El Descenso de Martha Stone 13

Un día normal en la vida de Rosario y Yoli en la tarea de complacer a su Papito.

_ ¡Dame duro, papito! ¡Rómpeme la conchita! ¡Adoro tu verga! ¡Más fuerte, cógeme más fuerte! ¡Te quiero, papito!

Eleanor empezaba a pensar que no lo soportaba. Cada mañana, a las nueve de la mañana exactas, aquella zorra se dirigía a su dormitorio, le apartaba con delicadeza las mantas a su marido y le despertaba con un beso. Cada mañana, aquella mujer se empalaba a sí misma exactamente a la misma hora, y la despertaba con aquellos gritos de placer tan exagerados.

“Es el mejor momento para mi ovulación, mamita.”, le había dicho cuando le había gritado a ese respecto el primer día. Odiaba depender tanto de su marido, pero la separación de bienes que había firmado hacía años la retenía con él si no quería quedarse sin nada.

Como cada mañana, su marido descargó en aquella puta y ella, apretando con fuerza las piernas para no dejar escapar una sola gota de semen de su coño, se inclinaba y le limpiaba la polla con la boca. Y después, se acercaba y le susurraba a ella al oído.

_ ¿Quieres que te limpie la conchita, mamita?

_ Ya te he dicho que no. _ Le repetía cada mañana.

_ Dulces sueños. _ Decía como despedida mientras se marchaba, con las piernas apretadas.

Aunque después podían dormir un poco, Eleanor siempre lo hacía con mal cuerpo. Su marido ni pensaba en tocarla. Y lo cierto es que un poco sí que echaba de menos que un hombre la magrease. Sobre las once iban a desayunar, y la cosa no mejoraba necesariamente.

_ ¡Fóllame, papi! ¡Dame duro, papi! ¡Rompe a tu nenita!

Yoli gritaba como una puerca cuando, todas las mañanas, sin excepción, a la hora del desayuno, se penetraba a sí misma durante el desayuno. Después del primer día en que había tenido la desfachatez de fingir que la habían desvirgado y por tanto le había dolido, su reacción siempre era la misma. Derretirse y fingir que no había polla como la de Thomas.

El resultado siempre era el mismo. La chiquilla tirada encima de la mesa, con el rostro inexpresivo y los ojos en blanco, babeando como si hubiera sido demasiado para ella y se hubiera todo. Aquella mañana tuvo que apartar su café para que no hundiera la cabeza en él. Pero, por supuesto, para mantener las piernas bien cerradas sí que había tiempo.

Pero eso no era todo. Después pasaban la tarde en la piscina, luciendo sus cuerpos para todo el que quisiera mirar. Rosario, por supuesto, no sólo hacía topless, si no que se negaba a llevar bragas. Eleanor estaba segura de que los vecinos ya la habían visto.

Eleanor lo había hecho y no había podido evitar ver cómo, a lo largo del mes que las chicas llevaban allí, sus sexos se habían ido llenando de vello. A Thomas le gustaban las “conchas frondositas”, como las había llamado Rosario. Y a ambas parecía gustarles jugar con ese pelo mientras tomaban el sol.

Eleanor las odiaba a ambas, pero si algo tenía claro, era que, de elegir, preferiría a Yoli. Y no porque la chiquilla fuera más discreta a la hora de lucir su capa de vello rubia, no. Era porque la chiquilla al menos tenía la decencia de comportarse mínimamente con ella y mantener un comportamiento amable. Sí, era una parodia, al igual que Rosario, pero al menos no era una parodia insoportable.

Thomas siempre había tenido un fetiche con las latinas, y por eso Eleanor las odiaba. Rosario ni siquiera era realmente latina… era una caricatura con acento exagerado y que forzaba las palabras. La odiaba aún más por ello. Aquellos días había llorado en la intimidad, estaba cansada.

_ No llores, mamita.

Yoli la había descubierto. Se dejó llevar por la furia. Estaba en un momento privado, sola con sus sentimientos y aquella desgraciada la había visto. Descargó la mano en una sonora bofetada, que pilló a Yoli de improviso y la hizo caer al suelo. La rubia empezó a llorar.

_ Lo siento, mami… _ Bajó la mirada. _ No te quería molestar… sólo… estabas llorando y yo… no quiero que estés triste.

La propia Yoli empezó a sollozar, sorbiendo sonoramente. Por un segundo, Eleanor pensó en la hija que siempre había querido tener, pero que sus inútiles ovarios le habían negado. Podría haber tenido ya la misma edad que aparentaba tener Yoli. Y sintió compasión.

_ Sé cómo te sientes, mami. Y yo… quería ayudar. _ Se sentó en el suelo.

_ ¿Qué sabes cómo me siento? ¿Qué sabrás tú?

_ Sé que te duele que Papito nos necesite para tener hijos… sé que te duele que no te toque. _ Le dijo, con la cabeza gacha. _ Porque no está bien, tú eres su mujer, y debería quererte. Sé lo que es ser el segundo plato. Todo el mundo prefiere a Rosario…

Eleanor la tomó de la mano y la ayudó a ponerse en pie. Era difícil con aquellos tacones. Eleanor no se podía creer que aquella puta la comprendiera tan bien.

_ Lo que te dije cuando nos conocimos sigue en pie… _ Le dijo Yoli, muy seria.

_ ¿A qué te refieres?

_ A que una mujer tiene sus necesidades también. Y yo puedo cubrir las tuyas.

Yolanda tenía como principal prioridad contentar a su papito. Y su mamita era la mujer de papito. Así que al asegurarse de que mamita estuviera contenta, estaba ayudando a Papito. O al menos eso se decía a sí misma. Quizá sólo era una excusa para poder acostarse con Eleanor.

_ Mira, a mí no me va eso… _ Dijo Eleanor.

_ ¿Lo has probado? _ Yolanda la miró a los ojos. _ Se te ve en la mirada que no lo has probado. ¿Qué tienes que perder?

_ No sé, ¿Mi matrimonio?

_ Ah, papito no va a enfadarse… al contrario, seguro que se le pone dura… quien sabe… al igual hasta vuelve a querer tocarte si se entera… no sé, mamita, piénsalo. _ Se acercó a su oído. _ Que sepas que a mí me apetece mucho.

Aquel día se cumplía un mes desde que habían empezado a vivir en casa de su papito, desde que habían empezado a recoger ansiosamente su semen. Había sido un mes muy feliz para ambas. Pero aquello significaba que aquel día, después de la comida, podían tomarse la tarde libre y recibir visita.

Sin embargo, ni Rosario ni Yoli pensaban en ello mientras, tras la comida, se habían dejado caer bajo la mesa y tomaban turnos para jugar con la polla de su papito. En aquel mes, y bajo la tutela de Rosario, la boca de Yoli había pasado de un agujero en el que meter la polla a la herramienta de una profesional.

Eleanor miraba a Yoli con otros ojos desde su propuesta. Ya no miraba con indiferencia cómo lucía su sexo desnudo, o cómo contoneaba sus nalgas delante de ella. Ahora era capaz de ver las provocaciones. ¿Acaso le había guiñado un ojo mientras le comía los huevos a su marido? Se decía que no, que eran imaginaciones suyas. Rosario, como de costumbre, fue la que consiguió que Thomas se corriese. Yoli estaba muy ocupada con sus huevos.

_ Déjame un poco de lechita… porfa. _ Suplicaba la hermana pequeña.

Rosario se inclinó y, aquella vez sí, la besó para compartir la dulce semilla de papito.

Sonó el timbre y Eleanor se dirigió a la puerta de entrada. Se trataba de correo. Llegaba algo tarde. Eleanor recogió dos cartas y se dirigió de nuevo a la mesa. Se encontró a Rosario gimiendo como un animal, los pechos apretados contra la mesa mientras su papito procedía a llenarle el coño de leche una vez más. Ya era un clásico.

_ Cielo… _ Cada vez era más difícil llamar así a su marido. _ Han llegado los resultados de la clínica. ¿Quieres que los abra yo?

_ Adelante… como ves, estoy algo ocupado ahora mismo. _ Gritaba, embistiendo a Rosario.

Rosario tenía los ojos en blanco, aferrándose a la mesa para forzar la penetración. Decididamente, no, no estaba lista para leer correo. Yoli, que se encontraba a la espada de Thomas, con la lengua metida hasta lo más hondo del hombre, tampoco.

_ Bien, veamos… pruebas de embarazo. _ Leía Eleanor. _ Primero, Rosario… Bien… Positivo. ¡Rosario está embarazada!

_ ¡Concha tu madre, sí! _ Gritó Rosario, resultaba difícil saber si de emoción o porque había tenido un orgasmo. _ ¡Voy a tener un bebote grande y fuerte con una enorme verga como la de su padre!

Rosario lanzó una risa desquiciada mientras se corría. Martha no se había equivocado en sus predicciones. Rosario era una auténtica enferma que se excitaba más que nada ante la idea de estar embarazada. Empezó a moverse con tanta fuerza que provocó que Yoli se cayera al suelo.

_ ¡Soy una fulana cachonda! ¡Una fulana cachonda y preñada con la concha llena de semen! ¡Lléname con tu verga, papito, dame más nenitos!

Yoli se quedó en el suelo, impresionada. Rosario estaba fuera de sí, había perdido la cuenta de las veces que se había corrido. El espectáculo era tan dantesco que resultaba imposible dejar de mirarlo. Eleanor estaba confusa… Yoli, visiblemente excitada.

En cualquier caso, ninguna de las dos movió un músculo hasta que Rosario, finalmente, se quedó sobre la mesa, respirando con dificultad y con el coño supurando semen. Ya no tenía por qué retenerlo, así que Yoli, diligente, se acercó para tragárselo.

_ ¿Y qué hay de la nena? _ Preguntó Thomas, acariciando a la rubia.

_ Sí, claro. _ Dijo Eleanor, volviendo a la realidad. _ Veamos, Yolanda… Aquí dice que… negativo, no, no está embarazada.

_ Aún… _ Respondió Thomas, seguro de sí mismo.

No le había costado embarazar a Rosario, así que creía que Yolanda sólo requería un poco más de esfuerzo. Echó un vistazo al reloj.

_ Bueno, chicas… deberíais ducharos ya si vais a recibir visita. _ Atajó Thomas. _ Cariño, ocúpate de Yolanda, yo estoy cansado.

_ ¿Ocuparse de mí? _ Preguntó Yolanda.

_ Oh, ahora lo verás. _ Dijo Eleanor.

Ambas chicas se asearon. Yoli se tocó un poco mientras se duchaba, ella no se había corrido… mucho menos de la forma en que lo había hecho Rosario. Estaba un poco celosa, pensando que si papito se la follase tan fuerte quizá ella estuviera preñada también. No le dio más importancia y terminó la ducha.

Cuando salió, Eleanor la estaba esperando fuera. Yoli no tuvo reparos en empezar a secarse mientras la mujer la observaba, con una sonrisa coqueta.

_ ¿Te has decidido? _ Le preguntó.

_ Lo estoy considerando, pero no, no estoy aquí por eso. _ Dijo, rebuscando en su bolso. _ Te traigo esto, te lo tienes que poner.

Eleanor le pasó a Yoli lo que, a sus ojos, eran unas extrañas bragas. Tenían una placa metálica en la parte delantera, además de un extraño cierre. La parte trasera, en cambio, dejaba todo el culo al aire, como pudo comprobar cuando se lo puso. Al hacerlo escuchó un sonido de click y sintió que le apretaba.

_ ¿Eh? ¿Qué es esto? _ Intentó quitárselo, no pudo. _ No sale… ¿Cómo voy a follar con esto puesto?

_ Veo que entiendes cómo funciona. _ Le dijo Eleanor, con una sonrisa. _ Es un cinturón de castidad. Tienes que llevarlo durante las visitas hasta que quedes embarazada. Son las normas.

_ ¡Qué bajón! _ Suspiró.

_ Míralo por el lado positivo, mamadas y anal puedes hacer todo lo que quieras. _ Dijo Eleanor.

_ Sí, supongo que sí. Además, es más seguro. De quien tengo que quedarme embarazada es de papito.

Cada mañana tanto ella como Rosario practicaban rituales de fertilidad, tomaban diversas pastillas e infusiones. Estaba claro que cualquier disparo podía acabar en embarazo. ¿Y si se quedaba embarazada y el niño no era de papito? Yolanda no podría soportarlo.

_ Hasta luego, Yolanda. _ Se despidió Eleanor.

_ Hasta luego.

Cuando Eleanor se marchó, el rostro de Yoli cambió poco a poco. Su expresión infantilizada dio paso a una mirada más madura. A Julia le costó volver a acomodarse a su cuerpo. Dio un golpe con los nudillos al cinturón de castidad.

_ A papá no le va a hacer ninguna gracia. _ Pensó en voz alta.

Vanessa estaba gritando. Había descubierto que cuanto más ruidosa y alborotadora fuera, más le gustaba a Jason. Los primeros días que había trabajado para él, había mantenido la discreción, pero después de un mes de servicio, había aprendido que, como buena secretaria, su trabajo era gritar mucho, gemir como una perra y, por supuesto…

_ Dios, Jason… qué buena polla tienes… Marthita es una nena afortunada de tenerte como padre.

Martha. Martha era la clave. Martha era, con diferencia, lo que más excitaba a Jason. Más de una vez Vanessa se había puesto pelucas y otros adornos para parecerse a Martha. Era un esfuerzo vano, porque sus cuerpos no se parecían, pero a Jason parecía complacerlo.

El cabeza de familia se corrió ruidosamente, llenando el coño de la pelirroja de semen y saliendo de ella. Se limpió la polla con su pelo y, sin ningún respeto, la dejó sobre la mesa.

_ Vuelve al trabajo.

_ Sí, mi amo. _ Dijo Vanessa con una sonrisa de oreja a oreja.

Jason era el tipo de macho que le gustaba a Vanessa. Desagradecido, dominante, poderoso. El fetiche de Vanessa estaba más que cubierto. Sentir como aquel fluido blanquecino se escurría de su coño y manchaba la mesa era su mayor fantasía. Y, por supuesto, como una buena secretaria, lo lamió hasta dejar la mesa bien limpia.

Natasha tenía otro enfoque. Ella era la que estaba rellenando el coño de Olivia. Estaba disfrutando mucho. Durante aquel mes, había encontrado su lugar siendo la dómina de Olivia. La mujer de negocios disfrutaba mucho de que la encularan con salvajismo, de que la azotaran, de que la mordieran. Natasha había encontrado un filón y vaya que lo estaba disfrutando.

En aquel momento le aferraba las tetas con furia mientras la penetraba intensamente. De no ser porque estaba hablando por teléfono, se aseguraría de que gritase su nombre. Cada vez que Olivia lo gritaba, Natasha se volvía loca.

_ Sí, como les he dicho, esta tarde es importante que esté todo despejado. Tengo una cita importante, ineludible. _ Insistía Olivia. _ Sí, mañana está bien.

Colgó el teléfono.

_ Veo que lo tienes todo controlado. _ Le susurró Natasha.

_ Sí, esta tarde voy a ver a Martha por fin. _ A Natasha no se le escapó que, otra vez, parecía haberse olvidado de Julia. _ Todo tiene que ser perfecto… Por dónde íbamos.

Olivia sonrió con lascivia.

_ Ah, sí… ¡Natasha, dame más duro!

Y Natasha, a pesar de su postura dominante… obedeció.