El depredador aficionado
Cerré los ojos e intenté pensar en cualquier otra cosa, era tan solo un pene dentro de mi culo, lo habían hecho otras veces (siempre con mi consentimiento) así que simplemente me propuse ver sus actos como algo físico, intentando separar mi mente de mi cuerpo.
El depredador
A menudo pienso. Comienzo a pensar y pienso una vez más el por qué hemos llegado a este mundo. Y es entonces cuando también pienso que, si nunca hubiésemos venido, las cosas tan solo serían un poco diferentes, pero el mundo continuaría ahí girando sobre sí mismo, las personas somos una mera anécdota. Pienso que si me hubiese quedado en el vientre de mi madre unos meses más (unos años más) seguiría sin pasar nada. Las mismas guerras y las mismas miserias. Los mismos pedrastras en las puertas de los mismos colegios y los mismos asesinos agazapados en las mismas sombras. Siempre lo mismo. Yo no voy a salvar al mundo haciendo lo mejor que pueda de la misma manera que no lo voy a hacer peor por muy terrible que sea mi comportamiento. Soy como soy. No puedo hacer más. Intento ser uno de vosotros, pero jamás lo conseguiré. Como no puedo hacer nada para mejorar el mundo es que he decidido pasarme al bando de los malos.
El motivo es bien simple, es mucho mas divertido.
La conocí (bueno, la vi) por primera vez a la salida de un colegio. Pero mi objetivo no era una de las niñas, soy un enfermo, pero no tanto: mi objetivo era una de las madres. Una de esas madres de mediana edad a caballo entre la esplendida madurez y una recién perdida juventud. Su sonrisa era la propias de una joven, pero sus arrugas las inevitables de una mujer madura. Sus pechos se mostraban magníficos ante todos, pero seguramente liberados del sostén opresor caerían como consecuencia de los años, caerían como los pechos de toda mujer de su edad. Todo acaba, ineludiblemente, aunque acudamos a cirujanos, psiquiatras o mecánicos de coche. Todo tiene un final. Incluso aquello que no lo tiene.
Se llamaba Carmen, media alrededor de 1,70 y pesaría entre 60 y 65 kilos. Tenía una media melena negro azabache, totalmente lacia, casi como una peluca recortada alrededor de la cara como si de una consorte egipcia se trataba. Sus ojos eran negros y grandes, su boca era rosada y pequeña. Su cuello era nervudo y mordible. Su cuerpo era más que interesante. Su culo todavía no había comenzado a adquirir la desproporción de cualquier edad madura pero tampoco era la inexistencia de nalgas de una joven anoréxica. Era simplemente perfecto, como los pechos que se le intuían. Cientos de veces, apostado a la salida del colegio, agazapado tras un nogal al otro lado de la acera, había admirado ese culo mientras se agachaba a besar a su hija. Falda o pantalón, fuese lo que fuese lo que vistiese, la tela se ceñía a su trasero como un guante marcando unas formas solo comparables a la de la mejor de las vestales.
Definitivamente iba a ser mía, le gustase o no. Quisiese o no. Me lo impidiese o no. Toda obsesión alimenta una acción. Mi obsesión por aquella mujer había comenzado un día caminando por la calle frente a aquel colegio. Ella me había pedido fuego. Yo no fumo. Ella simplemente sonrió y me dijo “bueno, gracias igualmente”. Desde aquel día hace casi un año que no he dejado de espiarla, incluso he comenzado a fumar. Hubiese podido intentar un acercamiento “normal” a aquella mujer, pero estaba casada y parecía inteligente. Además, yo tampoco soy un seductor precisamente que se diga, con mi prominente barriga, mi calva y mis gafas de culo de botella. De acuerdo. Reconozco que no soy una persona que tenga fácil el acceso a una mujer como aquella. Pero iba a ser mía, le gustase o no. Quisiese o no. Me lo impidiese o no.
La mayoría de las veces ella llegaba al colegio antes de tiempo y se recostaba contra la puerta de entrada para fumarse un cigarrillo. Otros días (los que menos) llegaba apresuradamente mientras su hija llevaba esperando un tiempo. Pero siempre llegaba. Si quieres secuestrar a una persona, saber que siempre estará en el mismo lugar a la misma hora facilita las cosas. Escogí un día de lluvia. La ciudad estaba abarrotada de coches y la gente permanecía agazapada bajo sus paraguas mirando el suelo con cuidado de no meter un pie en un charco. Era el día ideal. Alquilé una furgoneta y fui a la entrada de colegio con la esperanza de que ella hubiese llegado antes. Allí estaba, recostada contra la pared, protegida bajo un paraguas, fumando un cigarrillo. Tal y como la había imaginado. Simplemente perfecta. Con un abrigo hasta media rodilla, falda y camisa. Zapatos planos y sin ninguna joya, tan solo dos diminutos pendientes y el anillo de casada. Como muchas otras veces. Esperé a que la calle estuviese desierta, detuve la furgoneta frente a ella, abrí la puerta del copiloto y le hice una seña, ella me miró, lanzo su cigarrillo al suelo y se dirigió a mi.
-Usted perdone –comencé- es que me he perdido. ¿Sabe donde esta la calle…?
Inmediatamente descendí mi tono de voz para que el sonido de la lluvia se impusiese sobre el de mi propia voz. Ella se acercó un poco, entonces me abalancé y de un solo tirón la metí dentro de la furgoneta. Cerré la puerta pasando por encima de ella (sin poder evitar una lluvia de puñetazos, patadas y gritos) y después saqué la pistola que apoyé en su frente.
-Cállate.
Ella no dijo nada. Simplemente comenzó a temblar. Saqué dos pastillas del bolsillo del mono y se las metí en la boca.
-Trágatelas.
Ella negó con la cabeza.
-Trágatelas o nunca más volverás a ver a tu hija. No es una broma.
Le acerqué un botellin de agua, ella metió las pastillas en su boca y después bebió. El plan había funcionado. Inmediatamente estaba inconsciente. No por las pastillas que eran simples aspirinas que ella no había tragado (como había imaginado) sino por el narcótico liquido que contenía el agua. Hay que ser previsor. La cogi y la pasé por encima de los asientos a la parte posterior de la furgoneta. En esos momentos tuve unos deseos irrefrenables de quitarle toda la ropa, pero no lo hice. Las madres comenzaban a agolparse en la puerta de la escuela. No era prudente a pesar de la erección que luchaba por escapar de mis pantalones.
Estuve conduciendo cerca de media hora hasta llegar a la torre de mis padres en la costa. No había peligro, nadie se acercaría hasta allí hasta el viernes y estábamos martes. Una suerte que hubiese comenzado a llover en martes. Tenía tres días para hacer con aquella mujer lo que me viniese en gana. La cogi y la llevé hasta un colchón que había dispuesto en el garaje. Allí había ordenado una provisión de cuerdas, comida precocinada y zumos. La até las manos a la espalda y la tendí en el colchón. Me hubiese gustado quitarle toda la ropa en ese momento, pero prefería que estuviese despierta así que me limite a sobarla por encima de la ropa mientras me masturbaba. Al acabar me limpié y tomé asiento una silla frente a ella. Se despertó al cabo de una hora más o menos. Estaba confusa, intentaba moverse, pero no podía. Cuando se acostumbró a la luz de la débil bombilla me miró directamente a los ojos.
- ¿Dónde estoy? –pregunto torpemente.
-En mi casa.
- ¿Y mi hija?
-No te preocupes, ella esta bien.
- ¿Quién eres?
-Tu captor.
Supongo que entonces ella recordó el incidente de la furgoneta porque comenzó a revolverse encima del colchón.
- ¿Estas preparada? –pregunte.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente.
- ¿Qué vas a hacerme?
Yo sonreí, pero no contesté. No iba a acabar con su vida, soy demasiado cobarde para hacer eso. Pero sabía que su miedo iba a ser un arma a mi favor. Deje de sonreír y me acerque a ella, después la desnudé lentamente. Ella comenzó a gritar. Cogí una mordaza y se la coloqué en la boca. Después continué quitándome todas y cada una de las prendas que llevaba, incluido el reloj y un nomeolvides que me había regalado mi ultima novia el día de nuestra despedida. De eso hacia 12 años. Después puse la cámara de video en una esquina del garaje, faltaba luz así que encendí una linterna de gran potencia y el enfoque hacia mi presa. Ahora la cámara de video ya recogía su cuerpo temblando con perfecta definición. Me la quede mirando a través de la cámara, era excitante. Comencé a masturbarme de nuevo, ella me miró e intento levantarse, pero perdió el equilibrio y cayo de nuevo sobre el colchón. Me acerqué a ella sin dejar de masturbarme y me puse a escasos centímetros de su cara. Ella comenzó a llorar y cerró los ojos. Mi semen cayó por toda su cara, impregnó la mordaza, se mezcló con sus lagrimas, incluso manchó su perfecto pelo. Yo me masturbaba diariamente varias veces recordando a esa mujer. Ahora acababa de hacerlo delante de esa mujer y eso era solo el principio.
La presa
Mi nombre es Carmen, el apellido no importa. Tampoco importa demasiado como comenzó mi particular calvario. Lo único que recuerdo es que estaba esperando a mi hija a la salida del colegio cuando, de repente, alguien me metió a golpes en una furgoneta. Intenté zafarme, pero me fue completamente imposible. Lo siguiente que recuerdo es que estaba encima de un colchón, con las manos atadas a la espalda y un hombre masturbándose a escasos centímetros de mi cara. Después de eyacular en mi cara se fue. Entonces empecé a recordar todo. A aquel hombre paseando algún día frente al colegio, a aquel hombre preguntándome la dirección de una calle desde su furgoneta, a aquel hombre dándome unas pastillas que me narcotizaron. Pero no pensaba en aquel hombre, en lo único que podía pensar en esos momentos era en mi hija. Esperándome en la puerta del colegio. Y aun seguía pensando en ella cuando volvió a aparecer aquel tipo completamente desnudo. Entendí que resistirme no serviría de nada. Sus manos comenzaron a recorres mi cuerpo, con exagerada lentitud, recreándose en cada centímetro, explorándome de una manera totalmente anormal. Después me violó rápidamente, sin ningún tipo de compasión. No me dolió, su pene era pequeño. Solamente me molestaba su carne blanda y aquel olor a sudor. Me penetró por todos lados, especialmente salvaje cuando me sodomizaba, como si pretendiese partirme en dos, empujando con auténtica violencia. Yo cerré los ojos e intenté pensar en cualquier otra cosa, era tan solo un pene dentro de mi culo, lo habían hecho otras veces (siempre con mi consentimiento) así que simplemente me propuse ver sus actos como algo físico, intentando separar mi mente de mi cuerpo. Su semen cubrió cada parte de mí, incluso se corrió encima de un bollo de chocolate y me obligó a comerlo. También me azotó. Me lanzó cera caliente por el cuerpo. Me golpeó. Me sacó fotos. Me obligó a masturbar a un perro. Filmó todo en video y después me abandonó completamente desnuda en una carretera. Pero durante todo ese tiempo lo único que pensé fue en mi hija. Habían pasado 48 horas y cuando la policía me llevó a casa allí estaba esperándome mi familia. Mi hija estaba bien. Ya nada podía importarme porque todas aquellas humillaciones formaban parte de un (reciente) pasado, pero había conseguido sobrevivir para abrazar de nuevo a mi hija.
Pronto el depredador se convirtió en presa y lo metieron en la cárcel. Había cometido cientos de fallos. Un aficionado, vaya. Un obseso. En el juicio intentaron demostrar que era un enfermo mental, pero no lo consiguieron. Aun debe estar en la prisión. No le deseo nada malo, simplemente no le deseo nada. A veces sueño que vuelve a suceder todo y me despierto sudando a medianoche, es entonces cuando voy al cuarto de mi hija, me siento a su lado y pienso que podría haber sido peor porque vivimos en un mundo repleto de depredadores. Y todos somos sus victimas. Así lo veo yo. Pero sigue mereciendo la pena salir cada día a la calle. A pesar de todo ello. A pesar de los miles de depredadores que nos rodean.
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(Este relato es absolutamente ficticio y ha sido escrito como consecuencia de mi intención de abarcar todos los estilos y géneros. No juzguéis al autor, simplemente disfrutad de la obra si os apetece)