El demonio de mi hijo
Una mujer que no se ha casado por amor termina por volverse fría e indiferente con su marido a la vez que muy exigente a los ojos de su hijo pero éste logrará cambiarla.
Primer relato tras mi vuelta. Quizá os parezca un poco largo pero creo que merece la pena leerlo, os hará pasar un buen rato.
El demonio de mi hijo
Jaypaka
Una mujer que no se ha casado por amor termina por volverse fría e indiferente con su marido a la vez que muy exigente a los ojos de su hijo pero éste logrará cambiarla.
Nací en el seno de una familia humilde de clase trabajadora y aunque fui hija única ya desde muy pequeña tuve que esforzarme para conseguir lo que quería. Como no me gustaba estudiar a los 17 años me puse a trabajar para ayudar a la economía familiar (mi padre trabajaba en el Metro de Madrid y su sueldo no daba para muchas alegrías).
Mi primer y único trabajo fue de cajera en un Centro comercial. El sueldo que ganaba se lo entregaba todo a mi madre que era quien me lo administraba, dándome una cantidad para mis gastos diarios y un “extra”, que me permitía ir dos veces al mes a las discotecas. Mis amigas iban a las de barrio pero yo no, allí sólo podía encontrarme con chicos de mi misma condición social y yo aspiraba más alto.
Todo el mundo decía de mí que era muy guapa y si no que se lo digan a mis padres que al nacer me pusieron el nombre de Estrella. No he sido nunca una creída y he ido calentando a los hombres, les sonreía por educación y ya está, siempre he sabido cuales eran mis prioridades en la vida. Dado el escaso dinero que manejaba en vez de ir a las típicas discotecas de barrio, me decanté por las que frecuentaban los “niños pijos” de la época, consciente de que podía sacar mejor partido a mi físico.
Trabajando de cajera tuve que aguatar todo tipo de proposiciones. Unas eran descaradamente deshonestas. Recuerdo la de un señor mayor, bien vestido y de muy buen ver que me llegó a ofrecer hasta 125.000 de las antiguas pesetas si pasaba un día entero con él (imaginen para qué) sin importarle que yo tuviera 17 años. Otras, las disfrazaban de “Gran oportunidad” trabajando en una agencia de modelos que vete a saber si era verdad. Mi madre ya me previno: “Hija cuídate de los que intenten deslumbrarte con fama y dinero, en el fondo lo único que persiguen esa gentuza es deshonrar a jovencitas guapas como tú que luego acaban en cualquier club convertidas en putitas” ¡Qué sabia era mi pobre madre! Mi padre también me dio un gran consejo: “Estrellita, la verdadera oportunidad debes fabricártela tú misma”.
Y eso hice. Un día, gracias a un tropiezo me encontré cara a cara con Mariano, el cual se enamoró de mí nada más verme. No hizo falta que me lo dijera, sus ojos hablaban por él. Ese mismo día después de estar toda la tarde bailando me pidió salir con él. Acepté porque “ése sexto sentido que tenemos las mujeres” me decía que era un chico muy majo. No me falló mi intuición. Ya al salir de la discoteca me llevé mi primera sorpresa pues tenía coche propio. Me explicó que era un regalo de sus padres por sus buenas notas universitarias.
Galantemente se ofreció a llevarme a mi casa, pero le dije que no hacía falta que me llevara por dos motivos. Uno era para hacerme valer y el otro porque me daba un poco de vergüenza decirle donde vivía. Mariano me agarró de las manos y mirándome intensamente a la cara me dijo que no le importaba donde vivía, ya fuera en una chabola o en una cueva; me lo dijo con tanta sinceridad que me atrapó. Mientras conducía hacia mi casa Mariano me contó que tenía 21 años y estudiaba para ingeniero industrial. Mi segunda sorpresa vino al contarme dónde vivía. Recuerdo que cerré los ojos dando gracias al cielo ya que a mi lado tenía a mi “príncipe azul” y me dije: “por fin se cumpliría tu sueño Estrella”.
Ajustándome a la realidad debo decir que Mariano distaba mucho de ser un auténtico príncipe azul. No era guapo pero tampoco feo, sí resultón y simpático. Les cayó muy bien a mis padres porque Mariano tenía “chispa” “don de gentes” por eso no le costaba nada hacerse notar. No era alto, un metro setenta de estatura con el pelo castaño y ondulado. Aun así tenía todo lo que yo deseaba para mí.
Además, era un joven chapado a la antigua “cómo le brillaron los ojos cuando le confesé avergonzada que era virgen”, su comportamiento fue siempre muy correcto, nunca intentó propasarse conmigo. Ambos queríamos lo mismo: una relación seria y formal. Dicho así puedo parecer una “carroza” pero os aseguro que por aquel entonces el sexo era poco menos que tabú y eso que era la “época del destape”.
En cuanto terminó la carrera Mariano cumplió lo que me juró una tarde en el parque y nos casamos tras cinco años de noviazgo. La noche de bodas fue maravillosa pues experimenté mi primer orgasmo. Mi información en el terreno sexual era nula, tan escasa, que pensaba que la mujer tenía que sentir al hombre cuando se corría dentro de ella, pero yo no sentí a mi recién estrenado marido regándome las entrañas y eso que esa noche me poseyó tres veces. Fue una pequeña decepción para mí pero no le di importancia. Lo verdaderamente extraordinario es que tuve un orgasmo cada vez que mi marido me hizo el amor.
Los dos primeros años de casados vivimos en un piso de alquiler. Ya antes de casarnos Mariano me dejó muy claro que no quería que yo trabajara, así que mi única dedicación era la propia de cualquier ama de casa de entonces: lavar, planchar, tener limpia la casa, hacerle la comida a mi marido y procurarle mucho placer en la cama.
Mi recién estrenado marido insistía en que algún día me daría la vida de una reina. Estaba que babeaba conmigo y en el fondo era comprensible, por aquel entonces yo era una jovencita de 23 años muy guapa y con un cuerpo muy deseable. A Mariano sólo le bastaba ver con qué ojos me miraban los demás hombres para ponerse celoso. Cada vez que salíamos de casa a cenar y después a bailar o simplemente yendo al cine, Mariano se sentía muy orgulloso al observar que muchos hombres le miraban con cara de envidia; siempre que ocurría eso, después en casa, me hacía el amor de forma muy posesiva, agarrándome con fuerza como si se me fuera a escapar, cosa que a mí me volvía loca.
Tres años después de casarme, Mariano se colocó en una empresa pública que construía aviones y material de aeronáutica donde le pagaban mensualmente un millón de las antiguas pesetas y de repente me convertí en la esposa de un millonario. Por fin pudo comprar la casa de nuestros sueños en la que vivimos hoy. Un fabulosos chalet de tres pisos con todas las comodidades, incluida una piscina.
Nada más estrenar la nueva casa de repente un día sin saber por qué, me levanté con unas enormes ganas de ser madre. Seguro que el hecho de sentirme “protegida” económicamente tuvo mucho que ver con ese deseo. Sin decirle nada a mi marido pues siempre estaba liado con su trabajo me las compuse para que me poseyera casi continuamente y en una semana me quedé felizmente embarazada.
Cuando nació Lucas, mi primer y único hijo, no quisimos tener más, Mariano decía que estaba muy cargado” de trabajo y debía concentrarse al máximo, por mi parte tuve un parto difícil y como nuestro hijo nació por cesárea no me apetecía probar de nuevo la experiencia de la maternidad.
Convencí a mi marido para que contratara los servicios de una mujer para que me ayudara con el niño y con la casa. Así dispuse de tiempo libre para ir al gimnasio y recuperar la figura de antes del embarazo. Y lo logré, pero eso sólo no bastó para “encender” a mi marido, ya que las veces que me hacía el amor fueron decayendo hasta limitarse a dos o tres al mes y porque yo le insistía, si no, él hubiera pasado del tema. Hubo momentos en los que moría pensando que me engañaba con otra pero cuando le preguntaba, él lo negaba tajantemente y echaba la culpa al estrés por el trabajo que desempeñaba. Conozco muy bien a mi marido y supe que sus ojos eran sinceros.
Por aquel entonces yo me devanaba los sesos pensando que dentro de pocos años estaría a las puertas de la menopausia y casi habría olvidado lo que es hacer el amor, pues mi marido se limitaba a dormir y roncar. Con el paso del tiempo hasta yo me he ido olvidando de mis deberes conyugales.
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Desde que Lucas dijo su primer “papá” Mariano se convirtió en un padre consentidor. Se lo daba todo, cualquier capricho que tuviera su hijo él se lo conseguía inmediatamente. De nada servía que yo le dijera que no era bueno acostumbrar así al niño. La infancia de Lucas fue muy difícil pues se hizo un niño “caprichoso” y si la infancia fue difícil la adolescencia se convirtió en un infierno desde el primer momento.
Habitualmente mi hijo recibía la visita de dos amigos, hijos de nuestros vecinos más allegados: Susana a quien todos llamábamos cariñosamente Susi y Santi. La madre de Susi, la de Santi y yo éramos intimas amigas. Juntas íbamos a llevar a nuestros hijos al colegio y después nos íbamos al gimnasio con la excusa de ponernos en forma para nuestros maridos; aunque lo que más que hacíamos era cotillear.
Las tres pasábamos momentos verdaderamente divertidos pues atraíamos las miradas de los hombres, sobre todo las de los jóvenes monitores que nos devoraban con los ojos. El monitor que dirigía nuestros ejercicios se empalmaba con nosotras ya que nuestra indumentaria dejaba poco a la imaginación. A mí particularmente eso me daba mucha vergüenza aunque reconozco que luego en el vestuario bien que me reía bromeando sobre ello, lo mismo que mis amigas.
Una tarde las tres estábamos reunidas para jugar a las cartas, nuestros hijos también estaban reunidos en la habitación de Lucas. Al llegar la hora de la merienda subí a preguntarles lo que le apetecía para merendar. La puerta de la habitación de mi hijo estaba entreabierta y antes de entrar decidí mirar por el hueco abierto de la puerta. Presencié una escena que me dejó helada. Lucas y Santi estaban metiéndole mano a Susi. En realidad era solo mi hijo quien tenía la mano por dentro de las bragas de la chica ya que Santi sólo la besaba, lo peor no es que ella se dejara tocar sino que encima tenía metida una de sus manos dentro de la bragueta de mi hijo.
Lo primero que me vino a la cabeza fue entrar y abroncarles, pero la presencia de las madres de Susi y Santi me detuvieron así que me bajé a la cocina muy sofocada y desde allí les di una voz preguntándoles si querían merendar, lógicamente respondieron que no ¡Qué me iban a responder! Me tocó esperar a que terminaran lo que tuvieran que hacer.
Una vez que bajaron les di de merendar. Comieron con rapidez lo que les puse y volvieron a subir a la habitación. Imaginándome que volverían a las “andadas” me excusé con mis amigas un momento y volví a subir a ver que hacían los chicos. De nuevo la puerta estaba entornada por lo que pude volver a mirar sin ser vista. Si la anterior escena me dejó helada lo que vi en ese momento me dejó “sin sangre”.
Susi estaba en medio de los dos chicos con los pechos al aire. Unos pechos bien desarrollados para sus 14 años. Santi y Lucas a cada lado de ella le lamian los erectos pezones mientras sus dedos tocaban curiosos el sexo peludo de la chica. Y ella con los ojos en blanco masturbaba los penes de los dos chicos con sus manos. Observé que mi hijo Lucas tenía un miembro grande y gordo para sus 15 años, pero es que Santi lo tenía aún más grande que mi hijo. Estuve observándoles un minuto más y me bajé con mis amigas sofocada y avergonzada de lo que había visto.
Por supuesto a las madres de Susi y Santi no les dije nada, pero cuando se marcharon a sus casas abronqué a mi hijo por propasarse con Susi. Lucas no entendía por qué le regañaba según él no hacían nada malo sólo estaban jugando. No quise hablar más del tema porque me daba vergüenza hablar de esas cosas con mi hijo.
Ya por la noche, estando Mariano y yo solos en el salón se lo conté todo. En vez de enfadarse sonrió orgulloso y para mi desesperación disculpó a los chicos, sobre todo a nuestro hijo diciendo que ya era todo un hombrecito. Mi marido me insistió hasta la pesadez para que le contara con todos los detalles lo que había visto, no me quedó más remedio que hacerlo y observé asqueada que se empalmaba según se lo iba contando. Aunque me obligó a que se la chupara un buen rato, me las ingenié para acabar masturbándole con la mano y que no se corriera en mi boca como pretendía. En ese momento tuve que darme cuenta que mi marido era un poco pervertido pero no lo hice.
Al día siguiente castigué a Lucas. Más tarde su padre se encargó de levantarle el castigo y a mí me tocó volvérsela chupar a mi marido mientras veíamos la tele por la noche en el sofá. Santi, Susi y mi hijo siguieron reuniéndose a solas en la habitación de Lucas haciendo cosas que prefiero no imaginar, pero siempre que podía les estropeaba los planes colándome en la habitación con cualquier excusa. Y así pasó, una de las veces que entré Susi se afanaba por chupar el gran miembro de Santi que no le cabía casi en la boca y mi hijo detrás de ella tenía metido el pene en el ano de a la chica. Yo me quedé muda por la sorpresa en cambio ellos tras mirarme un instante prosiguieron con lo que hacían. Completamente avergonzada opté por marcharme cerrando la puerta de la habitación.
Evidentemente eso nunca se lo llegué a contar a mi marido, a saber lo que me hubiera hecho si se entera.
Estas situaciones no se daban todos los días, sólo dos o tres veces a la semana. Yo abroncaba a mi hijo afeando su conducta sin llegar a castigarle. Total, que como yo era la única que ponía límites a nuestro hijo me convertí en su peor enemiga.
Mariano consentía que Lucas llegara tarde a casa. Las once de la noche no eran horas para que un crío de 16 años anduviera todavía en la calle pese a que la urbanización donde vivimos tiene vigilancia propia. También es verdad que los tres chicos eran inseparables, siempre estaban juntos aunque a mí me parecía que Santi y Susi estaban enamorados, sólo había que fijarse en cómo se miraban. Quizá por eso Lucas casi siempre tenía a dos o tres revoloteando a su alrededor y encima mi marido se sentía orgulloso de que su hijo fuese un fiera con las mujeres.
A causa del cansancio, estrés y presiones que Mariano acumulaba diariamente en su trabajo yo llevaba una vida de lo más aburrida y monótona. Empezaba a hartarme de estar metida en casa y no salir por ahí. Tuve que insistir mucho para que mi marido me sacara a cenar y luego me llevara aunque fuera al cine, pero al final logré convencerle. Se lo dijimos a Lucas que ya tenía 16 años y nos prometió que no saldría de casa porque tenía que estudiar. Me daba que nuestro hijo nos engañaba por eso le advertí que si faltaba a su promesa la próxima vez le encerraría con llave en casa; Lucas nos dijo que nos fuésemos tranquilos y nos divirtiéramos poniendo cara de “santo” así que nos fuimos confiados.
Mi marido y yo pasamos una velada muy agradable. Al regresar a casa suspiré de gusto, por fin podía quitarme los molestos zapatos de tacón de aguja que mi marido insistió en que me pusiera porque me hacía las piernas más bonitas. Al ver que todo estaba tranquilo subimos a nuestro cuarto pero escuchamos ruidos en la habitación de Lucas, como la puerta no estaba cerrada del todo miré por el hueco y me quedé helada de lo que vi, Mariano a mi lado se quedó mudo.
Y es que nuestro hijo estaba follándose a una chica que parecía más mayor que Susi y por los gemidos y suspiros que daba ésta debía estarlo pasando de muerte. ¡No me lo podía creer! ¿Cómo iba a ser tan buen amante Lucas con tan sólo 16 años camino de 17? Mi primera intención fue entrar y armarle una buena pero mi marido me detuvo diciéndome que era mejor esperar a que terminaran, tampoco hacían nada malo. No estaba de acuerdo pero accedí a esperar. Me tuve que llevar a mi marido casi arrastras pues el muy pervertido quería quedarse mirando como follaba su hijo a la chica esa.
Nada más entrar en nuestra habitación Mariano empezó a meterme mano de lo excitado que estaba, yo no pude responderle de la misma forma. Estaba cansada pero sobre todo alterada por tener a una extraña en mi casa. Se mosqueó conmigo y para que no se enfadase le propuse masturbarle.
Conozco bien a mi marido así que le di el tratamiento que se merecía para contentarle. Primero me desnudé yo quedándome sólo en ropa interior, luego le desnudé a él dejando que me besara el cuello y me apretara los pechos. Puesto de pie ante la cama le hice apoyar la planta de un pie sobre el colchón, de esta manera yo tenía acceso total a su sexo. Le agarré el escroto con una mano y con cuidado estiré hacia abajo al tiempo que le sobaba todo el pene por lo que él empezó a jadear.
Mientras le masturbaba Mariano se puso muy pesado. El muy basto me insistió en que le enseñara el coño pero me negué. Tampoco quise enseñarle mis tetas. Si al menos me lo hubiera pedido con educación y ternura a lo mejor se lo hubiera enseñado, así que le dije que me dejara en paz y se estuviera quieto para que le pudiera masturbar. Al cabo de cinco minutos se corrió echándome tres chorritos de lefa en las manos.
Me metí en el baño cerrando la puerta tras de mí y me senté en la taza del váter para hacer pis. Mientras esperaba a que me entraran las ganas de orinar, pensé en coger un poco de papel higiénico para limpiarme las manos pero mi mente me jugó una mala pasada. Imaginé la escena de mi hijo encima de esa chica, moviéndose despacio a la vez que su pene grande y gordo entraba una y otra vez en su vagina, al tiempo que ella enroscaba sus torneadas piernas en torno a las caderas de mi hijo gimiendo despacito mientras le sentía en sus entrañas.
Todo eso me provocó tal calentura que sin darme cuenta empecé a tocarme el sexo. Me acaricié por encima del capuchón del clítoris, sin llegar a tocarlo. Tenía las manos pringosas por lo que imaginé que era la lefa de mi hijo en vez de la de su padre. Me puse frenética en pocos minutos por lo que me empecé a frotar directamente el clítoris con una mano y con la otra metiéndome los dedos en la vagina hasta que me llegó el orgasmo. Tuve tal explosión de placer que me quedé como atontada unos minutos envuelta en escalofríos y convulsiones, luego fue como si despertara de golpe a la realidad y me quedé mirando cómo me meaba las manos sin reaccionar a quitarlas.
Cuando salí del baño vi que Mariano dormía bocarriba y desnudo sobre la cama. Su pene goteaba un poco de semen, como no acostumbra a lavarse después de eyacular me levanté y fui al váter a por un poco de papel higiénico con el que limpié su pene, lo tenía tan desinflado que me costó un montón poder bajarle el prepucio para limpiarle alrededor de la punta. Yo no podía dormir y me puse a leer con el oído atento. Tras marcharse la chica dejé pasar un cuarto de hora y me levanté de la cama echa una fiera. Caminé por el pasillo con paso decidido y entré en la habitación de nuestro hijo.
Lucas estaba sobre la cama en calzoncillos con los ojos cerrados, los míos no sé por qué se posaron sobre el bulto de su entrepierna. De pronto me quedé callada, sin pensar en nada, tan sólo mirando una y otra vez la forma de su gordo pene descansando hacia un lado y el bulto de sus testículos debajo de la tela de algodón. Salí del trance sin saber cuánto tiempo había pasado mirando y entonces le abronqué gritando.
Lucas dio un salto sentándose sobre la cama asustado y su padre como siempre acudió en calzoncillos mediando en la discusión. Se llevó a su hijo abajo, al salón; yo me volví a mi habitación. Estuvieron charlando mucho rato y al volver mi marido, me dijo que como yo era mujer no entendía las necesidades de un chico de su edad.
A mí me daba igual lo que dijera mi marido, estaba muy cabreada así que volví a la habitación de nuestro hijo. Esta vez ni grité ni me detuve a mirar, estaba frente a mí y le dije que estaba castigado sin salir.
Lucas tuvo el descaro de acariciarse despacio el paquete por encima de los calzoncillos, como desafiándome entonces también le prohibí traer a nadie a casa hasta que yo dijera, ni siquiera Santi y Susi podían visitarle. Me miró con odio pero no protestó. Entró el “pacificador” de mi marido, me dijo que me fuera a mi habitación y se quedó con Lucas. Tardó tanto en volver que casi me quedo dormida. Al preguntarle si le había levantado el castigo me contestó que no. Me extrañó mucho ese cambio de actitud en mi marido pero a lo mejor se había dado cuenta de que nuestro hijo necesitaba disciplina.
Curiosamente Mariano había vuelto muy empalmado e insistió en hacerme el amor. A mí no me apetecía en ese preciso instante. Me echó en cara que yo no era una esposa como Dios manda y a lo mejor no le faltaba razón. Yo no echaba de menos el sexo. No soy lo que se dice una mujer “ardiente” por lo que para mí es fácil de llevar. Comprendiendo que para él no era tan fácil aguantarse accedí pero antes saqué una toalla de las que guardo en el tercer cajón de mi mesilla para no manchar la cama, me lo puse debajo del culo y me quité las braguitas que es la única prenda con la que duermo.
Mariano casi babeó al verme abierta de piernas y dispuesta. Se humedeció dos dedos con saliva y me los restregó por la vulva, se me echó encima y sin mediar palabra me penetró hasta el fondo, se movió un poco dentro de mí paró y empezó a besarme, no con ternura que sería lo propio sino más bien como un formalismo.
Enseguida se separó de mi boca para estrujarme los pechos, tuve que pararle pues me hacía daño. Ni siquiera se disculpó y se enganchó a mis pezones. Un rato después me levantó las piernas apoyándolas sobre sus hombros, se me echó encima con todo el peso de su cuerpo y clavándome los dedos en los hombros empezó a embestirme. Al principio lo hacía con fuerza para profundizar por lo que su peso se me hizo incomodísimo, más tarde con más rapidez.
Podía entender que mi marido estuviera excitado pero su forma de poseerme era más bien la de un salido. Como siempre empecé a disimular aumentando los gemidos y jadeos. Eso le volvió frenético, seguro que pensaba que me estaba matando de gusto. El caso es que minutos después se quedó quieto y empezó a bufar mientras se corría.
Esa era la manera habitual de hacer el amor de mi marido. Yo ni siquiera tuve placer, eso era ya un mero recuerdo en mi memoria. Al retirarse de mí vi que su pene aún goteaba, entonces se acercó a mí de rodillas y me pidió que le chupara la lefa. Me entraron escalofríos al escucharle eso. Me negué porque eso para mí es una asquerosidad y él lo sabe. No me gusta que se corra en mi boca. El olor del semen ya me es desagradable de por sí para que encima tenga que sentirlo en la boca. No es la primera vez que me niego y nunca ha pasado nada, pero ésta vez mi marido me cogió por la cabeza guiándome hasta su sexo y me exigió de forma brusca que se la chupara.
No me gustaban ni la forma ni sus maneras pero así las cosas no pude hacer otra cosa que complacerle como una buena esposa. Con todo el asco del mundo abrí la boca, engullí el pene “pringoso” de mi marido y chupé conteniendo las arcadas. Encima me apretó la cabeza contra su peludo pubis. Al muy guarro le encantaban mis chupadas pero yo lo pasé fatal.
A partir de ese día Lucas dejó de hablarme. Se dirigía a mí sólo lo necesario, nada de besos ni de cariños, solo miradas cargadas de rencor. En el fondo verle así me dolía a mí más que a él pero tenía que ser inflexible con su educación o se echaría a perder. Sin embargo reconozco que si me hubiera abrazado con sinceridad me hubiera derretido de cariño y tal vez le hubiera levantado el castigo.
El día del 17 cumpleaños de Lucas fue el único que permití que vinieran Santi y Susi. Le exigí a mi hijo que si iban a estar en su habitación dejara la puerta siempre abierta, no obstante los estuve vigilando todo el rato pues no me fiaba. Mi hijo cumplió con lo que le ordené y me respiré tranquila sabiendo que ese día ninguno se sobrepasó con la chica.
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Un día que estábamos comiendo los dos solos mientras veíamos la televisión a Lucas se le caían constantemente los cubiertos, le dije que anduviera con cuidado pero siguió y a mí empezó a sacarme de quicio tanto ruido, me estaba poniendo de los nervios pero me mosqueó que se le cayeran tantas veces. No dije nada y la siguiente vez que se le cayó el cubierto debajo de la mesa, se me ocurrió mirar a hacia abajo con disimulo y descubrí por qué tiraba los cubiertos.
Cuando se agachaba para recogerlos del suelo lo que hacía en realidad era mirar por debajo de mi falda, como yo tenía los pies hacia atrás y las piernas separadas era obvio que me veía las bragas. Me hizo gracia pues era la típica travesura de un niño pequeño. Podía haberle regañado en ese momento pero no lo hice.
El caso es que Lucas se entretenía cada vez más debajo de la mesa y eso a mí me excitaba; quizá por eso no le regañé, no lo sé. Una de las veces que miré con mucho disimulo le vi de rodillas tocándose el paquete como un salido, ya iba a saltar pero al ver que se bajaba la cremallera de la bragueta me detuve porque en el fondo deseaba volver a mirar ese pene grande y gordo. En ese momento no lo supe pero ahora estoy segura de que ese fue el motivo.
Pues bien, de la bragueta abierta extrajo su pene, más grande y más gordo que la última vez que se lo vi por accidente y comenzó a tocárselo. Las mejillas me ardieron inmediatamente de vergüenza. Bebí un poco de agua para calmar el ardor de mi cara y cuando me repuse un poco volví a mirar. Ahora Lucas se masturbaba lentamente y el pene se le ponía cada vez más gordo y más tieso, me llamó la atención la cabeza tan gorda que tenía, era preciosa.
Si fiera su madre podría estar horas mirándole ese maravilloso pene pero se antepuso mi carácter. De verdad que me dieron ganas de saltar y montarle una gorda pero acordándome de las palabras de Mariano (“eres mujer y no entiendes las necesidades de un chico de su edad”) opté por no hacer nada y haciendo un esfuerzo me obligué a procurar un “desahogo” a mi hijo. Lo hice porque ante todo soy su madre y me preocupa su bien estar.
Separé un poco más las piernas dándole la oportunidad de verme mejor la entrepierna. Al fin y al cabo se trataba de una acción inocente, ausente de maldad pues en cuanto terminara de comer pensaba subir a mi habitación para cambiarme la falda por unos vaqueros y listo.
Armándome de paciencia me hice la distraída viendo la televisión hasta que mi hijo terminara con lo que estuviera haciendo; aunque de sobras lo sabía. Al poco tiempo Lucas apareció de debajo de la mesa con el cubierto en la mano. Su aspecto era de cansancio y felicidad al mismo tiempo. Y yo nada más terminar de comer subí a mi habitación simulando haberme manchado la falda.
Esta situación no sucedía todos los días si no de vez en cuando, pero al cabo de un año la cosa se me fue de las manos y se descontroló. Yo tuve la culpa, lo reconozco. Nunca debí llegar a tanto. He pensado muchas veces en ello y lo único que se me ocurre es que quizá me traicionó el subconsciente. En cualquier caso no tengo defensa posible, hice lo que hice y la cosa se torció.
Sucedió que con el “jueguecito” del cubierto caído acabé participando activamente, tal como suena. Primero rascándome el sexo por encima de las bragas disimuladamente cuando él estaba debajo de la mesa, dándome cuenta de que al hacerlo Lucas tardaba menos tiempo en “aparecer”. Ya se imaginan por qué.
Encima me hacía gracia que yo misma me excitara con este juego. No veía el peligro hasta que fue tarde y caí en mi propia trampa. Lo siguiente que hice fue apartarme las bragas mostrándole mi sexo a Lucas. No lo hice de golpe, pues al principio me pareció demasiado atrevimiento por mi parte y me tapaba enseguida, pero a partir de la tercera vez separaba tanto las piernas que notaba que se me abría la vagina. Entonces el morbo y la excitación que me invadía eran tan potentes que nada más “reaparecer” mi hijo de debajo de la mesa, yo me levantaba y me iba al aseo de la planta baja a masturbarme mientras en mi cabeza imaginaba todo tipo de perversiones, alcanzando unos orgasmos tan fuertes que el día en que Lucas no “jugaba” me sentía desilusionada y un poco deprimida.
Así hasta que una de las veces que subí a mi habitación con la excusa de que me había manchado la falda se desató el infierno para mí. Entré en el cuarto de baño, me senté en la taza y empecé a tocarme el sexo que ya tenía empapado. Entonces me fijé que tenía “algo” sobre el zapato, pasé el dedo por encima para limpiarme y al acercármelo a la nariz comprendí inmediatamente de qué se trataba. Su olor penetrante y el tacto pegajoso eran inconfundibles; mi hijo me había salpicado de lefa.
Me excité de tal manera que me la restregué por la vulva metiéndome dos dedos en la vagina al tiempo que me frotaba el clítoris desesperadamente. Esa vez alcancé un orgasmo brutal que me dejó sin fuerzas unos minutos y me meé literalmente de gusto.
Salí de baño con las piernas temblorosas y me quité la falda quedándome en braguitas. Mirándome en el espejo intenté comprender por qué Lucas se excitaba de esa manera conmigo. Tenía una buena figura para ser una cuarentona y aunque el paso de los años se notaba en mi rostro, aún me veía bastante guapa, aparte de eso no vi nada más porque yo me veía con ojos de mujer no con los de un hombre.
Saqué unos vaqueros del armario y al cerrar la puerta del mismo di un grito asustada al ver a mi hijo parado en la puerta de la habitación, contemplándome a la vez que tocándose el paquete; toda la excitación de minutos antes quedó olvidada en un instante.
—Eres idiota o qué, me has dado un susto de muerte.
—Lo siento mamá, simplemente miro lo buena que estás.
—¡Vaya! Parece que ya vuelves a hablarme.
—Sí.
—Pues no se te ocurra decirme esas cosas otra vez.
—Te las digo porque es verdad.
—Lucas no sigas por ahí, porque eso más propio de una enfermedad.
—No estoy enfermo mamá.
—¿A no? ¿te parece normal mirarme como lo haces tú y encima tocándote ahí?
—No tengo la culpa de que me pongas cachondo.
—Te he dicho que no me hables así, que te doy un bofetón, ¡vete ahora mismo! Y cuando venga tu padre hablaremos.
—Como quieras— contestó él dándose la vuelta.
Cerré la puerta de mi habitación y me senté sobre la cama. Tan alterada que el corazón casi se me salía del pecho y entonces recapacité. Asustada por los acontecimientos a los que había contribuido como una tonta. Ahora ya no me excitaba, me resultaba asqueroso ver que se había empalmado. Y es que una cosa era mirar sin ser vista y otra muy distinta ver cómo se tocaba la abultada entrepierna mientras me miraba a mí. Cabreada conmigo misma y avergonzada me puse los pantalones y bajé al salón para ver la televisión.
Lucas se puso dos veces delante de mí, mientras me preguntaba cosas triviales no hacía más que colocarse el pene a un lado o a otro procurando que yo me fijara. No le dije nada, ya se enteraría más tarde. En cuanto llegó Mariano le dije que quería hablar con él en la habitación, se extrañó y me miró mosqueado pero subió conmigo al dormitorio.
—A ver ¿qué pasa ahora Estrella?, te advierto que me duele la cabeza.
—Lo siento, si quieres te traigo unas pastillas.
—No, dime qué es eso tan importante, me apetece descansar, he tenido un día muy duro hoy.
—¿Te apetece que te dé un masaje?
—No, pero me la puedes chupar hasta que me corra en tu preciosa boca.
—No seas cerdo Mariano.
—¡Vale! Dime qué ha pasado con el chico.
—Mientras comíamos, tu hijo se ha dedicado a tirar los cubiertos al suelo.
—¿Y eso es tan importante? ¡no me jodas Estrella!
—Si me dejas hablar te enterarás.
—Adelante.
—Como te decía tu hijo tiraba los cubiertos al suelo aposta y sabes por qué.
—A ver ¿por qué?
—Para mirarme por debajo de la falda.
—Y qué, llevarías puestas las bragas ¿no?
—¡Claro que llevaba bragas! Eres odioso a veces Mariano —dije desquiciada— El guarro de Lucas se estaba tocando sus partes mientras me miraba ¿qué te parece?
—Pues que tiene muy buen gusto ¡qué quieres que te diga Estrella!
—¿Te parece normal que nuestro hijo se masturbe mirándome las bragas?
—Pues claro que es normal, el chaval está en plena ebullición hormonal, se empalmaría hasta con una escoba si tuviera faldas.
—Creo que deberías ir al psicólogo junto con Lucas.
—¡Venga, no me jodas Estrella! ¿pretendes llevar a Lucas a un psicólogo por eso?
—Por supuesto que sí, no es normal que me desee como mujer.
—¿Pero qué te va a desear?
—¡Claro que sí, me lo ha dicho!, ¡Me ha dicho que estoy muy buena y que le pongo cachondo!
—¿Y qué hay de malo en eso? El chico está desorientado ahora mismo y la culpa es de la explosión hormonal que tenemos los hombres a su edad. Lo que tienes que hacer es no darle tanta importancia, a partir de los 18 años su mente cambiará y todo arreglado.
—Para ti es fácil decir eso. Si hubieras sido un padre responsable en vez de consentirle todo, ahora no tendríamos este problema.
—¡Ya me estás jodiendo con esa cantinela! Siempre que ocurre algo con nuestro hijo me echas la culpa y el problema lo has originado tú con tus paranoias. Lucas es un hombre y necesita desahogarse ¡tú se lo has impedido castigándole! ¡Por Dios! Se estaba tirando a una chica que eran mayor de edad ¿dónde está el maldito problema?, yo te lo diré, en tu cabeza, en ningún sitio más.
—¿Me estás llamando enferma?
—Piensa lo que quieras pero no hagas castillos de un grano de arena. ¿Qué Lucas se toca al verte las bragas? Pues déjale, que se haga una paja y en paz o si lo prefieres házsela tú. Y ahora me voy abajo a tomarme una pastilla, me duele la cabeza y no tengo ganas de seguir con esto.
Mariano salió del dormitorio dejándome con la boca abierta por lo que me había dicho. Me senté sobre la cama para pensar. Claro que mi actitud también era repugnante. A mí misma me daba asco haber mentido de esa manera, ocultando la verdad pero es que no podía confesar que yo había “provocado” a nuestro hijo. La puerta se abrió de repente y apareció Lucas.
—Márchate Lucas, no estoy para bromas ahora mismo.
Pero en vez de irse, cerró la puerta y se sentó a mi lado.
—Te tomas las cosas muy a la tremenda mamá.
—Te he dicho que te vayas ¡Vete! Haz el favor, no sea que al final pagues tú la irresponsabilidad de tu padre.
—Me duele mucho verte así mamá, aunque no me creas me gustaría que fuésemos amigos y nos lleváramos bien, dime lo que quieres que haga y lo haré. —dijo Lucas pasándome un brazo por los hombros cosa que rechacé, por otra parte sus palabras me confundieron.
—De verdad que no te entiendo ¿tan difícil es para ti portarte como un buen hijo?
Después de haber dicho eso me arrepentí temiéndome que Lucas me echara en cara lo que yo había hecho.
—Mira podemos hacer una cosa, yo me porto como un buen hijo si tú te portas como una buena madre.
Sin esperar la respuesta mi hijo bajó la mano y se puso a tocarme el culo descaradamente por encima del pantalón.
—¿Esto es lo que entiendes tú por buena madre no? Que me deje meter mano
—¡Por favor no exageres! Te estoy acariciando ¿o es que no puedo acariciarte?
Suspiré aliviada al comprobar que no me iba a delatar, por eso dejé que me acariciara hasta que pasado un rato corté la situación.
—Ya vale Lucas no hace falta que me lo demuestres de esta manera.
—Esta es mi manera, no hay nada más grande que el amor entre una madre y un hijo ¿no estás de acuerdo?
No sabía si Lucas estaba jugando conmigo y mi mente empezó a darle vueltas al asunto. Cuando menos me lo esperaba me echó hacia atrás suavemente quedando de espaldas sobre la cama, entonces se tumbó a mi lado. Su acción me pilló tan de sorpresa que no supe reaccionar. Lucas continuó acariciándome la tripa mientras me hablaba con voz melosa y tierna.
—No imaginas las ganas que tengo de darte cariño ahora mismo mamá.
Al decir eso bajó la mano por encima del pantalón hacia mi entrepierna y me puse nerviosa. Di un respingo al notar su mano sobre mi sexo. Inmediatamente le pedí que no me tocara ahí. Su reacción fue tratar de tranquilizarme hablándome al oído con palabras cariñosas pero a mí no me engañaba ya que no paraba de sobarme el sexo; supongo que con la intención de excitarme. Y lo hubiera conseguido de no ser porque me dijo muy bajito que nos hiciéramos una paja uno al otro. Eso sobrepasó todos los límites. La bofetada que le di en la cara resonó en toda la habitación.
—¡Deja de tocarme degenerado! ¡me das asco! —chillé incorporándome.
Lucas me miró con la cara roja de rabia y por la huella de mis dedos en su mejilla. De pronto me cogió por el cuello con una mano manteniéndome la cabeza contra la cama y echándose rápidamente encima de mí para hacer más fuerza. De verdad, quedé tan sorprendida que no fui capaz de reaccionar. Lucas metió la mano por dentro de mi pantalón y de mis bragas, alcanzó mi sexo y empezó a sobármelo sin contemplaciones. El estómago se me revolvió y una arcada seca me vino a la boca. Mi hijo me agarró la vulva con toda la mano y me la apretó hasta hacerme daño. Cuando reaccioné ya era tarde, por más que intentaba quitármelo de encima no lo lograba, no imaginaba que mi hijo tuviera tanta fuerza.
Durante el forcejeo Lucas intentaba claramente meterme los dedos en la vagina pero yo me movía impidiéndoselo, por lo que me apretaba la vulva retorciéndome con saña los labios mayores una y otra vez.
—¡Me haces daño animal!
—¡Estate quieta o te arranco lo pelos del coño! —mi respuesta fue otra bofetada.
—¡Apártate de mí cerdo!
—¡Te vas a arrepentir de esto! ¿Me escuchas? ¡Te vas a arrepentir, te lo juro! —me gritó dominado por la ira y se apartó.
En ese momento entró su padre en la habitación.
—¿Qué coño pasa ahora? —dijo en voz alta y autoritaria.
—Me ha pegado papá, me ha cruzado la cara con dos tortazos.
—¿Por qué le has pegado? —me preguntó Mariano.
—¡Me estaba metiendo mano! Y como no me he dejado me ha agarrado del cuello ¿Tú ves normal lo que me ha hecho? –protesté mostrándole mi cuello.
—Ella me ha pegado antes papá —insistió Lucas.
—¡Basta ya los dos! —gritó Mariano y mirándome cabreado añadió— te estás comportando como una chiquilla.
—¿Y qué debo hacer, dejar que me toque? ¿Es eso lo que quieres que haga? —le grité.
—¿Y qué hay de malo? Es tu hijo ¡joder! ¡cumple como una madre en vez de quejarte tanto! —gritó Mariano.
—¡Si tú cumplieras como un padre responsable estas cosas no pasarían!
—¡Me cago en la leche! ¡verás como sí sé comportarme como un buen padre! —dijo mi marido echando fuego por los ojos.
Acto seguido se subió encima de mí sentándose sobre mi estómago.
—¡Me haces daño Mariano!
—Lucas querías tocarle el conejo a tu madre ¿no? pues ¡venga! Quítala los pantalones—le invitó su padre.
Nada más oírlo pataleé y golpeé con los puños la espalda de Mariano pero éste presionó más mi estómago con su cuerpo y empezó a faltarme el aire. Quería chillar pero no podía, su peso me ahogaba. Oí que padre e hijo hablaban algo, no entendí nada pero de repente noté que tiraban de mis vaqueros hasta quitármelos por completo junto con las bragas. Junté las piernas rápidamente en un vano intento de proteger mi intimidad pero Mariano me las separó violentamente quedando mi sexo indefenso.
—¡Joder qué preciosidad! —exclamó mi hijo.
—Tu madre tiene un chocho muy bonito.
—Y muy deseable.
—¡Venga tócaselo! —le invitó su padre.
Acto seguido el enfermo de mi hijo deslizó sus dedos por mi vulva abriéndola como una flor.
—Quiero verla el ojete. —dijo el muy guarro.
—Pues míraselo. —contestó su padre.
Lucas me abrió las nalgas para verme el ano; su padre le dijo que yo era virgen por ahí. Después volvió a sobarme el sexo con toda la mano varias veces y por último, me metió dos dedos en la vagina. Me quejé ya que al no estar lubricada me hacía daño, entonces los dedos salieron de mi vagina alguien me escupió en la vulva y acto seguido los dedos se metieron de nuevo.
Lucas los movía adelante y atrás al tiempo que también me frotaban el clítoris. Esperarían que yo sintiera “algo” pero sinceramente no sentí nada, el asco y la repugnancia que me daba lo que me estaban haciendo padre e hijo me insensibilizó de alguna manera. Como no paraba de chillar desesperadamente el cerdo de mi marido aconsejó a su hijo que me metiera un dedo por el culo. Me callé al instante nada más oírlo pero así y todo un dedo me traspaso el esfínter colándose entero dentro de mi ano.
La verdad es que era molesto, no doloroso, seguramente porque mi hijo se había ensalivado antes el dedo pero ante todo me resultaba repugnante por la humillación. De repente Mariano dejó de hacer presión contra mi estómago por lo que pude respirar tratando de coger el máximo de aire que me iba a hacer falta para lo que escuché.
—¡Vamos, métesela ya! —le animó su padre.
—¡Lucas no le hagas caso a tu padre! —le ordené.
—¡A la mierda tus ordenes! Te voy a joder hasta que me harte mamá.
La situación aberrante me atenazaba pero intenté defenderme antes de que ya no hubiera remedio, entonces poca cosa podría hacer salvo someterme. Es lo malo que tenemos las mujeres, una vez que el hombre nos “engancha” ya no hay vuelta atrás.
Lucas cumplió su amenaza penetrándome la vagina de un solo empujón. Me hizo daño. Seguía sin estar preparada, además su pene era más grueso que el de su padre, aunque eso sí, no me quejé para no darles esa satisfacción.
Mi hijo se quedó quieto, saboreando su triunfo. Luego me la sacó y me la metió hasta el fondo varias veces más, después me levantó las piernas apoyando mis tobillos sobre sus hombros y empezó a follarme. Lo hacía despacio, saboreando cada milímetro de mi vagina porque el psicópata de su padre así se lo pedía. El coito se prolongó bastante tiempo, más de lo que recordaba con mi marido dejándome casi a merced del orgasmo, pero Lucas no pudo seguir aguantando, se detuvo jadeando y bufando por lo que imaginé que se estaba corriendo.
—Si te vas a correr hazlo dentro. —dijo su padre, cosa que me sorprendió.
Ante eso Lucas reanudó el coito embistiéndome como una bestia.
—¡Dale fuerte! ¡así, métesela hasta el fondo! —le animaba su padre.
Resultaba muy humillante para mí tener a mi hijo dentro de mis entrañas, además era doloroso, pues podía sentir la punta de su pene muy adentro. Le supliqué que no empujara tan fuerte pero no me hizo ni caso, es más, viendo que me hacía dañó empujó con más ahínco para que siguiera quejándome. De pronto dio un fuerte empujón me agarró con fuerza las caderas y se quedó quieto, resoplando al tiempo que se apretaba contra mi pubis.
Ahora sí que sí pensé aliviada y de repente me quedé atónita. ¡Estaba sintiendo las contracciones de su pene al correrse! Para mí era inaudito, tan inaudito que yo también me corrí clavando las uñas en los costados de mi marido. El constante palpitar del pene de mi hijo me demostraba que su corrida era enorme comparada con las de su padre, es más, noté el semen escurrir fuera de mi vagina. Me recuperé y permanecí pendiente de las sacudidas del pene de mi hijo quien despacio no paraba de metérmela y sacármela a medias.
Lucas me la sacó por fin sentándose a un lado de la cama. Mi vagina acuso el vacío que se produjo de golpe y sentí dos deliciosos calambres, entonces Mariano se levantó de encima de mí y se bajó de la cama.
Quedé humillada, llena de vergüenza, con lágrimas recorriendo mis mejillas pero sin llorar, junté las piernas y permanecí tumbada, callada, con las ingles doloridas y la vagina pegajosa de la lefa de mi hijo; ni me di cuenta de que Mariano se había desnudando hasta que una fuerte palmada en el muslo izquierdo me devolvió a la realidad.
—¡Que te abras de piernas coño! —me gritó Mariano.
Le obedecí igual que un autómata, acto seguido me introdujo la punta de su pene y empujó hasta el fondo. Sinceramente ni le sentí, embistió unas cuantas veces y enseguida empezó a bufar al correrse. El coito apenas si duró dos minutos, al menos es lo que me pareció a mí.
—Joder qué cachondo estaba. —dijo mi marido puesto ya de pie.
Viendo que todo había terminado volvió a aflorar mi carácter.
—Os voy a denunciar por esto que me habéis hecho. —les amenacé incorporándome pero de repente una fuerte bofetada volvió a tumbarme sobre la cama.
—Lo que pasa en casa se queda en casa ¿me oyes? —gritó mi marido.
Me toqué la mejilla dolorida. Esta vez sí que lloré pero no dije esta boca es mía, mi marido en cambio continuó hablando
—Me desvivo trabajando como un cabrón para darte una buena casa, una buena vida y ¿cómo me lo agradeces? ¡quejándote y culpándome de todo! Que no soy un buen padre, que no sé educar a mi hijo… pues eso se acabó ¿te enteras?
—Déjalo papá, no vale la pena. —dijo Lucas.
—Tienes razón hijo, no vale la pena —Mariano se levantó para subirse los pantalones y los calzoncillos.
—Lávate y ponte bragas limpias —me dijo pero permanecí tumbada sin decir nada— ¡Me has oído!
El grito me sobresaltó y le contesté que sí le había oído. Me levanté de la cama caminé hacia el baño. Me temblaban las piernas por la violencia de las acometidas y me senté sobre la taza del váter llorando. Hice fuerzas para mear sintiendo que el semen escurría del interior de mi vagina. Me lavé y cuando me estaba secando se abrió la puerta del baño y entró mi hijo.
—Espera fuera aún no he terminado.
—No pasa nada mamá.
—¡Vete Lucas! quiero estar sola.
—Sólo quiero mear mamá.
—Hazlo, pero rápido. —cedí por no discutir.
—Entonces ponme a mear. —contestó Lucas.
—¿Qué es lo que has dicho? —pregunté incrédula.
—Ya has oído a tu hijo —contestó Mariano que también había entrado en el baño— ¡sujétale la polla! —dijo mientras meaba.
—¡Es que no quiero hacerlo!
—No empieces otra vez que te la juegas Estrella. —Mariano dio por terminada la conversación, se sacudió el pene salpicándome con algunas gotas y salió del baño y de la habitación.
—Tranquila mamá. —dijo mi hijo en tono conciliador mientras guiaba mi mano hasta su pene.
—¡Cállate! Eres un cerdo.
Le agarré el pene con dos dedos y apunté al interior de la taza. Lucas no estaba satisfecho y me hizo agarrarle el pene con toda la mano. Descargó un prolongado y potente chorro que noté en la palma de mi mano, mientras meaba tuve que aguantar que me tocara el culo, me revelé cuando me acarició el ano pero me miró con mala uva y dejé que me lo palpara. Cuando acabó me hizo sacudírsela, también me pidió que se la meneara un rato pero me negué y salí del baño; ya había obtenido bastante de mí. Me puse de nuevo las bragas y el vaquero y salí de mi habitación dejando a Lucas vistiéndose.
Todavía confusa bajé a la cocina y allí me encontré con Mariano cenando un sándwich. Lo primero que hice fue lavarme bien las manos con detergente lavavajillas; luego me dispuse a prepararme algo de cenar pues a pesar de todo tenía un poco de hambre.
Al entrar Lucas en la cocina comentó que estaría más guapa sólo con las bragas, su padre le dio la razón diciéndole que me quitara los pantalones. Mi hijo se acercó a mí y me desabrochó los pantalones. Retrocedí al tiempo que le dije que otra vez no, como insistía miré a mi marido suplicando su ayuda pero todo lo que hizo fue quedarse mirando. Arrinconada contra la encimera aguanté la humillación de que mi hijo me bajara los vaqueros, cuando los tenía por los tobillos Lucas que estaba acuclillado me besó el sexo por encima de las bragas, me moví hacia un lado retrocediendo pero Lucas me agarró por el culo, forcejeé y entonces Mariano se puso detrás de mí para que no retrocediera.
—Estate quieta Estrella, deja que el chico te bese el coño. —me dijo.
—No quiero que me haga eso, Mariano te lo suplico detén esta aberración. —protesté.
—Deja de ser tan melodramática, lo que te hace el chico no es nada malo.
Mi hijo arrimó la boca a mi entrepierna y empezó a morderme la vulva por encima de las bragas, Mariano introdujo su rodilla entre mis piernas impidiéndome que las cerrara y se inclinó para ver lo que me hacía nuestro hijo. Lucas me apartó a un lado las bragas, me mordió la vulva sin apretar y empezó a lamerme el sexo. La situación que ya de por sí era humillante y bochornosa se agravó aún más cuando mi marido me empujó un poco hacia abajo, ya que no tuve más remedio que separar las piernas para mantener el equilibrio, cosa que aprovechó Lucas para meterme la lengua dentro de la vagina.
La lengua se movía hacia adentro constantemente, sorbiendo el flujo que manaba. Procuré no pensar en lo que me estaban haciendo porque si me dejaba llevar acabaría teniendo otro orgasmo. Por suerte para mí Lucas se cansó antes y se levantó mosqueado diciéndole a su padre que yo era un tempano de hielo.
—No te desesperes hijo, vamos a cenar y luego intentaremos derretir a este tempano. —dijo su padre.
Lo que ninguno de los dos supo entonces es que si hubieran aguantado un minuto más me hubiera corrido de lo lindo.
Para mi sorpresa Mariano preparó mi cena y la de Lucas. Nos sentamos a comer unos sándwich calientes. Me fijé en que mientras comía mi hijo no dejaba de mirarme, casi sin pestañear, no estaba asustada pero esa mirada fija con los ojos cargados de deseo me ponía nerviosa. Lucas se levantó de su silla y se sentó encima de mis piernas quedando frente a mí.
—Te juro mamá que a partir de ahora no tendrás una sola queja de mí. —me dijo apoyando su frente sobre la mía.
—No jures cosas que luego no cumplirás y quítate de encima por favor estoy comiendo.
—Créeme mamá esta vez lo digo en serio. —decía besándome el cuello.
—¡Cómetela Lucas! —dijo el imbécil de Mariano quitándome el sándwich de las manos.
—¡Basta Lucas! Deja de hacer eso. —protesté.
—Solo quiero demostrarte cuanto te quiero. —dijo sin dejar de besarme el cuello.
Un centenar de escalofríos recorrieron mi cuerpo. Temía que quisiera besarme pues se iba acercando a mi cara cada vez más hasta que juntó sus labios con los míos. Me quedé cortada, sin saber qué hacer, pensaba rápidamente cómo escapar a aquel acoso mientras él intentaba abrirme la boca con su lengua, le aparté con las manos pero en cuanto sentí las suyas sobre mis pechos me quedé paralizada, Lucas me levantó la camiseta y hábilmente me subió el sujetador liberando mis pechos.
—Por favor Lucas no sigas. —le rogué.
—¡Joder qué tetas mamá! Son preciosas. —decía sobándomelas.
—No por favor… —no pude seguir hablando ya que juntó sus labios con los míos pillándome por sorpresa y me metió la lengua dentro de la boca al mismo tiempo.
No quería besarme con mi hijo, moví la cabeza de un lado a otro, Lucas me la sujetó con sus manos y empezó a morrearse conmigo delante del imbécil de su padre, el cual colaboraba sujetándome las muñecas hacia atrás, inmovilizándome los brazos. No colaboré, es decir no moví la lengua para nada, sólo lloraba rota por la humillación y lo peor era que aún llena de vergüenza empecé a tener sensaciones.
Sentía cosas olvidadas de tantos meses sin tener contacto íntimo con mi marido y el hecho de que fuera mi hijo quien me las estaba despertando empeoraba las cosas ya que a pesar de todo me excitaba. Me pidió que yo también le tocara pero como he mencionado antes no quise colaborar en esta aberración.
Mi hijo dejó de besarme y me miró a la cara. Su expresión no era de pena, ni de deseo febril sino de inmenso cariño. Acercó su boca a mi cara para besarme los parpados y lamerme las lágrimas despacio. Sin previo aviso me besó en la boca metiéndome la lengua de nuevo, viéndome perdida empecé a mover la lengua yo también. Lucas me sujetó la cara con las manos e imprimió más pasión al morreo, segundos después me soltó la cara para dedicarse a sobarme los pechos.
Había momentos que recobraba mi autoestima y ponía todo mi empeño por mantenerme fría ¡lo juro! Pero todo se tornaba en mi contra. Los pezones se me pusieron duros como piedras, mi vagina segregó flujo y mi cerebro generaba deliciosos escalofríos que me sobrecogían de placer. Y es que aunque no quisiera, mi cuerpo respondía a los estímulos de manera natural. Mariano al darse cuenta del tamaño de mis pezones se lo dijo a su hijo. Lucas despegó su boca de la mía, se agachó para besarme la punta de los pezones, me los lamió un poquito, levantó la cabeza mirándome a los ojos y me invitó a continuar en el salón.
A pesar de que me moría de ganas por continuar me negué, les dije que aquello era inmoral. Por toda respuesta mi hijo tiró de mí y casi arrastrándome llegamos al salón.
Se sentaron los dos, a mí me hicieron permanecer de pie. Lucas me dio la vuelta hasta darle la espalda sin darme una explicación. La supe en cuanto empezó a sobarme las nalgas, estrujándolas con delicadeza, besándomelas o pasando toda la lengua por la piel. Miré a mi marido para que me perdonara. Quería su perdón por que cada vez más deseaba todo lo que me hacía Lucas. La dulzura con la que me trataba me desarmaba, su cariño me llenaba y su ternura adormecía mis sentidos.
—Ven mamá ponte aquí. —dijo tirando con suavidad de mí hacia atrás, como si quisiera sentarme sobre sus piernas que estaban entre las mías, solo que no me hizo sentarme sobre él si no que me dobló la cintura hacia delante. Tuve que agarrarme a sus rodillas para no caerme por lo que mi culo quedó completamente expuesto ante él.
—Lucas por favor ¿qué vas a hacer? —dije mirando de nuevo a mi marido.
—Te voy a comer entera mamá, empezando por tu precioso culo.
—No hagas eso hijo, es una auténtica guarrería.
—No me importa, deseo ser tu guarro mamá.
Escucharle decir eso a mi hijo me excitó tanto que fui consciente de mi propia calentura. Lucas me corrió las bragas sujetándolas en mi nalga derecha, me las abrió y arrimó su cara oliéndome el ano con inspiraciones profundas. El atrevimiento de mi hijo podía parecer una cerdada pero a mí me estaba volviendo loca; vi que Mariano me sonreía mientras se tocaba el tieso pene.
Iba a decirle algo pero en ese momento sentí la lengua de Lucas en el esfínter de mi ano, puse los ojos en blanco y cedí a la perversión de mi hijo, estremeciéndome con los deliciosos escalofríos que recorrían mi cuerpo. Mi marido se desplazó situándose al lado de Lucas para contemplar lo que éste me hacía. Mi hijo me lamía el esfínter como si fuera una deliciosa golosina. Una mano destapó mi sexo de la braga que lo cubría, agaché la cabeza y vi que mi vagina goteaba de placer. Mariano paseó un dedo por la entrada impregnándolo de flujo para llevárselo a los labios. Eso era muy excitante verlo pero a mí lo que me descompuso de excitación fue ver que Lucas apartaba a su padre para deslizarse sobre el asiento y poder alcanzar mi sexo con su boca.
Yo misma me sujeté la braga manteniéndola bien apartada y me agaché un poco más poniendo mi sexo en la boca de mi hijo. Continué en la misma postura para ver cómo esa lengua lamía mi vagina, entrando en su interior para succionar ruidosamente los flujos que empapaban mi sexo.
Para mi desgracia mi marido se puso frente a mí tanteándome la cara con su pene con la intención de metérmelo en la boca. Una lástima porque no pude seguir disfrutando mirando a mi hijo. Yo misma abrí la boca buscando el pene de mi marido y cuando la tuve dentro empecé a chuparlo con interés, pero reconozco que toda mi atención estaba centrada en la lengua que me hacía mil diabluras en el sexo y todas realmente maravillosas.
Mariano estaba tan excitado que me follaba la boca con fuertes empujones por lo que le agarré de la cintura con las dos manos rebajando su ímpetu a la mitad. Tan concentrada estaba en lo que me hacía Lucas que perdí de vista todo lo demás. Y con dos empujones más mi marido comenzó a eyacular dentro de mi boca. Aquello era asqueroso por lo que abrí la boca expulsando el semen de mi marido.
Mi hijo me había atrapado el clítoris con sus labios y me lo torturaba con la punta de la lengua, así que mi repugnancia duró apenas unos segundos pues casi enseguida me corrí en medio de deliciosos escalofríos y débiles convulsiones que controlé todo lo que pude para que no se notaran. Al abrir los ojos vi el semen de mi marido caído en el suelo y no sé por qué pensé que era un milagro que semejante cantidad me hubiera embarazado.
Lucas me ayudó a enderezarme, me dio la vuelta despacio y me hizo subirme de rodillas al sofá para sentarme encima de sus piernas, frente contra frente.
—Sácame la polla. —me susurró.
—No pienso hacer eso. —contesté yo también con un susurro.
—Mamá tengo el nabo tan duro que se me puede romper.
—Te repito que no pienso hacer nada y no se te ocurra hablarme con esas palabras, me debes un respeto. —contesté irritada (de nuevo mi maldito carácter).
—¡Joder Estrella! Mira que eres aguafiestas haz lo que te dice tu hijo o tendré que darte un tortazo. —dijo Mariano enfadado.
No tenía más opciones o lo hacía o cobraba de nuevo. Me tragué mi orgullo y obedecí a mi hijo resignada. Bajo la atenta mirada de Mariano desabroché el pantalón de Lucas bajando despacio la cremallera de la bragueta. Mirándole a Lucas a la cara metí la mano dentro de sus calzoncillos y le palpé el pene, supe en el acto que tenía razón lo tenía durísimo. Al agarrarlo con la mano noté lo gordo que era. Ahuequé el calzoncillo hacia abajo sacándole afuera tanto el pene como los gordos testículos.
Entonces apreté el pene con la mano y la deslicé hacia abajo, bajándole la piel hasta que rocé su escroto con mi mano. Deseaba causarle dolor, no mucho, sólo un poco pero lo único que conseguí es que gimiera de placer. Apreté el pene por la base con más fuerza, se le amorató un poco, sus venas se hincharon tanto que parecían querer estallar y el pene de mi hijo se hizo mucho más gordo. Mirándole a la cara vi que tenía los ojos entornados por el placer. Aflojé la mano y subí lentamente hasta tapar su glande, apretando el prepucio con fuerza, mi hijo gimió de placer una vez más y me dije: ¡Esto no funciona y encima le estoy dando gusto! Justo en ese momento noté sus dedos hurgándome el sexo.
—¡No Lucas por Dios, no me toques ahí! —protesté intentando detener su mano.
—Calla mamá, déjame que te toque la “pipa”.
Mi débil protesta no fue para detener esta situación, sino que estaba tan sensible que me temía que en cuanto me tocase Lucas tendría otro orgasmo. Miré a mi marido y viendo cómo me miraba él solté la mano de mi hijo. Lucas me frotó el clítoris a que llamaba mi “pipa” consiguiendo que añadiera más flujo a mi encharcado sexo.
Mientras le masturbaba lentamente sentía que mi cuerpo se enervaba más y más. Era como si me elevara. Lucas insistía frotándome la “pipa”, minutos después mi mente empezó a nublarse. Fue la última vez que miré hacia mi marido.
Me entró miedo pues mi hinchado sexo me latía cada vez más fuerte. Lucas me masturbaba con una maestría impropia de su edad, traté de resistirme, de controlarme pero no hubo forma. De nuevo sucedió. Los escalofríos me recorrieron el cuerpo al tiempo que unos fuertes latigazos de placer provenientes de mis pechos, ovarios y mi sexo me volvían loca de deseo. Mi cerebro fabricó sensaciones y sentimientos imposibles de controlar. Apreté el pene gozando de su grosor y dureza.
—Dime lo que piensas ahora mismo mamá ¡vamos, atrévete! —me retó mi hijo con su frente pegada a la mía.
—No Lucas no me pidas eso por favor.
—¡Vamos mamá, sé valiente y dilo!
—No, no puedo. —me volví a negar.
—Estrella por Dios confiesa de una vez. —gimió Mariano tan excitado o más que yo.
En mi cabeza bullían infinidad de cosas, los pensamientos ocurrían y se borraban al instante añadiendo más confusión a mi mente; al final sucumbí a tanto placer.
—Pienso que tienes el nabo muy duro. —susurré llena de vergüenza.
—¿Nada más? —dijo Lucas.
—Y que me encanta que sea tan gordo.
Mariano soltó un gemido al escucharme, yo misma me excité sobremanera al decirlo y Lucas me penetró la vagina con dos dedos. Gemí de gozo y separé más las piernas para que tuviera un mejor acceso a mi sexo. Lucas movió los dedos follándome con ellos. La lujuria y el placer se adueñaron de mí a la vez. Dejé de masturbarle, me era imposible controlarme, me abracé a su cuello moviendo mis caderas adelante y atrás jadeando como una amazona desenfrenada.
Noté una lengua penetrando en mi ano y supe que era mi marido. Mi culo golpeaba su cara pero él no se apartaba. Lucas me rascaba, mejor dicho, me frotaba el interior de la vagina con la yema de sus dedos ¿por qué me hacía eso por Dios? Iba a mearme si seguía con ello, ya sentía las ganas.
Pensando en todo eso el orgasmo estalló azotándome con una fuerza imparable. Oí la voz lejana de mi marido llamándome guarra al tiempo que mi cuerpo sufría tremendas convulsiones. Las oleadas de placer que sentía en mi sexo eran tan intensas que a veces resultaban dolorosas. Lucas atrapó unos de mis pezones y lo chupó un poco para luego mamármelo con fuerza. No era molesto, al contrario, me resultaba delicioso, al mismo tiempo continuaba sobándome el sexo por lo que me prolongó el orgasmo aún más aumentando mis ganas de orinar. Hasta ese momento so sabía que a una mujer se le podía hacer eso, me refiero a seguirla tocando mientras se corre.
Al cesar las convulsiones mi cuerpo se fue relajando pero en medio de escalofríos porque Mariano seguía lamiéndome el ano o besándomelo, según le daba. Tenía la misma sensación de cuando te despiertas de un reparador sueño mientras tu pareja te da besitos tiernos, toda una delicia. No me meé al final, no porque yo me aguantara sino que seguramente mi mente se confundía con tanto placer recibido. Fue la más extraordinaria experiencia que jamás he sentido.
Lucas movió la cabeza hasta que sus labios tocaron los míos. Empezó a besarme despacio frotando su pene contra mi vientre. Agradecida por el placer recibido le agarré por la nuca y contribuí a la lujuria del beso al tiempo que le masturbaba. Logré separarme como pude de su ansiosa boca para coger aire e hicimos una pausa. Mariano se pegó a mi espalda haciéndome sentir lo excitado que estaba.
—¡Déjame darte por el culo Estrella!
—¡Vete a la mierda! —fue mi respuesta al tiempo que le empujaba apartándole de mí.
Estuve un rato más lamiéndole los labios a mi hijo y besándole intermitentemente. Le dije a Lucas que estaba cansada de la postura y me ayudó a levantarme pues las piernas no me sujetaban, se puso de pie para ayudarme a sentarme en el sofá. No me dio descanso pues inmediatamente me pidió que le desnudara cosa que hice sin protestar.
Pude decirle que no siguiera con esto pero no tenía voluntad en ese momento, además me sentí muy orgullosa viendo su potente erección. Lucas esperó un poco, seguro que disfrutaba viendo cómo le miraba el pene luego tiró de mis brazos hasta pegarme la cara contra su vientre.
—¡Hazme una mamada! —me pidió.
—No Lucas deja que te haga una paja y acabemos con esto de una vez. —dije mirándole a la cara.
—Venga Estrella no te hagas la remolona o Lucas tendrá que demostrarte quien manda. —dijo Mariano cosa que me molestó mucho.
Lucas sonriendo empujó mi cabeza hacia abajo acercándome la cara a su sexo. Dispuesta a darle una lección a Mariano besé los huevos a mi hijo no una ni dos, si no muchas veces hasta que me harté. También se los lamí descubriendo que me gustaba hacerlo, tanto como me gustaba escuchar los jadeos de mi hijo. Por un segundo o dos supe quién era yo y que lo que estaba haciendo era muy malo, estuve tentada de parar pero Lucas se movió para que continuara y yo continué.
Harta ya de lamerle los huevos atrapé la punta de su pene con mis labios y lo chupé, aunque debo decir que lo mamé. No soy una experta pero puse todo mi empeño succionando su pene despacio como si fuera una enorme paja, ni yo misma sé de donde saqué esa idea. Entonces ocurrió lo que menos me esperaba. Perdí la cabeza y me entretuve saboreando cada milímetro y cada pliegue de la carne dura que entraba en mi boca.
Lucas estaba muy excitado y yo también. Me dijo que le dejara follarme la boca y sin esperar mi respuesta empezó a moverse. Me la metía con cuidado procurando no atragantarme y me la sacaba lentamente. Al escuchar sus fuertes jadeos supe que se acercaba su final, entonces aparté la cabeza sacándome su polla de la boca.
—Ni se te ocurra correrte en mi boca, hazlo sobre mis pechos ¡vamos!
—¿Vas a estropearlo ahora Estrella? —me dijo mi marido.
—No es mi intención.
—Entonces abre la boca mamá, por favor. —me rogó Lucas.
—Eso es asqueroso, no me obligues a hacerlo Lucas.
—Mi lefa te gustará mamá ya lo verás.
Me invadió una nausea terrible con sólo pensar que iba a saborear el semen de mi hijo y por tanto eclipsó por completo el placer anterior. Lucas me sujetó la cabeza para inmovilizarme, me folló unos minutos la boca, metiéndome profundamente su pene. Vi a mi marido tan pendiente que ni se tocaba para no correrse antes de tiempo. Me entraron arcadas y mientras trataba de controlarlas sucedió…
Mi hijo eyaculó. Con la lengua detuve los potentes latigazos de lefa temiendo que si chocaban contra mi campanilla vomitaría. Retuve pero sin tragar la lefa que el pene mi hijo me bombeaba copiosamente en la boca. No tuve otro remedio y aunque no quería, algo sí que tragué. Cuando Lucas terminó de eyacular le empujé apartándole de mí, me levanté y eché a correr hacia el cuarto de baño que hay en la planta baja.
Nada más entrar me arrodillé sobre la taza cuya tapa estaba levantada “como siempre” y vomité. Minutos después cesó el vómito pero el olor que despedía el fondo de la taza del váter era tan asqueroso que me volvieron las arcadas. Me incorporé apartándome de la taza y tiré de la cadena. Acto seguido me agaché sobre el lavabo para enjuagarme la boca, por el rabillo del ojo vi que entraba Lucas y casi enseguida escuché el potente chorro de su meada. Luego se acercó a mí y abrazándome por la cintura me giró para darnos la cara, los dos nos miramos unos segundos y Lucas me besó los labios.
—No te preocupes Estrella terminarás acostumbrándote. —dijo Mariano a mi espalda.
Intenté darme la vuelta pero Lucas me lo impidió sujetándome. No entendía nada de lo que pasaba cuando Mariano me empujó por la espalda hacia delante agachándome. No sabía si pretendía que se la chupara otra vez a nuestro hijo o qué, de pronto noté que mi marido intentaba penetrarme por detrás. Lo entendí todo de golpe. Grité que no siguiera pero logró penetrarme. Estando ya “enganchada” era del todo inútil forcejear así que me quedé quieta. Mariano me agarró con fuerza de los costados asegurándose de que no tenía escapatoria y comenzó a follarme. Al mirar a mi hijo éste me dijo algo que podía entender.
—Papá está muy cachondo y necesita un desahogo.
Esa fue su gran respuesta. ¿Y yo qué, es que nadie pensaba en mí? ¿Acaso le importaba a alguien lo que yo estaba padeciendo para complacer a estos dos energúmenos? Me contesté yo misma: “Nadie saldrá en mi favor, nadie levantará una mano en mi defensa”.
Completamente desilusionada me resigné a mi destino, aguantando los embates del cerdo de mi marido. Afortunadamente no pasó mucho tiempo hasta que le oí jadear y resoplar contra mi espalda. Lucas me soltó entonces. Ya había cumplido con el cerdo de su padre y no era necesario seguir sujetándome. Me erguí volviéndome a tiempo de ver a mi marido menearse el pene y pensé: “encima el cabrón se habrá quedado con ganas”.
Mariano no quiso o no pudo mirarme a la cara y yo estaba cansada para pedirle explicaciones a su falta de sensibilidad conmigo. Salió del baño dejándonos solos a Lucas y a mí. Éste me besó de nuevo en los labios pero le empujé llamándole “Judas”, entonces cambió su forma de tratarme. Se disculpó pidiéndome perdón al tiempo que me besaba los parpados con mucha ternura.
Por entonces no conocía el carácter camaleónico de mi hijo. Estaba confundida y a la vez necesitada de cariño. Mi autoestima había sido anulada y cedí a las pretensiones de mi hijo. Le devolví el beso con pasión y cuando estábamos en lo mejor lo tuvimos que dejar, pues el semen de su padre me escurría por el interior de mi muslo haciéndome sentir incómoda.
Lucas me soltó con el mismo pesar que yo. De nuevo me senté en la taza del váter para que me escurriera el semen del asqueroso de mi marido. Mi hijo se me acercó, metió su pierna entre las mías y me abrazó pegándome la cara a su sexo. Me embriagué con su olor y sin que me dijera nada le cogí el pene con la mano, lo apunté hacia arriba y se lo besé, lamiendo sobre todo la húmeda punta. Lucas me demostró cuan cachondo le ponía pues no había pasado ni un minuto cuando empecé sentir que se le ponía duro.
—Joder mamá ¿Puedo pedirte una cosa? —me preguntó Lucas.
—Qué te la chupe ¿no? —dije.
—¡Eso sería la hostia! Pero yo quiero pedirte otra cosa.
—Si vuelves a decir tacos olvídate. —le advertí.
—Me gustaría verte mear, me pone muy cachondo ver mear a una mujer.
—Imagino que a Susi ya la has visto ¿no?
—Ella es una de muchas.
—¿Cómo que una de muchas, a quien has visto además de a Susi?
—Déjalo mamá.
—No, no quiero dejarlo. Soy tu madre y quiero saberlo —insistí dándole un azote en el culo.
—Prefiero de momento dejar las cosas como están, es mejor así.
Me quedé mirándole a la cara. Una cara enigmática que enseguida rehuyó mi mirada. ¿Por qué era mejor que yo no lo supiera? ¿Qué secretos me ocultaba mi hijo? Pensé. Lucas volvió a insistir en que quería verme mear distrayéndome de mis pensamientos. No le contesté, separé las piernas todo lo que pude, apoyé mi mano en el pubis y tiré de la piel un poco hacia arriba, para que Lucas tuviera un buen plano de mi sexo abierto.
Tras unos segundos haciendo fuerzas salió el primer chorro. Se cortó un momento y enseguida reanudé la meada con fuerza. Lucas acuclillado frente a mí observaba fascinado. Sentía vergüenza pero me hizo gracia; no me extrañó que al acabar me lamiera la vulva. Mientras él me lamía yo le acariciaba el pelo de la cabeza empujándole al mismo tiempo contra mí, invitándole mentalmente a que me lamiera hasta secarme el sexo. Tuve que cortarle pues ponía mucho énfasis y a mí no me apetecía correrme en ese momento.
Cambiamos las tornas. Yo le sujeté el pene y con los ruidos que se le hacen a los bebés le invité a que meara. Lucas reía la ocurrencia. Soltaba potentes chorros intermitentes que yo miraba pasmada y excitada. Cada vez que se detenía me besaba en la boca y nos reíamos como dos niños haciendo una travesura que cambió al terminar de mear. Entonces yo me senté en la taza del váter y engullí su pene. Pretendía meter la lengua entre su prepucio y su glande, sé que es imposible pero me encantó hacerlo porque al mismo tiempo saboreaba su precioso miembro.
<< Antes de proseguir quiero aclarar que lo del carácter camaleónico de Lucas lo digo porque era capaz de cambiar su carácter hacia mí según las circunstancias. Si me veía enfadada o a punto de estallar de indignación me trataba con mucha ternura, por el contrario si me veía tierna él se comportaba de manera fría y dominante. De eso me di cuenta más tarde >>.
Cuando me cansé me puse de pie, nos miramos un momento a la cara y reanudamos el beso que habíamos interrumpido minutos antes. Acabamos fundidos en un morreo húmedo y lujurioso durante el cual no paré de jugar con su pene hasta ponérselo bien duro y tieso.
Cuando nos hartamos de besarnos, mi hijo me llevó hasta el lavabo y me pidió que me sentara encima, lo hice con cuidado. Estaba tan excitada y receptiva que separé las piernas esperándole. Lucas apoyó su grueso glande contra la entrada de mi vagina. Me incliné sobre su pecho para verlo pues el morbo me mataba de ansiedad y de gusto. Ver cómo me entraba su pene y a la vez sentir cómo se dilataba mi vagina me hizo enloquecer de placer. De mi boca escapó un gemido casi continuo, lo que duró la penetración. Cuando Lucas se detuvo me abracé a él apoyé mi cara contra su pecho y mentalmente deseé una sola cosa: ¡Que me follara hasta caer desmayada de placer!
Pero él no hizo nada de nada. Incomprensiblemente me la sacó y me cogió una mano sacándome del baño.
La brusca interrupción me devolvió a la realidad. Mientras caminábamos hasta la cocina mi mente empezó a recuperarse. De repente fui consciente de todo. Tuve una sensación extraña y dolorosa a la vez. Entramos en la cocina y al pasar por delante de Mariano éste intentó abrazarme pero le rechacé. Le dije que ahora no necesitaba sus cariños, acusándole de ser el culpable de todo, en cambio me acerqué a mi hijo que me preparaba en el microondas una infusión de manzanilla y poleo menta, añadió azúcar y me la dio a beber. No le dije nada pero me sentí reconfortada al beberla. Al terminar me retiró la taza de las manos dejándola en el fondo de la pila.
—Estrella por favor no te pongas así. —dijo Mariano a mi espalda.
—¡Déjame en paz!
—Vale, hazte la estrecha conmigo si quieres, pero tú y yo sabemos que te lo estás pasado en grande.
—Qué poco me conoces Mariano parece mentira.
Lucas pegó su frente a la mía y agarrándome por el culo me pegó contra él.
—¿Qué quieres hacer ahora? —me susurró.
—No lo sé Lucas, ahora mismo estoy muy confundida. —susurré yo también a punto de llorar.
—Te entiendo mamá.
—Quiero irme a mi habitación hijo.
Lucas me cogió de la mano y subimos las escaleras camino de mi habitación, Mariano venía tras nosotros y de repente sentí un escalofrío sin saber por qué.
Llegamos junto a la cama y me senté al borde del colchón. Las únicas prendas que llevaba eran la camiseta y las bragas, los vaqueros y el sujetador se quedaron abajo, en alguna parte de la cocina o el salón. Lucas procedió a sacarme la camiseta por la cabeza. Me quedé sólo con las bragas y me tumbé en la cama. Mi hijo se me quedó mirándome en silencio.
—Anda vete a dormir ya. —le dije.
—¿Es eso lo que quieres?
—Sí, de verdad.
No me extrañó que de repente se mostrara tan cariñoso, pero también pensé que a lo mejor es que estaba arrepentido de lo que había hecho. El caso es que no se fue a dormir, rodeó la cama y se subió a ella acostándose a mi lado. Me di la vuelta dándole la espalda, no tenía ganas de charlar y enseguida le noté pegándose contra mí.
Empezó a olerme la nuca, a darme besitos por el cuello y los hombros. Se me puso la carne de gallina. Noté que se estaba empalmando de nuevo y quise poner fin a esta situación.
—Para ya Lucas, quiero dormir tranquila.
—No puedo parar mamá, me pones muy cachondo, lo siento.
—¿Es que no has tenido bastante, todavía quieres humillarme más?
—Siento mucho que te lo tomes así mamá, pero te recuerdo que tenemos pendiente el asunto del váter.
—Eso ya pasó.
—Para mí no mamá.
Lucas me giró bruscamente poniéndome bocarriba dejándome paralizada un momento y antes de que reaccionara ya lo tenía encima de mí obligándome a separar las piernas con las suyas. En esa postura tan vergonzosa comenzó a besarme el cuello otra vez al tiempo que me sobaba los pechos, los pezones, los costados, el culo y por supuesto el sexo.
De nuevo empecé a sentir. Mi cerebro me ordenaba entregarme a gozar con mi hijo, pero ver a mi marido desnudo, observándonos con ojos de vicio, con el pene dando tumbos hacia arriba me hizo resistir, no iba a darle el placer que quería. Por eso permanecí quieta sin mostrar ni una pizca de placer o algo que se le pareciera. Lucas insistía con sus caricias, chupándome los pezones de vez en cuando con fuerza y viendo que yo no reaccionaba me dijo “te voy a comer el chocho”, me lo dijo así literalmente. Mariano también lo escuchó y vino a sentarse al borde de la cama, a mi lado, el muy pervertido no quería perderse nada de lo que iba a ocurrir.
Lucas se agachó entre mis piernas abiertas, metió la mano por el lateral de las bragas a la altura de mi ingle y las apartó a un lado; en cuanto sentí su respiración en mi sexo cerré los ojos y me concentré en poner la mente en blanco para no sentir nada, pensé que al menos eso me ayudaría a resistir lo que venía a continuación. Procuraba con todas mis fuerzas no pensar en nada pero con mi hijo besándome la vulva, lamiendo unas veces las ingles y otras los labios menores, la entrada de la vagina o titilando mi clítoris con la punta de su lengua me era muy difícil por no decir imposible concentrarme, encima con el paso de los minutos comencé a sentir. Mi sexo se humedeció, mi vagina comenzó a segregar flujo que Lucas sorbió para saborearlo. Un rato después un fuerte latigazo de placer rompió mi concentración, hice un vano intento por despejar mi mente y no pensar en nada pero fue inútil. Mi cuerpo respondía cada vez más a las caricias orales de mi hijo, tuve que reconocer muy a mi pesar que me chupaba de maravilla lo que no sabía es que todo formaba parte de su estrategia.
Sin que me diera cuenta se fue colocando hasta quedar invertido y al final se puso encima de mí en la postura del “69”. Mientras me lamía el sexo movía sus caderas de tal forma que su duro pene me rozaba la boca unas veces, otras eran sus testículos los que se frotaban por mi cara, pese a todo permanecí con los ojos cerrados sin intervenir pero al sentir de nuevo su lengua en el esfínter de mi ano todo cambió. Sin entender por qué, aquella caricia me hizo jadear varias veces. Era una novedad para mí pero eso no justificaba placer como sentía. El caso es que al sentir la punta de su lengua venciendo la resistencia de mi esfínter y penetrando en mi ano no pude más y me descontrolé. Jadeé de forma casi continua con la caricia e intervine.
Empecé a besar los testículos a mi hijo con delicadeza y al aumentar mi deseo empecé a lamérselos sin importarme que con los movimientos de sus caderas, a veces mi lengua rozara el esfínter de su culo. ¡Y qué más me daba! Si ya había saboreado su lefa y sus meados ¿qué me importaba saborearle ahora el culo? Eso lo pienso ahora porque en ese momento tenía la mente nublada por el placer. Lucas me devoró el sexo y yo el suyo un buen rato. Tuve una explosión de gusto enorme que me hizo retorcerme y entrar en éxtasis perdiendo el mundo de vista. Cuando quise darme cuenta de lo que sucedía realmente estaba con la cara pegada contra su culo, respirando con ahínco para recuperarme del fuerte orgasmo que me acababa de dejar sin fuerzas.
Lucas se quitó de encima de mí poniéndose de rodillas sobre la cama, se arrimó a mi cara con lo que su duro pene quedó a escasos dos centímetros de mi boca. De la punta de su pene manaba líquido, que recogí con mi lengua saboreándolo sin sentir ni un ápice de asco.
—Joder Estrella menuda corrida que has tenido. —me dijo mi marido.
No le contesté porque hasta su voz me era desagradable. Mariano se agachó para besarme los pezones y nuestro hijo aprovechó la confusión poniéndose de nuevo encima de mí.
Al rechazar sus besos se mosqueó mucho y con la boca pegada a mi oído me susurró que me iba a violar. Le supliqué por Dios que no lo hiciera. Traté de que entrara en razón diciéndole que ya había tenido bastante pero no quería razonar, su única obsesión era follarme. Le empujé con las dos manos y fue entonces cuando mi marido me cogió por las muñecas inmovilizándome los brazos por encima de mi cabeza. Hiciera lo que hiciera no me serviría de nada, así que dejé de moverme. Mi hijo se sujetó el pene con la mano — ¡Ya! Me dije —, pero no me penetró aún, se entretuvo jugando a restregarme la gruesa punta de su pene por toda la vulva y cuando menos me lo esperaba me lo introdujo en la vagina. Se quedó parado mirándome con cara inexpresiva. Por mucho que lo intenté no fui capaz de intuir lo que pensaba. No dijo nada, empezó a echarse sobre mí al tiempo me penetraba hasta el fondo. Gemí al sentirle dentro de mí, no pude evitarlo.
Mientras me follaba se cebó con uno de mis pezones, lamiéndolo y mamándolo sin descanso. Una vez trató de besarme pero aparté la cara de nuevo ladeando la cabeza. Eso le cabreó, lo vi en sus ojos.
—Me encanta violarte mamá, a partir de hoy voy a violarte todo lo que me dé la gana. —Me dijo a modo de venganza.
Me quedé con la boca abierta al oírle y mi marido aprovechó la circunstancia metiéndome el pene en la boca. Lucas se irguió poniéndose de rodillas, me agarró por los muslos clavándome los dedos con fuerza y me embistió como un animal. Lloré durante toda la cópula por el trato despreciable al que me sometían pero eso sí, no hubo colaboración por mi parte, ni para mi hijo ni para su padre. Esta vez no sentía nada de nada, únicamente frío, un frio helado que se fue apoderando de mi cuerpo hasta congelarme los mismos huesos. Lucas le dijo a su padre (que ya me había sacado el pene de la boca) que yo parecía un puto tempano de hielo; me folló más deprisa y se corrió, después de eyacular en mi interior me ordenó cabreado que me fuese a lavar.
Sentada sobre la taza del váter lloré de rabia y de impotencia. Me preguntaba una y otra vez ¿por qué me hacía esto mi hijo? ¿Qué le había hecho yo para merecerme una cosa así? No obtuve ninguna respuesta. No sé cuánto tiempo pasé en el baño pero cuando salí Lucas se había quedado dormido. Me aproximé a la cama y le contemplé, se me pasaron todo tipo de barbaridades por la cabeza pero me metí en la cama arropándome hasta el cuello con el “nórdico” porque aún sentía frío.
-----OooO-----
Desperté a la mañana siguiente con la mente nublada. No sé cómo es una resaca pero seguro que era algo parecido a lo que yo sentía. El reloj despertador de mi mesilla marcaba las diez de la mañana. No era habitual levantarme tan tarde, me extrañó que no sonara pues yo misma le puse la alarma a las siete para desayunar con mi marido e hijo antes de que se vayan a sus quehaceres, cosa que desde luego ya no volveré a hacer nunca más. Ya nada será como antes. Fui directa a ducharme y mientras me caía el agua caliente por todo el cuerpo liberé mi vejiga como siempre hago, con las piernas un poco separadas y el pubis echado hacia delante. Me encanta mear contra la pared de la ducha mientras me cae el agua caliente, es mi secreto íntimo. Mientras me secaba pensé en mis amigas. Siempre quedaba a las nueve con ellas en el gimnasio y ya llegaba una hora tarde. Me vestí, me bebí un café con leche y salí de casa.
Me regañaron un poquito por llegar tarde pero me esperaron en la cafetería y no dentro, en el fondo son un cielo. No me hicieron preguntas incómodas cosa que les agradecí mentalmente. Dentro del gimnasio me ocurrió una cosa curiosa. En los vestuarios sentí vergüenza al desnudarme delante de mis amigas y otras mujeres que también estaban temiendo que me notaran lo que me había pasado. Durante unos minutos me sentí incómoda, pero enseguida me recuperé dedicándome a mis ejercicios y a los cotilleos propios de nosotras.
Sin embargo tenía la sensación de que algo no iba bien en mi cabeza y no fue hasta que conduje de vuelta a mi casa cuando me dio por pensar en lo ocurrido la noche anterior. De golpe le daba tantas vueltas al asunto que pensé en cambiar de dirección e ir a una comisaría de policía para denunciar a mi marido y a mi hijo. Al no centrarme en la conducción detuve el coche en una de las avenidas de la urbanización. Luché conmigo misma sobre la conveniencia o no de denunciar la violación de la que fui objeto. Estuve un buen rato dándole vueltas a lo que debía hacer con los nervios a flor de piel, de haber tenido tabaco a mano me hubiera fumado un cigarrillo. Pensé en todas las posibilidades y al final me olvidé de la denuncia, arranqué de nuevo el coche y conduje; pero iba con la sensación de que me arrepentiría de mi decisión.
-----OooO-----
Lucas no vino a comer, mejor, no quería verle ni la cara. Yo tampoco comí nada sólo me tomé un café con leche y unas pastillas para dormir. De alguna forma tenía que impedir que mi cabeza siguiera torturándome con imágenes de la noche anterior. Subí a mi habitación para tumbarme en la cama y me dormí.
Me despertó la alarma del reloj de mi mesilla de noche pero al mirarlo no eran las siete sino las ocho y cuarto, alguien me había cambiado la alarma o ¿había sido yo? En cualquier caso había dormido hasta el día siguiente de un tirón sin que nadie me molestara. Es más, nadie había dormido conmigo en la cama pues el lado contrario al mío estaba intacto — Por lo menos me dejan en paz— me dije sin preocuparme lo más mínimo. Me duché repitiendo el mismo ritual de todos los días. Al bajar a la cocina vi una nota de mi hijo en la que ponía que no vendría a comer, así sin más. Supuse que después de todo a él también le era difícil mirarme a la cara. Perfecto para mí, nadie me molestaría. Fui al gimnasio a reunirme con mis amigas, más tarde comí en un restaurante cercano. Al volver a casa me tomé de nuevo las pastillas para dormir. Subí a mi habitación donde me desnudé dejándome únicamente las braguitas, me acosté y me dormí.
La alarma del reloj de mi mesilla volvió a sonar a la misma hora del día anterior, o sea, al día siguiente y había dormido completamente sola otra vez. En la cocina no vi ninguna nota de mi hijo por lo que no sabía si vendría o no a comer. Por si acaso preparé comida para los dos pero comí sola. Una hora después me tomé más pastillas para dormir.
Al cuarto día de despertarme sola, sin que nadie hubiera dormido conmigo empecé a preocuparme. Mientras me duchaba me entró miedo ¿Y si Mariano pensaba divorciarse de mí? ¿A dónde iría yo, qué haría? Hasta mis amigas notaron la cara de preocupación que tenía. Preparé comida para mí y para mi hijo, como siempre. A medida que se acercaba la hora de comer me entró miedo otra vez. Miedo a que no viniera nadie. Miedo a quedarme sola y miedo a que se hubieran olvidado de mí por completo. No podía seguir así, tenía que hablar con mi marido y para eso no me tomé las dichosas pastillas para dormir, pero esperando a que volvieran me quedé dormida en el sofá.
Alguien me despertó dándome besitos por toda la cara cosa que me sobresaltó, al ver que se trataba de mi hijo me abracé a él desesperada y llorando, no lo pude evitar. Él me abrazó transmitiéndome el cariño propio de un hijo y poco a poco me tranquilicé. Me preguntó si había tenido una pesadilla, le contesté que no y le confesé todos los miedos que me habían atenazado el alma. Me dijo que si no venía a comer era porque se quedaba a estudiar en la biblioteca, estaba de exámenes, cosa que yo había olvidado. Me abrazó más fuerte besándome el pelo, acariciándome la cara. Su ternura me traspasaba por completo, hasta el punto de no dar importancia al hecho de que me apretaba los pechos por encima de la camisa. Acepté sus cariñosos besos en mis labios. Besos inocentes de un hijo que ama a su madre. Su calor y su olor me reconfortaban maravillosamente, ahora me daba cuenta de cuánto le había echado de menos. Hasta que sentí su mano encima de mis braguitas acariciándome el sexo, entonces recordé que llevaba una falda por encima de las rodillas.
—No Lucas por favor, no estropees esto. —le rogué agarrándole por el antebrazo.
—Lo estás deseando mamá, mira.
Me ayudó a erguirme un poco ya que estaba recostada encima de él y vi que yo temía las piernas abiertas, invitándole a acariciarme.
—No es lo que parece, te lo prometo, ha sido un descuido por la postura. —me excusé.
—Ya el mismo descuido de debajo de la mesa ¿no?
—Aquello era un juego hijo.
—¿Por eso me enseñaste el chocho? ¿Para jugar conmigo?
—Eso no tenía que haber ocurrido nunca, me equivoqué y ahora lo estoy lamentando.
—Pero ocurrió mamá y aquí estamos.
—No te entiendo hijo.
—¿Acaso no te ha gustado que te trate con cariño?
—Mucho.
—Entonces ¿Dónde está el problema?
—Está bien Lucas dime qué quieres de mí. —pregunté rindiéndome ante sus acertijos.
—Sólo dos cosas mamá.
—¿Cuáles?
—Que seas siempre la madre cariñosa de hace un momento.
—¿Y la otra?
—Que seas mi amante.
—¿Te has vuelto loco? ¿cómo voy a ser la amante de mi hijo? ¡Eso es imposible! —dije levantándome indignada. Lucas me siguió hasta la cocina.
—Me quieres decir por qué es imposible. —insistió.
—Porque es una aberración, por eso. —contesté.
Me volví dándole la espalda para prepararme un café con leche. Él se pegó a mi espalda abrazándome por la cintura. Me besó en la nuca varias veces poniéndome la carne de gallina. Una mano ascendió agarrándome un pecho y me lo amasó con dulzura y la otra descendió metiéndose debajo de mi falda, acariciándome el muslo. Las sensaciones acudieron a mí de golpe.
—Si no quieres ser mi amante te convertiré en mi puta. —me susurró al oído produciéndome escalofríos.
—Eso es todavía peor hijo. —dije con un hilo de voz.
Le sujeté el brazo con las dos manos para que no siguiera tocándome el pecho y al mismo tiempo separé las piernas preparándome para lo que vendría después. La mano de Lucas se acopló perfectamente a mi entrepierna. Le dije que no siguiera, le supliqué que no me tocara pero él hacía todo lo contrario de lo que le decía. Entré en una espiral de placer de la que ni podía, ni quería escapar, dándome cuenta de que a medida que él forzaba mi voluntad mi placer se disparaba a cotas muy altas.
Mi hijo que no es tonto se dio cuenta de lo que me ocurría. Me giró bruscamente encarándome con él y mientras me besaba en la boca sus manos amasaban sin contemplaciones mis nalgas. A veces lograba separarme de su boca para rogarle que no siguiera, él me sujetaba la nuca con una mano y volvía a comerme la boca. Jugamos así un rato hasta que mi hijo se hartó y me metió un dedo en el culo. Me quedé quieta aunque no me hacía daño y se aprovechó para morrearme apasionadamente. La lengua de mi hijo se movía deliciosamente dentro de mi boca, igual que su dedo dentro de mi culo. Saboreé y tragué su saliva igual que él la mía. Noté que estaba muy duro y mis manos aferraron su pene por encima de su pantalón para apretarlo y gozar de su dureza. Me apasioné tanto que interrumpí todo para desabrocharle el pantalón vaquero con manos nerviosas. Sólo una vez logré despegarme de su boca para suplicarle que no me obligara a hacer lo que estaba haciendo.
Él no decía nada, ambos sabíamos lo que nos traíamos entre manos. Cuando su pantalón y sus calzoncillos llegaron a sus tobillos me agaché para sacárselos por los pies aprovechando la ocasión para chuparle el tieso pene. Mi hijo guió mi cara hasta sus testículos, los cuales besé y lamí con verdadera ansia. Pasado un ratito me puso de pie y empezó a desnudarme dejándome puestas las braguitas. Entonces volvió a besarme en la boca, me agarré a él y perdí el mundo de vista durante todo el beso. Bajándome las braguitas le volví a suplicar que no lo hiciera, que me respetara, no me hizo caso y levanté un pie y luego otro para que me las sacara. Iba a lamerme el sexo pero yo tenía tanta prisa por sentirle dentro de mí que tímidamente le dije que no hacía falta. Me entendió, me dio la vuelta y me inclinó hacia delante contra la encimera sobre la que me apoyé. Casi inmediatamente noté que me penetraba hasta el fondo de una sola vez. No hubo brusquedades gracias a lo lubricada que estaba, por lo que di un prolongado gemido de placer y sin mediar palabra comenzó a follarme. No paró hasta que me corrí. Dejó pasar unos minutos para que me recuperara acariciándome o besándome. Cuando creyó que ya estaba lista me sentó sobre la encimera. Sin que me dijera nada separé bastante las piernas para darle cobijo. Mi hijo se pegó a mí, me la metió hasta el fondo otra vez y nuevamente gemí al sentirle dentro de mí.
Esta vez empezó el coito con penetraciones profundas, al poco empecé a emitir los consiguientes jadeos mezclados con algún “ay” pero no de dolor sino todo lo contrario.
—Lo siento mamá no pretendo hacerte daño. —se disculpó mi hijo haciendo menos presión sobre mí.
—Tranquilo, entiendo que te es difícil controlarte.
—Me cuesta mucho sí.
—Lo sé hijo por eso no te culpo, sigue y no te preocupes, estoy bien.
Yo misma me sorprendí de mis palabras pero no me arrepentí, encima me excitaba decirlas. Hasta Lucas se detuvo para mirarme un momento, tras lo cual me besó en la boca y arremetió contra mi sexo con más brío. Le separé de mi boca guiando su cara sobre mis pechos para que me los chupara como él sabe y no me decepcionó. Lucas no quería precipitarse así que me bajó de la encimera y me agachó para que se la chupara. Un rato después volvió a subirme a la encimera, me agarró por el culo para sujetarme y me la empotró hasta los mismísimos testículos. Esta vez grité de puro placer. En esa postura Lucas me folló hasta la locura. De vez en cuando se apartaba y los dos pudimos mirar como su brillante pene se hundía en mis entrañas una y otra vez. Era la locura total. El coito se estaba prolongando mucho. Ambos sudábamos, yo ya me había corrido y me preguntaba cómo era capaz mi hijo de aguantar tanto, yo me iba a correr otra vez si lo prolongaba un poco más. Lucas se había convertido en un demonio sexual. Su pene horadaba las profundidades de mi vagina sin descanso poseyéndome de una manera infernal. Y cuando menos lo esperaba sentí las contracciones de su pene al eyacular. Me corrí mientras él me bombeaba su lefa y un minuto después le abracé contra mí con mucha ternura.
—Ya estás emputecida mamá. —susurró entre resuellos.
—¿Y siempre será así? —pregunté.
—Te lo juro.
—Entonces tienes mi permiso para hacerlo todo lo que quieras.
Lucas tardó un rato en recuperarse, pero cumplió su palabra. Nos besamos. Nos devoramos el sexo uno al otro sobre el suelo de la cocina. Me folló más allá de una hora en posturas a veces inverosímiles. La única diferencia es que esta vez decidí por propia voluntad chuparle el pene hasta el final, o sea, que se corrió en mi boca y me lo tragué todo. Para cuando llegó mi marido todo había terminado. Lucas estudiaba en su habitación y yo veía la tele sentada en el sofá, adormilada y cansada pero terriblemente satisfecha. Mariano se me aproximó con la intención de darme un beso pero le detuve levantando una mano diciéndole que teníamos que hablar. Sabía a qué me refería y no preguntó.
Su explicación fue que me había vuelto una aburrida. Parecía más una monja que una esposa. Eso hizo que se aburriera conmigo decayendo sus ganas de hacerme el amor. Durante la conversación me confesó que sabía que yo no me había casado enamorada. Él sí me amaba por eso se había preocupado en tratarme como a una reina. Debo admitir que decía la verdad. Asumió que no había sabido ser padre. Mi embarazo le había pillado por sorpresa y no estaba preparado. Quizá tampoco era un buen esposo. Me descuidaba y se justificó echándole la culpa a su trabajo. Dijo que había estado trabajando en un avión llamado “Air Bus” cosa que recordé haberlo escuchado en las noticias de la tele. Francamente me sentí orgullosa de que mi marido hubiera trabajado en ese proyecto y me alegré por él.
Al llegar mi turno admití que no estaba enamorada de él, le quería pero no le amaba. Me dolió mucho verle llorar al escucharme pero proseguí. Acepté mi culpa por mi egoísmo al decidir ser madre sin contar con él. Reconocí un poco a regañadientes que me había pasado con Lucas. Admití mi culpa por no ser la esposa que debía haber sido, por haberle mentido en mi propio beneficio y por haberle descuidado como marido y pareja.
Terminado el turno de las confesiones llegó el momento de las explicaciones.
Al parecer, el día que sorprendimos a Lucas follándose a la chica y al reaccionar yo de la manera que lo hice propició todo lo que vino después. Mariano sabía que Lucas deseaba follarme porque se lo había dicho. No le contrarió ni me dijo nada, era la excusa perfecta que necesitaba para dar un giro a nuestra vida en pareja. Sabía que yo no le amaba y quería intentarlo todo antes de que lo nuestro se acabara. El detonante fue la discusión que tuvimos, cuando le dije lo que sucedía con el jueguecito del cubierto mintiéndole para ocultar la verdad. Mariano ya sabía por boca de Lucas que yo le había enseñado mi sexo a nuestro hijo y una cosa desencadenó la otra.
Con un nudo en la garganta y temblándole la voz, Mariano me dijo que si después de lo que había ocurrido quería dejarle, que lo hiciera. Él se iría de nuestra casa, me la dejaba a mí y me pasaría una pensión para que viviera con dignidad. Aproveché el momento para confesarle mi terror a quedarme sola y le juré que no quería irme de su lado admitiendo mi egoísmo. Tras un silencio insoportable Mariano me dijo que podíamos seguir juntos si yo quería. Sabiendo que nada volvería a ser como antes Mariano y yo decidimos darnos otra oportunidad, comprometiéndome yo a no ser tan remilgada ni exigente y preocuparme más por los míos. Estábamos besándonos cuando apareció Lucas delante de nosotros.
—¿Qué pasa Lucas? —le preguntó su padre.
—Necesito a mamá.
—¿Para qué? —insistió Mariano que no estaba dispuesto a soltarme.
—Tranquilo cariño nuestro hijo no puede aguantarse.
Me separé de mi marido poniéndome en pie y me acerqué a Lucas, éste me pasó una mano por detrás metiéndola por debajo de mi falda y agarrándome el culo.
—¿Aguantarse de qué? ¿alguien me lo quiere explicar? —protestó Mariano.
—A ver Mariano, nuestro hijo tiene que emputecerme por eso me necesita. —le dije yo.
—¿Puedo ir yo también? —nos preguntó.
—Claro que sí papá pero no puedes intervenir. —le aclaró su hijo.
—¿Y qué hago mientras?
—Pues mirar, sólo eso, te prometo que cuando Lucas termine dejaré que me emputezcas tú. —le dije.
A continuación dejé que mi hijo me llevara de la mano hasta nuestra habitación. Allí, delante de su padre nos devoramos mutuamente y luego mi hijo me estuvo emputeciendo más de dos horas en todas las posturas que se le ocurrieron y durante las cuales saboreé otra vez la lefa de mi hijo. Después de lavarme y mientras Lucas descansaba le dije a mi marido que era su turno.
Mariano se esforzó dándolo todo pero el pobre cayó exhausto a la media hora, era imposible competir con el demonio de Lucas. Estaba besándole los labios y acariciándole el pecho cuando dos manos fuertes tiraron de mí apartándome de él.
—Lo siento mamá. —me dijo Lucas.
—Estoy cansada hijo ¿no puedes aguantarte?
—Sabes que no.
—Entonces emputéceme todo lo que necesites. —le contesté.
Esta segunda vez, Lucas tardó muchas más horas en correrse y yo terminé tan exhausta como mi marido, el cual no intentó una segunda vez, en cambio nuestro hijo jugó conmigo hasta bien entrada la madrugada e hicimos toda clase de perversiones, unas delante de mi marido y otras a solas porque el pobre se quedó dormido .
Tras ese día las cosas fueron a más. El demonio de mi hijo tenía sus planes trazados y no sólo me emputeció mi hijo y mi marido, hubo más personas, pero eso a lo mejor lo cuento en otra ocasión, ahora no. Lo siento.
FIN