estábamos en verano y a la hora que salía de la tienda hacía frío.

Pasé todo el viernes bastante nerviosa. A mis compañeras tan sólo les dije que había quedado con Carlos "para ver si lo podíamos arreglar", y me dieron ánimos y consejos, sin saber lo que de verdad iba a pasar esa noche. En realidad, ni siquiera yo misma lo sabía. Por la noche, eché el cierre incluso unos minutos antes de lo habitual, hice la caja, y me arreglé en uno de los probadores antes de salir, además de maquillarme y rehacerme el peinado. Decidí ir andando a casa de Carlos, ya que iba con suficiente tiempo y no quería llegar antes de tiempo, ya que él era algo fanático con la puntualidad. Durante el camino recibí no pocas miradas de deseo de hombres, y algunas de una cierta envidia de las mujeres. Hay que decir, modestia aparte, que estaba espectacular.

A las diez en punto llamé al piso de Carlos, el cual me abrió sin ni siquiera preguntar quién era. Mientras subía en el ascensor, los nervios me hacían tener incluso ganas de vomitar. ¿Qué haría Carlos? ¿Qué haría yo? ¿Que querría de mí? Cuando llegué a su piso, la puerta estaba abierta, así que entré. Dejé el bolso y el abrigo en el perchero de la entrada y fui al salón. Allí estaba Carlos, de pie al lado del sofá, en mangas de camisa, bebiendo una copa de vino tinto y escuchando algo de música ambiental. Me miró, y me acerqué a darle un beso, como hacía siempre que nos encontrábamos.

  • Hola Carlos, estoy..

Sin mediar palabra, y sin quiera dejarme terminar la frase, Carlos me dio una bofetada. No fuerte, probablemente ni me habría marcado la mano, pero la situación me dejó en shock. Nunca antes me habían puesto la mano encima, ni siquiera mi padre.

  • Habíamos quedado en que no me llamarías Carlos, sino amo -dijo Carlos en tono seco.

Me quedé quieta, sin saber que decir, con la mano en la cara, donde me había dado la bofetada. De repente noté como mis ojos se anegaban en lágrimas, como una niña pequeña. Entonces Carlos se acercó y me dio un tierno abrazo, lo que contrastó mucho con su actitud de antes.

  • Escucha, Sara, sé que esto puede ser difícil al principio, pero simplemente intenta hacer caso a todo lo que te diga, y te aseguro que vas a descubrir un nuevo y placentero mundo. Déjate guiar por mí.

Sus palabras tuvieron un efecto reconfortante en mí, parecía que seguía siendo el mismo Carlos de siempre.

  • Está bien... Amo.

  • Verás, Sara, si vamos a intentarlo, debes tener en cuenta cual será nuestra relación -comenzó a decir Carlos, tras sentarse en el sofá e indicarme que hiciera lo mismo-. En privado seré tu amo, y deberás hacer todo lo que yo te diga. Eso no significa que de vez en cuando no podamos sentarnos a hablar, ver una película, cenar juntos, o cualquier cosa de las que hacíamos siendo simplemente novios. Simplemente tendrás que tener en cuenta que lo que soy es tu amo, y el significado de eso lo irás comprendiendo poco a poco.

  • De acuerdo, Amo.

  • Cuando estemos en público sigue llamándome Carlos, y trátame normal.  Aunque seguiré siendo tu amo y deberás cumplir cualquier orden que te dé. ¿Lo has entendido?

  • Si, Amo -se me hacía raro llamarle así.

  • Bien, levántate.

Me levanté del sofá y me quedé de pie, nerviosa, sin saber qué hacer, mientras Carlos me observaba pensativo durante unos largos momentos. Entonces me dio la primera orden de las muchas que vendrían: "Desnúdate". Tardé un poco en reaccionar. No es que me diese vergüenza, no exactamente, como es natural me había visto desnuda en un montón de ocasiones, y yo a él. Pero la forma de ordenarme, la situación, el que él siguiese sentado con su copa de vino... era, cuanto menos, una situación infrecuente. Pero me había comprometido a aceptar sus órdenes, y eso es lo que pensaba a hacer. Realmente no había mucho que quitar, tan sólo tenía el vestido y la ropa interior. Así que empecé a contonearme haciendo una especie de baile sexy.

  • No te he pedido que bailes, cuando lo haga lo sabrás. Así que desnúdate -dijo Carlos, interrumpiendo mi baile.

Me quedé un poco cortada, pero haciendo lo que me pidió, deslicé los tirantes del vestido por mis hombros, y lo dejé caer al suelo.

  • No dejes todo desordenado. Dobla la ropa que te quites y déjala en la mesilla.

Por lo que me agaché, e hice lo que me dijo. Me quedé sin saber qué hacer, y entonces Carlos me indicó que me quitase todo, incluida la ropa interior. Me quité el sujetador de frente a él, dejando a la vista mis pechos. Estoy muy orgullosa de ellos, tienen un buen tamaño, con unos pezones que en ese momento empezaban a endurecerse, y una areola de color claro de un diámetro perfecto, ni muy grande, ni muy chica. En los meses en que estábamos, prácticamente todo el pecho tenía el mismo color, habiendo prácticamente desaparecido las marcas del bikini. Algunos pequeños lunares les dan su personalidad. A Carlos les encantaba chuparlos y estrujarlos.

Tras dejar el sujetador encima del vestido, me puse de espaldas y, doblando mi cintura, deslice las bragas por mis piernas, hasta quitármelas. Era consciente de que esa era una pose bastante erótica, y quería agradar a Carlos Las bragas eran de tipo culotte, con algo de encaje, y algunas partes transparentes, de las más calientes de mi pequeña colección de lencería.  Dejándola junto al resto de mi ropa, me giré hacia Carlos, y pude ver como miraba entre mis piernas, apreciando mi vagina recién depilada. A veces me dejaba alguna línea de pelo, o incluso un triángulito, pero esta vez opté por la depilación total. Para hacer honor a la verdad, he de reconocer que la situación comenzaba a excitarme. Por último, me agaché y me quité mis zapatos de tacón, y deslicé mis medias hacia abajo, intentando que mis movimientos fuesen también bastantes sensuales.

  • Sara, antes de empezar, quiero que sepas que entiendo que no tienes experiencia, y que iremos despacio. Trataré de enseñarte poco a poco. Pero la mayor parte del tiempo, no seré Carlos, sino tu amo, y soy un amo severo y perfeccionista. Cuando falles, no tendré más remedio que castigarte. Y ya has tenido antes un pequeñísimo adelanto del tipo de castigos del que estamos hablando. ¿Estás de acuerdo?

  • Si... Amo -añadí la palabra amo en el último momento, menos mal.

  • Bien, pues entiende una cosa. No voy a exigir de ti únicamente sexo, sino una obediencia completa y total. Cuando seamos amo y esclava, tu única voluntad es la mía. Y no quiero ni el más mínimo atisbo de duda, ni la más mínima pausa en tu obediencia, sea cual sea la cosa que te esté pidiendo. ¿Ha quedado claro?

  • Si Amo -respondí esta vez con mayor seguridad.

  • Bien, tendré que enseñarte algunas posiciones. Para empezar, cuando no te necesite, te quiero de rodillas, con las rodillas muy separadas, las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba, la cabeza erguida y orgullosa, pero la vista al suelo.

Me coloqué en la posición que él me dijo y, levantándose, me fue corrigiendo. Las piernas más abiertas, no, no tanto, así; los hombros para atrás, sacando pecho; los brazos un poco más atrás... La posición era bastante humillante, no sólo estaba de rodillas, sino que estaba totalmente abierta de piernas, como una vulgar ramera. Cuando estuve como él quería, me dio una palmadita en la cabeza y un cumplido. Ese trato, que debería haberme humillado más, en realidad lo que hizo fue llenarme de orgullo por haberle contentado.

Sin decirme nada más, cogió su copa ya vacía y salió del salón en dirección a la cocina. Supuse que querría que me quedase quieta en la posición que me había enseñado. Comenzó a pasar el tiempo, primero segundos, después minutos. Probablemente estaba tardando deliberadamente, pero me mantuve en la misma posición, quieta. Si creía que iba a fallar por tardar un poco más de la cuenta, iba listo. Al cabo de un rato, quizás unos diez o quince minutos apareció de nuevo. Sin siquiera mirarme, cogió una revista y se sentó a hojearla. No me moví lo más mínimo, aunque ya empezaba a tener los músculos un poco cansados. Pasaron quizás unos cinco minutos cuando dejó la revista y me habló.

  • Muy bien Sara, de momento vas muy bien. Ahora acércate y cómeme la polla.

Carlos no solía usar ese tipo de lenguaje, por lo que me sorprendió un poco. Pero tal sorpresa no se dejó traslucir, porque enseguida me levanté y me acerqué a él.

  • ¡No! -gritó Carlos un poco enfadado- Vuelve a ponerte en la posición. Así es. Ahora ven a mamármela, pero hazlo a cuatro patas.

Tal y como me dijo, y muriéndome de vergüenza, recorrí a cuatro patas, como una perra, los escasos metros que nos separaban. Una vez enfrente de él, y aún de rodillas, abrí su bragueta, y pude apreciar que su miembro ya estaba enhiesto. Con unos 16 centímetros de largo, no es que fuese algo gigante, pero tenía un buen diámetro, y a mí siempre me había satisfecho. Sacándolo, comencé a chuparlo mientras con una mano acariciaba la base. Entonces, Carlos me indicó que usase únicamente la boca, y que colocase mis manos a la espalda. Así lo hice, y seguí chupándosela usando mi boca. A veces se me salía, y me rozaba por la cara, por lo que tenía restos de saliva alrededor de mis labios. Me daba vergüenza la imagen que debía estar dando. En un momento dado, Carlos puso su mano sobre mi cabeza, y empujó de forma que clavó su verga hasta mi garganta. En seguida comencé a toser y a atragantarme, y entonces Carlos me permitió retirármela de la boca. Tras unos segundos en los que me dejó tomar aire, volvió a hacerme lo mismo, dejándola esta vez algunos segundos en esa posición. No pude ni evitar que mis ojos empezaran a lagrimear, y de nuevo me permitió respirar. Repitió esto varias veces, y entonces la sacó, se puso de pie, y se guardó de nuevo la polla en sus pantalones, no sin antes secarla un poco de mi saliva pasándola por mi cara y por mi pelo. No me veía en ningún espejo porque estaba de rodillas, pero debía tener el maquillaje hecho un desastre.

  • Muy bien Sara, lo estás haciendo estupendamente -dijo Carlos sonriéndome.

Eran las primeras veces que experimentaba el extraño placer que un cumplido de tu amo puede producir, incluso después de haberme tratado de esa forma y haberse limpiado su polla en mi cara como si fuese un vulgar trapo.

  • Aunque ya has tenido un aperitivo -dijo, entre unas pequeñas risas- creo que deberíamos cenar. En la nevera hay una ensalada de pasta ya preparada, y unos filetes descongelados, prepáralos y pon la mesa.

  • Amo... ¿desnuda?

  • Por supuesto Sara, cuando estemos a sola pasarás la mayor del tiempo desnuda, es mejor que te acostumbras. Bueno, bien pensado, ponte el delantal, me resulta sexy una mujer vestida sólo con eso -añadió de forma divertida.

Así que fui a la cocina y empecé a preparar la cena, vestida sólo con un delantal que dejaba al aire buena parte de mis pechos y toda mi espalda y culo. Carlos andaba paseando por la casa, a veces observándome desde la puerta. En realidad apenas había que preparar nada, por lo que tardé poco en hacer los filetes y poner la mesa.

  • Hoy comerás conmigo en la mesa, pero que sepas que ese no será siempre el caso -dijo Carlos cuando se sentó-. Eso sí, quiero que estés desnuda y poder admirar tu cuerpo. Eres guapísima, Sara.

La cena transcurrió en realidad como cualquier otra velada, si obviamos el hecho de que él estaba perfectamente vestido, con unos vaqueros y una camiseta de manga larga -se había cambiado mientras yo hacía la cena- y yo estaba totalmente desnuda. Charlamos, nos contamos cosas de nuestros respectivos trabajos, nos reímos... En mitad de la cena me indicó que debía sentarme con las piernas algo abiertas, con las rodillas separadas, y a partir de entonces de vez en cuando comprobaba con su pie que efectivamente mantenía la posición.

Cuando acabamos de cenar, me hizo recoger todo y limpiar los platos y todo lo que había ensuciado en la cocina. Al acabar, me indicó que tomase la posición que me había enseñado, y trajo de su dormitorio una caja.

  • Verás Sara, tengo algunos juguetes que vamos a ir usando juntos. Unos cuantos los tenía de antes, y tras tu llamada, he comprado algunos nuevos que estoy deseando probar -dijo Carlos-. Voy a enseñarte algunos de ellos.

Lo que me mostró me asustó. Tenía varias cuerdas, de distintos tipos y tamaños, aunque eso era algo que ya había probado con él. Me enseñó una bola de plástico con unas correas, que reconocí como una mordaza de las fotos que vi en internet, y también otra que consistía en un aro, lo que permitía libre acceso a la boca. Tenía algunos consoladores, unos pequeños y con forma ovalada, otros grandes, y uno era ciertamente monstruoso. Me dijo que ese de momento no lo usaríamos. Y también sacó de la caja un látigo formado por varias trenzas de cuero, que hizo restallar delante de mí; y una especie de fusta como las que se usan con los caballos. También tenía cosas más típicas, como esposas y muñequeras con sujeciones.

  • Quiero que vayamos despacio y que no te asustes al ver todo esto -explicó Carlos mientras volvía a guardarlo todo en la caja-. Ya te he atado algunas veces, pero hoy vamos a ir un poco más allá, y a probar algo llamado bondage. Ponte de pie

Me puse de pie, tal y como me dijo. Entonces cogió una cuerda, que pasó por mi cuello. Le hizo tres nudos por delante, entre mis pechos y mi ombligo, y pasó la cuerda por mi entrepiernas, sujetándola en mi cuello y dividiéndola en dos. Tras ello, fue pasando la cuerda por entre los nudos que había hecho previamente, de forma que el resultado final fue que acabé con los pechos extrañamente salidos, y una cuerda entre mis labios vaginales. Cogió otra cuerda más de la caja, y me ató los brazos por detrás de la espalda.

  • Estás preciosa, Sara, impresionante. Quiero que te veas en un espejo -cuando comencé a seguirle, Carlos me paró-. No, no. Así no. Verás, es posible que en el futuro tengas un collar y una correa, pero cuando no, y nos dirijamos a algún sitio, yo te guiaré. Dóblate por la cintura.

Cuando lo hice, Carlos me cogió el pelo desde cerca de su base, y así, doblada, y atada, me llevó a su dormitorio. La posición era tremendamente humillante, me trataba como se trataría a un animal, pero muy a pesar debía admitir que me resultaba algo excitante. La cuerda que tenía en mi vagina debía estar empezando a humedecerse. Cuando llegamos a su dormitorio, me hizo poner de pie, y me pude contemplar en el enorme espejo que cubría las puertas de su armario. Carlos tenía razón, estaba impresionante. Las cuerdas encima y debajo de los pechos los hacían sobresalir de una forma tremendamente erótica, y además, la leve presión que ejercían hacían que estos tuviesen algo más de color, con los pezones destacando de forma especial sobre ellos.

Colocándose detrás de mí, Carlos comenzó a besarme las orejas y la parte superior del cuello, y en respuesta, yo comencé a excitarme cada vez más, habida cuenta del estado en que ya me encontraba. Se quitó la camiseta y siguió besándome, mientras con una mano iba acariciando alternativamente mis pechos, mi vientre y mi pubis. Pegué un pequeño brinco cuando me pellizcó un pezón, a lo que él simplemente sonrió. En un momento dado, Carlos paró de acariciarme y se desnudó completamente.

  • Venga, putita, es hora de mamar.

Me arrodillé frente a él, esta vez sin necesidad de que me dijese nada, y comencé a chupar su pene, que se puso erecto en mi boca. De repente, Carlos cogió mi cabeza y, sujetándola, comenzó a meter y sacar su pene a gran velocidad. Me estaba follando la boca. Yo me dejé hacer, intentando relajarme y mantener la respiración. Pero debió llegar demasiado al fondo, que de repente me puse a toser y, al hacerlo, cerré un poco mi boca. No llegué a pegarle un bocado, ni nada similar, pero debí rozarle con los dientes, porque la sacó de repente pegando un pequeño grito.

  • ¿Qué coño haces? ¿Me has mordido, zorra? -me espetó Carlos tremendamente enfadado.

  • No Carlos, perdona, yo...

  • ¿Y cuántas veces tengo que decirte que me llames amo? Mira Sara, pensaba que tu primer castigo fuese simplemente unos azotes con la mano, pero te has pasado. Has dañado la polla de tu amo, que debería ser tu principal objeto de adoración. Ponte en posición.

Me coloqué como me había enseñado, aunque con los brazos atados a la espalda. Estaba muy nerviosa, y hasta sentía ganas de llorar. ¿Qué iba a hacerme? Había sido sin querer, tenía que comprenderlo, no estaba acostumbrada a que me follasen la boca, y menos tan profundo. Al poco rato volvió Carlos. Tenía en una mano la mordaza de bola... y en la otra, una especie de vara de madera. ¿Dios, iba a azotarme con una vara?

  • Sara, quiero que aprendas a comportarte bien, y por eso tengo que castigarte. Me has lastimado la polla, y además me has faltado al respeto al no llamarme amo. Como es la primera vez que eres castigada, no voy a ser todo lo duro que debería ser ante esas faltas. Voy a golpearte tres veces con la vara. Dos de ellas lo haré de forma leve, pero la última será fuerte, como cabría esperar de un castigo normal.

Sus palabras me dejaron aterrada. ¿Dolía mucho? En internet había visto algunos vídeos, y las mujeres acababan chillando y con unas marcas terribles. Quizás por eso, Carlos me puso la mordaza. No era terriblemente molesta, pero tampoco cómoda, me obligaba a mantener la boca abierta y restringía los movimientos de la lengua. Tras ello, me hizo apoyar el vientre sobre la cama, de forma que mi culo quedaba en pompa a su disposición, dispuesto para ser azotado. Toda la excitación había desaparecido, y me notaba incluso sudorosa, debido a los nervios que sufría. Incluso comencé a temblar ligeramente. Carlos comenzó a acariciarme y a masajear la espalda.

  • Tranquila, Sara. Va a doler, pero eres perfectamente capaz de soportarlo. Y debes pensar que es lo que tu amo desea -dijo Carlos, mientras sus masajes se desplazaban a mi trasero-. Por ser la primera vez, y como estás amordazada, no te voy a hacer contarlos. Prepárate.

Carlos dejó de acariciarme y se colocó a mi espalda. Pasaron unos segundos. Estaba tremendamente nerviosa. Y entonces escuché un restallido e, inmediatamente, un calor comenzó a extenderse por todo mi trasero. No pude evitar soltar un grito contra la mordaza.

  • Ya está, tranquila Sara, tranquila -me decía Carlos acariciándome el pelo-. No es para tanto, ¿ves? Vamos a por el segundo.

De nuevo se repitió la misma sensación, aunque quizás de forma algo más dolorosa, pues en esta ocasión me azotó en el pliegue entre los muslos y los glúteos. Aunque me dolió, ya estaba preparada, y estuve muy orgullosa de no gritar, tan sólo emití un leve gemido.

  • Ahora llega el fuerte, Sara. En el futuro, un castigo con vara será así, y mucho más de tres golpes. Espero que te sirva para que pongas todas tus ganas en obedecerme.

Y entonces, sin darme tiempo a asimilar sus palabras, noté un tremendo escozor en el trasero. Era tan fuerte que hasta quemaba. Ahora sí que no pude evitar soltar un largo aullido, y me revolví de mi posición, intentando aliviar el dolor con las manos, cosa que no podía hacer por tenerlas atadas. Enseguida Carlos comenzó a masajear la zona, mientras me susurraba en un tono tranquilizador.

  • Lo has hecho genial Sara. Vas a convertirte en una esclava excelente. Shhh, tranquila, ya pasó.

Poco a poco el dolor se iba calmando algo, pero no había podido evitar llorar. Carlos se sentó en la cama, y me colocó en su regazo, abrazándome como a una niña pequeña, mientras me iba calmando. Era extraño porque, pese a que el culo me seguía ardiendo enormemente, estaba feliz de que Carlos me abrazase, mucho más feliz de lo que me había sentido en mucho tiempo. Y la excitación que había desaparecido ante la perspectiva de los azotes, había vuelto con mucha más fuerza, al sentir su pene presionando contra mí, y su pecho desnudo, y sus brazos envolviéndome.

Al cabo de unos minutos ya había dejado de sollozar, y Carlos comenzó de nuevo con sus caricias y besos sensuales. Me quitó la mordaza, por la que había empezado a gotear algo de saliva, un poco de la cual quedó en mi barbilla, y me obligó de nuevo a colocarme de rodillas frente a él y a practicarle otra felación. Pero esta vez, una vez hubo recuperado completamente su erección, me tumbó sobre la cama y apartó la cuerda de mi vagina, de forma que quedasen una a cada lado y dejasen el acceso libre. Y entonces, por fin, comenzó a penetrarme. A esas alturas ya estaba tremendamente excitada, y al cabo de unos minutos, estaba a punto de tener un orgasmo.

  • De eso nada, Sarita. De ahora en adelante, tienes prohibido correrte salvo que yo te de permiso. Y por ahora, no te lo doy.

¿Qué? ¿Qué no podía correrme? ¡Pero si estaba a cien! Cambiamos de posición, y Carlos se tumbó por arriba y me indicó que comenzará a cabalgarle. Apenas podía aguantarme ya, quería, TENÍA que correrme. Nueva postura, esta vez me puso boca abajo, y me penetró con las piernas juntas, a un ritmo endiablado. Nunca me había follado así, ni él ni nadie. Estaba no a cien, sino a mil, y empezaba a dudar de que pudiese contenerme. Entonces no aguanté más.

  • ¡Por favor amo! ¡Déjame correrme! ¡Por favor! -chillé como una desquiciada.

Y, justo cuando empecé a notar las convulsiones de su pene, y los chorros de semen invadir mi interior, escuché una palabra mágica. Ahora. Y un océano de sensaciones me invadió. Me sentía flotar hacia la luz blanca al final del túnel, como si fuese a morirme. Mi cuerpo temblaba de forma incontrolable. Y así fue como tuve el mejor orgasmo de mi vida hasta ese momento. Quedé rendida, como si hubiese corrido una maratón. Carlos debía estar igual, porque ni siquiera había sacado aún su pene de mi interior.

  • Joder Sara, eres increíble. ¿Entiendes lo que te decía? ¿Ves porqué esto es genial?

  • Sí... Amo -un pequeño cachete en el culo me hizo añadir el amo de forma precipitada.

Al cabo de unos minutos, tras recuperarnos, Carlos me desató, y me acompañó al baño, donde nos dimos una ducha juntos, como tantas otras veces. Al salir, Carlos se puso un pijama, pero cuando yo fui a coger el mío -tenía algunas mudas de ropa en su apartamento, pues me quedaba habitualmente a dormir allí- me cortó.

  • No Sara, tu desnuda. Siempre que sea posible te quiero desnuda.

  • Si, Amo - respondí, dirigiéndome hacia la cama.

  • Hoy vas a dormir conmigo en la cama, pero a veces dormirás en otros lugares. En el suelo atada, por ejemplo. No necesariamente cuando te portes mal, sino cuando me apetezca. Ahora vente a la cama.

Y así transcurrió mi primera noche siendo una esclava, durmiendo abrazada a mi amo, tras un maravilloso orgasmo, y con el dolor de los azotes siendo ya apenas un recuerdo, salvo cuando me rozaba con algo. Podría acostumbrarme a ello.

Continuará.

Nota del autor: es mi primer relato, y agradeceré cualquier comentario, crítica o sugerencia que deseen hacer. También pueden contactarme por correo electrónico. El resto de la serie no está escrita, aunque cómo tengo el desarrollo ya pensado, espero ir publicando a buen ritmo, en la medida en que mis obligaciones me lo permitan.