El del Badoo...un castigo merecido

Él siempre me proponía quedar, conocernos, tomarnos algo en algún bar...nunca propuso nada de sexo pero yo aún así no me fiaba y nunca accedí a sus peticiones, halábamos de la facultad, de lo que nos gustaba, pero cada vez que sacaba el tema de quedar...lo rechazaba.

Continuaré contándoos mis aventuras sexuales, esta es la que viví a continuación de la anterior.

Habían pasado varias semanas desde la última vez que había tenido sexo, la verdad es que no estaba para quejarme pues tres en una noche no había estado nada mal. Pero como todo en esta vida: cuanto más tienes, más quieres y eso era lo que me pasaba a mi. Estaba sedienta de sexo. De tener encuentros fortuitos como los que había vivido aquella noche de fiesta. Y como siempre: cuanto más quieres una cosa, más tarde llega. Por extraño que parezca se me hacía difícil llegar  a algo más estando de fiesta. Siempre pasaba algo, si no era porque una amiga estaba mal y había que atenderla, dejando de lado al posible polvo, era que él el que se tenía que ir sin previo aviso dejándome con las ganas y su número de teléfono que yo ni si quiera me molestaba en guardar en mi agenda. No me interesaba quedar más adelante, era ahora y en ese momento. El calentón.

Así que desesperada como estaba, me hice un badoo junto a mis compañeras de piso y de mis amigas de universidad. Era realmente divertido. Se notaba que la gente estaba desesperada, era evidente a lo que la gente iba. Ese plan me gustaba y cada vez me gustaba más, conversaciones subidas de todo y quedadas imprevistas a altas horas de la noche. Era un desenfreno de placer y morbo que no solo no saciaba nuestras ganas de sexo, si no que las incrementaba. Tuve varios encuentros con varios chicos que me abrieron conversación alabando lo buena que estaba y lo que me harían gozar si les diese la oportunidad de demostrarlo. No fue nada del otro mundo, mucha boca pero poca chicha. No me sabía nada y por eso continuaba.

Entre los muchos tíos que no me dejaban de proponer cosas indecentes, a cada cual peor. Había un hombre maduro. En el perfil ponía que tenía unos 45, que no se veía nada mal tenía cierto aire a Eros Ramazzoti o Sergio Dalma, que me hablaba a pesar de que mi límite de edad de encuentros era de 28. Yo le seguía la bola porque sabía que no iba a quedar con él, era demasiado mayor para mi, podría ser mi padre incluso.  Hasta que un día Marcos, que era así como se llamaba el hombre, se enfadó mucho tras una nueva negación mía ante su insistencia de conocernos en persona.

MARCOS: No sabes ni lo que quieres, se nota que eres una niñata que solo sabe calentar pollas.

LUCÍA: Graxias :D

MARCOS: ¿Te parece divertido? Porque no sé que quieres, siempre me niegas una cita.

LUCÍA: Es que no quiero quedar contigo. Sin más.

MARCOS: ¿Y qué he de hacer cuando te vea por la calle?

Cuando leí esto he de confesar que sentí miedo, por supuesto él sabía donde vivía porque estúpidamente se lo había dicho en las primeras conversaciones.

LUCÍA: ¿Eso es una amenaza?

MARCOS : NO...yo nunca amenazo. Venga quedemos en la puerta de tú casa.

LUCÍA: NO y no y no...¡que no quiero!

MARCOS: Trae té a una amiga, si no te fías de mi.

LUCÍA: No es eso...es que no quiero. NO QUIERO QUEDAR CONTIGO.

MARCOS: ¿Por qué?

LUCÍA: Eres muy mayor para mí.

MARCOS: Pues eso no te impedía calentarme...

Eso era verdad, llevaba jugando con él todas esas semanas. De hecho había sido uno de los primeros de los que me habían abierto conversación en badoo. Simplemente me dejé llevar por la situación, me parecía divertido calentarle ya que estaba al cien por cien segura de no quedar con él. No contesté aquella vez y cerré el badoo. Las veces siguientes que me conecté y me hablaba pasé de contestarle. No iba a darle más coba o no me lo quitaría de encima nunca.

Una tarde, serían cuatro días después de esta conversación con Marcos, que volvía sola a casa porque ninguna mis compañeras de piso habían terminado la práctica de penal y tenían que quedarse en la biblioteca, me lo encontré. Pasé por delante de él sin caer al momento de quien era, hasta que rato después mi mente le reconoció. Me quedé quieta por un segundo y me volví despacio para ver si realmente era él o mi imaginación demasiado desarrollada, respiré con alivio cuando vi que ya no había nadie. Volví a darme la vuelta para continuar por mi camino y me lo encontré de frente. Grité del susto y del miedo. ¿Cómo había hecho eso?, lo más inquietante: ¿Qué estaba haciendo ahí? Haciendo caso omiso a mi grito y alegre como si no pasara nada, como si fuéramos amigos de toda la vida e hiciese mucho tiempo que no nos veíamos me saludó con dos besos. La gente pasaba entre nosotros sin notar mi incomodidad ni el miedo que estaba procesando en ese momento.

  • ¿Vas a casa?

Negué con la cabeza. Ahora mismo daría media vuelta y echaría a correr hacía la facultad de nuevo.

  • Pues parece que si. Venga, no tengas miedo. Te acompaño hasta el portal.

Y cogiéndome suavemente del brazo tiró de mi para que andase, quité de un rápido movimiento mi brazo de su mano. No iba a hacer lo que me pidiese. ¿Qué pretendía? Cada vez estaba más asustada, busqué a alguién por la calle a quien pedir ayuda, pero no había nadie ya pasando por allí. Solo pasaba alguna gente cuando abrían el semáforo de peatones, situado un poco más allá. Ahora estaba cerrado y quedarían aún al menos 5' para que abriese de nuevo.

  • Venga no te hagas de rogar, que eso ya lo has hecho demasiado.- me ordenó. Su voz amable había desaparecido. Se colocó a mi lado y cogiéndome por la cintura caminamos, él me iba medio arrastrando camino hasta mi portal. Estaba muerta del miedo. ¿Qué iba a hacer conmigo ese loco? Y como si leyese mi mente me contestó al oído:

  • No te voy a hacer nada que tú no quieras que haga, venga abre la puerta.

Con las manos temblorosas, saqué las llaves de mi bolso y me como me ordenó: abrí la puerta de mi portal. Entramos los dos al oscuro rellano. No entraba ni un poquito de luz porque ya era de noche. Sentí sus manos en mi cintura, y pesé al miedo que estaba sintiendo noté que algo en mi interior me estaba diciendo que pese a todo me estaba comenzando a poner aquello. Soy una enferma, me dije. Seguro que me quiere violar y yo me estoy poniendo cachonda de solo pensarlo.

Con determinación pero con suavidad y casi dulzura, me arrinconó contra una de las paredes del portal, se agachó para besarme y casi más por orgullo que por lo que sentía, pues me moría de ganas de que lo hiciese: me aparté. Él solo se rió por lo bajo y sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, eran unas manos rudas y conocedoras de los secretos femeninos pues enseguida noté mi cuerpo arder de lujuria con solo la leve caricia que me estaba dando. Volvió a intentar besarme y de nuevo me quité, no...no le daría el gusto. Así no se hacían las cosas. Se inclinó un poco más hacía mi y cerca de mi oreja derecha me susurró: Sé que lo estás deseando. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, acompañado de un palpito en mi coño que ya estaba lubricando. No podía ser...me estaba poniendo y no veáis de que manera. Rió de nuevo y al sentir como mi cuerpo comenzaba a responder a sus caricias. Cómo inevitablemente mis piernas dejaban paso a una de sus manos ávidas por llegar a rozar dentro de mis muslos, noté de nuevo su aliento cerca de mi boca y esta vez no me resistí. Estaba fuera de mí ya. Me besó por fin. Sus labios se posaron suavemente en los mios, no pude evitar ese gemido y mis piernas temblaron un poco, sus manos volvieron a mis caderas y me atrajeron hacía sí, fuí yo quien profundicé el beso, quien mi lengua buscó la suya en un desenfreno de placer. Contento por mi respuesta, me volvió a recostar contra la pared, ya no me besaba los labios, si no que lu lengua no dejaba de jugar con mi cuelo y mi lóbulo de la oreja, no podía dejar de gemir...bajo, muy bajo solo para él.

Sus manos se volvieron a mover de nuevo, esta vez directas a mi pechos, comprobando hasta que punto me había puesto de cachonda. Volvió a reírse y mientras una de sus manos jugueteaban con mis pechos por encima de la ropa, la otra se introdujo dentro de mis leggins tejanos que me había puesto esa mañana. Un dedo rozó el elástico del culotte, bajando aún más acariciando despacio mi sexo, ahogué un gemido profundo y me abandoné a él por completo. Sabiendo que no podía aguantar más. Nos miramos a los ojos y nos volvimos a besar.  Con suavidad, aún seguíamos besandonos. Me empujó caminando de espaldas hasta el ascensor. Le llamé sin dejar de acariciarle, mi cuerpo que se había quedado paralizado por el estupor y el miedo y luego por el placer y el deseo, habían comenzado a trabajar. Le acariciaba el pecho por encima de la ropa, el culo, el paquete. Que ya se podía apreciar su miembro hinchado y duro.

El ascensor llegó y entramos. Me quité el abrigo y se lo quité ansiosa a él. En menos de diez segundos estábamos en mi piso, las puertas del ascensor se abrieron y salimos, tras coger los abrigos. Con ansiedad abrí la puerta de mi piso y le hice pasar. Cerré puerta tras de mi y me lancé a sus brazos con lujuria desmedida. Él me alzó y torpemente me llevó, siguiendo mis indicaciones a mi habitación. Cerró la puerta conmigo en brazos y me depositó con dulzura en la cama. Se inclinó para seguir besándome, yo no quería besos. No quería nada más que ser suya. Que me penetrase con ese trabuco que había podido palpar antes. ¿Para eso había venido no? Pues valió la tontería de los besos. Me levanté de un salto, y este me miró sorprendido. Me bajé de la cama y me coloqué enfrente suyo. Me agaché y rápida como una bala mi mano fue directa de nuevo a su paquete al que empecé a acariciar por encima de la ropa, el se recostó un poco para disfrutar con mis caricias. Mi mano desabrochó el cinturón y el botón del pantalón vaquero que traía mi amigo Marcos. Impaciente por saber como continuaría la cosa se los bajó de un tirón, dejando ver sus boxer en estado tienda de campaña. Era una hermosa polla, por lo que se podía adivinar. Con suavidad le bajé también los calzoncillos, seguro que se esperaba que continuase mis caricias por encima de ellos, lo siento Marcos: necesitaba tocarla, sentir su piel, su calor y por supuesto su sabor. Me quedé sorprendida por su tamaño (unos 20 cm) y su grosor, como había previsto se trataba de una señora polla, que en breves iba a tener en mi boca y en mi coño, cada vez más mojado. Le cogí con suavidad esa tremenda verga y le comencé a pajear, el cerraba los ojos y dejaba soltar de vez en cuando: un si...oh...si...qué bien. Sigue...Pronto me cansé de masturbarle, quería sentirla en mi boca ya, aunque dudaba seriamente si me entraría completa por lo que comencé a darle pequeños besitos, primero por la punta y luego por el tronco, seguí lamiendo a medida que descendía. Me gustaba sentir su dureza, su suave sabor a hombre, ese calor palpitante de su miembro. Me deleite cuando soltó un gemido gutural cuando la metí, poco a poco en la boca. Suavemente, con paciencia. Las cosas, o se hacían bien o no se hacían. Comencé a moverme lento y él movía al mismo son sus caderas. Le miré a los ojos mientras lo hacía y esto le volvió aún más loco de placer. Colocó sus manos en mi cabeza y mientras me acariciaba el pelo me movía sin hacer presión al ritmo que me indicaba. Tras varios minutos así me rogó entre gemidos que parase o se iba a terminar corriendo ya. Contenta y aunque me moría de ganas de que lo hiciese en mi boca, lo dejé. La verdad es que tenía más ganas sentirla dentro de mi.

Le miré a los ojos y vi en ellos el deseo. Se levantó de un salto y me hizo levantarme, me desnudó con prisas como si llevase mucho tiempo queriendo hacer aquello, cuando estuve completamente desnuda ante sus ojos se relamio y aquello hizo que me encendiese más. Me pidió que me tumbase en la cama y eso hice. Se acostó a mi lado y comenzó a acariciarme. Primero la cara, bajó por mi cuello, sus dedos apenas hacían presión eran suaves y me hacían cosquillitas, unas maravillosas cosquillitas que hacían que me encendiese más y más. Bajó por mi pecho, se entruvo un rato grande jugueteando con mis duros pezones. Sus ojos casi se salían de sus órbitas, observando mi cuerpo como si nunca hubiese visto a una mujer desnuda gozando con sus manos. Eso me hizo sentirme sexy y deseable. Me gustó y sonreí con picardía. Él seguía en recorrido explorando cada rincón de mi cuerpo, ahora estaba bajando lentamente por mi barriguita plana y suave, todo el poco pelo que tenía se me erizó y un calor insoportable dentro de mi ser pedía ser calmado ya. Abrí las piernas, rogándole sin palabras que me tocase por allí ya. Pues no aguantaba más. Marcos se dió cuenta de esto y con dulzura y una mirada de ternura me las volvió a cerrar, queriéndome decir con esto que iba a tener que esperar y sufrir por ser acariciada allí como yo le había hecho sufrir con mi indiferencia. Ahora olvidada hacía rato. Sus manos continuaron bajando, suavemente y lentamente por mis caderas, por mi pubis. Mi sexo latía violentamente, y estaba empapada por mis jugos. Gemí casi sintiendo un orgasmo y sin ser tocada. Su boca se posó en la mía, y como sus manos antes, que ahora acariciaban mis muslos, comenzó un reconocimiento del terreno con la boca, besaba mi cuello, lamia mi oreja, chupana mis pechos, daba pequeños mordisquitos a mis duros pezones. Yo solo podía nada más que entregarme por completa a ese hombre desconocido al que tanto había despreciado y ahora estaba dándome más placer que ningun otro. Mis manos buscaron su torso y bajaron ávidamente, al contrario que él: directo a su sexo. Mi intención era volverle loco para que se dejase de chorradas y me la metiese de una buena vez. Él debió adivinar mis intenciones porque en mitad de mi operación me retiró las manos y me dijo que estuviese quietecita, que disfrutase tan solo. Que quería devolverme todo lo que él había pasado al leer nuestras conversaciones. Sus manos ahora estaban acariciando mis tobillos, una zona que desconocía como erógena pero que a mi me estaba poniendo a mil, bueno igual no era el tobillo solo sino todo en general. Su boca estaba bajando por mi pancita. Mis sentidos estaban fuera de sí. ¡No podía más! Volví abrirme de piernas y le rogué por favor terminase con aquella tortura tan placentera. Marcos se rió de mi de nuevo y negó de nuevo cerrándome las piernas.

  • Aprende a ser buena, chiquilla. Tú has tardado mucho en darme lo que quiero. Ahora tú esperarás.

Sus besos volvieron a empezar de nuevo su recorrido, y sus manos igual. Haciendo que casi llorase de la impaciencia. Él no hacía más que reírse de mi, de mis caras y de mis jadeos. Aunque noté como sus manos y su boca me recorrían con más rapidez que antes, ya no se detenían mucho tiempo en sitos prescindibles, en poco tiempo puede notar su aliento y sus dedos dentro de mis muslos, los abrí despacio. Marcos se acomodó lo mejor posible para continuar con su excelente trabajo o castigo para mi. Un dedo recorrió mi rajita de arriba abajo, gemí al sentirlo y me abrí más de piernas. Su boca se inclinó y sopló varias veces sobre mi coño antes de recorrerlo con su ávida lengua. Su saliva y mis jugos se mezclaban. Mis descontrolados gemidos se perdían por la habitación. Entonces sentí mientras su lengua se entretenía con mi clítoris, como fue introduciendo uno de sus dedos. No pude aguantarme más, entre convulsiones y espasmos me corrí en un desenfrenado orgasmo. Sin embargo Marcos no se detuvo, me miró con su cara empapada por mis jugos y sonriendo volvió a agacharse, volviendo a pasar su lengua por mis labios y por mi entrada, luego regresó de nuevo al clítoris, mientras con dos de sus dedos me follaban sin pasión mi coño, cada vez más mojado, cada vez más dilatado, cada vez más caliente. Era un millón de sensaciones lo que esa lengua y esos dedos me estaban haciendo vivir. No podía dejar de jadear, jadeaba como nunca. Me movía yo misma en un intento desesperado de notar más adentro sus dedos en mi. No se detuvo, no dejó su trabajo de castigarme hasta que no me vine una vez más. Tuve que cerrarme de piernas, quería retener ese momento. Ese tremendo orgasmo. Estaba cansada y muy relajada pero no había terminado conmigo.

  • Ponte de rodillas mirando hacía allí- me ordenó, sin ser brusco o autoritario. Obedecí sabiendo que me iba a follar por fin.

Me puse a cuatro, dándole la espalda encima de la cama, él de rodillas en ella, se colocó por detrás de mi. Colocó su falo en la entrada de mi ardiente coño. Solté un pequeño gemido cuando noté como hacía presión para introducírmela. Esta vez no fue lento, me la metió de un solo empujón. Sintiendo un dolor abdominal cuando lo hizo, aquella polla casi me traspasaba. Apreté los dientes antes el dolor. Él me cogió por la caderas y comenzó un suave vaivén. Yo no podía dejar de acompañar sus movimientos con un gemido final, sentía como su polla ardiente se abría paso por mis paredes vaginales y al final hacía tope con mi pequeño cuperpecito. Era una gozada. Pronto él comenzó a encenderse y empezó a moverse más deprisa. Mi cuerpecito temblaba con cada embestida y nuestros jadeos se entremezclaban con el sonido de muelles de la cama. Poco a poco fui yo la que empezó a moverse en un frenético moviento en busca de un nuevo orgasmo. Él se inclinaba hacía mi, me mordía un hombro, yo gemía de placer. Me besaba el cuello, me pellizcaba mis pezones, o simplemente me marcaba el paso agarrado a mis caberas. Mientras nuestro placer aumentaba y nuestros movimientos incrementaban, él me decía cosas como: "mmm cómo me gusta tú coño, que apretado lo tienes.", " eres toda una zorrita, como me estás poniendo" y aquello hacía que yo me pusiese aún más. Sentía su polla ir y venir dentro de mi. Me iba a correr, lo sabía. Entonces noté como sus manos dejaban de guiarme por mis caderas y una buscó de nuevo mis pechos, estrujándolos con fuerza, mientras que la otra fue directa en busca de mi clitoris al que empezó a masajear con cierta dureza e insistencia. Aquello era más placer del que podía soportar, mis piernas cedieron un poco y enseguida note como venía mi tercer orgasmo, me corrí como nunca antes lo había hecho. Me quedé quietecita saboreando ese placer extremo mientras Marcos seguía follando mi coño desde atrás. Tras correrme mis brazos cedieron y dejé mi cuerpo caer, tan solo dejé mi culo en pompa para que ese maestro del placer continuase con sus terribles embestidas. Entonces dejó de moverse él también y noté como la temperatura de su miembro aumentaba y descargaba dentro de mi todo su semen. Rendido besó uno de mis hombros y se dejó caer sobre mi.

Nos quedamos exhaustos tirados en la cama. Como estaba tan relajada y tan cansada me quedé dormida. Horas más tarde desperté y mi amante había desaparecido. No había ni rastro de él, ni nota, ni nada. Había recogido sus cosas y se había ido. No le di importancia. Luego hablaría con el por badoo. Sin embargo después de cenar y una ducha rápida para dejar de oler a sexo puro, me conecté y no lo vi por allí. Me resultó raro porque siempre soliamos hablar a esas horas. Le busqué por los perfiles y le encontré poco después. Había cerrado su cuenta. No iba a volver a saber nada más de él a no ser que él quisiera. Un nudo se me puso en el corazón.

Gracias por leerme y por vuestros comentarios. Si he cometido alguna falta de ortogrfía lo siento mucho. No dejeís de comentarme. Ya sea para felicitarme o corregirme...es lo que me permite continuar y mejorar!