El desafío de las divas (parte 2)
Un relato que escribí hace unos años con dos vedettes cuya rivalidad alcanza nuevos rumbos
Luego de unos interminables instantes abrazadas, María Eugenia se levantó y fue hacia la heladera a buscar una botella de agua mineral para refrescarse. Bebió media botella casi sin respirar y se la arrojó a Luciana, quien la imitó.
Saciada la sed, ambas divas se contemplaron en silencio intercambiando miradas de desprecio.
_ ¿Qué te pasa, enana de mierda? Tuviste suerte. ¡Nada más! _ Protestó Luciana,
María Eugenia se rió por toda respuesta y se acercó hacia donde estaba ella.
Luciana se puso de pie con las manos en la cintura, en pose desafiante. Tenía un cuerpo hermoso, fuerte y turgente. La piel le brillaba por el sudor y sus pezones se erguían amenazantes.
Aún persistía el aroma a sexo de ambas hembras y eso, aunque ninguna quisiera reconocerlo, las excitaba.
Como movidas por una señal imperceptible cruzaron las miradas recorriendo sus intimidades. No había mucha diferencia en los pechos y los pezones se encontraban endurecidos.
Intercambiaron un par de insultos prometiéndose humillantes castigos para la derrotada.
Mientras se amenazaban, se acercaron la una a la otra y sus pezones se rozaron, provocándoles un escalofrío.
Luciana empujó con sus pechos intentando intimidar a su contrincante, quien lejos de amedrentarse, le devolvió el empujón.
La pelea sería muy pareja, como en la anterior, que María Eugenia había ganado con lo justo.
_ ¿Todavía querés que limpie el piso con vos? ¿No escarmentás? _ María Eugenia sonreía socarronamente.
_ ¡Te voy a matar, chupaconchas!
Cegada por la calentura, Luciana se arrojó sobre su rival y tras un intenso y breve forcejeo, cayeron al piso mezcladas en un revoltijo de manos y piernas. El impacto atontó un poco a María Eugenia quien recibió el impacto del cuerpo de Luciana al caer.
Las dos hermosas hembras rodaron sudorosas mientras jadeaban e intentaban dominar a la rival. El roce de sus cuerpos las estaba afectando y olvidando las reglas, Luciana mordió el hombro de María Eugenia, quien lanzó un aullido de dolor y comenzó a patalear intentando quitarse a su enemiga de encima.
Superada la confusión, y desesperada, le devolvió la mordida, provocándole un leve corte. Las dos amazonas se separaron quedando de costado y respirando pesadamente.
Luciana fue la primera en arrodillarse y reiniciar la pelea. María Eugenia parecía adolorida y se movía con lentitud.
En un suspiro estaban rodando nuevamente, con sus cuerpos resbalosos a causa del sudor. Se debatían desesperadas con la firme intención de vencer a su oponente. Un momento Luciana quedaba encima de María Eugenia y la abofeteaba y al siguiente, la situación de dominio se invertía.
Rodaron abrazadas un buen rato buscando dominarse con la sola música de sus quejidos.
La pelea se tornó encarnizada y ya los golpes comenzaron a ser de puño. sus manos encontraron sus rostros varias veces y los labios acusaban esos impactos, dejando correr sendos hilillos de sangre.
Las dos amazonas intercambiaron golpe por golpe. Con una mano se tironeaban del cabello y con la mano libre se golpeaban.
Luciana dominó tras una hábil maniobra y se sentó con el sexo sobre la boca de su rival intentando obligarla a que se lo lamiera.
María Eugenia se retorcía intentando zafar de su presa y pudo sentir el almizclado aroma a hembra que la llamaba. Ensoberbecida por su aparente triunfo, Luciana se relajó, lo cual le permitió a María Eugenia debatirse y quitársela de encima. Inmediatamente contraatacó con un puñetazo en la nariz de Luciana que la aturdió y ahora fue ella quien se sentó sobre el rostro de su oponente. Pero Luciana había decidido que la pelea sería sin reglas, y mordió a su rival, quien se apartó aullando de dolor.
Inmediatamente, se arrojaron una contra otra y se revolcaron nuevamente. Sus hermosos cuerpos parecían fundidos de los pies a la cabeza, coincidiendo y compitiendo con cada uno de sus dones.
Sus pezones se encontraron, provocándoles sendos escalofríos y sus sexos comenzaron a colisionar sensualmente. Se agarraron del pelo y tironeaban haciendo que sus cabezas se sacudieran hacia uno y otro lado.
La pelea era muy pareja y no parecía haber ganadora. El cansancio las estaba debilitando y el roce de sus cuerpos las estaba excitando. Se insultaban tremendamente y no parecían querer detenerse, pero el timbre sonó y se inmovilizaron horrorizadas.
_ ¿Esperabas a alguien? _ Preguntó Luciana separándose inmediatamente y poniéndose en pie.
_ No. Creí que era el psicólogo, para ayudarte a asumir que soy más hembra que vos.
Haciendo una tregua momentánea, se acercaron hacia la puerta y miraron por la ventana hasta que el visitante se fuera.
Luciana, enfurecida, se olvidó del timbre y todo y le dio una bofetada.
María Eugenia se la devolvió y se quedaron en silencio contemplándose con la mirada llena de odio y las manos en la cintura.
_ ¿Por qué no reconocés quién tiene las mejores tetas? _ Provocó Luciana.
_ Tenés razón, Luciana. Tengo las mejores tetas y entiendo que te moleste ser segunda, pero son cosas que pasan.
_ ¡Te voy a retorcer los pezones, enana engreída! ¡Yo te voy a enseñar!
_ ¡No me digas! ¿Con qué me vas a enseñar?
_ ¡Con mis pezones! ¡Vas a ver lo que son unas tetas firmes!
_ ¡Boluda! ¡Estás viendo mucho Playboy! ¿Qué querés inventar?
_ ¿Arrugás? ¿Tenés miedo de que mis pezones te aplasten?
Por toda respuesta María Eugenia se acercó y apoyó sus pechos contra los de su rival. Esta, con una sonrisa, hizo coincidir los pezones sensualmente. Ambas hembras cerraron los ojos deleitándose con la sensación que radiaba de sus pezones.
En lugar de apretarlos fuertemente entre sí, iniciaron un exquisito roce que iba de derecha a izquierda intentando hacerlos crecer.
Tras unos excitantes instantes, se atacaron con los pezones como si de armas se tratara.
El fragor del combate las hacía gemir y deslizarse hacia el lado opuesto para aumentar el roce. Intentando intimidarse entre sí, apretaron un poco más sus pechos esforzándose por no dejar que el dolor se reflejara en sus rostros.
El fragor de la batalla las había empapado en sudor haciendo que sus cuerpos estuvieran resbalosos. Para afirmarse, María Eugenia se aferró a las caderas de su rival, quien la imitó y le lanzó un golpe con los pechos a su rival.
Comenzaron a golpearse entre sí, buscando clavar sus pezones en los pechos enemigos.
Enfurecida por la paridad, Luciana escupió el rostro de su rival.
_ ¡Hija de puta! _ Gritó María Eugenia devolviéndole el escupitajo.
Sus manos se enredaron en sus cabellos tironeándolos, y sus piernas entrelazadas buscaban hacer caer a la odiada rival.
Rodaron por el piso, alternando el dominio sin dejar de insultarse y escupirse, restregando sus cuerpos entre sí. Sus pechos y sus vientres libraban sus propias batallas de hembra a hembra.
En tremendo revoltijo de carne, no se podría decir quién, pero en un momento, las dos hermosas hembras se encontraban con las bocas fundidas lanzándose saliva mutuamente, intentando ahogarse.
El intercambio de fluidos, así como la suavidad de sus labios las estaba elevando a niveles de calentura nunca sospechados, mientras se lanzaban saliva de garganta a garganta sin dejar de rodar amalgamadas. Cada una buscaba escupir a su rival y evitar que regresara.
Los jadeos entrecortados se ahogaban en sus bocas fundidas y sus entrepiernas libraban su propio duelo, imitándolas.
En un momento se separaron para recobrar el aliento y un chorro de baba les bañó las barbillas.
Se miraron en silencio e intercambiaron un par de insultos y escupidas intentando intimidar a la rival y normalizar sus agitadas respiraciones.
Nuevamente se desafiaron a continuar y se arrodillaron frente a frente. Se tomaron de la cintura y reiniciaron el duelo de pezones.
Se miraban fijamente a los ojos intentando doblegarse y amedrentar a la rival. Tras largos y dolorosos intercambios de golpes, se fundieron en un abrazo de oso que aplastó sus pechos entre sí y las dejó con las frentes pegadas sin dejar de mirarse a los ojos.
Completamente enfurecidas reanudaron el duelo de saliva buscando denodadamente ahogar a su rival. Luciana tomó la iniciativa y le introdujo un dedo en la vulva a María Eugenia.
Al escuchar el gemido, la provocó con sarcasmo:
_ ¿Te gusta putita? ¿Era esto lo que querías cuando empezamos esto?
Por toda respuesta, la hermosa María Eugenia, le tironeó del vello púbico, haciéndola aullar de dolor. Pero la reacción fue inmediata y se vieron prontamente liadas en un choque de voluntades.
Como las bocas estaban fundidas, Luciana impotente al sentir que no podía doblegar a su enemiga, la mordió provocándole un corte en el labio. María Eugenia se soltó inmediatamente y le propinó un puñetazo que le partió el labio superior.
La paridad no podía ser más absoluta y, aún arrodilladas, se abrazaron nuevamente estrujando sus pechos entre sí y reanudaron el combate, rodando sin ventaja aparente.
Las dos exhuberantes hembras estaban agotadas, pero no querían detenerse.
A estas alturas, sus vulvas se encontraban plenamente humedecidas resbalando entre sí, y los clítoris asomaban rosándose, presa de la excitación que las invadía. El contacto en sus pezones era delicioso y ninguna quería rendirse, por lo que continuaron rodando y escupiéndose con los dedos entrelazados para evitar recibir agresiones de la rival.
_ ¿Te gusta cómo se siente una hembra de verdad cojiéndote, puta? – Comenzó Luciana.
_ ¿Te gusta sentir cómo te estoy cojiendo, putona?
_ ¡Estás mojadita! ¡No sabía que eras tan puta!_ Se burló Luciana.
_ ¡No estoy más mojada que vos! ¿Qué te pasa? ¿Tanto te calienta estar con una mujer de verdad?
El vaivén de sus cuerpos y el roce en sus vientres iban elevando la temperatura hasta niveles inimaginables.
_ ¡Tenés una lengua muy larga al pedo, pendeja! _ Increpó Luciana escupiendo el rostro de María Eugenia, quien estaba debajo de ella.
_ ¡Al menos la sé usar, puta! _ María Eugenia se colocó encima y le devolvió la escupida.
_ ¡No tanto como yo! _ Gritó Luciana.
_ ¡No me hagas reír, puta de mierda!
_ ¿Querés que te enseñe cómo se usa una lengua, conchuda? – Amenazó Luciana.
_ ¿Te la bancás?
Por toda respuesta Luciana sacó la lengua e invadió en la boca de María Eugenia cuando le iba a contestar. María Eugenia aceptó el desafío y muy pronto, el duelo se trasladó a sus bocas.
_ ¡No existís! _ escupió Luciana empujando su empapado vientre contra el de María Eugenia, conservando la presión entresus pechos.
_ ¡Puta de mierda! _ Gritó María Eugenia extasiada al sentir el roce de sus vellos púbicos.
Ahora, cada una de ellas estrujó las nalgas de su rival aumentando la presión en sus vientres y el roce entre sus pechos. Los quejidos poblaban la habitación cada vez que sus sensibles partes se encontraban entre sí.
El orgasmo devastador no tardó en llegar y Luciana se desbordó sollozando, temblando y quedando semidesmayada. María Eugenia, embriagada por el triunfo, le dio una fuerte bofetada y luego le tomó el rostro entre las manos y con la lengua invadió su boca, dejándose llevar por el placer.
Tras unos minutos de morreo, María Eugenia determinó que era el momento de hacer cumplir con el tributo a la vencedora. Para ello se colocó a horcajadas sobre su derrotada rival inmovilizándole los brazos y le exigió la "humillación final".
La derrotada ya no podía más y María Eugenia le frotaba el clítoris por la boca obligándola a lamerlo durante eternos y placenteros minutos.
Luciana yacía en el suelo montada por su conquistadora que la humillaba de una manera muy cruel. María Eugenia también acusaba los estragos de la pelea, pero había vencido. Se la veía muy exaltada y se negaba a levantarse.
Había sido un duelo femenino y la vencedora le había humedecido el rostro con su victorioso sexo.
Las delicadas facciones de Luciana olían a sexo y María Eugenia se lo hizo saber fastidiándola.
Luciana la lamió una y otra vez. María Eugenia se desesperaba. Nunca antes había disfrutado así. Sentía eufórica y ardiente. Cuando acabó de placer con un aullido, Luciana se detuvo.
María Eugenia le ordenó que continuara tironeándole del vello púbico. Luciana gritó, pero obedeció y continuó prodigándole placer a su vencedora. María Eugenia se sentía muy caliente y se giró, quedando en posición de sesenta y nueve y comenzó a comerle la vulva con fruición, sin saber cómo ni por qué.
Continuaron un buen rato, hasta que llorando acabaron ambas en un orgasmo desgarrador que las dejó completamente exhaustas, acostadas una al lado de la otra, besándose y acariciándose, recuperándose de las tensiones previas hasta quedar completamente dormidas.