El desahogo de Lucía.

Otra resubida. Una madura frustrada que se encuentra a su joven vecino en una discoteca...

Lucía miró el gintonic medio aguado que sostenía su mano derecha y del que apenas había tomado dos sorbos en media hora. Allí, parada junto a la barra viendo aquel nubarrón de cuerpos y cabezas que bailaban bajo las luces de la pista, se sentía tan fuera de lugar como un payaso en mitad de un velatorio. Empezó a arrepentirse de haber aceptado la propuesta de salir de marcha que le había hecho su amiga Julia. “Vamos tía, hace años que no sales. Te vas a apolillar...”. Tenía 48 años y era cierto que hacía años y años que no salía por ahí. Ni si quiera con su marido, con el que llevaba 22 años casada, la segunda mitad de los cuales habían transcurrido en una asepsia total impulsada únicamente por la más lamentable de las inercias. Vivían bajo el mismo techo, pero como dos desconocidos que parecían sorprenderse cada vez que se cruzaban por el pasillo. La marcha de su hijo hacía unos meses (se había ido a vivir con su novia) acabó de romper cualquier residuo de vínculo que pudiera quedar con aquel hombre del que se había enamorado con 23 años. Su vida se reducía a trabajar, un poco de pilates y vegetar en casa entre los incómodos silencios de su marchita vida conyugal.

-¡Venga Luci, vamos a bailar!

La voz de Julia atronó tras ella como la bocina de los coches de choque. Julia volvía del baño apurando su copa y levantando la mano para pedir otra al camarero, la tercera de la noche. Se había bebido ella sola una botella de vino durante la cena, así que ya iba sumergida un océano de euforia etílica.

-Creo que yo paso, Julia. Ya no estoy para estos rollos... - dijo Lucía en tono triste.

-¡Venga, coño! ¡Hemos salido para pasarlo bien, joder!

-Me siento mayor para estas cosas, Julia. Creo que me voy a ir a casa.

-¡Y una mierda! ¡Mira, yo voy a meterme ahí a ver cómo está el percal y en un rato vuelvo a arrastrarte! ¡Pobre de ti si no estás cuando vuelva! ¡Vas a menear ese cuerpazo de cuarentona que tienes quieras o no!

Lucía vio cómo Julia se dirigió decididamente con su nueva copa en la mano hacia aquella masa informe que formaban los cuerpos a unos metros y desapareció engullida por ella. Tardaría una eternidad en volver a salir de ahí, y eso si, en su estado, era capaz de encontrar el mismo punto de la barra.

“Cuerpazo de cuarentona”, pensó irónicamente Lucía. Tenía 48 años, un rostro que, a pesar de estar surcado por alguna que otra arruga, seguía conservando su belleza, una edia melena ligeramente ondulada cuyas canas ocultaba bajo un tinte caoba que realzaba sus ojos azules, unos pechos grandes que aún mantenían algo de su firmeza a pesar de los años, unas caderas que se habían ido ensanchando pero que, curiosamente, le servían para seguir estilizando una cintura que también había ganado algo de volumen con el tiempo, un culo que aún mantenía cierta redondez a pesar de algo de celulitis y unas piernas aún tersas para alguien de su edad. Se había puesto un bonito vestido azul entallado y algo escotado que tenía olvidado en el fondo del armario y que creía que no le entraría pero, para su sorpresa, le había ajustado más que bien. No aparentaba ser mucho más joven de lo que era, pero no había duda de que aún tenía un cierto atractivo. Aunque, en su cabeza, era un vieja acabada a la que ni su marido ya se follaba.

-¡Anda, vecina! ¿Qué haces aquí?

Un voz juvenil sacó a Lucía de su ensimismamiento. Giró la cabeza y descubrió el semblante sonriente de Jorge, el hijo de sus vecinos Juan y Montse.

-Hola, Jorge. Pues no lo sé muy bien, jajajaja – contestó Lucía medio avergonzada.

Jorge se abalanzó sobre ella y le dio un abrazo. Lucía se quedó algo parada ante tanta efusividad, pero se dejó achuchar por su joven vecino. Era un chaval de 18 años simpático, y Lucía le tenía cariño tras tantos años de convivencia vecinal.

-No te imaginaba yo por discotecas de este tipo jajaja – dijo Jorge separándose y mirándola de arriba a abajo – y qué guapa te has puesto jajaja.

-Sí, vamos, las galas jajaja – contestó Lucía sarcásticamente ante las observaciones de aquel crío.

-En serio. A mi madre no me la imagino así, parecería un adefesio con ese vestido jajaja. A ti te queda genial – dijo Jorge con una sonrisa de oreja a oreja.

“Creo que este chaval va un poco drogado” pensó Lucía un poco divertida.

-¿Y has venido sola? - preguntó Jorge.

-No, con una amiga. Está por ahí bailando. Yo estaba a punto de marcharme, ya no tengo edad para esto... - contestó Lucía con una sonrisa melancólica.

-¿Pero qué dices, mujer? Le edad es un estado de la mente, como dicen jajaja.

-No lo veo yo eso muy claro, Jorge jajaja. Venga, me marcho. No bebas demasiado, que eres un crío...

-Venga, quédate un rato, tía. Te invito a una copa y todo.

Lucía notó cómo las manos de Jorge parecían apretar algo más fuerte su cintura. La había tenido agarrada durante toda la conversación y ni se había dado cuenta. Se sintió avergonzada de verse así en mitad de toda aquella gente, pero la forma en la que Jorge le había hablado le había hecho sentir algo viva después de mucho tiempo. No iba a pasar nada por tomarse una copa y reírse con un crío un rato.

-Venga, va. Te la acepto. Un ratito a ver si aparece mi amiga y me voy– dijo Lucía sentándose en uno de los taburetes de la barra.

-¡Di que sí, jajaja! ¡Eh, dos gintonics!

Lucía bebió un sorbo de su nueva copa y miró a aquel chavalín. Jorge, el niño del cuarto. Había crecido pero seguía teniendo la misma cara de chiquillo travieso de siempre. Era un poco flacucho y desgarbado, pero tenía unos ojos preciosos y una sonrisa encantadora. Lucía se rio para sus adentros de estar tomándose una copa con él. “Qué ridícula es la vida”, pensó.

-¿Y no piensas ir a bailar? Igual ligabas, jajaja – dijo Jorge tras dar un buen trago a su gintonic.

-No estoy yo para bailes. Si hacía años que no estaba aún despierta a estas horas jajaja – contestó Lucía, algo más animada por los tragos que le había dado a su bebida.

-Joder, hablas como si fueras una abuela, tía. Pero si aún eres joven...

-Uy sí. A ver lo joven que te sientes tú dentro de 30 años cuando tengas mi edad, Jorgito...

-Bah, yo siempre seré joven jajaja.

Otro chaval apareció y le dio una palmada en la espalda a Jorge.

-Eh, cabrón, que llevo media hora esperando a que vuelvas con las copas.

-Hey tío, es que me he encontrado con una amiga. Esta es Lucía, mi vecina. Este es Guille.

Lucía sonrió al chico que le presentaba Jorge. Éste hizo un saludo con la mano y le dedicó un guiño de ojo. Otro crío de 18 años al que casi aún no se le notaba la barba. Un poco gordito pero de aspecto simpático. Lucía decidió que ya era el momento de dejarlos y que fueran a la suya con sus rollos juveniles.

-Bueno chicos, me marcho y os dejo a la vuestra – dijo Lucía cogiendo el bolso.

-Oooooh. Venga, no te vayas – dijo Jorge simulando un puchero.

-No puedes irte, ya he pedido 3 copas y si no la tuya se va a echar a perder – dijo Guille sonriendo.

“La madre que parió a los niñatos éstos”, pensó Lucía entre molesta y divertida.

-Venga, me quedo un poco a ver si aparece mi amiga – dijo Lucía volviéndose a sentar.

-Siiiiii – gritó Jorge dando vueltas sobre sí mismo.

“Qué pavos son a esta edad” pensó Lucía.

Una nueva copa se materializó en su mano y dio un par de sorbos. Vio cómo los dos chavales hablaban animadamente entre ellos y recordó sus días de juventud. Las borracheras y las risas hasta el amanecer. Los rollos de una noche. Un pequeño sentimiento de amargura apareció en lo más profundo de su ser al ser consciente del paso de los años. Se bebió media copa de golpe para intentar ahogarlo.

-¿Así que eres su vecina?

La pregunta de Guille sacó a Lucía del pozo en el que se había sumergido.

-Sí, así es – contestó dándose cuenta de que empezaba a arrastrar un poco las eses.

-Pues menudo marrón tiene que ser tener a este ficha de vecino jajaja.

-Bah, es buen chaval, jajaja – contestó Lucía dando un nuevo sorbo a su copa. Apenas le quedaba ya, se la había bebido sin darse cuenta.

Lucía sintió cómo las luces parecían adquirir un mayor brillo. Reía ante cualquier tontería que decían esos chavales. Todos los oscuros pensamientos que le habían atormentado durante la noche se esfumaron como por arte de magia. Se levantó y empezó a balancearse al son de la música. Comenzó a notar cómo aquellos dos críos le pasaban la mano por la cintura, por el cuello, le cogían de las caderas y frotaban sus paquetes contra su culo... y no parecía importarle. Conocía esa sensación artificial de bienestar. Hacía muchísimos años que no la tenía, pero la conocía perfectamente.

-Me habéis puesto MDMA en la copa, ¿verdad, cabrones? - preguntó con una media sonrisa.

-Bueno... a lo mejor jajaja – contestó Jorge mientras su amigo estallaba a carcajadas detrás de él.

-Así que vuestro plan era drogar a una madura jajaja. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien... – dijo Lucía con sonrisa de colocada.

Jorge la atrajo hacia sí y le clavó la vista en sus vidriosos ojos de drogada. Sus manos bajaron y agarraron con fuerza aquel generoso culo que se escondía bajo el vestido azul. Lucía sintió cómo la electricidad le recorría la espalda mientras las manos de aquel crío magreaban sus nalgas. La razón le decía que debía poner fin a todo aquello, pero el MDMA se imponía con sus gritos de que se quedara.

-¿Alguna vez te has hecho una paja pensando en mí, Jorge? - preguntó Lucía con un hilo de voz y sin creerse las palabras que salían de su boca.

-Miles. Estás tremenda, Lucía... - contestó Jorge con cierto nerviosismo en la voz.

-Pero si soy una vieja acabada... - dijo Lucía con ojos llorosos.

-Y una mierda. Te follaría hasta reventar. Eres un sueño...

Las manos de Jorge apretaron aún más aquel culo como para dar énfasis a sus palabras. Lucía le pasó los brazos por el cuello y dejó que le lengua de aquel chaval penetrará sin resistencia alguna en su boca. Notó aquella lengua ligera y llena de sabor a juventud recorrer todos y cada uno de los rincones de su cavidad bucal. Su lengua se acompasó a los movimientos de aquella invasora e iniciaron un baile en el que la saliva cambiaba gozosamente de boca. En medio de ese frenesí de besos, Lucía notó cómo un cuerpo se apretaba tras ella y unas manos subían hasta sus tetas y las apretaban con fruición. Sacó la lengua de la boca de Jorge, giró la cabeza y se encontró con la sonriente y regordeta cara Guille. Lucía sacó la lengua y Guille la cazó mientras seguía apretando sus tetazas. Lucía pensó en el panorama que debía constituir una mujer de 48 años enrollándose de una forma tan guarra con dos críos en mitad de una discoteca. Le dio igual.

Desplazándose poco a poco en su intenso magreo, acabaron encajonados en un rincón que quedaba más allá de la barra, resguardado entre dos pilares. Lucía seguía pasando su lengua de una boca a otra dejándose sobar sin regla alguna por aquellas 4 manos.

-Guille, ponte delante para tapar un poco – dijo Jorge.

Guille se puso en plan vigilante entre los dos pilares. Jorge empotró a Lucía contra uno de ellos y volvió a meter la lengua en su boca mientras una de sus manos se metía entre sus piernas. Apartó las bragas a un lado y pasó dos dedos por aquella raja cuarentona.

-Joder, estás empapada, Luci...

Lucía pareció recobrar algo el sentido de la realidad. La idea de que no podían hacer lo que estaban haciendo en un sitio público se apoderó de ella.

-Jorge, espera, no puedo...

Dos dedos se introdujeron en su coño cortando su discurso. Un gemido se escapó de su boca y un temblor se apoderó de sus piernas.

-Sí que puedes, Luci... - dijo Jorge mirándole con una sonrisa en la que se veían todos sus dientes.

Empezó a meter y sacar los dedos en aquel empapado coño mientras Lucía se mordía los labios para evitar gemir.

-No... por favor... - susurró Lucía entre jadeos.

Jorge aceleró el ritmo de sus dedos y un orgasmo brutal recorrió el cuerpo de Lucía. Se le doblaron las piernas y tuvo que ahogar un grito de placer indescriptible. Miraba las luces del techo intentando asimilar que un crío 30 años menor la acababa de masturbar en mitad de una discoteca llena de gente.

-Joder... - dijo Guille mientras observaba el panorama con la cabeza girada desde su puesto de vigilante.

Lucía se enderezó. Las manos de Jorge se posaron de nuevo en su culo y la apretó contra sí.

-Vamos a los baños... - le susurró a la oreja.

-No... esto es un error... - dijo Lucía. El efecto del MDMA parecía haber desaparecido un poco y las dudas empezaban a mezclarse con el morbo que sin lugar a dudas sentía.

-Entonces me obligarás a follarte aquí, Lucía. ¿Quieres eso? - dijo pasándole la lengua por el cuello y la oreja.

-Jorge... por favor... nos van a pillar... - dijo Lucía a punto de estallar en lágrimas.

-¿Me preguntas si me hacía pajas contigo y ahora quieres dejarme así, Luci? - dijo Jorge mientras su dedo volvía a introducirse en aquel coño inundado.

El cuerpo de Lucía volvió a estremecerse. El sentido común que le indicaba irse a casa y el morbo por sentirse deseada por dos chavales jóvenes tras tanto tiempo de frustraciones luchaban titánicamente en su interior. Finalmente, este último se impuso ayudado por los suaves movimientos de aquel dedo en su interior.

-Va... vamos a los baños – jadeó Lucía.

Una expresión triunfante se apoderó del rostro de Jorge. Salieron de aquel rincón y se dirigieron a los baños. Las manos de los dos amigos iban paseándose por la espalda y el culo de Lucía. La idea de estar cometiendo una locura absoluta no abandonaba la cabeza de Lucía.

-Qui... quiero comerte este culazo... - Le susurró Guille mientras una se sus manos agarraba con avaricia una de sus nalgas.

Aquello de que un crío de 18 años quisiera comerle el culo encendió a Lucía. Le metió la lengua hasta la garganta a aquel chaval regordete. Volvió a pensar en el espectáculo que debían estar dando los tres en mitad de la discoteca. Volvió a darle igual.

Llegaron a la puerta de los baños. Esperaron unos minutos. Lucía se dedicó a seguir dejando que Guille le metiera mano mientras le masajeaba la polla con el culo. Tras salir tres personas, Jorge se asomó a echar un vistazo.

-Vamos, ahora no hay nadie.

Se dirigieron a toda prisa al cubículo del fondo. Entraron y Jorge echó el pestillo. Era bastante grande para tratarse del retrete de una discoteca, pero el olor a meados y vómito era más que evidente. Lucía aún tuvo un débil último impulso de salir corriendo, pero quedó desactivado en cuanto las manos de aquellos dos criajos empezaron a recorrer su cuerpo. Guille se arrodilló tras ella dejando su cara a la altura de aquel culo que tanto ansiaba, levantó el vestido y dos nalgas grandes, algo celulíticas pero perfectamente redondas aparecieron ante sus ojos.

-La hostia... - dijo con los ojos desorbitados.

Bajó las bragas hasta los tobillos y enterró su cara entre aquellas dos maravillosas protuberancias. Su lengua empezó a recorrer con fruición el trayecto que iba desde el ano hasta el coño de aquella mujer que le sacaba treinta años. Lucía empezó a gemir mientras aquella lengua la devoraba. Hacía años que no sentía el placer de una buena comida de coño y culo. Mientras su amigo se daba un atracón, jorge bajó los tirantes del vestido de Lucía. Lucía se desabrochó el sujetador y sus impresionantes tetas quedaron libres. Eran grandes, con dos pezones rosados perfectamente circulares, algo caídas por la edad pero aún manteniendo cierta digna firmeza. Las manos de Jorge las sopesaron y acariciaron los pezones con los pulgares.

-Joder, preciosas... - dijo, y se abalanzó a devorarlas.

Empezó a morder y chupar aquellos pezones como debía haberlo hecho con los de su madre 18 años antes. Adquirieron al instante una dureza impresionante. Lucía intentaba ahogar los jadeos de placer que surgían de su garganta. No podía creer que dos chavales a los que sumando sus edades aún les sacaba 12 años estuvieran comiéndole las tetas y el culo en un aseo maloliente. Notó cómo la punta de la lengua de Guille se introducía en su ano a la par que estimulaba su clítoris con dos dedos húmedos, lo cual le hizo proferir un gritito de placer que, afortunadamente, Jorge ahogó metiéndole la lengua en la boca. Guille apartó la cara del culo e introdujo tres dedos en el ano de Lucía. Ésta se sobresaltó, pues era algo que no se esperaba.

-¿Qué... qué coño haces? - dijo alarmada sacando la lengua de la boca de Jorge.

-Tchssss... tranquila Lucía – replicó Jorge girándole la cara y mirándola a los ojos.

Los tres dedos empezaron a entrar y salir de su culo con movimientos circulares. Un pequeño dolor empezó a recorrerle la espalda desde el coxis. Lucía, quiso gritar, pero Jorge le tapó la boca con la mano.

-Tranquila Lucía... - le susurró.

Tras unos minutos, los dedos de Guille dejaron de escarbar en el culo de Lucía. “Ya está, se acabó...” pensó aliviada mientras la mano de Jorge seguía tapando su boca. Miró a la cara de Jorge y vio como su sonrisa se ensanchaba. Acto seguido, notó cómo las manos de Guille se agarraban a sus caderas y una polla de tamaño respetable se abría paso violentamente a través de su ano. El dolor que Lucía experimentó fue brutal. Intentaba gritar, pero la mano de Jorge evitaba que sonido alguno saliera de su boca. La tenían bien sujeta entre los dos y Guille comenzó a embestir inmisericordemente. Lucía notaba cómo aquella polla entraba y salía de su culo y cómo las pelotas de Guille le golpeaban las nalgas cada vez que la penetración llegaba a su profundidad máxima.

-Joder, voy tan cachondo que voy a correrme ya – dijo Guille entre jadeos.

Tras un par de sacudidas más, Lucía notó como aquella polla adquiría una dureza aún mayor y un géiser de esperma inundaba su recto. La mano de Jorge aún cubría su boca, pero esta vez lo que ahogó fue un gemido de placer. Notar aquella explosión de semen le había proporciando, para vergüenza suya, algo demasiado parecido al orgasmo.

-Puf... la hostia – jadeó Guille sacando la polla del culo de Lucía y dejándose caer contra la pared.

Jorge dejó de sujetar a Lucía y retiró la mano de su boca. Lucía se derrumbó y acabó sentada en el suelo. Sintió cómo aquel zumo de meados que cubría el suelo le empapaban el vestido y el culo, del que además empezaba a resbalar el semen de Guille. Clavó la vista en el suelo y se sumió en el más absoluto silencio.

-Ey Lucía – dijo Jorge tras un par de minutos.

Se puso frente a ella y le levantó la cara con una de sus manos. Lucía lo miró con los ojos anegados en lágrimas.

-No llores, mujer... - dijo Jorge dulcemente.

-Sois un par de niñatos hijos de puta. Esto ha sido una puta violación – replicó Lucía ahogando un sollozo.

-Venga, Lucía. ¿Me vas a decir que ese espasmo que ha recorrido tu cuerpo al final no era un orgasmo de cojones? ¿Que no has disfrutado mientras un chaval 30 años más joven te follaba el culo cómo un poseso? Te veo todos los días y sé perfectamente que anhelabas sentirte deseada a tu edad...

Jorge se acuclilló ante ella y sus manos volvieron a jugar con sus pezones. Estos se endurecieron al instante para vergüenza de Lucía.

-¿Ves? - dijo Jorge con una sonrisa triunfante – Eres una cuarentona con ganas de rabo, y es lo que te estamos dando, Luci.

Jorge se levantó y se desabrochó los vaqueros. Un gran polla inmaculada, juvenil, con el vello totalmente depilado apareció ante los ojos de Lucía.

-¿Me dejas follarte la boca, mami? - dijo Jorge alegremente.

Empezó a acariciar la cara de Lucía con su glande. Ésta, odiándose infinitamente por ello, comenzó a lamer suavemente aquel suave capullo. Bajo hasta los huevos y los lamió con gula.

-Joder, Lucía. Qué puta eres, vecina... - jadeó Jorge.

Lucía suiguió devorando y restregando la cara por aquellos huevos. Se sentía como una puta a la que estaban utilizando como un trozo de carne y le encantaba. Estaba dejando que toda la frustración sexual de tantos años surgiera aquella noche como el agua de una pantano que se revienta durante un diluvio.

Jorge sujetó la cabeza de lucía con ambas manos en introdujo la polla poco a poco en su boca. Lucía notó cómo el glande llegaba hasta el fondo de su garganta y se quedaba allí parado. La asfixia y la angustia empezaron a hacer acto de presencia, pero Lucía las controló. De joven había sido una estupenda comedora de rabos y eso era como montar en bicicleta, no se olvidaba. Finalmente, Jorge retiró el capullo y empezó a follarle la boca a Lucía con vigorosos golpes de pelvis. Lucía notaba como el glande golpeaba su garganta para retirarse y repetir el golpe inmediatamente. Relajó la garganta para evitar las naúseas y estoicamente soportó aquellos embates cada vez más vigorosos.

Tras 5 minutos, Jorge sacó la polla. Gruesos hilos de babas quedaron como puentes entre aquel pene y la boca de Lucía. Ésta respiró profundamente para recuperar el aliento tras la paliza que su boca acababa de recibir. Jorge se acuclilló en introdujo su lengua en la boca de Lucía para saborear todas aquellas babas.

-Estoy a punto de correrme, pero quiero hacerlo follándote – le susurró tras sacarle la lengua.

-Sí, fóllame... - jadeó Lucía aún falta de aire.

Jorge se sentó en el retrete con aquella polla erecta y brillante por la saliva. Lucía se levantó, se arremangó el ya manchado vestido por encima de las caderas y se sentó a horcajadas sobre Jorge guiando con la mano la polla a su coño. Emitió un gemido cuando aquel grueso tubo de carne se le metió hasta el fondo. Sandra empezó a mover sus cadera adelante y atrás. Había sido una folladora de primera y su movimiento pélvico seguía manteniendo su eficacia de antes.

-Joder, qué gusto... - gimió Jorge.

Lucía levantó la vista mientras cabalgaba sobre su joven vecino. Tras unos poco minutos, notó como las manos de Jorge aumentaban la fuerza sobre su cintura y su polla descargaba un interminable chorro de semen en el interior de su vientre. Lucía aún continuó con sus movimientos pélvicos para alcanzar segundos más tarde un orgasmo maravilloso que puso en tensión todo su cuerpo y le hizo arquear las espalda durante unos maravillosos instantes. Finalmente, exhausta, se derrumbó sobre Jorge. Éste la abrazó y se quedaron así durante unos minutos.

-Esto ha sido la hostia... - dijo finalmente Guille todavía apoyado en la pared del cubículo.

5 días después, el marido de Lucía esperaba el ascensor en la planta baja de su finca. Mientras miraba el periódico, le pareció oír un ruido en el interior del cuarto donde estaban los contadores del agua. Acercó la oreja a la puerta y, escamado, sopesó la posibilidad de entrar, pero en ese preciso instante se abrió la puerta del ascensor y decidió olvidarlo y subir a su casa.

-Creo que ya no hay nadie... - susurró Jorge en el interior del cuarto.

Esperó unos segundos más para asegurarse y continuó follándose contra la pared a una Lucía con los ojos en blanco y jadeante ante las descargas de placer que recorrían su cuerpo.