El curioso pertinente (3)

A dulce Angélica está casada con un hombre mucho mayor que él. La visita inesperada de su sobrino Rico pondrá al matrimonio en una incómoda situación: Rico estará dispuesto a todo para acostarse con su joven y apetecible tía y su marido no esperaba preparado para una competencia tan dura... y larga

Por la mañana ya me había pasado el mal rollo y estaba en tal estado de excitación que en cuanto la vi en la cama con un negligé rosa palo y un tanguita haciendo juego me lancé sobre ella. Como siempre se dejó hacer, alegre, y esta vez optó por cabalgarme encima mío, pero mirando hacia mis pies, la postura denominada “cowgirl reverse”, en un intento, quizá de sentir más dentro suyo mi escasamente dotada virilidad.

Ver aquel culo, apenas cubierto por el finísimo camisón moviéndose a aquel ritmo fue demasiado para mí. Descentrado, le sujeté la finísima prenda y di un tirón arrancándosela. Fue demasiado, aquella espectacular espalda, aquellas caderas de chelo amasadas en carne. Me corrí. Me hubiera gustado no hacerlo pero fue más fuerte que yo.

Noté el breve gesto de desdén cuando mi querida esposa dejó caer el brazo derecho. Una vez más no sólo le había costado sentir algo sino que mi falta de talla se venía acompañada por mi incontinencia seminal.

Me tumbé en la cama, esperando que ella, acabase como siempre, autosatisfaciéndose a mi lado como solía. Sólo musitó:

-Era mi camisón favorito.

Yo repliqué:

–Te compraré más –en placer, puede que no. Pero no dinero no tenía competencia.

Se tumbó y noté las vibraciones del somier. Había empezado a tocarse sí. Y entonces lo oí:

–Tiíta… tiíta.

¿Qué querría aquel mocoso? ¿Cómo osaba llamar a mi esposa cuando apenas eran las once de la mañana de un lunes?

Ella se levantó. De la manera que fuera no había hombre en aquella casa que no la dejase insatisfecha.

–¿Qué pasa?

–Acuérdate de lo que hablamos ayer –dijo a través de la puerta, sin atreverse a entrar con lo que se perdió el cuerpo desnudo de Angélica en todo su esplendor – Tienes que acompañarme a ver al director del colegio.

Recordé que después de cenar había estado hablando largamente con Rico. Había intentando espiarlos, pero susurraban más que hablaban y como no pasó nada y mi oído no es nada en comparación con mi vista, que es la que me sustenta y me alimenta, no le di mayor importancia.

–Recuérdalo, querido, nos lo pidió su madre.

No dije nada. Me incorporé en la cama y esperé a que se duchase para luego verla vestirse, uno de esos placeres que me habían concedido los pequeños dioses de mi urbanización.

–¿Lo bastante conservadora para ir a ver al director de un colegio pijo?

La miré de arriba abajo.

–La blusa blanca con el lazo negro al cuello me parece que les encantará. Y la falda violeta con esa caída y ese poco de vuelo, por debajo de la rodilla, perfecta.

–Bueno, si el rey de los conservadores es conforme…

–Pero no entiendo los tacones de 12 centímetros ni que te hayas puesto esta ropa interior negra, tan sexy.

–¿No se me transparenta nada, verdad? –y pareció realmente preocupada.

–No –pero mentí porque las blondas del sujetador se le notaban bajo la ceñida blusa y no sólo creía que ella lo sabía sino que lo buscaba.

–Una chica necesita sentirse guapa por dentro –y me sonrió cómplice.

–¿También con medias negras y liguero? –y le arrojé una almohada siguiéndole la broma.

–¿No estarás celoso? ¡Por Dios, es un niño! ¡Es para mantener el interés de mi marido después de siete años de matrimonio!

–¡Pues estoy muy interesado en lo que harás hoy de tal guisa!

–No haré nada con el chico, te lo prometo.

Y me besó en los labios como una mariposa fugaz para luego irse dejando en la habitación ese vacío que quedaba siempre que sus provocativas caderas salían por la puerta y que en ese caso el vaivén del vuelo de la falda no hacía más que acentuar de una manera sutil.

Volvieron casi a las tres de la tarde. Yo ya había comido algo. Les pregunté cómo les había ido pero me contestaron que “bien” y poco más pude sacarles. Rico se encerró en su habitación tecleando en su ordenador como un poseso. Y Angélica pasó la tarde hablando por teléfono con una amiga con la que iba a irse de compras. Así que tuve tiempo para planear mi siguiente paso.

Por la noche, cuando Angélica volvió yo les ignoré a ellos. Cenamos casi en silencio. Como yo había dormido una amplia siesta no fue difícil esperar a que ellos cayesen rendidos. Luego me deslicé subrepticiamente en la habitación y me hice con el portátil del chaval. En el salón lo puse en marcha y no fue difícil dar con la clave de Rico: Lakers–su equipo de basket favorito– y el año de su nacimiento. A todos los empollones les gusta la NBA y todos, todos, tienen un diario.

Lo que sigue es el diario de Rico de ese día. Puro cortar y pegar. Entre paréntesis me he permitido expresar mis pensamientos.

Mi tía me explicó, no todo, pero sí lo que pensaba que tenía que saber. Yo veía el plan tan complicado como todos los papeles que había guardado en su elegante cartera de piel. En cambio ella parecía tan segura como su manera de conducir: iba a más de cien por hora. Pero yo sólo podía mirarle las piernas. La falda no era estrecha, no, pero ella parecía conducir más cómoda con la misma un tanto arremangada, justo para que se le viera el final de las medias y el principio del liguero. Le debíamos estar alegrando al vista a todos los camioneros que adelantábamos. Cuando estábamos a punto de llegar me dijo que llamara al director  de mi escuela desde mi móvil.

Funcionó. Román Traiter, el máximo responsable de mi escuela, estaba en el párking esperándonos, con su aire de director de orquesta, su jersey de pico y su gafas redondas. Pero incluso tras de ellas pude ver sus ojos desorbitados cuando abrió la puerta del coche y descubrió las espectaculares piernas de mi tía, que, oh, sí, se cubrió, pero… ¿me lo pareció a mí o se demoró unos segundos en bajarse la falda para que el director no se perdiese aquel panorama para el deseo? En ese instante mi tía pasó del exhibicionismo a una fingida timidez, pero el director en el mismo lapso mudó de la caballerosidad a la lujuria. Cuando cogió la maneta del BMW su gesto fue cortés pero en el tiempo en que la portezuela recorrió sus 90 grados ya se le estaba salivando.

Traiter nos guió hasta su despacho. Pero de una forma rara, dejando siempre que tía Angélica fuera primero. Quizá para verle el culo porque era una escándalo como mi tía movía las caderas y como aquella falda de vuelo no hacía más que acompañar aquel vaivén. Pero, la verdad, es que no puedo decir a ciencia cierta lo que miraba él pero sí estoy seguro de lo que estaba mirando yo: ese culito era un imán. Y también lo fue cuando pasamos junto a la cancha de basket. Si hubiera podido ampliar mi campo visual algo más allá de aquel tren trasero me hubiera dado cuenta de cómo dejaron de jugar a nuestro paso. Pero sólo lo vi de reojo, oyendo como el la pelota dejaba de votar poco a poco hasta rodar a los pies de Angélica. Ella la sobrepasó de un saltito.

–Ooops.

No, no se podía ser más sexy. Traiter la debía estar mirando tan fijamente que casi se mata al tropezar con la pelota. Éramos un grupo peculiar: un bombón con una cartera de piel, un cincuentón con el labio temblándose y yo con una regla de cálculo de acero, de esas con regleta corredera rematada con un tornillo, tal y como ella y yo habíamos hablado y planeado. Pero eso, que yo estuviera cumpliendo un plan en aquel momento era un milagro porque sólo pensaba en aquel trasero y como yo, el director Traiter, los chicos de la cancha de basket, el bedel que nos encontramos en las escaleras o los dos profesores que desencajaron su mandíbula a nuestro paso.

Había una silla en el despacho, frente a la mesa. Pero el director Traiter le ofreció a mi tía el sofá, junto a la pared, yo creo que para tener una mejor perspectiva de sus piernas. Al final, la silla me la quedé yo. Me pareció lo más oportuno.

Mientras él hablaba ella parecía escuchar. Cruzó sus piernas y el pie empezó a balancearse en una suave cadencia. De repente, paró, y entonces lo que empezó a balancearse en la punta del pie fue su zapato negro, sugiriendo algo en el aire que hacía que las palabras del director cada vez sonasen menos seguras.

–En esencia, señora Grans, esto son cosas de niños. Tiene que entender que los padres de los dos chicos que pegaron a su sobrino hacen cuantiosas donaciones… a la escuela. Y la política, nuestra política, es la interferir lo menos posible en las relaciones interpersonales entre los chicos. Así que sólo tiene… tiene que… firmar… firmar esta renuncia a cualquier reclamación legal y exonerando… a la escuela de cualquier… de cualquier responsabilidad.

–Pues, señor director, yo lo entiendo  de otra manera. Si viera estos documentos… –y abrió la cartera de piel para sacar un gran fajo de papeles. Pero entonces, como por azar, lo papeles cayeron al suelo.

–¡Oh, soy tan torpe! – y sí, sonó afectado. Pero también tremendamente sexy.

Fue como un resorte. A pesar de lo rechoncho que estaba, Traiter se plantó junto a ella como si hubiese saltado disparado por un muelle. Hizo bien porque con la excusa de acuclillarse para recoger los folios mi tía no prestó mucha atención a su falda, de manera que Traiter, y yo, le pudimos ver las rodilla, los muslos, ese liguero que ascendía hasta la cintura… hasta retazos de sus negras braguitas brasileñas. (Sí, conocía esas braguitas, a mí también me encantaban).

–Gracias por ayudarme. Es usted todo un caballero.

Pero viéndolos, estaba claro que la fragilidad de ella era sólo aparente. Que el que estaba a punto de caer en sus garras era él, mi odioso director escolar.

Yo me acerqué, como si también quisiera ayudar. Pero no iba hacerlo porque teníamos un plan. Y esa era mi parte. Me acerqué con la regla de empollón, puse la regleta justo pegada a la blusa blanca de mi tía, noté como el tornillo se pegaba a su cuerpo y entonces dije:

–Tiíta… se ha enganchado.

Ella hizo todo el trabajo, como dijo, como habíamos hablado.

–¡Qué frío! –y saltó poniéndose de pie de un brinco. Yo no tenía que hacer nada, sólo sostener la regla con fuerza. No soy nada. Sólo un empollón con una regla. ¿Qué puede haber más normal? ¿Una tía maciza dando tirando de su blusa hasta que salten tres botones? Bueno, eso no es normal. Pero es algo que todos los mortales soñamos ver. Y yo lo vi y el director Traiter también. ¿Qué hombre no puede pensar que es su día de suerte en lugar de qué le están preparando una trampa?

–Perdón, señor director, no sé lo que ha pasado… yo… yo…

Ahora sus pechos se veían perfectamente apretados en aquel sujetador negro. Sólo se habían salvado dos botones a la altura del ombligo y el que cerraba el cuello. De manera que ahora el lacito negro caía sobre aquellos pechos y el canalillo, haciendo dibujos imposibles.

Angélica hizo como si quisiera cubrirse, pero sólo un poco, como si fracasase cada vez en el intento.

–Estoy… estoy tan avergonzada.

–Tranquila, tranquila… Federico, ¿te importaría salir un momento y esperar en la antesala?

Lo hice, claro. Salí. Ella dijo que pasaría. Y estaba pasando. ¿Qué podía hacer yo, excepto dejar la puerta apenas abierta con una rendija para espiar lo que pasase dentro?

Ella volvió a sentarse. Traiter le puso los papeles sobre el regazo y dio un par de palmadas sobre el fajo, como una manera indirecta de palpar sus adorables muslos.

–No puedo creer que me haya sucedido esto –pero por mucho que lo dijera ella estaba claro que el que no podía creerlo era él.

–¿Ya está más tranquila? –y el muy osado le puso la mano en el pecho, como si quisiera comprobar su nivel de respiración.

–Sí, sí… ya estoy mejor.

–Pues, querida, firme aquí… y… deberíamos vernos en otro momento. Ahora no… porque en diez minutos tengo una reunión con la asociación de padres… Pero podría usted debería volver… Volver otro día, Le podría enseñar nuestras instalaciones… Son impresionantes.

–Ya pero es que yo lo veo desde otro punto de vista, señor director. Creo que esos chicos fueron dos matones, dos abusones… y que deberían ser expulsados de la escuela. ¿Ve? Este es el formulario de expulsión, se lo he traído con sus nombres y todo.

Yo sí que veía. Veía como ella se inclinaba y al hacerlo la blusa se volvía a abrir ofreciendo aquellos cocos como un suculento manjar.

–Pero eso… glups… eso no se ha hecho en años.

–Pero puede hacerse. Técnicamente es posible.

–Ya. Pero los expulsados deberían ir a otro centro y no sé…

–Yo sí que sé. Este plano indica que el más cercano es el Instituto Público Lope de Vega.

–Pero… pero… ese instituto está al otro lado de la línea del distrito. Ese barrio es… muy problemático, lleno de bandas latinas… No sé que futuro les esperaría a esos chicos allí. Ya le he dicho que son de muy buena familia, no están acostumbrados a algo así… sería… sería casi criminal.

–Bueno, sólo estarían unos días. Hasta que sus ricos padres los sacasen utilizando sus talonarios. El suficiente…

–Pero, querida, ya sé que es usted un poco inocente… pero haría falta…

–Sí, ya lo sé. Haría falta alguien como usted, alguien tuviese al presidente de la Junta Escolar Municipal comiendo de su mano  –y al decir esto le tocó la rodilla. En ese momento me pregunté hasta donde estaría dispuesta a llegar. Porque nos encontrábamos ya en esa parte del plan que tía Angélica había preferido no contarme.

–Bueno, querida… Es verdad. El presidente de la junta me debe un par de favores… pero yo…

–¡Pero nada! Él le deber favores y yo le debería uno muy grande, muy grande su usted firmase aquí, aquí y aquí –y al decirlo puso los tres formularios sobre las piernas del director, señalando con el dedo índice de manera muy provocativa. Tanto que al final añadió:

–¿Eso tan duro no será lo que pienso, señor director? ¿No querrá ir en ese estado a la reunión de la APA?

–Ups! Yo… yo…

–Sólo estas tres firmas y yo le daría ahora, ahora mismo, justo lo que le hace falta. Un hombre como usted, un director de un colegio tan importante… Sólo una mujer como yo puede darle justo lo que necesita.

Ya no veía su mano. Parecía que le estaba tocando el muslo pero se encontraba bajo los papeles y a lo mejor incluso había ido más allá. Román Traiter se animó. Su mano peluda se posó en las rodillas de mi tía y viajó hasta su muslo.

–¿Usted haría eso por mí? Debería ser muy rápido. La reunión de la APA… está a punto de empezar.

–Si firma, señor director, seré lo suficientemente rápida. No lo haga por mí. Hágalo por el chico, por todos los chicos maltratados.

Oí el ruido de la cremallera. Y entonces lo vi.

–¡Cielos! ¡Es verdad que su equipamiento es impresionante, señor director!

Enfebrecido, Traiter sacó su bolígrafo y firmó dos de las hojas. Sólo quedaba la tercera, la propuesta de traslado al Latin King High School.

–¿Lo haría de verdad, señorita?

–¿Le parezco poco decidida, señor director? Yo diría que sé perfectamente lo que me llevo entre manos.

–Sí, la mano está bien. Pero…  no sé cómo decirlo ¿podría contar con su boca?

Mi tía puso la parte de su cara aludida en forma de “o” y la tapó con la palma de su mano.

–¡Con mi boca? ¿Cómo se atreve, descarado? ¡Pero si eso no se lo hago nunca ni a mi marido! (¡Que falsa! ¡Pues no me la ha chupado veces mi mujercita! Ahora, no me extraña que pusiera al tipo como una moto.)

–Pero… piense en el niño, querida. En todo los niños que sufren acoso escolar.

–Bueno, si es por los niños…

Fue decirlo y firmar Traiter. Fue firmar y ver a mi dulce tía recoger la documentación alegando que:

–Ya la enviaré yo a la consejería.

–Pero si mantengo los trámites, volverás ¿no?

–Volveré, volveré. Pero ahora no va a tener que esperar. Va a ir a la reunión relajadito relajadito.

Y dicho y hecho mi tía se amorró al pilón. De hecho le puso tanto interés que el director llegó a sospechar.

–¡Dios! ¡Joder! ¡Qué no se la chupas a tu marido? ¡Pues nadie lo diría!

–Es para que no decepcionarle.

–Calla, calla. Y sigue. No te desconcentres.

De repente oí pasos y tuve que dejar de mirar. Era la señorita Gretel, la secretaria del director. Cerré la puerta. Y me senté en una silla como si no pasase nada. Gretel avanzó hacia la puerta. Golpeó con los nudillos la jamba.

–Señor director. Los miembros de la APA ya están aquí.

Entre jadeos se oyó desde la puerta:

–En un momento acabo y les dice que pasen.

Tras dos minutos se abrió la puerta. Mi tía salió con la cartera en una mano y con la otra agarrándose la camisa. Con el dorso de la mano que sujetaba la cartera se limpió los labios y fue hacia la salida. Ya estaba excitado, claro. Pero ahora me dolía.

Cuando salíamos en coche pasamos junto a Borja y Pablo, los dos chicos que me pegaron hasta dislocarme el brazo. Al cruzarme con ellos por primera vez no desvíe la mirada. Ahora se la sostuve y simplemente, y sin que me viese mi tía, pasé mi dedo índice de una lado a otro del cuello. A pesar de la universalidad del gesto creo que no lo entendieron.