El de seguridad me lleva a ver al director

Siguen las andaduras de Tamara siendo dominada en un hotel. Tercera parte.

Caminar desnuda, con un pareo que no cubre nada puede resultar vergonzante para cualquiera, pero no para mí.

Me gustaba ver las caras de aquella de los clientes del hotel contemplándome, algunas horrorizadas y otras excitadas. Nunca me había dado pudor enseñar mi cuerpo, nacemos con él y morimos con él, cada uno lo cuida a su manera y a mí me gustaba mimarlo.

El de seguridad, un hombre de unos cincuenta, bastante pasado de peso y sudoroso, no dejaba de repasarme. Relamí mis labios provocadora, uno como él jamás soñaría estar con alguien como yo y lo sabía.

Trataba de que no se le pusiera dura pero era inevitable, y a mí me hacía gracia verlo en aquel estado de excitación rabiosa.

Entramos por una puerta lateral que daba a un ascensor privado, de ahí subimos al piso más alto.

El ascensor no daba a un despacho, sino a una gigantesca suite con uno incorporado.

Cómo se las gastaba el director…

—Desnúdese —dijo el seguridad.

—¿Cómo?

—El señor Mendoza me pidió que la trajera tal cual la encontrara, si he dejado que se cubriera durante el camino era para no escandalizar más a los huéspedes, suficiente ha hecho. —Alcé las cejas altiva.

—¿Eso crees? ¿Qué escandalizaba a los clientes? Yo también soy una clienta.

—Pues  más bien se parece a una puta.

Solté una carcajada bravucona.

—Y tu un pajillero salido que jamás captarás a una hembra como yo. O piensas que no sé que te la he puesto dura. —Me quité el pareo sin dejar de mirar el tímido paquete que trataba de llamar mi atención—. Encima la tienes pequeña, menuda joya…

—Antonio —llamó una voz masculina que reverberó hasta nosotros—. Pasad.

El segurata casi se mea en los pantalones.

—Sí señor Mendoza —me agarró con fuerza del brazo y tiró de mí.

—Camina, puta.

—Para ti, señora puta, pajillero.

Una cosa era seguir órdenes y otra dejarme intimidar por cualquiera. Ese hombre no merecía nada de mí. Es más me daba asco, olía un poco a rancio, a exceso de sebo y un pelín de falya de higiene.

Si yo fuera el director lo mandaba directo a la ducha.

Arrugué la nariz entrando en la amplia estancia, donde una enorme mesa de madera la presidía.

De pie con las manos apoyadas, vestido con un traje de Armani y una expresión que envidiaría el mismísimo Diablo, estaba él. El director.

Mi vagina se contrajo nada más verle, por el poder que destilaba.

Era un hombre atractivo, de unos treinta y tantos. Moreno, ojos negros y un cuerpo que parecía muy cuidado. Seguro que iba al gimnasio.

No me miró el cuerpo sino directamente a los ojos, lo que llegó a intimidarme provocando que bajara la mirada al suelo.

—Aquí la tiene señor, ella es la clienta de la que se quejó la señora Morales. Estaba desnuda con las piernas abiertas y sus piernas chorreantes de flujos.

—¿Has comprobado que chorreara como admitió la clienta? —Un momento, esa voz…

Levanté la cabeza y le miré con fijeza creí verle sonreír, pero esa sonrisa nunca llegó a sus labios.

—No, yo, eh… bueno creo que sí.

Titubeó Antonio.

—No basta. Compruébalo.

—¿C-cómo? —Aquel cerdo sudoroso temblaba.

—Que le separes las piernas y la toques para ver si es verdad lo que decía la otra clienta.

El vigilante tragó con fuerza.

—Pero…

—¿Verdad, señora Ruano que le permite a Antonio explorarla vaginalmente para demostrar su inocencia? —Ahora la que tragó con fuerza fui yo. Sabía mi apellido y yo ni siquiera le había dado mi nombre.

—Sí —admití separando las piernas sabiendo lo que el seguridad iba a encontrar.

—Lo ves, Antonio, la señora Ruano está dispuesta, métele los dedos.

El hombre se acercó, su aroma desagradable subía por mis fosas nasales pidiéndome a gritos que me apartara, pero no lo hice. Dejé que sus dedos morcillones me penetraran varias veces para sacarlos completamente empapados en lefa y mis propios jugos.

—E-está chorreando, señor.

—¿Y es solo de ella?

—No, no puedo saberlo.

—Claro que sí, pruébalo, un hombre tan curtido como tú, seguro que sabe si su coño sabe a hembra o a algo más.

—Se-señor, yo… —Su arrogancia y autoridad me encendían como una moto.

—Tu sueldo de este mes depende de ello, aunque si lo prefieres puedes probarlo directamente de su coño. Seguro que la señora Ruano lo prefiere. ¿O me equivoco? —inquirió dirigiéndose a mí.

—No, no se equivoca —sabía que esa era la respuesta que esperaba y se la di.

—Muy bien, siéntese en esa silla con brazos y suba las piernas a ellos para que Antonio pueda saborearla.

Lo hice, me acoplé a ella dejando mi sexo completamente abierto a ellos. Antonio se arrodillo y comenzó a rebañarme el coño con gula.

Fui incapaz de no jadear. Aunque me daba asco el morbo podía conmigo y su lengua me trabajaba a las mil maravillas, era ancha algo rasposa, casi como la de un gato. Y se metía en mi interior recolectando todos los jugos.

Mis caderas comenzaron a moverse hacia él involuntariamente.

—Cómele el culo también, creo que allí puede haber algo.

El seguridad, obedeció y su lengua rebuscó en mi ano.

El director Montoya se acercó y esta vez sí que me sonrió con soberbia, el muy cabrón sabía exactamente lo que estaba haciendo. El asco y placer que me causaba. Tenía los pezones erectos y el coño encharcado.

—Bien Antonio —pasó su mano por el hombro cuando el susodicho seguía con la lengua en mi culo—. ¿A qué sabe la señora Ruano?

El rosado apéndice abandonó mi ano, que lamentó su pérdida.

—A puta y a lefa.

—Lo que sospechábamos. Esto no puede quedar así. ¿Verdad que no señora Ruano?

—No.

—Tiene que ser castigada y en eso Antonio es muy bueno. ¿Quiere que Antonio le de su merecido?

—Sí, quiero —respondí a sabiendas que entregarme a Antonio no era lo que quería, pero que si eso hacía feliz a ese hombre me sometería.

—Bien. Toda tuya, Antonio.

El de seguridad me levantó y colocó con el torso sobre la mesa de despacho, me dijo que me agarrara y que no quería oírme.

Escuché cómo se soltaba el cinturón. Y rápidamente supe al castigo que el director se refería.

El primer golpe dolió tanto que grité.

—¡Calla puta! —exigió Antonio repitiendo el golpe en el mismo sitio y con la misma intensidad.

La piel me ardía y el dolor era demasiado intenso. Nunca nadie me había puesto la mano encima y ese despojo estaba siendo el primero.

Me agarré con mucha más fuerza los nudillos se me estaban poniendo blancos cuando cayeron dos golpes secos más intensos que los anteriores. Los ojos me escocían por las lágrimas contenidas. Seguramente me quedarían señales.

Mendoza rodeó la mesa y sus ojos se pusieron a la altura de los míos, contemplándome con orgullo y ese fue motivo suficiente para que aguantara cada estallido que coloreó mi piel.

Cuando se dio por satisfecho Antonio hizo que me arrodillara y puso su polla pequeña y peluda en mi boca. El sabor y el hedor a pis me daba náuseas y aun así dejé que me la follara. Me daban arcadas.

—Si vomitas —me advirtió Antonio—. Te lo haré comer.

Ante esa imagen casi lo hice, pero aguanté. Tiraba de mi pelo hacia atrás con fuerza. La grasa de su barriga y el pelo de su pubis apenas me dejaban aire. Y cuando llenó mi tráquea de leche, me atraganté dejando caer algo por la nariz.

Antonio, enfadado me agarró de la cabeza y la empujó hasta el suelo.

—Come perra, lo quiero todo limpio. Al señor Mendoza no le gustan las manchas.

Saqué la lengua y limpié el suelo, lo lamí como me pidió hasta que no quedó nada.

—¿Quieres que la señora Ruano haga algo más para que aprenda  Antonio?

—Estaría bien que me comiera el culo y las pelotas como antes hice con ella. Mientras me hace una paja. Tengo leche acumulada, hacía tiempo que no estaba con una puta así.

—Por supuesto que sí, ¿verdad señora que lo hará?

—Sí.

Admití desde la repulsión más profunda.

—Antonio, ocupa el asiento donde antes estaba la señora Ruano y déjala hacer

Tuve que hacer tripas corazón antes de meterme aquellas dos bolas peludas entre los labios. Dios era asqueroso sentir tanto pelo en la boca. Me daba muchísima grima.

—Se te está haciendo una bola de pelo, ¿gatita? —me increpó el director detrás de mí sin dejar de hacerme sentir su mirada—. Baja más abajo, ya has oído a Antonio, quiere el ojete reluciente.

Cuando me las quité de la boca y bajé lamiendo hasta aquel agujero negro, tuve que dejar de respirar. Se notaba que el guarro de Antonio había ido al baño pero no se había limpiado bien.

—Puede que des con algún tropezón —se jactó—. Pero no dejes de lamer.

Aquello fue lo más asqueroso que he hecho nunca. Jamás me había sentido tan denigrada y cachonda al mismo tiempo. Porque aunque pareciera extraño mi coño respondía y goteaba frente a la humillación.

No dejé de meter, sacar y rebañar el peludo esfínter, escuchando sus jadeos, a la vez que mi mano se la machacaba. Antonio no dejaba de insultarme, el director acariciaba mi pelo felicitándome por lo buena gatita que era hasta que un grito y un chorro caliente impactó contra mi frente.

Antonio se había vuelto a correr. Mi mano goteaba y había resto de semen en mi cara y su barriga.

—Limpia —me espoleó haciéndome subir para tragar su segunda corrida.

—Ambos lo habéis hecho muy bien. Estos días la señora Ruano estará a mi cargo como puta del hotel. Si algún cliente demanda sus servicios quiero que me lo hagas saber. No te canses de recomendarla a nuestros mejores clientes, Antonio, ya sabes que para nosotros es muy importante que el cliente quede satisfecho. ¿Tú lo estás?

—Mucho, señor.

—Bien, entonces lleva a la señora Ruano a la habitación, necesita una ducha y huele un poco mal.

—¿Está de acuerdo en ser mi gatita puta, señora Ruano? —Temblando de necesidad lo miré a los ojos y asentí—. Bien, tiene prohibido correrse hasta que yo se lo ordene. Ahora puede volver a su cuarto, ya han pasado las dos horas. Solo tiene por delante una semana de obediencia. Dame las gracias gatita puta.

—Gracias amo.

—Maulla.

—Miau.

—Eso está mejor, ahora lárgate. No me gustan los animales que huelen a mierda.

Me levanté del suelo y esperé a que Antonio se vistiera para que me acompañara.

Mi estancia en el hotel no iba a dejarme indiferente.

Continuará…

Si te ha gustado espero tus comentarios.

Miau.