El Descenso de Martha Stone 4
Sabrina cumple a rajatabla las órdenes de Victoria... pero no por ello carece de personalidad propia. Una cuya perversión sorprende incluso a Victoria cuando es ella misma la que le ruega que exploren su mente para destrozarla hasta lo indecible.
Martha pasó el día siguiente con relativa normalidad. Sabrina no asomó la cabeza. Martha no encontró extraño que en lugar de informarse sobre la empresa en la que iba a trabajar o en prepararse de ninguna manera, se pasó prácticamente todo el día masturbándose. Cada vez que estaba mínimamente distraída sus dedos se dirigían instintivamente a su coño y se lo tocaba compulsivamente.
Tampoco se paró a pensar en cómo iba en ropa interior por la casa, lo cual nunca había hecho. Cuando su padre se lo comentó ella simplemente dijo que tenía calor… y no era mentira. Se pasó toda la tarde tirada en la cama hundiéndose los dedos bajo las bragas, se sentía incómoda con aquellas bragas blancas… le resultaban sosas.
Se chupaba los dedos como toda una experta, a pesar de que anteriormente se tocaba muy poco, apenas una o dos veces por semana. Martha se durmió temprano, pero a mitad de la noche la que abrió los ojos fue Sabrina. Retiró una pequeña caja de debajo de la cama y la abrió. Contenía una cuchilla, espuma de afeitar y un conjunto de lencería. En escrupuloso silencio, se dirigió al baño y se bajó las bragas. Acarició lentamente la mata de pelo que cubría su sexo. Había estado forzando a Martha a tocarse todo el día sólo para gozar aquella textura por última vez.
Se miró en el espejo, sólo vestida con aquel soso sostén blanco y se cogió las tetas, haciendo un guiño para su reflejo. Se mordió el labio.
_ Míranos, Martha. Somos preciosas… Debimos darnos cuenta hace mucho… Y ahora… el resto del mundo va a verlo… como Victoria.
Sabrina entrecerró los ojos, superó sus miedos, se cubrió con la crema y empezó a pasarse la cuchilla con un estremecimiento. Al día siguiente se levantó temprano, echó a lavar las húmedas bragas y el sostén y se puso el tanga de hilo dental y el sujetador que había en la caja junto con la cuchilla. Se puso el traje de ejecutiva que había elegido al día siguiente y entonces pestañeó repentinamente.
Sonrió, se desayunó y se dirigió hacia la salida, justo al lado de su padre. No le pareció extraño despedirse con una sonrisa seductora, ni lo cerca que había estado de besarle en los labios. Tampoco se extrañó de cómo se contoneaba.
De hecho, le gustaron los piropos que escuchó por la calle, se sintió deseada. Cuando llegó al edificio se subió al ascensor y… su cerebro se apagó.
Sabrina detuvo el ascensor con la parada de emergencia, se abrió la americana y varios botones de la blusa, enseñando su escote con orgullo, quería que se viera el sostén. Repasó su maquillaje, demasiado escueto y formal, y abrió el lateral de su falda, mostrando sus piernas. Sacó del bolso unos zapatos de tacón que Martha no recordaba haber guardado y se los cambió por los zapatos planos que Martha había escogido.
_ Mucho mejor. _ Se dijo a sí misma.
Reactivó el ascensor y se abrió frente al piso de Victoria, que la recibió, observándola. Sabrina no podía evitar sentir que era demasiado formal, pero tampoco podía hacer que Martha saliese de la casa de sus padres vestida como una puta, por mucho que así lo quisiera.
_ Sabrina… bienvenida. ¿Estás lista para empezar el entrenamiento?
_ Sí, ama. _ Contestó, bajando la mirada.
_ Sabrina… ¿Aún sigues molesta por lo que pasó?
_ No estoy enfadada, asumo mi rol. Eres mi ama, y yo tu sierva, como las otras. _ Se encogió de hombros. _ De todas formas, si estuviera molesta, no tendrías más que ordenarme que dejase de estarlo, ¿Cierto?
_ Podría… pero no voy a hacerlo. _ Dijo Victoria, tomándola del mentón para que la mirase.
_ ¿Por qué no vas a hacerlo? Lo arreglarías todo, sería muy fácil. _ Le dijo, mirándola a los ojos, casi desafiándola.
_ Porque hasta ahora sólo he tenido que darte una orden usando mi magia. _ Dijo Victoria, en un erótico susurro. _ ¿Sabes una cosa? Que una persona se someta a mí por mi magia… me pone burrísima. Pero que alguien lo haga porque le sale de dentro… no te puedes imaginar lo puta que me hace sentir… lo cachonda que me pone… Creo que nunca había estado tan cachonda como anteayer.
_ Yo también lo estaba… por eso me dolió tanto tener que irme. _ Reconoció Sabrina, bajando la mirada. _ Tan sólo quería que durmieras apoyada en mi pecho… Sé que no me lo merezco pero quería sentir esa conexión.
Victoria compartía algo con sus putas. Y era que ambas se veían como pedazos de carne. Incluso llegaba a envidiar la relación entre Natasha y Vanessa… estaban unidos y había aprecio, que era más que lo que sentía por ella. Para Victoria el amor había quedado descartado muchísimo tiempo antes.
_ Quiero que la tengas… pero supongo que ya es tarde para pasar contigo la noche en la que te desvirgo, ¿No crees?
_ Mi coño no es la única parte que puedes desvirgar, Victoria.
Lo que dijo fue suficiente para que Victoria se pusiera como una moto, pero no tanto por las palabras… si no por la forma en la que lo dijo, el ardor de su mirada, cómo se había movido su pecho… el deseo impregnado en aquellas palabras.
_ ¿Qué opinas? Si me rompieras el culo… me lo llenaras de leche y pasaras la noche conmigo… estaría dispuesta a perdonarte. _ Extendió la mano. _ ¿Hacemos el trato?
Victoria tomó la mano de Sabrina y le dio un beso con delicadeza.
_ Trato. Pero para eso, tendremos que ocuparnos de que los padres de Martha no molesten. No quiero cabos sueltos.
_ ¿Vas a hechizar a mis papis? Eso está muy mal_ Preguntó Sabrina, con un tono de niña buena que no engañaba a nadie.
_ No, Sabrina… Tú vas a hechizarlos… te enseñaré cómo.
_ ¿Vas a enseñarme a hechizar a la gente? Cuanto te quiero ahora mismo…
_ Sólo lo usarás con quien yo te diga, ¿Está claro?
_ Cristalino, mi amor. _ La tomó por los brazos. _ Haría cualquier cosa para que me encularas fuertemente contra la cama…
Era una suerte que Victoria no llevara aquel consolador encantado en aquel momento, porque se hubiera puesto duro como una roca en aquel instante… y Sabrina habría sentido e incontrolable deseo de chuparlo o empalarse con él.
_ Sí, pero eso será más tarde… mañana. _ Sabrina se mordió el labio ante las palabras de Victoria. _ Por ahora, debemos continuar con tu adiestramiento. Hablemos de negocios. Tengo un antiguo cliente de Helena… quiero que tú la sustituyas… pero se niega. Incluso aunque le he ofrecido una muestra.
_ ¿Se niega? ¿Acaso me ha visto?
_ Sí, le pasé el vídeo en el que te follaba. Pero dice que no eres su tipo.
_ ¿No le gusto porque estoy gorda? _ Sabrina puso los ojos en blanco.
_ ¿Qué? No… le encanta tu cuerpo. Habría que estar ciego para que no les gustaras… _ Sabrina sonrió, orgullosa. _ Precisamente quería una belleza inusual como la tuya.
_ ¿Entonces cuál es el problema?
_ Al parecer… Helena sabía hacer un numerito… y no se le levanta sin él… por muy buena que esté la puta.
_ ¿Qué le van? ¿Las colegialas, las marionetas? _ Preguntó Sabrina, poniendo los ojos en blanco.
_ No, al pareces es algo más… primitivo. Lo que quiere es una hembra. _ Suspiró Victoria.
_ ¿Cómo que una… hembra? _ Preguntó Sabrina, confusa.
_ Pues… eso… quiere a una mujer… vacía. Sólo los instintos primarios… follar, comer y cagar. Que esté siempre cachonda y no piense en otra cosa en ningún momento… que no sepa hablar, o que hable muy poco. Una mujer de las cavernas, pero que esté buena. ¿Qué tal eres como actriz, Sabrina?
_ No tan buena. _ Suspiró.
_ Escucha, si quieres puedo buscar otro cliente y…
_ No. Quiero ser la mejor, Victoria. Voy a ser la mejor puta que has tenido. Lo decidí en el momento en que me desvirgaste. Voy a hacerte ganar dinero como ninguna otra.
_ Oye, Sabrina, en serio, no es necesario que…
_ Es lo que quiero, Victoria. _ La miró a los ojos. _ No quiero que me des concesiones, me niego a fallarte.
_ ¿Y qué propones?
_ Verás… estaba pensando en la caja de la que te hablé.
_ ¿La caja de Martha? _ Sabrina asintió. _ ¿Qué pasa con ella?
_ Bueno… la caja es una proyección psicológica… algo que he creado para contener todas las represiones de Martha, su esencia, su ser.
_ Sí, claro.
_ Y si… ¿Creáramos otra caja?
_ ¿Disculpa?
_ Imagínatelo… una caja en la que poder meter lo que quisiéramos… No tendría que ser buena actriz… porque podría ser exactamente lo que el cliente pide.
_ Eso es…
_ Excitante… me estoy mojando sólo de pensarlo. _ Dijo Sabrina, con una risita. _ Hagámoslo.
_ ¿Estás segura? _ Preguntó Victoria. _ Nunca he hecho nada parecido.
_ Sí, sí que lo estoy… _ Se acercó al sofá. _ Oh, una cosa más…
_ ¿De qué se trata?
_ Quiero que tú le pongas nombre. _ Le sonrió. _ Así que ponle uno bonito.
Victoria no estaba segura de si estaba más salida o preocupada. Pero decidió seguir con el plan. La idea era demasiado excitante para no probarla… y sus hechizos rara vez habían tenido consecuencias irreversibles.
_ Bien, antes de nada tienes que cambiarte. No puedes ir así vestida si vas a ser su hembra… y no si esto sale bien no creo que tengas suficiente cerebro para cambiarte tú sola después.
_ Tienes razón. _ Victoria fue a buscar la ropa que había preparado y Sabrina se quitó apresuradamente el traje.
Cuando victoria volvió, se estaba bajando aquel hilo dental tan seductor. No pudo evitar fijarse en su coño depilado y morderse el labio. Se moría de ganas de comerse ese coño. La “ropa” consistía en poco más que un taparrabos y una tira de piel que cubría el pecho. Sabrina sabía que si daba un bote esa tira cedería ante sus enormes tetazas… pero por otro lado seguramente eso le gustase al cliente. Se tumbó en el sofá, sonreía. Estaba claro que estaba emocionada.
_ Sabrina, mírame a los ojos.
La primera vez que Victoria profundizó en el trance de Martha, le llevó un buen rato inducirla… en aquel instante su mirada se perdió en el acto, y un hilo de baba empezó a caer de su labio. Victoria movió el escueto taparrabos y le metió dos dedos, Sabrina se estremeció.
Toquetear a la gente mientras la hipnotizaba no era un simple fetiche. Los cerebros humanos eran mucho más receptivos durante las continuas descargas de placer, especialmente el orgasmo. En el instante del orgasmo, el cerebro era maleable y se podía escribir casi cualquier cosa en él. Pero empezar a magrear sus tetas sí que fue sólo por placer.
_ ¿Sabrina, puedes oírme?
_ Puedo oírte, mi amor… _ Respondió, con voz monótona.
_ ¿Ves la caja de Martha?
_ Sí… _ La respuesta afirmativa provocó que Victoria le pellizcara el clítoris, gimió con fuerza.
_ Bien… hay otra caja ahí… ¿Puedes verla?
_ No… _ Respondió Sabrina, agobiada. _ No la veo.
Victoria redujo la velocidad de la masturbación, Sabrina se encogió, frustrada. Su coño buscaba desesperadamente aquellos dedos.
_ Estoy segura de que está ahí, tienes que creer que está ahí. Una caja como la de Martha. Es la caja de Eva.
_ Sí… la veo. Es como la de Martha. _ Aceleró la penetración de sus dedos y le pellizcó el pezón.
_ ¿Qué hay en ella? _ Preguntó Victoria.
_ No… hay… nada… está vacía. _ Respondió, entre gemidos.
_ Sí… pero tú vas a llenarla… vas a meter algunas cosas para mí.
_ Sí… lo que tú quieras… pídemelo, mi amor. _ Rogó Sabrina.
Estaba al borde del orgasmo. Estaba llegando más rápido de lo que Victoria esperaba. Estaba claro que estaba muy cachonda.
_ Muy bien… quiero que metas tus instintos básicos… lo que evita que te mueras… que metas los dedos en un enchufe… que te ahogues… todo lo relacionado con la supervivencia.
_ Sí… ya está… está dentro. _ Gruñía de placer. _ ¿Qué más quieres?
_ Sumisión. Quiero que busques en tu fuero interno un primitivo instinto de sumisión al macho… y lo metas en la caja.
Sabrina tardó un poco en contestar, como si realmente estuviera buscándolo.
_ Está dentro… _ Gimoteó. _ ¿Qué más?
_ Quiero que llenes el resto de la caja con tu lujuria.
_ ¿Mi lujuria? _ Se mordió el labio, con intensidad.
_ Sí, lujuria. Quiero que llenes la caja, que se desborde… que fuera imposible cerrarla bien si metieses un poquito más.
_ ¡Ya… ya está! _ Sabrina movía el culo intensamente, frotándose contra los dedos de Victoria, que ya ni se molestaba en moverlos.
_ Cierra la caja, Sabrina y córrete para mí.
_ Está cerrada. _ Gritó Sabrina, corriéndose con fuerza sobre la mano de Victoria, que se llevó los dedos a los labios. Había manchado su sofá.
_ Muy bien, Sabrina… ¿La caja está bien cerrada?
_ Sí mi amor… está cerrada.
_ Tú eres la única que decide cuando se abre y cierra, ¿Verdad, Sabrina? _ Insistió.
_ Sólo yo puedo abrirla y cerrarla.
_ Muy bien… abre la caja… _ Le ordenó.
_ Está abierta… _ Pudo ver que convulsionaba.
_ Muy bien, ahorra cierra la caja.
_ Está cerrada, mi amor.
_ ¿Está bien cerrada?
_ A cal y canto, sólo yo puedo abrirla.
Victoria asintió. Quería asegurarse de que pudiera cerrar la caja sin problemas.
_ Vale… en el momento en el que chasquee mis dedos, vas a abrir la caja y vas a despertar.
Hubo un chasquido… y la muchacha sentada en el sofá abrió los ojos. Victoria supo al instante que no era Sabrina, o Martha. En sus ojos no había la más mínima capacidad de raciocinio, inteligencia o pensamientos complejos. Sólo una mirada fija que se dirigió a las tetas de Victoria y luego a su culo.
Eva se dobló en una postura casi imposible, estirando una pierna de forma muy similar a un gato, y ante la atónita mirada de la tatuada empezó a chuparse su propio coño. Victoria puso los ojos como platos ante la visión. Era excéntrica, extraña… pero al mismo tiempo, gloriosa.
_ Eva. _ La llamó.
La muchacha elevó la vista unos segundos. No la reconocía. Realmente estaba hablando con una persona completamente distinta, porque al momento bajó la vista y volvió a la tarea de comerse el coño. Victoria podría haberse quedado allí, hipnotizada por aquella visión, pero tenía que hacer unas pruebas.
_ Sabrina… dile a Eva que yo soy su macho.
La morena no habló, pero pareció reaccionar, cuando volvió a mirarla, en esa marea de lujuria, pudo ver un leve entendimiento.
_ ¿Macho follar Eva? _ Preguntó. Su voz era raspada, como si no acostumbrara a hablar.
Victoria sacó su móvil y le sacó una foto, se la mandó al cliente. Era una imagen preciosa. Eva tenía la mirada lujuriosa perdida, el cuerpo cubierto de sudor, un hilo de babas y flujo bajando por su boca y el coño, en el que había instalado ya la mano, completamente empapado.
El cliente le mandó un mensaje indicando que había cambiado de opinión, que tenía la polla dura y la quería ya en su casa. Victoria suspiró.
_ Una lástima, Eva… tendremos que esperar un poco más tú y yo… aunque por el momento… seguro que se me ocurre algo que hacer contigo en el coche. ¿Quieres follar?
_ ¡Eva follar! ¡Gusta follar! _ Dijo, con una sonrisa completamente estúpida.
_ Pues claro que te gusta… Mueve ese gordo culo _ Le dio un azote y le tiró del pelo.
Mientras victoria bajaba en el ascensor, con Eva frotándose contra su pierna… sólo podía pensar en lo acertada que había estado Natasha al recomendarte a Martha Stone.