El dealer

Se sacó el corpiño y se estrujó las tetas para él. Acto seguido, se dió media vuelta y agachándose sobre la mesita, se bajó despacio la bombacha, luciéndole la concha depilada y sobre todo el culazo que la honra.

- No nos queda maría ni para un triste porro.

- Fumamos mucho anoche. Estamos a final de mes, no tenemos plata para más.

- Venga, algo tendremos suelto.

- No. No voy a pasar hambre para que te infles a porros. Siempre podemos chupársela uno de los dos, ¿a cuál creés que preferiría? – le pregunté con sorna.

Se fue dando un portazo. Empezaba a preocuparme, estaba fumando demasiado. Lo que empezó como una broma, se estaba convirtiendo en un problema. Naturalmente el día lo pasó malhumorada, nerviosa, yendo de acá para allá. No hubo manera de que conciliara el sueño a la noche, ni que me dejara a mí. A las 3 de la mañana más o menos estalló.

- Se la voy a chupar. O lo llamas tú, o voy yo a donde esté.

La miré. Me lo tomé en serio, la vi capaz. Sabía que la estaba pasando mal con la abstinencia. Era difícil decirle que no a pesar de que el orgullo me dolía. Lo peor de todo es que la idea se la inculqué yo.

- Está bien, mañana lo llamo.

Eso la calmó lo suficiente para que su durmiera, pero yo no descansé el resto de la noche.

A la mañana siguiente, opté por hacerme el boludo un poco pero ella en el desayuno me recordó nuestro arreglo. No tenía opción, me preocupaba que fuera y el hijo de puta del camello se aprovechara de ella. Lo llamé. Era un antiguo compañero del secundario, negro adoptado por una familia de la localidad. De ahí que tuviera un nombre muy español. No teníamos más relación que la de antiguos compañeros y actual proveedor de droga. Normalmente yo me acercaba a comprarle, así que tuve que inventarme una excusa para que viniera. Me dio mil vueltas, tuve que ser creativo, pero al final dijo que al mediodía estaría por la zona y se pasaría.

Cuando llegó, lo hice pasar al salón. Él se sentó en el sillón largo, yo en el individual, al lado. Sacó de su mochila la mercancía y la dejó arriba de la mesita.

- Tío, para pedirme la mierda de siempre no sé para qué cojones me haces venir hasta aquí.

- No es lo de siempre. ¡Mi amor! ¿Puedes venir a pagarle?

De una puerta enfrente mío, a la de izquierda suya, salió mi novia, ataviada solo con un corpiño y unas tanga negra de encaje. Los segundos que tardó en llegar hasta nosotros se me hicieron eternos, el corazón me latía muy fuerte. Sin embargo, intenté aparentar normalidad. Nuestro dealer, que no entendía qué pasaba, alternaba miradas entre ella y yo.

- ¿Qué cojones es esto?

- Pasa que andamos cortos de efectivo, nos preguntábamos si podíamos pagarte… en especie.

Nos miró alternativamente una vez más. Sonrió y, recostándose en el respaldo, se abrió de piernas. Ella recorrió los últimos metros que los separaban y se arrodilló ante él. A continuación, le agarró el elástico del chándal y se lo bajó hasta los tobillos. Afloró una buena morcilla, oscura como una sombra, más que el resto de él.

Acordate lo que te pedí. – le dije. Ella asintió y se agachó sobre aquella morcilla.

Durante unos minutos solo se escucharon los suspiros de él y el chapoteo de ella. Me sentía azorado, humillado. Estaba viendo en vivo cómo la persona que amaba le daba placer a otro hombre, que se sentía superior, dominador. Sentía la cara caliente, arritmia en el pecho y una erección en el pantalón que ahondaba la herida en mi amor propio. No sé cuánto estuvieron así. De repente el tiempo se había convertido para mí en una sustancia espesa y viscosa a la que le costaba mucho desplazarse. Mi novia chupaba y chupaba, no se cansaba tan rápido como conmigo, aunque tal vez eso fuera sensación mía.

- Ven cariño, sube aquí que te voy a follar. – dijo él, separándola de su pija.

- Para la mierda que nos traés, follar me parece demasiado premio. Solo te la va a chupar.

- Si tu chica lo está deseando, ¿verdad, cariño?

- Solo chupar te dije. Un kilo es un buen precio por follar.

- JAJAJAJAJA, ni de coña, tío, con lo que gano con un kilo puedo pagar la mejor puta.

- Pero sería una puta, que se la folla cualquiera que tenga el dinero. Ella no es puta.

- Conozco cualquier cantidad de yonquis que se dejarían follar el culo por una dosis.

- Te digo lo mismo, así como a vos, lo harían con cualquiera, no es su caso.

- ¿Eres maricón, tío?

- Más lo sos vos si le hacés ascos al polvo más fácil de tu vida.

Ella mientras se puso a chupar de nuevo. Él se quedó mirándola, pensativo.

- A ver, guapa, levántate.

Desacoplándose de su pija nuevamente, se quedó parada enfrente de él.

- Quítate todo.

Se sacó el corpiño y se estrujó las tetas para él. Acto seguido, se dio media vuelta y agachándose sobre la mesita, se bajó despacio la bombacha, luciéndole la concha depilada y sobre todo el culazo que la honra. Él puso su asquerosa mano sobre el blanco culo, el contraste de colores era evidente. PLAF, le soltó un cachetazo, y siguió acariciando. La situación era denigrante, la medía como quien mide los dientes de un caballo.

- De acuerdo, te traeré esta noche el material. Tener esto a cuatro patas tiene que ser una gozada, ¿no?

Forcé una sonrisa de asentimiento, que más debió parecer una mueca. Ahí estábamos los dos, negociando a mi novia como si fuera una mercancía en un zoco. Sentí mucha repulsa en ese momento. Cerrado el asunto, ella aprovechó la pausa para reunir fuerzas y terminar su tarea.

Su polla brillaba con la baba de mi novia, hacía un esfuerzo muy grande por abarcar lo máximo posible. Su mano acariciaba su negros abdominales, devolviendo el contraste étnico. Diría que estaba haciendo una buena tarea y como nadie es de piedra, al final él gimió y sujetó con fuerza su cabecita rubia, claramente derramándose sobre la boca de mi novia, que se quedó quieta. Cuando la presión mermó, se retiró para cumplir lo que le había pedido, escupió la semilla negra en el cenicero que teníamos en la mesita.

- Qué fina de repente. – dijo con sorna, y subiéndose los pantalones agregó – Bueno, nos vemos esta noche.

- Joder, podrías haber preguntado si me lo quiero follar. – me dijo cuando aquel cerró la puerta.

Yo la miré un momento y luego la arrastré de los pelos hasta la cama de nuestra habitación.

- Drogadicta de mierda, no me humillaron tanto en la vida y es por tu culpa hija de puta. Y encima me venís con remilgos y seguro que estás empapada.

Me tiré sobre ella. En medio del forcejeo, como pude me saqué el pantalón y me ensalivé la pija. Se la mandé de una. Como supuse, estaba lubricada, aun así una entrada tan violenta le dolió. Me la cogí con furia, con bronca, necesitaba reafirmar mi hombría, marcarla, que se sepa que es mía. Cesó su resistencia ante mi energía. No me acuerdo si disfrutaba, no me importaba en ese momento. La di vuelta y la puse a cuatro patas. Otra vez, como un pistón neumático, pero estaba vez aproveché para dejarle las nalgas como las del mandril a base de chirlos.

A pesar de mi énfasis, mis fuerzas empezaban a mermar. Como no quería que se me quedara corto el escarmiento, la saqué de su encharcada cajeta, le puse una buena cantidad de saliva y le apunté al hermético. Creo que protestó, no me interesó mucho. No fui bestia, si la desgarraba tendría que dar explicaciones en hospital y eso no convenía a nadie. Pero sí fui firme, y se la puse hasta al fondo. Unos minutos y le llené el culo de leche.

Se desplomó en la cama. Yo, bañado en transpiración y con el miembro un poco sucio, me fui a bañar. Cuando salí, seguía igual, parecía dormida o desmayada, no conozco la diferencia. La tapé y me fui de la habitación.

Al cabo de unas horas la escuché moverse. Se metió en el baño. En la cama había manchas, así que cambié las sábanas. El sol estaba poniéndose, calculé que no tardaría en llegar el negro. Cuando salió, le tendí el porro, al que dio una calada larga. Relajó la tensión en el rostro, como si de repente recordara por qué era todo esto. Se puso el body sensual de las ocasiones especiales, lo que me devolvió la bronca. Hablamos de intrascendentes hasta que sonó el timbre.

Nada más entrar, sacó el material, venía envuelto como si fuera un ladrillo.

- Es de la mejor, tío, por las molestias. Entonces, guapa, ¿te parece si empezamos?

- Esperá, voy a pesarla.

- Cabrón, ¿y esta desconfianza de pronto? ¿Te he engañado alguna vez?

- Vas a follar con mi novia, no quiero ser imbécil al cuadrado.

Lo pesé y muy a mi pesar hasta había unos gramos de más. Sin poder objetar nada, él empezó a comerle la boca a ella, que le correspondía con ansia. Imagino que estaría con ganas, pero también como revancha por lo del episodio de horas antes.

Cuando enfilaban para la habitación, los frené.

- La puerta abierta y con condón. Te lo sacás y te juro que te apuñalo, negro de mierda.

- Tranqui, tío, tu chica va a estar bien cuidada.

Se fue riéndose y los dos abrazados por la cintura. Enseguida empezaron a llegarme las voces y sonidos de dos personas teniendo relaciones. Era una tortura. Me armé un canuto para ver si me tranquilizaba pero ni así. Me martillaban la cabeza sus gemidos. No quería pero al final me acerqué sigilosamente a la habitación. Desde el marco vi unas espalda y culo negros, y sobre los hombros, unos pies blancos tan conocidos por mí. Se sacudían al ritmo que marcaban las contracciones del culo. Le daba y le daba, ella gemía y cerraba sus manos sobre la sábana. No existía nada más que esa polla de ébano taladrándola.

De nuevo el tiempo se volvió algo denso, así que no sé cuánto pasó hasta que cambiaron de postura. Me descubrieron en mi posición. No me dijeron nada, se limitaron a ponerse ella a cuatro patas mirándome de frente, él lo mismo pero atrás. Se la metió y ella gimió largo. Le sucedían los orgasmos, conozco sus respuestas en la cama. Gozaba, y eso a mí me mataba. Y también me mataba el dolor de la presión de mi erección. Una parte de mí me decía que me rindiera ante el hecho consumado y disfrutara de la mejor paja de mi vida. Otra abogaba por permanecer estoico y no perder el poco amor propio que me quedaba.

­ - Vale, guapa, llegó la hora de probar este culo precioso.

Ella solo esperó, mirándome fijamente. Yo la miraba a ella. Ni su culo me quedó. Era la sumisión total. Sentía mucho dolor, ahí estaba el amor de mi vida, vendida a otro. Y la erección se hizo más grande y más dolorosa si cabe. Pero al menos la angostura de ese reducto facilitó la precipitación del final. El tipo acabó, llenando el forro de su semilla. Se desacopló y se fue al baño. Ella, todavía a cuatro patas, me preguntó:

- ¿Vas a follarme o puedo ducharme?

No le dije nada y me fui al sillón. Cuando salió él, se morrearon. A continuación, ella entró en el baño y él se puso a vestirse. Se sorprendió cuando salió y vio que el otro todavía no se había ido.

- Se portó bien, cumplió su palabra, así que lo invité a cenar, estoy calentando pizza. ¿Una cerveza?

Un poco de charla insustancial hasta que el negro cayó rendido sobre el sillón.

- ¿¿Qué le pasa!? – preguntó ella.

- Lo drogué.

- ¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué estás haciendo?

No dejó de preguntarme eso mientras arrastré su cuerpo hasta la bañera. Era grande, me costó mucho meterlo adentro. Una vez ahí, lo apuñalé en el cuello. Ella gritó, por lo que tuve que correr a callarla.

- ¿Pensabas que iba a dejar que este negro sorete te cogiera sin más? Mirá lo que tengo que hacer por tu culpa, drogadicta de mierda. Con la mierda que tenés en sangre, no me va a costar nada decirle a la policía que te lo trajinaste y lo mataste estando drogada, así que mejor quedate calladita.

A partir de ahí, el resto fue ocultar las pruebas. Limpiar la bañera, cargar el cadáver en su coche, llevarlo a cualquier lado, dejar un poco de droga y abandonar el vehículo en un lugar apartado.

Ella dejó las drogas. La policía lo atribuyó a un ajuste de cuentas y cerró el caso porque a nadie le interesa que se haga justicia por un puto camello de mierda.