El desasosiego

El verano va pasando. Con nadie en el pensamiento, surgen otras tentaciones... muy cerca

Tendemos a pensar que los buenos momentos ocupan una parte ínfima de nuestro tiempo, en medio del valle de lágrimas que es la vida. Unas gotas salpicadas en medio del océano. En realidad, son momentos que vuelan, que nos suceden a tal velocidad que vienen y van sin poder saborearlos como nos gustaría. En mi caso, aquel verano avanzaba mucho más lentamente de lo que nunca imaginé, ya que en lugar de días de playa y noches de whisky con cola, las horas caían sobre mi cabeza entre los apuntes de Historia del Arte, segundo de bachillerato.

El contemplar a Angie (o espiarla, como acusaba socarronamente mi hermana) se había convertido en el más preciado momento de evasión. Conocía sus rutinas como si de las mías se tratase. Esperaba con ansia que cada tarde, sobre las tres, saliese de la puerta de su casa para entregarse al sol durante un rato. Conocia de memoria la forma de su cuerpo, la redondez de sus pechos y la gracia con la que contoneaba sus bien construidas caderas hacia la manguera, justo antes de derramar sobre sí el agua que acababa mezclándose con las gotas de sudor que ya hacían brillar su anatomía. Lo que no conseguí contar, en todo ese verano, era el número de lunares que adornaban su cuerpo.

Pasaban los días sin demasiadas licencias para el ocio, más allá de las litronas con los amigos o algún partido de fútbol esporádico, pero sin planes mas allá. Me desgastaba la casa, y me desgastaba también la convivencia con mi hermana, que después de dos años estudiando fuera se había vuelto aún mas hiperactiva, deslenguada y mordaz de lo que ya era. Aunque reconozco que de vez en cuando tenía alguna buena idea.

Desde la última gran pillada, se había acostumbrado a tocar a la puerta de mi cuarto:

-"Pasa. No estoy pelándomela como un mono todo el día".

-"Jajajajjj, ok, ok. No digas luego que no respeto tus momentos" -comentó, mientras abría la puerta y avanzaba hacia el escritorio , sin encontrar respuesta.

Se sentó en el borde de la cama, mirándome curiosa.

  • "¿Qué haces?"-preguntó

  • "Estudiar" -contesté, sin levantar la vista de los apuntes

  • "Ya lo veo, nene. Qué por donde vas, me refiero".

  • "Románico" -respondí, girandome hacia ella. Estaba descalza, como siempre por casa, con las piernas cruzadas sobre la cama. Llevaba una camiseta anchísima de manga corta y un pantaloncito blanco de deporte, que resaltaba la morenez de sus piernas. Mi hermana, de siempre muy guapa, se había puesto especialmente atractiva desde que se había ido...o al menos yo lo empezaba a percibir... Me sonrió, y dijo:

-"Te queda todo el temario, hermanito. No se que haces que no avanzas. Bueno... o si lo sé..."-añadió con picardía.

-"Eres un bicho" -le contesté sonriendo, aunque derrotado por sus ocurrencias.

Se levantó y de dirigió hacia mí, rodeándome por detrás con sus brazos y apretando los pechos contra mi nuca. Como siempre, no llevaba sujetador.

-"Tranqui, nene. ¿No has visto a tu musa estos días?"-insistió ella.

-"Todas las tardes, ya lo sabes. Y no sigas por ahí..." -respondí molesto, no tanto por la pregunta sino conmigo mismo, por la leve excitación que comenzaba a sentir.

-"Uy, que susceptible, chico" -respondió, separándose de mí y apoyándose al lado, en un borde del escritorio. Sentí cierto alivio-. "Deberías salir más y relajarte... aquí en esta penumbra, sin ver el sol... esta noche saldré a cenar con Paula, y luego imagino que saldremos a tomar una copa. ¿Te hace?"

-"No es porque no tenga planes por lo que no salgo. Estos saldrán también. Llevo unos días con la cabeza a punto de estallar... no creo que me haga bien meterme en un pub, con la música haciendo retumbar las paredes y bebiendo garrafón... mejor me quedo en casa..."

-"Entonces necesitas que te de la brisa en el rostro" -me interrumpió- "La verdad es que se te esta poniendo cara de vampiro. El domingo por la mañana iremos a la playa... ¿te apetece más?"

-"¿A la nuestra?"

-"No creo, con Paula iré a la del centro. Ella no es mucho de enseñar el coño. La idea es llevarnos unos bocatas y echar el día... tú decides..." -me dijo, extendiendo su mano y acariciándome el rostro con el dorso.

Desde que llegamos al pueblo nos acostumbramos a ir con mamá a la nudista, algo más alejada pero completamente virgen, y allí volvíamos siempre que podíamos, por nuestra cuenta o con mamá. Pero al igual que yo con la pandilla, mi hermana iba a la del centro del pueblo cuando la acompañaba Paula, mucho más recatada que ella. Además de algo repelente, por no llamarle pija.

La idea de ir a la playa del centro, y con Paula, no me hacía especial gracia. Aunque sabía que me haría bien desconectar unas horas y recargarme al sol.

Mi hermana se incorporó y se encaminó hacia la puerta, despidiéndose con un "Piénsatelo". Justo en la puerta, se giró y, apoyándose en el quicio, concluyó:

-"Ahí vimos el otro día a la vecina en tetas. Así que si vienes, igual tienes suerte y te pones las botas"- me dijo, al tiempo que se quitaba la camiseta y me la tiraba a la cara hecha una bola, dejando al descubierto sus dos pechos y acariciando los pezones con las yemas de los índices, a modo de burla-

-"Me lo pensaré... sinvergüenza..." -respondí, aparentando indiferencia.

Me sacó la lengua, siguiendo con la broma, y desapareció carcajeándose por el pasillo. "¡Voy a la ducha!", escuché gritar a distancia.

Mi hermana era morena, de pelo liso y larguísimo que recogía habitualmente en una coleta. Sus ojos negros y enormes, nunca esquivaban las miradas de los demás, como si fuese una tarjeta de presentación de su personalidad, fortísima y segura. Tenía una nariz bonita y bien proporcionada, y unos labios carnosos que siempre lucían su peculiar mueca de picardía.

No era alta, pero si delgada y bien proporcionada. Sus pechos eran firmes, pese a un buen tamaño y a la manía de no llevar sujetador, aunque coronados por unos pezones más pequeños rodeados por su correspondiente aureola, rosada y de diámetro corto. Su cuerpo descendía trazando una cintura que se ensanchaba lo justo para presentar las caderas, sostenidas por unas piernas moldeadas y firmes. Su culo trazaba una redondez casi perfecta, que solía subrayar embutida en los vaqueros cortos y bajados que tanto gustaba de usar en verano. Llevaba el coño depilado lo justo, marcando una linea vertical a la moda de los tiempos. El primer año en la universidad, se había tatuado una ninfa en el omóplato, toda una novedad entonces y, con el piercing que se había hecho en el ombligo, le daba cierto estatus.

La había visto muchas veces desnuda, provocando o haciendo payasadas , pero nunca hasta entonces había visto a mi hermana como una mujer, pese a que su belleza siempre había resultado indiscutible, y que sabía el morbo que despertaba entre los hombres. Entre ellos, mis amigos. Por eso me aturdió de aquella forma la excitación que me provocó.

Me acerqué a la puerta de mi cuarto para asegurarme. En cuanto escuché correr el agua de la ducha, me tumbé en la cama, desabrochandome el cinturón y abriendo los vaqueros lo justo para dejar suelta la polla. Cerré los ojos. Comencé a masturbarme de manera mecánica, para saciar la excitación acumulada. No tarde en correrme.

Lo hice directamente sobre la mano, y de forma abundante. Me levanté, y a tientas encontré la camiseta que me había lanzado mi hermana unos minutos antes, limpiandome con ella.

-Me estoy volviendo loco- me dije a mi mismo-. No me vendrá mal que me de la brisa en la cara.

Con la camiseta aún en la mano, giré sobre si mismo y me encontré de frente al espejo. Me asusté, ya que no reconocí mi figura. En lugar de mí, allí veía un sapo verde y asqueroso.