El Descenso de Martha Stone 3

Victoria le da a Sabrina aquello que tanto ha deseado y la marca como suya, pero termina siendo agridulce para ambas.

Martha no solía quedar con nadie. Le extrañaba mucho tener una cita. Ni siquiera recordaba con quién había quedado, pero se había pasado toda la tarde preparándose. Se había puesto el vestido de su graduación, un hermoso vestido negro con escote que en su día su prima se empeñó en comprarle y que no se ponía desde entonces… unos tacones de su madre, y también su pintalabios, lápiz de ojos y colorete. Martha jamás se había maquillado tanto.

Le daba vergüenza que sus padres la vieran así, y por eso se movió como un ninja hacia la salida. Respiró de alivio al salir sin ser vista y se dirigió hacia la casa de Victoria, sin ser realmente consciente de lo que estaba haciendo. Cuando la morena le abrió la puerta, se mostró confusa.

_ Disculpa, creo que me he equivocado.

Victoria sonrió al mirarla. Martha parecía realmente asustada al darse cuenta de que había recorrido media ciudad sin saber el motivo. Victoria disfrutó de ese pánico antes de pronunciar la frase que lo cambiaría todo.

_ Estás preciosa, Sabrina.

La expresión de Martha se relajó cuando el peso de su “verdadera” personalidad destrozó todas sus dudas. Tomó el rostro de Victoria con ambas manos y la besó profundamente.

_ Gracias… me he puesto guapa para ti. Quizá es demasiado formal… pero no tenía nada más.

_ Ya actualizaremos tu fondo de armario más tarde, Sabrina. De momento me has puesto perrísima. _ Dijo, dándole un azote en el culo. _ Cenemos.

Victoria había dispuesto una cena ligera, sabiendo lo que harían después, una comida pesada sólo las entorpecería. Lo cierto es que a Sabrina aquello no la importaba, ella sólo quería pasar tiempo con Victoria.

_ Entonces… ¿Te has maquillado tú o ha sido Martha? _ Preguntó Victoria, al cabo de un rato.

_ Martha… por orden mía. _ Dijo Sabrina, llevándose algo de pasta a los labios.

_ Disculpa, es que es fascinante. _ Repuso Victoria. _ He hechizado a mucha gente, pero no es así como suele funcionar. Normalmente sobrepaso a la personalidad original. Pero en tu caso, es distinto, Martha sigue ahí.

_ Es como una caja. _ Dijo Sabrina. Victoria mostró extrañeza. _ Yo estoy al mando… pero hay una caja en mi cabeza. Todo lo que es Martha está ahí dentro. Sus sueños… esperanzas… ilusiones. Sus miedos… su personalidad está ahí. Abro la caja y ella sale.

_ ¿Y puedes abrirla y cerrarla siempre que quieras? _ Preguntó Victoria con curiosidad.

_ Sí, claro…

_ ¿Y si le doy una orden a Martha?

_ Le susurraré para que te obedezca… igual que le susurré para que cambiara su forma de caminar… o para cambiar sus recuerdos sobre la entrevista de trabajo. Le susurraré como le susurré para que se maquillara y viniera a verte. Sabes que haría cualquier cosa por ti, cielo.

_ Se me hace extraño que me llames así. _ Reconoció Victoria. _ Todas mis trabajadoras me llaman ama. ¿Por qué tú no?

_ Porque ellas te tienen miedo.

_ ¿Y tú no? _ Victoria dio un sorbo a su copa de vino.

_ No, no te tengo miedo. _ Sonrió y le cogió la mano, besándole los dedos.

Victoria se sorprendió al sentirse reconfortada con aquellas palabras. Siempre le había gustado el miedo como medida de presión, pero ver a Sabrina mostrándose tan sincera le chocaba de una forma que nunca había experimentado. Así que decidió dejarlo estar, porque le gustaba.

_ Oye… la cena ha estado muy bien… sé que no he tomado postre, pero… no quiero llenarme demasiado. _ Sabrina sonrió. _ Quisiera… dejar el postre y pasar al… “postre”.

Sabrina se levantó y se acercó a Victoria, contoneándose. Se sentó sobre su regazo y comenzó a besarla. Hacía una semana, Martha no había besado a nadie. Pero había aprendido deprisa, y se había fundido en un cálido y ardiente beso con Victoria. La morena bajó las tiras de su vestido lentamente, mientras recorría su espalda con los dedos.

Aunque ya la había visto desnuda antes, Victoria se tomó su tiempo, como si fuera la primera vez, abriendo su regalo con mucho cuidado. Tras quitarle el sostén, le fue imposible no quedarse embobada mirando las tetas de Sabrina una vez más. Hundió la cabeza en ellas, y Sabrina le acarició el pelo diligentemente. Sonreía.

_ Cariño… me encantaría que te quedaras todo el día simplemente disfrutando de mis tetas… _ Confesó, sonrojada.

Se mordió el labio. A pesar de lo dicho, estaba desesperada por ser desvirgada, y eso Victoria lo sabía. Bajó a su abdomen y siguió repartiendo besos mientras bajaba el vestido. Se entretuvo con su ombligo, pero al llegar a su sexo, se detuvo. El precioso vestido se había quedado remangado justo encima.

_ Levántate.

Sabrina se levantó y se colocó sobre sus tacones. Aún le costaba mantener el equilibrio. Cuando bajó el pequeño tanguita que Sabrina había escogido, se encontró con el coño empapado de la joven, subió su mirada y se la encontró lleno de deseo. Recorrió el vello que lo cubría con los dedos, y sonrió, divertida.

_ Sabrina, a los clientes no les gusta que mis putas tengan pelo en el coño. Quiero que te lo rasures cuanto antes. Cuando vengas a trabajar, lo quiero bien limpio, ¿Está claro?

_ No te decepcionaré. _ Le sonrió. _ Lamento no haberlo pensado antes.

_ En sí… lo hace especial, ¿No crees? Sólo esta vez, y sólo yo… te voy a follar así. _ Victoria sonrió, pícara. _ Sígueme.

_ Bueno, visto así. _ Reconoció Sabrina.

Se acarició su vello con cierta nostalgia. Martha nunca se había rasurado sus partes íntimas, no le había visto sentido. Era extraño que fuera lo primero que le resultaba extraño hacer. Negó con la cabeza y siguió a Victoria. La llevó a una habitación que no había visto nunca.

Tras subir unas escaleras, confirmando así que Victoria poseía más de un piso, se encontró en lo que parecía un ático con grandes ventanas. Alguien, probablemente Natasha o Vanessa, había repartido velas por la habitación y había dibujado un pentáculo en el suelo, con sal. Sobre este, una cama. A un gesto de la mano de Victoria, todas las velas se encendieron a la vez, y Sabrina dio un bote que casi la hace caerse. Tuvo que apoyarse en la pared.

_ ¿Y esto? _ Preguntó, mirando de un lado a otro.

_ Soy una bruja, Sabrina. _ Sonrió. _ Una bruja malvada, cruel y egoísta que sólo usa su magia para sí misma.

_ Eso suena muy sexy. _ Sabrina se mordió el labio. _ ¿Y a mí, vas a enseñarme?

_ Quizá, si te portas muy bien. _ Victoria sonrió. _ De momento vamos a realizar un ritual.

_ ¿Un ritual? _ Sabrina estaba sorprendentemente cachonda. _ ¿Qué clase de ritual?

_ Verás… _ Victoria estaba ojeando un libro muy viejo y gordo que alguien había colocado sobre un atril. _ No sé si lo sabes, pero tu virginidad es muy poderosa. No te haces una idea de la cantidad de rituales que implican a una virgen.

_ Vaya… que suerte que Martha sea una mosquita muerta… _ Sabrina estaba haciendo un enorme esfuerzo por no tocarse, tenía el coño encharcado. _ ¿Podemos empezar?

_ Sí, aquí está… _ Susurró Victoria. _ Con este embrujo podré ver a través de ti, y ser yo la que te susurre cosas al oído.

_ ¿Significa eso que vas a poder ver todo lo que hago?

_ Incluso cuando te toques pensando en mí. _ Susurró Victoria. _ ¿Podrás tú hacer que Martha no me oiga?

_ Sí, eso será muy fácil. _ Sabrina se rio. _ Ahora tengo aún más ganas.

_ Ponte en el centro del pentáculo, boca arriba, piernas en las orejas.

_ No sé si seré lo bastante flexible. _ Reconoció Sabrina mientras se acomodaba en la cama.

Pero su inseguridad no estaba justificada. Ya fuera por el condicionamiento de Victoria o por su determinación para lograrlo, consiguió colocarse en aquella postura, aferrando sus piernas contra sus orejas. Le era difícil mantenerla, es cierto.

Victoria se colocó un strap-on de color carne entre las piernas tras desnudarse. Estaba claro que no se tomaba la más mínima ceremonia para hacerlo. Se colocó delante de Victoria y comenzó a recitar su conjuro. Estaba en latón, y Victoria no conocía el idioma, así que no pudo entender lo que decía.

Lo que sí que pudo ver fue cómo se le iluminaron los ojos. Y el cambio que el Strap-On sufrió. Ya no parecía plástico. Pudo ver cómo se le marcaban las venas, como latía. Parecía real, incluso asomaba algo húmedo por la punta. Sabrina enloqueció.

_ Métemelo ya. _ Le rogó. _ Lo necesito.

Victoria lanzó una risotada y obedeció. Le metió apenas la punta y Sabrina notó cómo su interior se derretía. Empezó a gemir, desesperada. Tantos años reprimiéndose… de haber sabido lo que se sentía, no habría sido capaz, estaba segura. Masturbarse no se comparaba con aquello.

Victoria estaba siendo más delicada de lo que lo había sido en toda su vida. Ella siempre había sido una amante egoísta. Si la hubiera penetrado hasta el fondo, probablemente no sería la primera vez que se corría sobre una virgen que gritaba de dolor y no de placer. Pero se lo tomó con calma, disfrutando de las sensaciones del interior de Sabrina. Quería darle algo para recordar.

_ ¡Más! ¡Dame más! ¡Dame más profundo! _ Gritó Sabrina, sin embargo.

_ Te va a doler. _ Le advirtió.

_ No me importa, lo quiero más fuerte. _ Gritó Martha.

Victoria sonrió. Quién iba a decirle, cuando se acercó a la chica más modosita de la biblioteca, que en su interior se escondía toda una guarra. Era fascinante. Con Natasha había tardado meses en perfilar cada aspecto de su personalidad hasta convertirla en la guarra que era entonces. A Sabrina sólo le había dicho que sacara lo que llevara dentro y que la obedeciera. El resto había llegado solo. Estaba fascinada.

Pero su fascinación no le impidió hacer caso a esa petición. Hundió aquella polla hasta lo más profundo de las entrañas de Sabrina, que lanzó un sonoro grito. Le dolió un poco, y por ello Victoria se detuvo mientras se acostumbraba a la sensación.

_ Sigue… _ Le rogó.

Victoria continuó, espoleándola con más fiereza. El dolor se fue convirtiendo poco a poco en placer y Sabrina se olvidó de todo lo demás. Era maravilloso. La forma en que la taladraba, los gemidos que ambas producían, el rítmico sonido de la piel chocando… el bamboleo de los dos pares de tetas… supo que no podría volver a vivir como antes. No permitiría que Martha le quitara aquello.

Victoria notó un quejido y Sabrina notó como algo espeso la llenaba. Se revolvió notando el orgasmo, convulsionando. Se dejó caer sobre la cama con una sonrisa boba. No había sido más feliz en toda su vida.

_ Quiero que veas esto… _ Le dijo Victoria.

La tomó de la cabeza y la ayudó a incorporarse en la cama, pudo ver lo que había manado de su coño. Sangre, flujos y semen… todo ello aún estaba saliendo de su coñito. Sonrió, extrañamente orgullosa de lo que habían hecho, y comenzó a besar a Victoria en los labios. La morena le devolvió el gesto.

_ Ha sido maravilloso. _ Reconoció. Tenía los ojos humedecidos. _ Sólo podías ser tú.

_ Sí, sí que lo ha sido. _ Victoria le colocó el pelo tras la oreja y jugueteó un poco con su pecho. _ Pero ahora tienes que irte.

_ Quiero quedarme… _ Susurró, mirándola a los ojos.

_ Esta noche no puede ser, Sabrina… tus padres.

_ Que les den a mis padres. _ Le espetó Sabrina. _ ¿Acaso no soy tuya?

_ Aún es pronto, tienes que guardar las apariencias. _ Le acarició el pelo y le besó la frente. _ Sabes lo que tienes que hacer. Dúchate, vístete y asegúrate de hacer una buena coartada para Martha.

Sabrina se sintió dolida, bajó la cabeza y miró el reguero de sangre flujos y semen una vez más. Ella sólo era una puta de muchas, se recordó. Negó con la cabeza.

_ Como desees, ama. _ Se puso en pie y dejó a Victoria sola.

Cuando Sabrina salió de la habitación las velas se incendiaron con fuerza antes de apagarse. Se escuchó que llamaban a la puerta. Era Natasha. Victoria la miró. ¿Acaso no veía que se había enfadado? ¿Quería ser blanco de su ira?

_ Siento interrumpir. _ Dijo, mirándola. _ Sólo quería asegurarme de que estabais bien, ama.

_ Estoy perfectamente. _ Bufó, apartando la mirada.

_ Sólo… me preocupa que te estés enamorando de Sabrina. No te concentras cuando estás enamorada.

_ Yo no me enamoro, Natasha, no seas ridícula. _ Bufó, enfurruñada.

_ Sólo quiero que tengas cuidado. _ Le recordó. _ Y que recuerdes que estás al mando.

_ Quizá necesite darte una lección para que lo recuerdes tú. _ Le hizo un gesto con el dedo y Natasha se acercó. _ De rodillas y haz tu trabajo.

_ Como desees, mi ama.

Natasha se arrodilló y empezó a comerse aquel stap-on. El conjuro que había lanzado Victoria la hacía sentir cada una de las cosas que le estaba haciendo como si realmente fuese una polla, y no tardó en deshacerse en gemidos mientras tomaba a su sierva del pelo y deshacía aquellos hilos de oro que tenía por cabello al hundirle aquella polla hasta el fondo de la garganta. Y, sin embargo, a pesar de tener a una rubia escultural comiéndole la polla, no dejaba de pensar en Sabrina.

_ Estaba en casa de Jenny. _ Insistió Martha.

Podía recordarlo todo a la perfección. Cómo había ido derecha a casa de sus amiga Jennifer y habían jugado a las cartas. También la forma en la que Jenny le había pedido hablar de chicos y aquello había sido un monólogo. Podía recordar a la perfección cómo le contaba la forma en la que le había desvirgado. Y Martha tenía que admitir que aquello la había puesto muy caliente.

Quería ir a su cuarto a masturbarse antes de dormir, pero su padre la había interceptado antes de llegar y la había acosado a preguntas.

_ ¿Así vestida, Martha?

_ Jenny me está enseñando cómo vestir. _ Le dijo. _ Verás, papá… ya no soy una niña… a lo mejor quiero parecer una mujer hecha y derecha ahora que voy a tener un trabajo.

Aquello pareció funcionar, porque su padre no respondió y ella se dirigió directamente a su cuarto. Se quitó el vestido y se tiró sobre la cama. Se metió los dedos directamente en lo más profundo de su coño. Estaba muy caliente con la historia de Jenny. Tanto que mientras entrecerraba los ojos para imaginarla, no se percató de que de su coño manaban restos de semen y sangre. Ni siquiera se percató cuando se llevó el dedo a la boca y se los tragó. A la mañana siguiente no recordaría la forma en la que había lamido las sábanas para limpiarlos.