“El cura me desvirginó”

"Le dijo que sí él quería, podía pasar a buscarme de la esquina de mi casa y que podíamos irnos hacia Puente Remanso para hablar tranquilos, porque en la parroquia iba a ser imposible, y en mi casa también"

Melissa tiene 19 años, le dicen "Meli", es una estudiante universitaria que vive con sus padres, tiene hermanos menores y a quien además le sobra tiempo para dar clases de catecismo en la parroquia de su barrio: "Hace tres años, cuando yo tenía 16, llegó un sacerdote a nuestra parroquia. El es extranjero y le vino a reemplazar a nuestro sacerdote que se tenía que operar de piedra en la vesícula".

Se trata de un pa'i de 34 (ahora tiene 37), a quien todos llamaban Carly: "El se recostó mucho en el grupo juvenil porque como también era joven, se identificaba con nosotros. Tenía muchos amigos, pero yo sentía que su trato conmigo era especial, y no era la única que se daba cuenta de eso. Al poco tiempo incluso los otros catequistas me decían que el pa'i estaba enamorado, y que si yo quería le podía hacer colgar la sotana".

Meli tomaba estos comentarios en broma, pero la verdad es que había cosas que ocurrían y que ella no le contaba a nadie: "El se acercó mucho a mí supuestamente para que le enseñe guaraní, porque él sabía que tarde o temprano le iban a mandar al interior y que iba a necesitar por lo menos entender el idioma. Yo me quedaba después de las reuniones de los sábados una hora más, para enseñarle las cosas más importantes", explica.

Con la confianza que se fue generando entre sacerdote y catequista, Meli le preguntó una tarde al consagrado por qué se había convertido en sacerdote: "Me dijo que siempre sintió esa inclinación. Me dijo también que nunca se arrepintió porque el sacerdocio le dio todo lo que necesitaba en la vida, y que Dios elige a las personas y contra él no hay nada que se pueda hacer".

A la chica no le sorprendió que el pa'i también le haga una pregunta íntima: "Quería saber sí yo tenía novio. Le dije que en ese momento no, pero que había alguien con quien me veía de vez en cuando. El allí me preguntó si yo seguía siendo virgen. Me reí, porque no pensé que un sacerdote te pueda hacer esas preguntas. Yo sabía que él era diferente, porque por ejemplo solía hablarnos de sexo sin problema, no como otros pa'i que ni mencionan la palabra, pero me sorprendió que le interese eso", dice.

Meli le dijo que sí, que era virgen, y que lo seguiría siendo posiblemente porque ni siquiera tenía novio: "Yo tocaba la guitarra en el coro de la iglesia también, así que él comenzó a irse a mi casa para ensayar conmigo las nueve músicas, que después le enseñábamos a los demás. Mi mamá que es muy devota, no tenía problemas para que yo le reciba allí. Incluso siempre le invitaba con tortas y chocolates, y le daba un pedazo para que lleve a la parroquia", explica.

Vivieron siete meses así, hasta que algo ocurrió: "Yo me enfermé de varicela y no aparecí casi tres semanas en la parroquia. El vino a verme pero yo no le recibí porque tenía toda la cara descompuesta y me daba vergüenza. Mamá le dijo que estaba dormida, y él le entregó un librito de oraciones que me trajo como regalo. Yo abrí el paquete, y adentro había una esquela".

Tumbada en la cama, Meli abrió la esquela y leyó: "Me decía que ya no resistía su sufrimiento y que porque confiaba mucho en mi ponía sus sentimientos, en mis manos, porque desde el momento en que yo recibía la esquela podía destruirle. Y allí me decía que él sentía algo por mí, que aunque sabía que su consagración a Dios le prohibía pensar en mujeres él me quería, y que yo tenía que saber eso para analizar también mis sentimientos".

Meli leyó una y otra vez la esquela, y las lágrimas le corrían por las mejillas: "Sentí un temblor como si tuviese chucho. Yo también le quería a Carly, pero nunca pensé que él iba a dar ese paso. Para mí era un amor sin esperanzas, algo que no podía ser porque yo no podía ser más que Dios. El me llamó por teléfono varias veces ese día, pero no le atendí. Después dejó de llamar y de venir, y allí recién yo me di cuenta que tenía que hacer algo, porque podía esconderme de él pero no de lo que sentía".

La muchacha llamó a la parroquia y el pa'i le atendió:

"Le dijo que sí él quería, podía pasar a buscarme de la esquina de mi casa y que podíamos irnos hacia Puente Remanso para hablar tranquilos, porque en la parroquia iba a ser imposible, y en mi casa también".

Meli salió esa tarde, caminó hacia la esquina y subió a la camioneta en donde el sacerdote la esperaba: "El me saludó y me dijo que tenía miedo que hablemos en un lugar abierto,  así que lo mejor era buscar un lugar privado. Me preguntó si yo conocía algún reservado, y le dije que conocer no, pero que solía escuchar que mis amigas decían que había muchos yendo por Mariscal López hacia San Lorenzo. Yo temblaba de pies a cabeza, porque nunca entré en un lugar así, pero tenía la confianza de que Carly no me iba a engañar. Al fin y al cabo era un sacerdote", asegura.

Meli recuerda que fueron mirando carteles con el sacerdote, hasta que siguiendo las indicaciones llegaron a un motel:  "Nadie iba a decir que él era un sacerdote, porque cuando no estaba haciendo misa se vestía como cualquier hombre, con camisa, vaquero y sandalias de cuero. Entramos, nos sentamos en la cama y él comenzó a hablar. Me dijo que no quería hacerme daño, pero que como me dijo en la esquela, ya no podía ocultar sus sentimientos".

La chica se quiso levantar, pero el sacerdote la tomó de la cintura y la puso sobre su regazo: "Nos comenzamos a besar, él se desnudo primero y después me hizo el amor. Yo le dije que por favor no me haga nada, que me iba a perjudicar demasiado grande si me sacaba la virginidad, pero él igual me hizo el amor. Después me dijo que para él no era la primera vez, que eso ya pasó antes, y que la mayoría de los sacerdotes tienen su romance escondido".

Quince días vivieron momentos secretos el sacerdote y la catequista, hasta que a él lo trasladaron al interior del país: "Al principio venía a verme los fines de semana, pero después se alejó de mí. Como yo misma pensé que eso era lo mejor, no le llamé más. Sentía algo fuerte por él, pero sabía que él podía destruir mi vida y destruir su carrera, así que acepté que nos separemos".

Lo último que supo Meli es que el sacerdote fue trasladado a un país limítrofe: "Entré a la facultad, conseguí un trabajo como secretaria, y estuve bien hasta que en noviembre del año pasado el dueño de la empresa nos pagó a todas consulta médica y análisis, porque un compañero tuvo hepatitis y como es muy contagioso, él quería ver sí había otro infectado. Cuando yo me fui lo que me extrañó es que también nos hicieron examen de sida", cuenta.

Y quince días después, Meli se encontró con la terrible noticia: "El médico me llamó a su consultorio y me mostró los análisis. Me salió que tenía virus del sida, pero él me recomendó que me haga otro análisis para confirmar. Nadie supo nada de esto, ni en mi trabajo ni en mi casa. Me hice todas las pruebas y me sigue saliendo positivo. Yo sólo tuve sexo con el sacerdote, así que él me tuvo que haber contagiado. Yo siento que estoy pagando mi pecado de juventud. Dios me está castigando. Eso sé bien", terminó diciendo.