El descenso de Martha Stone 2

Sabrina empieza a tomar más presencia dentro de los sueños de Martha. La joven decide buscar un trabajo de verano, sin saber que eso la hará caer de nuevo en las garras de Victoria que continuará buscando corromperla y conseguir así emputecerla del todo.

Martha se encontraba de rodillas, ante una silla de ruedas. La ocupaba un señor muy mayor, calvo, con apenas uno o dos pelos canosos sueltos por su cabeza. Algún día debió haber sido un hombre atractivo, pero en aquel momento estaba muy lejos de serlo. Sus piernas delgadas por la atrofia, su piel arrogada y llena de manchas producto de la edad. Sólo en sus ojos había un poco de vida.

Martha le estaba chupando la polla a aquel hombre. Hacía su mayor esfuerzo por intentar poner duro un rabo que debía hacer años que no se levantaba sin ayuda química. Pero ella se seguía esforzando mientras aquel trozo de carne, ligeramente morcillón, se acomodaba en su cavidad bucal. Estaba absurdamente cachonda, en su vida, jamás se había excitado tanto.

_ Lo haces bien, Sabrina. Sigue así y pronto se pondrá dura. _ El hombre sonrió, una sonrisa de poder por tener a una jovencita chupándole la polla. Aunque no se le pusiera dura, esa sensación era suficiente para complacer a cualquier hombre.

Sabrina. Martha reaccionó sacándosela de la boca con una sonrisa y masturbándolo con los dedos. Por supuesto, Sabrina, ese era su nombre. Por lo que era Sabrina la que había sonreído.

_ Estaré aquí el tiempo que necesite. Merece la pena. Necesito que se corra sobre mí, que me llene con su semilla. _ Pudo notar cómo se iba poniendo dura entre sus dedos. _ Y no me iré hasta que lo consiga.

Cuando vio que finalmente, y no sin esfuerzo, aquella polla se había endurecido, atacó y la apretó contra sus enormes tetas. El viejo gimió, hacía años que no se le ponía tan dura. Sabrina sabía lo que tenía que hacer.

_ Porque soy una zorra, ¿Sabe? Y usted tiene que recordarme mi lugar. _ Comenzó a mover las tetas alternativamente, dándole pequeños besos al capullo cuando aparecía.

Sabrina le dedicó toda su atención. En su mundo sólo existía aquella polla y su único pensamiento era hacer que se corriera. No importaba quién era aquel hombre, o que no fuera atractivo. Nada importaba, sólo el sexo, la lujuria. Y cómo sus propios pechos apresaban aquella vara de carne.

Así fue como Sabrina logró lo imposible, que un hombre impotente le disparase un chorro de Semen caliente directamente a la cara. Pero no se detuvo ahí. El semen se esparció por sus enormes pechos, por su vientre. Sabrina tenía la boca abierta, y recibió su ración.

Se detuvo allí quieta, disfrutando de las sensaciones. Su cuerpo excitado, sus pezones de punta, el calor del semen sobre su piel tostada y su pelo. La absoluta humillación de tener la boca abierta como una muñeca hinchable. Y entonces… sonó el despertador.

Martha abrió los ojos. Se encontraba en su habitación, sobre sus sábanas de Harry Potter, su pijama convertido en dos rebujos de tela sobre su cuello y entre sus tobillos. Tenía una mano aferrando una de sus tetas y la otra bien hundida en su coño. Acababa de correrse, dejando una mancha sobre uno de los dibujos de sus sábanas. Parecía que alguien se había meado sobre Hermione. Respiraba con dificultad y estaba confusa. Nunca había tenido un sueño como aquel. Se sentía… confusa, excitada y culpable por estarlo.

Martha había tenido fantasías, pero nunca como la de aquel sueño, con aquel viejo. Negó con la cabeza tratando de recomponerse. Había estado teniendo extraños sueños desde su última visita a la biblioteca. Juraría que había pasado algo importante, pero no era capaz de recordar el qué.

Martha echó las sábanas a lavar, se dio una ducha fría y se vistió. Había decidido que saldría en busca de un trabajo de verano. Quería aportar dinero para la matrícula de su universidad. Le dio un abrazo a su padre, un beso en la mejilla a su madre y salió por la puerta.

Martha no se daba cuenta de que la falda que llevaba era quizá demasiado corta para buscar trabajo. O de que la lencería que asomaba por debajo no se parecía en nada a sus habituales bragas blancas o con dibujos. Había una serie de cosas que habían cambiado, y de las que Martha no era consciente.

No era consciente de que la forma en la que movía las caderas al andar atraía las miradas de la mayoría de hombres que pasaban cerca de ella, y por eso la sorprendió, y en parte asustó escuchar a alguien gritarle “Que no me entere yo de que ese culito pasa hambre”. Lo pensó con detenimiento y se dijo que no podían estar hablándole a ella.

Martha nunca había tenido demasiada autoestima, y no podía pasarle por la cabeza que alguien estuviera interesado en ella. Por eso también le extrañó que la abordara una mujer desconocida. Fue muy extraño.

Martha siempre había tenido abierta la puerta hacia la homosexualidad, siempre había sido algo curiosa. Pero lo cierto es que hasta aquel momento nunca se había sentido verdaderamente atraída por una mujer… quizá por no encontrar la adecuada… quizá porque lo estaba reprimiendo.

Y, sin embargo, aquella mujer tatuada de arriba abajo, que le resultaba vagamente familiar… provocó que sus bragas se empaparan con una mirada. Se sentía acalorada, los pezones duros contra su sujetador. ¿Qué le pasaba?

_ ¿Eres Martha Stone? _ Le preguntó, con una sonrisa.

_ Sí, soy yo. _ Respondió, jugando con su pelo inconscientemente. _ ¿La conozco de algo? Me es usted muy familiar.

Victoria sonrió, pícara. Todo parecía haber salido de acuerdo a sus planes. Martha no se había dado cuenta de nada en absoluto. Le encantaba aquella parte de sus pequeñas cacerías. La pobre Martha ni siquiera sabía a dónde había ido. Sus pies la habían guiado y ni se había planteado a dónde iba.

_ No, lo cierto es que no. Estaba esperando a alguien. Creo que la conoces, se llama Sabrina.

Los ojos de Martha se pusieron en blanco durante un instante, tiempo suficiente para que un hilo de babas se escurriera sobre su escote y un pequeño hilo de líquido vaginal se escurriese por sus muslos. Fue casi imperceptible, pero Victoria se dio cuenta y provocó que sonriese. Cuando los ojos de Martha recuperaron su color, tenía una mirada hambrienta.

_ Mi amor… _ Rodeó a Victoria con los brazos y sus lenguajes empezaron una lucha candente. _ Te he echado tanto de menos…

A Victoria normalmente le gustaba que sus siervas la llamaran “ama”. Pero había algo en esa forma cariñosa de llamarla de Sabrina que le gustaba. Martha no era una empresaria de éxito frígida como Natasha cuando la conoció. Era una cría, una cría que al caer sobre su hechizo parecía haberse enamorado de ella. Y eso podía a Victoria demasiado cachonda como para hacer algo al respecto.

_ Por lo que he visto esta mañana has estado entretenida… _ Sabrina sonrió.

_ No puedes culpar a una chica por tocarse… _ Se sonrojó ligeramente. _ Especialmente cuando me tienes a palo seco, cariño.

Martha recorrió el escote de Victoria con la mano. Sus dedos parecían saberse de memoria el perfil de los tatuajes e instintivamente jugaban con las líneas.

_ ¿Cuándo vas a coger lo que es tuyo? ¿Cuándo vas a quitarme mi virginidad? No podré empezar a trabajar para ti hasta que no me marques como tuya. _ Sabrina se mordió el labio. No había nada que desease más que ser sometida por Victoria.

Por desgracia, cuando era sólo una parte latente de Martha, no podía tocarse pensando en ella. Estaba restringido. Quizá por eso en aquel momento se estaba frotando por encima de la falda. Podía hacerlo pensando en ella.

_ Será esta noche. _ Victoria sonrió. _ Esta noche te haré mía… y después empezará tu adiestramiento.

_ ¿Adiestramiento? _ Sabrina sonrió. _ ¿Qué clase de adiestramiento?

_ Oh, ya sabes… lo básico… enseñarte a chupas pollas… a retener una buena tranca en el culo… cosas básicas que una futura putita como tú necesita saber.

_ Suena fascinante… _ Sabrina se mordió el labio, acariciando aún más aquellas líneas. _ ¿Por qué esperar a esta noche? ¿Por qué no me llevas a un descampado, me arrancas el vestido y me follas como la perra que soy?

_ Oh, eso me encantaría. _ Victoria le apretó la teta izquierda y Martha lanzó un hondo gemido. _ Pero esta noche es especial… y tú eres especial. Quiero que sea perfecto.

_ Sí… perfecto. _ Sabrina sonrió. _ Pero… ¿No puedes darme un pequeño adelanto, mi amor? ¿Vas a dejarme ir así? Martha sospechará algo si de repente está como una moto.

_ Está bien, no puedo negártelo si me lo pides así… sígueme. _ Le susurró Victoria.

Cuando le indicó el edificio en el que vivía, Sabrina comenzó a seguirla. Le resultaba imposible no mirar el culo de Victoria. Era perfecto. Se moría de ganas de tomarlo con ambas manos y apretarlo… morderlo. Estaba tan cachonda… y eso la hacía tan feliz.

Martha siempre había sido una reprimida. Siempre muy formal, siempre muy correcta, pero en lo más profundo de su mente habitaban mil y una perversiones esperando salir. Y ahora, Sabrina por fin se podía permitir mostrarlas.

Victoria entró en su piso con la tranquilidad de quien se sabe la reina del lugar. Vanessa esta vestida con un traje de criada francesa, uno de los múltiples fetiches de la dueña de la casa. Sabrina se sintió un poco celosa. Vanessa podría ser portada de una revista de moda, o el desplegable de una revista porno sin demasiados problemas.

_ Sabrina, te presento a Vanessa. Ella también trabaja para mí. Nos ayudará con tu… adelanto.

Vanessa le guiñó un ojo, seductora. Sabrina le sostuvo la mirada, con intensidad… Vanessa no tardó en apartarla. Sabrina ya sabía que no era la única al servicio de Victoria, pero sentía el deseo de asegurarse de que esas putas supieran que ella iba a ser la más puta y la favorita de Victoria.

_ Encantada. Eres preciosa. _ Respondió, educadamente. _ Me encantaría ver tu culo, ¿Me lo enseñas?

Se gustó al decir eso. Fuerte, decidida… quería algo y lo había pedido. Martha nunca habría sido capaz de hacer aquella pregunta. Sabrina, en cambio, sabía la situación en la que se encontraba. Vanessa sonrió, se dio la vuelta y se levantó la falda.

_ ¿Puedo tocar? _ No le preguntó a Vanessa, si no a Victoria.

_ Dentro de un rato podrás hacer mucho más… toca cuanto quieras.

Sabrina sonrió, pícara, y puso las manos sobre las nalgas de Vanessa. El escaso hilo dental que llevaba como ropa interior no le ofreció ninguna resistencia, y ante la atenta mirada de su ama, estuvo tocando aquellas nalgas de forma ininterrumpida durante unos dos minutos, pellizcando, apretando y planteándose darles un bocado.

_ Son muy firmes, ¿Verdad?

Sabrina volvió de su ensimismamiento. Podría haberse pasado horas sobando aquellas nalgas y no se habría dado cuenta. Antes ni tan siquiera se le habría pasado por la cabeza algo así. Su lado lésbico parecía haberse despertado con mucha fuerza.

_ Sí, lo son. _ Reconoció Sabrina, sonrojada por su atrevimiento.

_ Lo cierto es que Vanessa sigue un intenso entrenamiento para mantenerlos así. Ahora mismo es la que más ingresos genera de entre mis subordinadas. Y esa es una de las razones.

A Victoria le gustaba que sus chicas tuvieran espíritu competitivo. Así se esforzaban más y generaban más dinero. Pudo ver esa chispa en los ojos de Sabrina cuando se lo dijo. Esos celos, esa envidia. La había escogido bien.

_ Bueno, basta de charla. ¿Quieres comerme el coño, Sabrina?

_ Pensé que nunca me lo pedirías. _ Dijo la Morena. _ ¡Mi primer coño tenía que ser el tuyo!

_ Antes de nada, desnúdate. No queremos manchar tu ropa. Vanessa, tú también.

Vanessa se quitó la ropa mecánicamente y la dobló sobre el sofá. Sabrina se lo tomó con mucha más calma. Quería tentar a Victoria, recordarle lo que se había “comprado”, y por ello se fue quitando los botones uno a uno, de la forma más sugerente posible.

Sabrina notaba la humedad que cubría sus sugerentes bragas, pero fue paciente. Dejó a Victoria observándola desnuda sobre su escritorio. La mujer era imponente, con esa mirada salvaje y la melena negra alborotada. La forma en la que la tinta cubría toda su piel… la encantaba.

Y por eso cuando se quitó la camiseta y vio que Victoria se quedó impresionada, no pudo evitar sentir cómo el orgullo la invadía. Martha siempre había tenido algo de complejo con su peso y con su pecho. Pero Sabrina sabía que su mayor orgullo sólo podían ser aquellas dos enormes mamas que dejaban en completo ridículo a las de Vanessa.

Victoria fue la que pareció hipnotizada cuando se levantó del escritorio, cogió su teta izquierda y empezó a chuparla como un bebé hambriento. Tras mirar el efecto que había tenido en la morena, se giró para mirar a Vanessa, que no le quitaba ojo de encima. Le hizo un gesto con el dedo y la rubia se acercó, hundiendo la cabeza en su pecho para morder su pezón.

Sabrina entrecerró los ojos, sintiéndose poderosa. Se amaba. Amaba su cuerpo, amaba sus tetas, y una sensación de plenitud la llenaba al notar cómo aquellas dos hermosas mujeres las chupaban y mordían. Lo hacían de forma muy distinta. Vanessa era cuidadosa, gentil, probablemente producto del entrenamiento de Victoria.

La propia Victoria, en cambio, era como un animal salvaje, Le mordía el pezón con rabia, tiraba de su piel… la hacía enloquecer y gemir. Le resultó difícil terminar de desnudarse, pero finalmente la falda y las bragas cayeron al suelo y pudo apartarlas.

_ Mi amor… _ Llamó a Victoria. _ Se nos acaba el tiempo… quiero comerte el coño, por favor.

Victoria pareció despertar, y le dedicó su mejor y más lasciva sonrisa. Se separó y le dio un cachete en el culo. Se corrió. Fue como un relámpago recorriéndole el cuerpo. Vanessa la tuvo que sostener, porque tan repentino y sorpresivo orgasmo la hizo perder el equilibrio.

_ ¿Cómo? _ Preguntó, algo confusa.

_ Sabrina. Tu cuerpo es mío. Si quiero que te corras, te corres. ¿Algún problema con eso?

_ No… al contrario. Me encanta.

Sabrina se puso a cuatro patas, sumisamente. Y se dirigió al escritorio donde Victoria había vuelto a sentarse. El fuerte olor a coño la atrajo como una mosca a la miel. Nunca había olido otro coño aparte del suyo, pero podía saber ya que aquel era especial.

Empezó a comérselo de forma muy torpe, pero muy atenta a las explicaciones de Victoria. Victoria debía ser una experta comedora de coños, porque hablaba con mucha propiedad y como conocedora de lo que comunicaba. “Más a la izquierda”, “Más profundo”, “Más fuerte”. Desde fuera, la escena era divertida para Vanessa, que se mantenía con los brazos cruzados bajo el pecho.

Normalmente no sentía complejo con su pecho. Tenía un buen cuerpo, fibrado, con un culazo y unos buenos pechos. Pero al lado de Martha… estaba plana. La muchacha parecía tener la grasa distribuida a propósito, algo rellenita, pero con un enorme culo y unas tetas masivas que harían quedar en ridículo las que podrían dar muchos cirujanos plásticos.

Cuando Victoria dejó de dar órdenes, Sabrina supo que había encontrado la forma adecuada de comérsela, y se tomó la libertad de hundirse dos dedos hasta lo más profundo de su coño. Se sentía plena y feliz… Pero la cosa podía mejorar aún más. Notó cómo dos manos separaban sus nalgas y se detuvo un segundo cuando notó cómo Vanessa invadía su culo con su lengua. Nunca había experimentado nada como aquello.

Pero no se distrajo mucho tiempo. Un toque de la mano de Victoria sobre su cabeza le recordó lo que estaba haciendo y cuales eran sus prioridades, por lo que redobló esfuerzos para satisfacer a la morena. Tenía que ser la mejor comedora de coños, la mejor chupapollas… esa idea iba permeando en ella. Sería mejor que Vanessa. Victoria iba a preferirla.

Fue cuando se imaginó como la preferida de Victoria, haciendo aquello cada mañana por ella, cuando se corrió. Lo hizo junto con las otras dos mujeres, en un poderoso orgasmo que la hizo perder el sentido. Sabrina se quedó tirada en el suelo, sudorosa, manchada de flujos y con una gran sonrisa.

_ Entonces… ¿Cuándo podría incorporarse?

Martha pestañeó rápidamente. Se encontraba sentada frente al escritorio de Victoria. Aquella sala no le resultaba familiar en absoluto. ¿Cómo había llegado allí?

_ ¿Disculpe? _ Preguntó.

_ Para el trabajo. _ Insistió Victoria. _ ¿Podría incorporarse pasado mañana?

Claro, una entrevista. Había presentado el currículum para ser secretaria de Victoria, entonces lo recordó. La mujer al lado de la morena, la rubia, estaba tomando notas. ¿Cómo había dicho que se llamaba? Vanessa, lo ponía en la placa de su americana.

_ Sí, claro que podría. Incluso antes si lo necesita. _ Martha sonrió.

_ Bien, Vanessa te acompañará para realizar todo el papeleo. _ Dijo Victoria, poniéndose en pie. Extendió la mano. _ Bienvenida al equipo.

Media hora después, Martha salía del trabajo dando saltos. No se podía creer que hubiese conseguido un trabajo tan rápido. Estaba convencida de que iba a poder ahorrar. En el contrato figuraba un gran sueldo fijo más incentivos. Quizá incluso pudiese pagarse todo el año de universidad sin molestar a sus padres. Estaba tan contenta que ni siquiera se había dado cuenta del viento frío que rozaba sus partes íntimas… Al llegar a casa se preguntaría cómo había sido tan tonta como para olvidarse de ponerse bragas… esperaba que Victoria no se hubiera dado cuenta.

Victoria se encontraba en su despacho, con las susodichas bragas en la mano, aspirando su aroma con intensidad. El olor a coño virgen la embriagaba. Aquella misma noche pensaba hacer suya a Martha… Sabrina o como decidiera llamarse cuando le rompiese el himen. La idea era sobrada para mantenerla cachonda. Estaba tan centrada en eso que el hecho de que Natasha y Vanessa se estuvieran peleando para decidir cuál de las dos le comía el coño primero había perdido toda la importancia.