El Cuñao
Excitante encuentro en la biblioteca de Ciudad Universitaria.
El Cuñao
Lo que les cuento, me sucedió en mayo de hace cuatro años, cuando el CEU se lanzó huelga en Ciudad Universitaria y todas las Facultades, se vieron arrastradas por tales hechos, yo estudiaba el sexto semestre de Administración. Íbamos por el simple hecho de enterarnos cómo estaban las cosas, pues eran muchas las versiones sobre los avances y acuerdos que pondrían fin al paro, y era mejor, enterarse de viva voz, por los propios organizadores del movimiento. En todo el campus, habían banderas rojinegras y carteles sobre el avance, decretos, avisos, etc.
Una mañana intensa y agitada, me encontraba bien cachonda. Si bien es cierto que mi temperamento es normal, la culpable de lo que sucedió en gran parte fue de Doris, una amiga muy parlanchina. Coincidí con ella en la cafetería de la Facultad. El ambiente estaba caldeado, como siempre; unos discutían por determinadas acciones que se dejaban de hacer, o que ya se habían hecho Me dirigí a la mesa de Doris, abriéndome paso ante el hervidero de gente. Reconocí allí a tres amigas más, que se encontraban con la Doris. Evidentemente sostenían una interesante discusión y acomodándome me sumé al animado grupo.
¿Qué opinas sobre la violación?-, me preguntaron tan pronto tomé asiento.
Un tema interesante... -, contesté sin comprometerme.
Como las otras compañeras mantenían criterios distintos, Doris se dispuso a contarnos su experiencia. Cabe decir que ella es casada, aunque sin hijos; es la mayor de la clase, y muchas nos guiamos por su sentido común y la considerábamos la líder de nuestra camarilla.
Me sucedió en los Estados dos, en Florida, hace tres años. Acudí a un congreso de biología con mi marido y el último día, como es tradicional, estaba prevista una cena-baile en los salones del mismo hotel. Hacia un calor húmedo y pegajoso, y me tardé un poco en la ducha por lo que mi marido se adelantó al salón. Refrescada y preparada, me disponía a abandonar la habitación, cuando dos de los camareros negros que atendían nuestra planta, entraron. Comprendí inmediatamente lo que querían: Sus ojos tenían un brillo especial en esos momentos. Les pregunté que es lo que deseaban en mi defectuoso inglés, sobraban las palabras.
La lucha fue breve; eran dos tipos fuertes y musculosos que me dominaron con facilidad. De cuatro zarpazos me desnudaron aunque yo me debatía tratando de impedirlo en un forcejeo inútil. Uno de los negros me sujetó con fuerza y el otro se situó ante mí, abriéndome las piernas violentamente. Como era natural, estaban apurados. En aquellos momentos yo aún sentía asco: el gordo más corpulento, tenía una verga monumental y a empellones me la fue clavando hasta la raíz. Sentí que alcanzaba rincones de mi cuerpo a los que nadie nunca antes había llegado...
Los primeros momentos fueron de dolor. Pero la sensación de plenitud que me hizo alcanzar, me llevó al extremo opuesto y, muy pronto, empecé a desear que las acciones se prolongaran y no acabaran nunca. Temblé de placer y unos instantes más tarde, alcanzaba mi primer orgasmo; y luego tuve otro, y otro... No sé cuántos, y el negro seguía infatigable, empalándome a su gusto... Yo gemía como una puta, suspiraba, jadeaba y deseaba que él también se viniera dentro de mí. Entonces, abruptamente me hizo darme la vuelta, como si yo fuera una muñeca de trapo y sin ninguna contemplación, me separó las nalgas y hundió su enorme verga en mi pobre culito.
Lancé un gemido de dolor, mezclado con placer. Frente a mi boca quedó la tranca parada del otro negro, que me sujetaba y casi sin darme cuenta de lo que hacía, mis labios se cerraron sobre ella y me puse a chuparla, ya que mi lengua apenas podía moverla, dada la falta de espacio dentro de mi boca, totalmente ocupada por la cabezota de aquel mástil. Me entregué con alegría, satisfacción y lujuria... Por delante y por detrás, olvidada ya de todo: de la cena, del baile, del congreso
Les suplicaba que me cogieran más fuerte. Tan pronto tenía uno de ellos como al otro dentro de mí. Estaba inundada de leche y en un estado de embriaguez. Y lo más curioso es que todo esto ocurrió en solo media hora...
¿Y se enteró tu marido?... -, le preguntó una de mis compañeras.
No, pobrecito... Cuando llegué al comedor casi no me podía sentar, tenía el culo destrozado. El simple dolor hizo que de nuevo tuviera un orgasmo. Pero el nunca lo supo, claro... En fin, tal como les decía, en una violación todo es cuestión de inteligencia. Lo mejor es no tratar de oponerse, para no recibir daño y procurar divertirse lo máximo posible...
La conversación me puso caliente y nerviosa. Mentalmente ocupé el lugar de mi amiga y no tuve que forzar mucho mi fantasía para pensar en los dos negros, en sus toletes prietos y vigorosos. Acabé mi café y las dejé para ir a los baños... Allí me masturbé, quedando más insatisfecha.
Volví al patio de la facultad, continuaban las discusiones, la gritería y el agitar de banderas y carteles. Total, que no se sabía cuando reanudarían las clases y ante la idea de volver a mi casa, traté de encontrar a alguien con quien distraerme. Me encaminé a la biblioteca. Por los menos allí todo estaría en silencio y en paz. Por otra parte, pensaba buscar algún libro de sexología y mirar con detalle el tamaño de la verga de los negros. Sólo había tenido relaciones sexuales con mi novio, y de eso hacía 5 meses, pues terminamos nuestro noviazgo por una babosada que no viene al caso contarlo, bueno, lo encontré con otra ¿ok?...
Nunca me había encontrado con un ejemplar realmente excepcional. Las mejores trancas, las había visto en revistas y por Internet; pero nunca me había llamado la atención un hombre de color. Recuerdo ahora el cromo de un italiano que la "Chiquis", traía por dentro de su carpeta, el tío estaba en cueros, y la tenía descomunal, larga y gruesa.
La biblioteca también estaba cerrada, aunque había la facilidad de solicitar libros "por abajo del agua", sobre todo para quienes estaban escribiendo tesis o algún otro estudio, etc., pero no lo atendía el personal de la biblioteca que normalmente lo hacía, (no los dejaban entrar), si no un hombre que quién sabe de dónde lo sacaron y que tenía toda la pinta de dedicarse a las labores del campo, creo; estaba muy tostado por el sol, correoso, cuyas venas se le marcaba en los brazos. Muy moreno, cabello chino, pues se sabía que era veracruzano, al que los muchachos llamaban "Cuñao" por el hábito de siempre decir esa palabra; se hallaba como siempre, refugiado tras su mesa leyendo el periódico. Sin decirle nada, me encaminé hacia el estante donde se encuentran los libros de sexología, que se halla junto a su mesa.
¿Desea algo en concreto?... -, me preguntó al fin, después de unos largos segundos durante los cuales sentí su mirada clavada en mi cuerpo.
Un estudio sobre el tamaño del pene-, le respondí sin darle mayor importancia, como si fuera algo de lo más natural.
Consultó el fichero y me dijo:
Hay varios muy completos... están en los estantes altos-
La escalera se hallaba cerca; fui a buscarla contoneándome, sabiendo que el "Cuñao" me tenía clavado los ojos en mis nalgas y le complacía observarme, pero lejos de mí, la idea de hacer algo con él pues aunque nunca he despreciado un hombre por su edad, él no era joven y tendría unos cincuenta años; verlo constantemente en la biblioteca me hacia percibirlo como parte del mobiliario (ya casi cumplíamos un año de huelga). Sin embargo, aquel día yo me sentía muy excitada por la aventura de Doris y la posterior paja; así que maliciosamente me dispuse a disfrutar un poquito a sus expensas.
Coloqué la escalera junto a la estantería y ascendí. Al hacerlo, la falda se encaramó por encima de mis rodillas dejando al descubierto gran parte de mis muslos. Miré hacia abajo y lo vi contemplándome con atención descaradamente... Entonces recordé que no llevaba pantaletas, pues me las había quitado para masturbarme, además, me gustó ir desnuda, ventilando la enorme calentura que se anidaba en mi rajita.
Y supongo que al "Cuñao" también debió gustarle mi desnudez, que le permitía atisbar libremente el interior de mis muslos. Una desnudez casi total, ya que sólo me cubría con el vestido. Al darme cuenta de la mirada insistente del encargado, y luego de echar una ojeada en derredor para asegurarme de que nos encontrábamos solos, me abrí ligeramente de piernas para facilitarle el espectáculo de mis nalgas y de mi rajita, de la que sobresalían los rosados pliegues aún húmedos de la crema producida por la masturbación.
¿Encuentra lo que desea?... -, me preguntó el tipo tratando de aprovechar la magia sensual que se había creado en muda complicidad entre nosotros.
No... -, le respondí insinuante y con un dejo de pasión en mi voz. Quizás lo que busco no está precisamente en los libros y tú pudieras ayudarme de alguna forma...
No fue necesario que se pusiera de pie. Se limitó a levantar el brazo y su mano se adueñó de mis redondas nalgas y un travieso dedo, restregó mi clítoris hinchado. Sentí como sus dedos me recorrían una y otra vez, ascendiendo hasta tropezar con el bosque peludo de mi sexo. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral al sentirme explorada, hurgada y sobada en mi parte más intima, por esas manos callosas y ásperas que contrastaban con la suavidad de mi piel.
¿Quieres que te siga ayudando a buscar?... -, me dijo con voz enronquecida de deseo.
¡Sigue, sigue por favor!... -, le repliqué con el mayor desparpajo dejándome arrastrar por la lujuria.
Entonces descendí un par de peldaños, y sus manos, grandes y fuertes resbalaron por mis caderas, sujetándome como si temiera la posibilidad de que me escapara, y su cabeza avanzó entre mis piernas mientras su aliento caliente me erizaba la piel. Al fin sus labios gruesos se aplastaron contra mis pliegues vaginales, que ya estaban hinchados y chorreantes de mis jugos. Sentía que un leve temblor recorría mi cuerpo. Me sujeté a la escalera para no caer y abrí bien mis piernas para que él pudiera llegar cómodamente con sus labios y lengua a las profundidades de mi enardecida crica.
No desaprovechó la ocasión. Percibí la caricia de su lengua húmeda y tibia deslizándose con suavidad y firmeza, recorriéndome de un extremo a otro mi chocho, frotándose contra mi clítoris que palpitaba y crecía hasta parecerme que iba a estallar, caracoleando y jugueteando tentadoramente, entreteniéndose y complaciéndome.
Finalmente se dedicó por entero a mi dilatado gallito, con la habilidad y destreza de quien disfruta y practica a menudo la profesión de mamador. Al sentir la aspereza de su lengua sobre mi botón del placer, de mi garganta escapó un leve gemido y esto le enardeció al máximo; con sus gruesos labios, presionando sólo lo justo, aprisionó mi pepa y empezó a chuparla rítmicamente y a lamerla, cada vez a mayor velocidad, provocando que casi me sintiera desfallecer y comenzara a menear las caderas suavemente y a embestirle el rostro, frotando mi concha contra su boca devoradora.
Sus manos me sobaban y apretaban las nalgas frenéticamente, pasando los dedos por la raja y frotándolos circularmente alrededor de mi culo, hasta que abrió el esfínter y dejé que uno, me penetrara. Aquel doble ataque era demasiado y sin poder resistirme, comencé a contorsionarme espasmódicamente hasta que un violento orgasmo se desencadenó en mis entrañas... Quedé prácticamente tendida en la escalera, con la cabeza inclinada hacia atrás y la mirada extraviada. Pienso que el hecho de que nos encontrábamos en la biblioteca, un lugar público a riesgo de ser sorprendidos, aumentó el placer y la excitación... Claro, no sé puede dejar a un lado la maestría y el dominio que ejercía el "Cuñao" sobre su increíble lengua.
Cuando aún estaba temblando de goce, me hizo descender un peldaño de la escalera, levantó mi vestido enrollándolo en mis cintura y dedicó su atención a mis pechos, toqueteándolos y sobándolos hasta finalmente apoderarse de los erectos y calientes pezones, pellizcándolos y retorciéndolos hasta hacerme gritar de lascivia
¡Más, más!... ¡Mámalos, por favor!... -, le pedía suplicante.
Durante unas fracciones de segundos, una de sus manos dejó de acariciarme y hurgó detrás... Comprendí que estaba desabrochándose los pantalones, dejando en libertad el tolete que formaba un prominente bulto. Una gigantesca verga, gruesa, nervuda y de dilatada cabezota amoratada, avanzó entre mis piernas hasta alcanzar por detrás la entrada de mi vagina. Nunca en mi vida había visto un monstruo tan colosal y me acordé de la historia de mi amiga Doris. Encogí el cuerpo para facilitar el encuentro y sentí cómo mi raja se abría rendida dejando resbalar centímetro a centímetro esa tiesa estaca hasta sentirme penetrada, clavada y llena hasta que sus cojones le impidieron continuar. Me encontraba en una posición ideal con la pierna derecha apoyada en el segundo de los peldaños, y el trasero echado hacía atrás.
Empecé a menearme, moviéndome suavemente hacia adelante y hacia atrás, poniendo en juego todos mis conocimientos y mis instintos para que aquella barra no me desgarrase, sintiendo como se hallaba plena de vida, empujando fuerte, como si temiera perderme; buscando refugio en mi empapado y cálido coño, deseando no separarse de mí. Al mismo tiempo, conduje su mano hasta mi clítoris para que lo restregara y torturara hasta hacerme enloquecer.
Cabe decir, y aunque sé que es de mal gusto las comparaciones; no había tal con las relaciones que tuve con mi novio. Con este hombre me sentía dominada, me sentía que estaba con un verdadero macho haciéndome revolcar de placer, capaz de dejarme bien cogida y no como cuando lo hacía con mi novio que me dejaba un tanto insatisfecha; con el "Cuñao" si me sentía una hembra pidiendo que calmara la picazón de mi vagina, pues sabía que lo podía hacer con solvencia
Las acometidas de aquel monumental trabuco se hicieron cada vez más violentas y no tardé en venirme; se crispó mi cuerpo y empujé mi culo hacia atrás para que se enterrara hasta lo más profundo de mis entrañas. Pero él aún no había terminado, y sin despegarse de mí, me condujo hasta su silla donde se sentó. Clavada como estaba, puse mis piernas abiertas sobre la mesa, mientras el ardiente costeño seguía manoseándome el clítoris y las tetas, mordisqueándome el cuello y las orejas... Se agitaba en amplios meneos buscando oscilar su cuerpo mientras su fenomenal verga entraba y salía con ascendente frenesí.
Nuestras bocas se encontraron y su lengua fue en busca de la mía mientras por entre las piernas mi mano acariciaba sus contraídas bolas, presionándolas y masajeándolas para hacerlo venirse. Y la sola idea de que aquel bestial tolete me inundaría con fuertes e interminables chorros de pegajoso semen, hizo que yo me viniera junto con él. El "Cuñao" se agitó convulsivamente, me la enterró hasta la raíz, se sacudió dos o tres veces y luego su cabeza quedó apoyada en mi espalda, jadeando violentamente mientras que su verga disminuía de tamaño sin abandonar el interior de mi papaya.
Por desgracia nos encontraban en un lugar público... Lo recordamos cuando la puerta de la biblioteca se abrió súbitamente para dejar paso a un vejestorio del que sólo recuerdo su canosa cabellera.
¡El doctor López!... -, susurro mi amante alarmadísimo al tiempo que yo sacaba las piernas de sobre la mesa y dejaba que mi vestido se deslizara cubriéndome el cuerpo.
Menos mal que acabamos... -, comenté dejando escapar un suspiro de alivio. -Parece que no nos vio...
Vuelve otro día, cariño; podríamos ir al archivo periodístico-, me insinuó el bibliotecario.
Ten la seguridad que volveré... -, le prometí.
¡Por favor, ¿dime cómo te llamas?!...
Anita -, respondí.
Ha sido un placer, Anita...
También para mí -, le contesté sinceramente dándome una nalgadita y sintiendo mi cuerpo aún estremecido por los embates a la enorme verga de ébano.
Claro que había sido un placer, no mentía en lo más mínimo. Por primera vez en mi vida acudir a una biblioteca había sido una labor entretenida y algo más... Al salir, atravesé el patio de la Facultad, aún seguía el mismo ambiente. Tomé un colectivo y regresé a la casa, llegando a tiempo para ayudar a mi mamá a poner la mesa.
¿Cómo te fue?... -, me preguntó.
Mal... No hay para cuando se arregle la huelga, pero yo me fui a la biblioteca a estudiar...
Así me gusta, que aproveches el tiempo -
Lo he aprovechado mami, te lo aseguro -
Luego de cenar me puse a ver televisión pero estaba tan aburrida que decidí meterme en la cama, luego de encontrarme desnuda bajo las sábanas, busque en la gaveta de mi mesita de noche, el pomo de un desodorante y me hice la fantasía de que se trataba de la vergota de el "Cuñao". Luego de venirme rico, me quedé dormida con una sonrisa en los labios.
Anita