El cuñado (De la saga La Bella de día)

Juan palideció, mientras veía a su esposa sentarse, obediente, al lado de David. Con la mirada baja, visiblemente nerviosa.

Ana temía lo que podía pasar en la cena de Noche Buena, con su hermana y su cuñado, de los comentarios que podían hacer sobre lo que ocurrió en el pequeño burdel de Doña Mercedes, cuando resultó que su primer cliente había sido precisamente él, David, su cuñado. Sin embargo, todo transcurrió con absoluta normalidad.

Habían pasado ya cuatro meses de aquel encuentro cuando su esposo le hizo saber que David había llamado; iría a verlos después de cenar, a tomar café, por lo visto quería hablar con ellos. Naturalmente aquello le inquietó. Que hubiese escogido precisamente un viernes, cuando sabía que su hija, de seguro, habría salido con sus amigos.

  • Justamente en viernes, cuando tengo más clientes. Tendré que llamar a Doña Mercedes. No creo que se lo tome demasiado bien.

  • No he sabido qué excusa poner. la verdad. Figura que los dos estamos sin trabajo. No entiendo que quiere.

Sobre las nueve llamaron a la puerta, era él, sonriente, vestido con traje, le dio dos besos en la mejilla. Había traído una botella de mezcal, según indicó para después del café.

  • Venga, cuñada, ahórrate hacer cafés y trae unos vasos para el mezcal.

Sin preguntar se sentó en la mesa. Su esposo, Juan, después de saludarlo, se levantó del sofá para tomar asiento delante de él, con la cara seria. Siempre le había caído mal su cuñado. Mientras Ana había ido a buscar unos vasos. Oyó lo que decían:

  • No pongas esta cara Juan, he venido en son de paz, Estoy aquí para ayudaros. Se cual es vuestra situación y, la verdad, no entiendo porque no me pedisteis ayuda.

Cuando Ana llegó con los vasos, supo que la cosa iba a tomar mal aspecto. David señaló la silla que estaba a su lado.

  • Siéntate aquí Kira. Haz el favor.

  • ¿Kira?

  • Sí. Así es como le llaman, en su, digamos, trabajo. ¿No lo sabías?

Juan palideció, mientras veía a su esposa sentarse, obediente, al lado de David. Con la mirada baja, visiblemente nerviosa.

  • No. No lo sabía y tu ¿Como sabes esto?

  • ¿Aún no se lo has contado? Yo fui su primer cliente, Vaya sorpresa nos llevamos los dos.

  • ¿Qué? ¿Por qué no me lo contaste Ana?

  • Porque sabía que te dolería.

  • Más me duele saberlo por él, ¿A esto has venido? ¿A hacernos daño? ¿A refregarnos esto por la cara?

  • He dicho que venía a ayudaros y a esto vengo. Déjate de tonterías. ¿Qué más da que yo fuese su primer cliente? Lo que tienes que decirme es cuánto necesitáis para salir del agujero.

Hubo un largo y tenso silencio, hasta que Juan se decidió a hablar.

  • Debemos treinta mil. Treinta mil euros.

  • Vaya, un buen agujero ¿Y para vivir y para los estudios de vuestra hija mientras no encontréis un trabajo?

  • Yo gano suficiente para ello.

- Ya, claro. Bueno, yo puedo dejaros este dinero. He hecho cuentas y me lo podéis devolver en algo más de un año. - Dijo mientras sacaba un talonario del bolsillo de su chaqueta y empezaba a rellenar un talón. - Lo puedes ingresar mañana mismo.

  • Pero. ¿Pero cómo vamos a devolverte esto en un año?

  • Ella trabajará para mí.

  • ¿La vas a contratar en tu empresa?

  • ¿En mi empresa? No. por favor. Como se te ocurre esto. Trabajará para mí en lugar de trabajar donde lo hace ahora.

  • ¿Qué? ¿Cómo puedes proponernos esto? Estás loco. Ella hace esto temporalmente.  ¿De verdad crees que yo aceptaré esto?

  • Veo que no entiendes la situación. Todas empiezan temporalmente. ¿No te das cuenta de que por tu culpa Kira está totalmente emputecida? Nunca volverá a ser la misma. Yo habría robado antes de proponer algo así a mi esposa, pero después de todo es cosa vuestra.

Ana, silenciosa, miraba a los ojos de su esposo.

  • No quiero que hables así de ella.

  • Mira, te estoy, os estoy, haciendo un favor. Antes de que caiga en manos de un macarra que la explote es mejor que trabaje para mí. Le llevaré clientes, hombres y alguna mujer, a los que no les gusta ser vistos en un burdel, por familiar que sea. Tengo un pequeño apartamento aquí cerca y bastantes conocidos a los que les puede interesar sus servicios.

  • Pero…

  • Déjame terminar de hablar. Sólo haría dos clientes por día, mayoritariamente hombres, también alguna que otra mujer y parejas. Menos las mamadas todo lo demás con condón. La comisión que me correspondería a mí la descontaremos de la deuda.  Nada de violencia, no quiero que vaya con marcas. En mi caso sería gratis y con otras condiciones, claro, ella ya sabe lo que me gusta. Además, trabajaría cerca de aquí y podría estar más horas en casa.

Acercaba el talón hacia él, sonriendo.

  • Pero, tu esposa, su hermana. Por dios.

  • Dios no tiene nada que ver en esto. Ella está al corriente de todo y lo único que pide es discreción. Por otra parte, ya he hablado con Doña Mercedes, la he tenido que compensar, pero esto corre por mi cuenta.

Juan miraba a los ojos de su mujer, esperando algo de ella, de su cerrada boca.  Acercó una de sus manos al talón.

  • Solo podría aceptar esto con una condición, que, si encontramos un buen trabajo, que nos permita ir devolviendo el dinero, ella quede libre de ti.

  • Llegados a este supuesto, si es lo que ella quiere, así será, naturalmente.

Fue entonces cuando vio que su esposa, mientras le miraba a los ojos, ponía su mano en la entrepierna de David. Era su forma de decirle que aceptara aquel dinero.

Fueron solo unos minutos, los necesarios para guardar el talón en la habitación que utilizaban como espacio de trabajo. Al regresar oyó sus palabras.

  • Dice Doña Mercedes que has aprendido mucho en hacerlo, que eres la mejor. Debes haber chupado muchas estos mesos.

  • Así es. señor.

  • Me gusta, que no hayas olvidado cómo tratarme.

  • Gracias, señor.

Lo que vió le horrorizó; su blusa desabrochada, inclinada, abriendo la bragueta de su cuñado. Él nunca había querido imaginar lo que hacía su esposa con los clientes y ahora lo tenía ante sus ojos.

  • No puedo soportar ver esto. ¡No puedo!

  • Pues si no puedes soportarlo ve a dar una larga vuelta por ahí, o enciérrate en vuestro cuarto. He pagado por adelantado y quiero ver el estado del material.

Juan dio un fuerte portazo cuando se encerró en la habitación matrimonial. ¿Sería verdad que su esposa se había emputecido? ¿Hasta dónde él era responsable de aquello?

No solo era lo que vio, si no también sus palabras; dando las gracias, tratándolo de señor.

Llegaban sonidos a sus oídos, palabras indescifrables. Sonidos que parecían azotes. Entreabrió la puerta. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué le estaba haciendo? Ahora sí entendía lo que decían.

  • Te gusta. ¿Verdad zorra? Notar la calentura en tus nalgas. Sentir este dolor. Esto solo te lo daré yo, ningún cliente te lo hará, así lo echarás en falta.

  • Gracias. Gracias, señor.

  • Di lo que eres ¡Dilo!

  • Soy una puta. Una perra sumisa. Una perra deseosa de ser azotada.

  • Así; saca bien el culo, guarra viciosa.

  • Que bien que entra y pensar que fui el primero en encularte. No debes ni saber cuántas te han metido.

  • Siga. Siga por favor. Señor.

Oía sus gemidos, sus gemidos de placer.

  • Eso es, frótate el coño mientras te enculo. Que puta eres. ¡CÓRRETE! ¡CÓRRETE ZORRA!

No quiso oír más. No quiso oír más porque se estaba excitando. Se estaba excitando y le pareció inmoral. Esto le parecía inmoral y no el hecho de haber planteado a su esposa que se prostituyera para llevar dinero a casa. No quiso oír ni saber nada más de lo que pasaba y quizá fue mejor así. Se ahorró ver a Ana besando sus pies, lamiéndolos. Verla en el plato de la ducha, con la boca abierta, recibiendo su lluvia.

Aún tardó en oír cómo se cerraba la puerta del piso, el agua de la ducha. Se preguntaba qué le habría hecho que tuviera que ducharse. Cuando abrió la puerta del baño la vió allí, desnuda debajo del chorro de agua, con la palabra PUTA, aun visible, garabateada por encima de  sus pechos. Cerró la puerta de golpe, para volver, confundido, horrorizado, a la habitación.

  • ¿Qué te ha hecho? ¡¿Qué te ha hecho?!

  • Nada que yo no aceptase. Después de todo es mi dueño.

  • ¿Tu dueño? ¿Y quién soy yo?

  • El que me ha llevado a esto. Mi mantenido, supongo.

  • Te he oído gemir de placer. ¿Esto es lo que haces con los clientes?

  • No. Por favor. Con ellos, la mayoría de las veces, simulo que me corro, de lo contrario terminaría agotada.

  • Por lo visto con el no. Con él disfrutas. Cuando te hace cosas que yo nunca imaginé que te dejaras hacer. ¿Qué va a ser de ti? ¿De nosotros?

  • Dentro de un año lo veremos, Ahora déjame descansar.

  • ¿Y yo? ¿Yo qué? - Estaba en calzoncillos, con su bragueta abultada.

  • Tu tendrás que esperar a mañana, si es que me place. ¿Pero qué haces? Déjame en paz.

  • ¡ZORRA!

El lunes, por la tarde, estaba en el apartamento, esperando su primer cliente. Preguntándose cuando volvería a ver a su dueño.