El Descenso de Martha Stone 8
Martha empieza a sufrir importantes cambios en su vida de los que es incapaz de darse cuenta. Su madre planea sumar a su hija mayor a las desventuras familiares mientras Victoria hace nacer una nueva personalidad dentro del cuerpo de Martha.
Martha nunca había tenido un fetiche por las relaciones entre familiares. De hecho, sus hábitos masturbatorios siempre habían sido bastante “standard”. Rara vez consumía algún vídeo lésbico, pero nada fuera de lo común, pues ni siquiera en su intimidad tenía valor para confesarse sus propios deseos prohibidos. Aún así, tampoco sería justo decir que en aquel momento estaba experimentándolos, porque para ella… aquello era totalmente normal.
Su padre estaba penetrando su coño con fuerza, mientras ella se sujetaba a la encimera, gimiendo sin parar. Sus pechos estaban apretados contra el granito, y notaba el frío calar a través de sus pezones. Era curioso que lo que se le hiciera extraño no fuera estar siendo brutalmente penetrada por su propio padre, o que su madre, desnuda de cintura para abajo, hubiera cogido nada menos que un plátano del frutero y se estuviera masturbando con él.
Lo extraño para Martha era que hasta aquel momento pensaba que era Virgen, y ni había sangrado ni había sentido el más mínimo dolor cuando su padre la había penetrado. Su madre, deteniendo sus gemidos, para hablar, sin embargo, la devolvió a la realidad. Quizá la gente exageraba con respecto a perder la virginidad.
_ ¿De qué… querías… hablarme?
Olivia se pasó la lengua por los labios. Se había colocado sobre la encimera, con las piernas formando una M. Era una espléndida visión para su hija, que podía ver rápidamente tanto su rostro poseído por la lujuria, sus pechos sudorosos, o el espectáculo principal del plátano penetrándola.
_ Sí… es… que… _ A Martha le costaba mucho hablar. _ Papá… no… tan… fuerte.
Jason hizo un gran esfuerzo por contener sus instintos. Lo único en lo que pensaba era en llenar de esperma a su hija. El coño, el culo, la boca… la piel. De la misma forma que había hecho con las fotos. Emitío un gruñido de frustración, más propio de un toro que de un humano, pero obedeció a su hija.
_ Mucho mejor… gracias… que rico. _ Martha se mordió el labio. _ Mamá es que… he besado a mi jefa.
Jason no dejó de bombearla, pero Olivia sí que detuvo el vaivén del plátano de sus entrañas. No se lo sacó, ni cambió de postura, pero la seriedad de su rostro quedaba muy extraña con todo lo demás, al igual que la expresión de Martha, que era de vergüenza cuando no se congestionaba de placer. Parecía que estaban haciendo un gran esfuerzo por tener un momento madre e hija.
_ ¿Por qué la besaste, Martha? _ Olivia se sentó en la mesa.
De no ser porque estaba desnuda y porque el plátano asomaba en una cómica posición que lo hacía parecer una polla, habría pasado por una regañina. Pero Martha, instintivamente, le sujetó el plátano y empezó a jugar con él, provocando que el rostro de Olivia se relajara. Le recordó que tenía que apoyarla.
_ Quiero… decir… ¿Estuvo bien? _ Gimoteó.
_ Sí… estuvo muy bien. _ Jason había vuelto a las andadas, dándole azotes en las nalgas, a Martha le costaba concentrarse. _ Es que… Victoria… me gusta mucho.
Olivia trataba de ser un apoyo para su hija, a pesar de que a su cuerpo lo único que le importaba era correrse de una vez.
_ Deberías ir a verla y… decirle lo que sientes… arreglar las… cosas. _ Estaba ya tan cerca. _ Cariño, me corro.
_ Súbete a la mesa, quiere tragármelo. _ Dijo Martha, con naturalidad.
Olivia obedeció y su hija sacó el plátano violentamente, provocando un grito de parte de su progenitora antes de que los labios de la pequeña se afianzaran a su coño, haciéndola estremecer cuando se corrió con tanta fuerza que no sólo le llenó la boca, si no que le manchó la cara y el pecho.
Olivia cogió su móvil de encima de la mesa y tanto su hija como su marido entendieron el mensaje. Martha posó, con una gran sonrisa, sujetándose los pechos de forma sugerente, y Jason la aferró por la cintura, dándole un beso en el cuello.
_ Magnífica foto. _ Dijo. _ Jason, ¿Quieres correrte ya? Tu hija tiene que ducharse para ir a ver a su chica.
Jason emitió un gruñido y se corrió violentamente en el coño de su hija, que lo recibió con un largo y agradecido gemido. Para ser su primera experiencia, Martha había disfrutado mucho. Sonrió, besó en la boca a sus dos progenitores, y se dirigió a la ducha. Jason le miraba el culo mientras se sobaba la polla una vez más.
_ Eh, Jason… te tienes que relajar… _ Le dijo Olivia. _ Recuerda, Martha es la prioridad.
La cara que le mostró le dijo que quizá para él, no lo era tanto. Le tumbó en el sofá y empezó a comerle la polla como tan bien sabía. Pero a ese ritmo, no iba a poder contenerle indefinidamente. Sus ojos, como de costumbre, no estaban en su marido, si no en una de las fotos de su hija. Muchas de ellas que antes estaban en álbumes, ahora estaban enmarcadas. El objetivo era poder ver la cara de Martha siempre que estuvieran masturbándose o follando. Y en aquel momento, mientras su marido la cogía violentamente del pelo para aliviarse, se fijó en la foto.
Era una foto relativamente reciente, y obviando que, obviamente la figura de Martha estaba cubierta de semen, pudo fijarse en otra chica que estaba junto a Martha. Era una muchacha parecida a ella, pero más alta, con una figura más delgada… pero con un pecho y un culo que, aunque estaban bien, no llevaban a la gloria de su preciosa y perfecta Martha.
Olivia tardó casi un minuto en recordar de quién se trataba. Había olvidado por completo la existencia de su hija mayor. Esa muchacha que siempre había sido su hija favorita, que ya había terminado la universidad y prometía convertirse en una gran abogada. Ahora eso ya no importaba. No era su Martha, pero sí que podía encontrarle un uso. Calmar a su marido.
Martha no entendía la petición de su madre de llamar a su hermana, por lo que sabía, Julia estaba trabajando en sus primeros casos como pasante y no tenía la libertad de pedir vacaciones a placer. Sin embargo, sintió el impulso de llamar y así lo hizo. Extrañamente, Julia aceptó, diciendo que deseaba ver a la familia. Martha no supo por qué, pero insistió en ir ella misma a recibirla.
En realidad, todo aquello la puso de mal humor. No le apetecía ver a Julia. No es que no quisiera a su hermana, la adoraba. Pero no podía evitar sentirse inferior. Al lado de Julia se sentía menuda, fea y gorda. Y era algo que la había acompañado toda la vida.
Pero, como le dijo la voz de Sabrina, con un dulce susurro en su cabeza, ella no estaba gorda… no era fea… y decididamente no era baja. Era prácticamente de la misma altura que Victoria, alrededor del metro setenta y cinco. No entendía por qué se sentía así antes. ¿Y qué si Julia parecía una modelo altísima igual que su madre? Ella era Martha Stone, y hacía semanas que todos los hombres se paraban a mirarla y que las mujeres la envidiaban.
_ Estoy buenísima. _ Pensó en voz alta.
Con esa poderosa confianza, y a pesar de que Victoria le había dado el día libre, se encaminó hacia el despacho, pero por suerte o por desgracia, en cuanto puso un pie en el ascensor, Martha se durmió y Sabrina tomó el control.
_ Lo siento, cielo… _ Dijo, mirándose en el espejo. _ Pero a partir de aquí sigo yo.
Victoria estaba teniendo uno de sus días ociosos. Las chicas estaban con sus clientes y ella estaba tirada en el sofá, leyendo un libro mientras dejaba pasar las horas. Cuando la puerta se abrió la pilló por sorpresa. Sabrina entraba en la habitación con una sonrisa segura.
_ Buenos días, amor mío. _ Saludó, tumbándose a su lado.
_ Sabrina… Pensé que Martha iba a disfrutar de su día libre. _ Le acarició el pelo. _ ¿Qué haces aquí?
_ Quería verte… _ Sonrió.
_ ¿Hablas de ti o de Martha? _ Preguntó, besándole la nariz.
_ Ambas… _ Dijo la morena, besándole levemente los labios. _ Martha no se quita de la cabeza el beso que te dio…
Victoria sonrió y se mordió el labio, coqueta. Martha provocaba extraños efectos en ella. Tenía a Sabrina… pero Martha era distinta, territorio desconocido.
_ Así que estuve pensando que… podríamos hacer eso que te propuse ayer… y montar esas dos cajas nuevas… Verás, los padres de Martha necesitan un liderazgo firme… Esa casa es un descontrol, ¿Sabes?
_ Sí, lo he estado observando todo… estás enferma, Sabrina… eso que has hecho… _ Sonrió y la besó en los labios. _ ¿Cómo se te ocurren estas ideas?
_ En lo más profundo del corazón de la inocente Marthita siempre ha habido algo perverso, muy bien escondido. _ Se rio. _ Ahora hechízame.
_ Vale, está bien, pero… Hagamos una sola hoy. No quiero sobrecargar tu mente… además, estoy preparando algo especial para la marioneta.
_ ¿Ah sí? ¿De qué se trata?
_ Verás… ya que es como una muñeca sin alma… había pensado que podría tatuarte un número de serie. Como si fueras eso mismo, una muñeca… o un robot. _ A Sabrina se le iluminó la mirada y se le humedeció el coño. _ Pero para eso necesito una tinta especial.
_ ¿Especial en qué sentido?
_ Es una tinta que se marca según el estado de ánimo. Si le aplico un conjuro… sólo aparecerá cuando te transformes en la muñequita.
_ Me encanta la magia. _ Sabrina sonrió. _ Me has convencido. Hagámoslo así. ¿Se te da bien tatuar?
_ Trabajé en un estudio de tatuajes antes de todo esto. _ Victoria sonrió. _ ¿Cómo llamamos a tu nueva yo?
_ Que lo decida ella. Igual que hice yo. No sería una dómina si no lo escogiera ella.
_ Tiene sentido. Desnúdate y túmbate en el sofá.
Sabrina obedeció presta. Ya se había acostumbrado a la forma en la que Victoria la hipnotizaba y lo esperaba con ansias. Apenas hubo que inducirla. En apenas unos momentos, Estaba gimiendo como parte del trance, con los dedos de Victoria jugando en su sexo para profundizarlo.
_ Sabrina… quiero que crees otra caja, igual que la otra vez, ¿Puedes verla?
_ Sí… puedo verla.
_ Bien… ¿Está vacía? _ Preguntó Victoria.
_ Sí, está vacía. _ Victoria mantenía constante el ritmo de sus dedos.
_ Bien, quiero que metas una serie de cosas en ella, ¿Lo harás por mí? _ Sabrina extendió la sonrisa.
_ Haría cualquier cosa por ti, mi amor. _ Victoria aceleró muy ligeramente sus jugueteos, para aplicar refuerzo positivo a esa idea.
_ Bien, quiero que pienses en mí, en la forma en la que domino… cómo actúo con Natasha y Vanessa. ¿Tienes ese comportamiento?
_ Sí… _ Victoria notó cómo se humedecían más sus dedos. Jugueteó con uno de los pezones de la morena.
_ Mételo en la caja.
_ Está… está dentro. _ Sabrina estaba tan excitada que presionaba su pelvis contra los dedos de Victoria.
_ Estoy segura de que también has visto vídeos porno de dominación, ¿Verdad?
_ Sí, sí que lo he hecho… _ Sabrina se sonrojó.
_ Niña traviesa… _ Dijo Victoria. _ Bien, quiero que cojas ese comportamiento, el de la dominatrix… y lo metas en la caja.
_ ¡Sí, sí, sí! _ Sabrina rozaba el orgasmo. _ Está dentro, dentro…
_ Muy bien, ahora tienes que meter el respeto y la obediencia que Sabrina me tienen. Seré la única persona a la que obedezca… la única persona por encima de ella. Nadie más, ¿Está claro?
_ Sí… está… hecho. _ Victoria sabía que debía apresurarse, pero no pensaba cometer ningún fallo.
_ Rellena el resto de la caja con lujuria y, por último, recuerda que la caja debe ser como la de Eva. Sabrina decide cuándo se abre y cuándo se cierra. Ella tiene el control.
_ Sabrina… tiene el control… sí. _ Repitió entre gemidos.
_ Ahora voy a hacer que te corras. Y cuando lo hagas… todo esto quedará grabado en tu mente… abrirás la caja y despertarás.
_ Despertaré… _ Repitió.
_ Córrete, Sabrina.
Sabrina se corrió salvajemente, y durante unos segundos tuvo los ojos en blanco. Victoria llegó a asustarse de la perspectiva de que finalmente su cerebro se hubiera roto. Pero como si no pasara nada, la morena se incorporó. Le dirigió a Victoria una mirada que no le había visto antes.
Era una mirada segura, felina, dominante. Tomó la mano de Victoria entre las suyas y se la llevó a la boca, lamiéndole los dedos de la forma más sugerente posible. Victoria notó que se empapaba. La forma en la que podía cambiar a la gente… la forma en la que Sabrina cambiaba sólo para satisfacerla. Era intoxicante. Llegó a olvidarse de que Martha había ido allí a hablar sobre su beso. Parecía algo muy pequeño en comparación con todo lo sucedido.
_ Gracias por traerme a la superficie, mi amor. _ La mujer sonrió, y Victoria le devolvió el gesto. _ Mi nombre es Morgan.
_ Bienvenida, Morgan. Yo también me alegro de verte. _ Le acarició el rostro. _ ¿Qué quieres hacer?
_ La verdad es que quiero sentarme en tu cara. ¿Puedo hacerlo? _ Le preguntó. _ Es extraño tener que pedir permiso. Pero por ti… me sacrificaré.
Victoria se rio, encontraba aquello muy divertido. Morgan parecía una bestia salvaje, indómita, atrapada por una pequeña correa que le impedía mostrarse como era.
_ Sí, puedes sentarte en mi cara, Morgan.
Victoria se tumbó en el sofá y Morgan se sentó en su cara tal como había dicho. Victoria descubrió muy pronto que era una amante egoísta. Gemía como una cerda y ante cualquier irregularidad, azote en el estómago… o en las tetas, o el clítoris. Era una suerte para Victoria ser tan buena comedora de coños.
_ Ah… sí… vamos, coño estúpido. Me quiero correr, date prisa, zorra. _ gruñía, ensuciando los inocentes labios de Martha. _ Oh… joder… vamos, vamos…
Se corrió violentamente sobre la cara de Victoria. Disfrutó de verla completamente empapada. Había algo en aquel pequeño atisbo de sumisión de su ama que la puso como una moto.
_ Ha estado bien, como toma de contacto. Mañana te buscaré un cliente para que te estrenes, Morgan. Creo que conozco a una señorita apropiada para eso. Con ella no tendrás que pedir permiso.
_ Eso lo agradezco. _ Bufó Morgan. Si había algo que detestaba era pedir permiso.
Se moría de ganas de encontrar un coño y una polla que la sirvieran como se merecía, sin preguntas y sin peticiones, a ser posible, más de uno. Lo cierto es que lo que le apetecía de verdad era irse a casa a que mamá y papá le dieran precisamente eso.
_ Nos vemos pronto. _ La despidió Victoria.
_ Hasta pronto, mi amor. _ Se despidió Morgan.
Se encaminó hacia el ascensor, encontrándose confusa. Se miró al espejo y se aclaró la garganta.
_ Sabrina… ¿Por qué sigo aquí? No me quejo, pero… ¿No debería estar Martha al mando ahora?
_ Mira el móvil, Morgan. _ Respondió Sabrina en su cabeza.
Morgan revisó el teléfono y se percató de que tenía una llamada perdida y un mensaje de su hermana. Al parecer había podido llegar antes, y estaba de camino a la ciudad. Miró al espejo y sonrió.
_ ¿Quieres que dome a ese coño estúpido, Sabrina?
_ Con franqueza, creo que eres la chica apropiada para ese trabajo. _ Respondió Sabrina. _ Martha siempre ha estado a la sombra de esa puta. Tú te vengarás por todas nosotras.
_ Para cuando acabe con nuestra querida hermanita… no volverá a poner en duda qué niña Stone es la superior.