El cumpleaños de zoe i

Zoe y su padre viven solos desde que ella era casi una bebe. Su relación siempre ha sido de total confianza y sinceridad. Zoe crece recibiendo de su padre siempre confianza y compañerismo que la hace muy feliz. Cuando va a cumplir trece años, su padre le anuncia un viaje a un camping nudista.

Mi nombre es Zoe. Vivo con mi padre en una preciosa casita de piedra y madera a las mismas orillas del Bodensee, también conocido como lago Constanza. No

puede decirse que yo sea mala chica, no. Bueno, un poquito si, la verdad. Tengo mis líos, como todas. No soy demasiado promiscua, sobretodo con chicos. Suelen ser unos pelmas y bastante burros cuando lo hacemos. Qué tontería, quiero decir cuando follamos. Mis devaneos relacionados indirectamente con el sexo empezaron muy temprano, con chicas, lo normal cuando no se ponen trabas morales a lo que una siente. Lita, mi amiga y vecina y yo, descubrimos unos cómics de papá en el estudio donde chicas desnudas se hacían mil cosas apetecibles entre ellas. Lita y yo las imitamos y he de decir que con nula eficacia porque nuestros cuerpos como no podía ser de otra manera daban respuesta cero. Era un juego, uno más como jugar a médicos o pagar ciertas prendas en el trivial.  También veíamos hacer cosas entre chicos y chicas, pero carecíamos del instrumento necesario para imitarlos.

Aquí hago un paréntesis para hablar de mi padre. Físico eminente, catedrático de la Universidad de Constanza donde yo estoy cursando segundo curso de Biológicas. Enviudó muy joven, cuando yo todavia no había cumplido los tres años, y desde entonces vivimos solos él y yo. A pesar de ser un hombre muy atractivo e inteligente no volvió a casarse. Novias... algunas, pero ninguna le duraba más de un par de semanas. Contra lo que pueda pensarse, yo le animaba a continuar e incluso casarse. Mi padre tenía muy buen gusto y todas me parecían estupendas, pero siempre me decía: ¿echas en falta una madre? Y yo, claro, le decía que no. ¿Estamos bien juntos? Y yo le decía que sí con todo mi corazón. Nuestra confianza era total. Menos el cepillo de dientes, la ropa interior y acostarnos en la misma cama lo compartíamos todo, incluido baño y estudio. No teníamos secretos. Recuerdo muy bien la primera vez que Lita y yo nos besamos en la boca. Fue poco antes de descubrir los cómics de papá. Las dos éramos muy curiosas y ver hacerlo en tantas películas nos animó a probar. Se lo dije a mi padre sin vergüenza alguna, y lejos de objetarlo no lo desautorizó, al menos explícitamente, aunque me recomendó esperar a ser más mayor para obtener verdadero placer de los besos. Debió darse cuenta de que el sexo pronto empezaría a formar parte de mi vida, y como siempre me hablaba de tu a tu, a partir de ese día comenzamos a tener largas conversaciones sobre el tema, contestando a todas mis preguntas, dándome información y formándome para enfrentarme a esa importante faceta de la vida. Así pues, cuando le conté mis caricias con Lita, papá, de forma especialmente simple y educativa, me aleccionó sobre la anatomía femenina, con la consabida recomendación de que nuestros cuerpos todavia no habían alcanzado el suficiente nivel de madurez para sacar verdadero partido a tales caricias, a las que abiertamente consideraba como juegos, nunca como algo sucio y pecaminoso. Mi padre, además de atento y cariñoso conmigo, era muy observador y se tomaba muy en serio mi educación personal y social. Cuando Lita y yo empezamos a abrirnos a otra gente del barrio, incluyendo muchachos, me reservó una sorpresa. Nuestras charlas tenían lugar después de cenar. No solíamos ver la televisión y nos sentábamos frente al fuego a charlar o a leer, nuestra afición favorita. Un día mi padre me sorprendió al encender el televisor antes de que nos acomodáramos en el sofá. La chimenea estaba como siempre encendida aunque la tarde había sido calurosa. Papá puso un USB en el lateral de la tele y conectó el dispositivo.

— Zoe, vamos a ver una película pornográfica. Quiero que veas como se practica sexo entre adultos.

La película me causó una gran impresión. Una cosa era contarnos cómo funcionaban las cosas entre un hombre y una mujer o entre hombres o mujeres, y otra ver esos cuerpos sudorosos gimiendo o jadeando mientras órganos gigantescos penetraban en la vagina o el ano de ellas o de ellos. Cuando terminó di un suspiro.

— uff.

— qué, ¿te ha gustado?

— no sé qué decirte papá. ¿Como es posible que los penes de los chicos alcancen ese tamaño? ¿El tuyo también puede ser tan grande?

Mi padre soltó una carcajada y me acarició el cabello.

— bueno Zoe, esos hombres son estrellas especialmente dotadas para estos menesteres. Yo tengo un tamaño... bueno, normal cuando se me estimula. No tan grande, pero casi.

— ¿quieres decir que si te lo chupan como lo hacen ellas te crecería tanto?

— desde luego Zoe.

— ¿y el de Dani o Mikel... también crecería?

En este punto mi padre adoptó una actitud más seria.

— mira Zoe, precisamente por tu curiosidad innata y por la forma en que te he educado he querido que veas esta película. Por experiencia sé que más pronto que tarde quizás tengas relaciones sexuales con chicos. Ya hemos hablado muchas veces de cómo estas relaciones pueden tener efectos inesperados y poco convenientes al  no tomar precauciones en el coito. Todavia eres muy joven para que corras peligro de quedarte embarazada. En el peor de los casos pasarán tres años o más, pero quiero que tal como has sido hasta ahora te sinceres conmigo cuando tengas relaciones sexuales con chicos. De acuerdo?

— sí papá, claro que sí.

— OK Zoe. Ah... y sí. A Dani y a Mikel también les crece el pene si lo estimulas.

— claro. Oye papá...

— dime hija.

— esos penes que salen en la película. ¿Caben así de fácil en chicas normales?

De nuevo papá exhibió esa sonrisa que lo hacía tan atractivo.

— cuando excitas adecuadamente a la chica sí. Por el ano es más complicado pero si está bien lubricado también.

Dudé en este punto de la conversación, pero ya estaba hecho. Tenía demasiada confianza en él como para echarme atrás en lo que quería decir.

— papá... si me excitaras adecuadamente... ¿también me cabría a mí?

Me miro con esa sonrisa de compañerismo que usaba en nuestras charlas.

— Zoe, la mujer no alcanza su madurez sexual hasta después de tener el periodo. No obstante en ciertas culturas las chicas tienen relaciones antes que la regla, pero no es bueno ni conveniente. El cuerpo no suele estar preparado todavia para practicar la penetración vaginal o anal.

— eso quiere decir si o no?

Por un momento vi que dudaba, pero se impuso mi papá sincero de siempre.

— eso quiere decir que en tu caso no lo sé, pero probablemente no. Bueno Zoe, es muy tarde y mañana hay cole. A la cama.

Había cortado algo precipitadamente la charla pero no podía reprochárselo. Cuando estábamos desnudos en el baño lavándonos los dientes (ambos dormíamos sin pijama) le vi un tanto nervioso. Quizás no se esperaba que mis preguntas tuvieran tanta franqueza, pero ya me conocía y sabía de mi curiosidad innata. Veía su miembro viril y no sé porqué me pareció más hinchado de lo normal.

Mi padre fue realmente oportuno con esta charla porque tuve mi primera relación heterosexual en menos de un mes. Como ya he contado, Lita y yo formábamos parte de una pandillita de chicos y chicas. Habían terminado las clases y el grupito aumentó. Yo pasaba mucho tiempo fuera de casa como es natural. Mi padre,. estaba preparando la cena cuando llegué. Me cambié, puse la mesa y cenamos.

— qué tal el día?

— muy bien. Hoy ha venido el primo de Dani. Es de Hamburgo. Tiene 15 años y se llama Törguensen, fíjate qué nombre, pero todos le llaman Tor. ¿Y sabes? Creo que le gusto.

— vaya me alegro.

— y no lo entiendo papá, porque parezco mucho más pequeña de lo que soy. A Lita ya le están saliendo los pelitos.

— Zoe, cualquiera que trate contigo sabe lo que vales.

Me acerqué y le di un beso cariñoso en los labios, como siempre hemos hecho.

— gracias papá; mañana domingo vamos de excursión hacia Lindau.

— ¿toda la pandilla?

— no papá. Él y yo solos. No me esperes a comer.

— ah, vale.

Nunca ha dejado de sorprenderme mi padre con su capacidad de adelantarse a los acontecimientos. Cuando Tor llamó a la puerta reclamándome, al salir yo mi padre me dijo al oído:

— hazlo sin prisas.

Y seguí su consejo. Fuimos en bici al refugio de pescadores, casi en la frontera con Austria. Tor y yo pasamos el día navegando y paseando. Comimos nuestros picnic en el mismo embarcadero y de repente se montó una tormenta de mil pares de narices. Entramos dentro. Estábamos solos. Y...

— Zoe, has besado a algún chico?

— chico no.

— te gustaría besarme?

— sí.

Se acercó a mi, se agachó y me besó en la boca con los labios entreabiertos. Nuestras lenguas se rozaron y enroscaron violentamente. Recordé el consejo de papá.

— no tengas prisa Tor— dije.

El encuentro se enlenteció. Puse mi muslo entre los suyos y comprobé que su pene se había puesto duro y grande. El tenía su mano agarrando mi culo y apretándomelo. Yo la cogí y la aparté, separándome de él. Me arrodillé y bajé el elástico de su bañador...

— ¿como te ha ido?— Preguntó papá, cuando nos sentamos frente a la chimenea después de la cena.

— una decepción, la verdad. Esperaba otra cosa.

— ya. Has sangrado?

— casi nada. Apenas me he enterado.

Estuvimos hasta casi la una hablando del tema. Eso quitó toda trascendencia a ese acto tan sobrevalorado.

Pasaron los años y llegamos a Julio. Se aproximaban las dos fechas más importantes para nosotros: el cumple de papá, que coincidía con el aniversario de la muerte de mi madre, y el mío, dos dias después. Mi padre ya tenía vacaciones, como yo, y los celebramos como siempre hacemos: una visita a mamá llevándole flores, y a comer a nuestro restaurante italiano favorito, donde papá desvelaba la excursión que tenía preparada para salir al día siguiente. El año pasado habíamos recalado en Roma y me había regalado un iPhone. A ver qué inventaba este año.

Delante de una pizza cuatro quesos y un rissoto se desveló el misterio.

— Zoe, vas a cumplir trece años.

Puse cara torcida.

— sí papá, pero parece que tenga nueve o menos. Mírame, lisa como una tabla y cuatro pelos, como un bebé. Solo tengo culo y barriga. Y Lita con dos hermosas tetas y peluda como una mona. Estoy desesperada.

Papá no pudo menos que reírse. Tomó mi mano.

— Zoe, estás fenomenal. ¿Qué te he dicho siempre?

— sin prisas, ya lo sé. Pero un poquito de pecho no me vendría nada mal, ¿no crees? ¿Oye, y donde vamos este año?

— mañana tenemos que madrugar. Tenemos un vuelo hasta Valencia.

— ¿Valencia? ¿España?

— sí. Allí nos espera un taxi que nos llevará a Serra Natura, un camping nudista perdido en las montañas.

Me levanté y le di un abrazo.

— me encanta papá. Todo el día desnudos. Que guay.

Me enseñó en su iPad las instalaciones del sitio, increíblemente bonito, y la preciosa cabaña donde nos alojaríamos, una pocholada de nombre Gea. Yo estaba realmente contenta con la elección.

— lo malo Zoe es que solo hay una cama. Estaban agotadas las estancias mayores.

— Pues a mí me entusiasma la idea de compartirla contigo papá.

No respondió, pero los ojos de mi padre lo delataron: estaba contento.

Al día siguiente ya bien entrada la tarde el taxi todoterreno nos dejaba en la recepción del Camping, un conjunto de piedra y tierra moldeada de formas naturalistas repleta de vegetación autóctona. Pinos, encinas y arbustos aromáticos, al más puro estilo mediterráneo. Un paraíso para los sentidos.

Aposentados en nuestra coqueta cabaña, más parecida a una cueva primorosamente decorada, nos dirigimos sin más ropa que unas chanclas a la piscina, a aprovechar los estertores del crepúsculo de una maravillosa y cálida tarde de verano. Allí, entre un reducido grupo de nudistas de toda edad y género, sentimos la agradable sensación de desnudez, un sentimiento que me alteraba el cuerpo y el espíritu. Mi padre, con su proverbial sentir el devenir de los acontecimientos, me confesó lo que yo también empezaba a vislumbrar:

— Zoe... vamos a disfrutar mucho de esto.

— sí papá... lo sé.

No teníamos hambre pero la campana anunciaba la hora de la cena. Nos sentamos envueltos en nuestras toallas en una mesa comunitaria, donde afortunadamente no había compatriotas. Nos servimos unas suculentas ensaladas en un ambiente alegre y festivo. Mi padre hizo algo por primera vez en su vida: servirme una copa de vino. Levantó su copa.

— por nosotros.

— por nosotros— respondí.

Volvimos a la piscina. La agradable temperatura invitaba al baño nocturno. Nos metimos por la rampa entre la cascada de agua cogidos de la mano. Dimos unos largos y nos apoyamos en el borde. Luces indirectas le daban al ambiente un agradable bienestar.

Estábamos juntos, uno frente al otro, con el agua hasta el cuello. Mi padre haciendo pie, yo apoyada en su brazo y en el borde.

— Zoe, ¿sabes que a los 13 años se permiten legalmente las relaciones sexuales con un adulto siempre que sean consentidas?

— sí papá, lo sé.

No se como sucedió, pero mi sangre empezó a arder. Me sentía inmensamente feliz. Me acerqué a él. No tenía intención alguna de provocarle. Era solo una niña, su hija. Quería manifestarle lo bien que me encontraba dándole un beso en sus labios, sin malicia, como habíamos hecho toda la vida, y al hacerlo rocé sus muslos y me lo encontré. Su pene estaba muy erguido y duro. Le di el beso pensando que tenía la erección por una chica de grandes y tiesos pechos y figura envidiable que pasaba delante de sus ojos, ya en retirada. ¿Como iba a pensar que yo podía ser objeto de su deseo?

— te quiero papá.

Mi padre recibió el beso con su seductora sonrisa.

— gracias hija.

No sé cuánto tiempo seguimos allí. Aquello se fue vaciando. Solo quedaron las luces del restaurante. Finalmente también se apagaron. Nos quedamos solos.

Yo estaba disfrutando ese precioso momento. Sin embargo mi padre lo rompió.

— Zoe, es tarde. ¿Vamos a la cabaña?

Tenía razón. Yo estaba además de cansada, muy excitada, quiero decir, rebosante de emociones, sentimientos, sensaciones, mi padre, el lugar, la cálida noche, el cielo estrellado sin luna, el horizonte aun con tenue luz, el agua tibia.

Salimos, nos tiramos las toallas por encima, nos dimos el brazo, y recorrimos alegres y felices los cien metros entre pinos, olivos y encinas hasta nuestra Gea.

Aun pasamos casi media hora sentados a oscuras en dos sillas de la terraza a la sola luz del espectacular firmamento libre de contaminación lumínica. En silencio. Las manos entrelazadas. Padre e hija. Disfrutando de nuestra presencia. Finalmente entramos al interior.

El cuartito de baño no era como el de nuestra villa. Muy coqueto pero pequeño. Papá y yo nos rozábamos constantemente mientras nos limpiábamos los dientes. Nos comportábamos de forma totalmente natural como siempre.

¿Como siempre?

Si lo pienso, no es así. A partir de nuestra llegada... el brindis... esa noche en la piscina... su desnudez y la mía adquirieron una nueva dimensión. Cada palabra, cada contacto, carne sobre carne, piel con piel, era... sobredimensionada, amplificada...

Algo estaba pasando, o...

Iba a pasar.

— ¿en qué lado quieres dormir Zoe?

Fui muy sincera.

— en el que te pueda abrazar papá.

Él sabía que yo dormía siempre en posición fetal apoyada en mi costado del corazón, así que sin mediar palabra me besó (en los labios, como siempre, repito), se acomodó las dos almohadas en el  lado izquierdo de la cama, y se puso a leer. Yo me acosté y le puse mi brazo derecho sobre su vientre. Fue cerrar los ojos y quedarme roque.

Me mediodespertó la tenue luz del alba que irrumpía por la abierta ventana. Yo estaba pegada a papá, cubiertos ambos por la sábana. Él dormía profundamente, con su habitual  postura boca arriba. Con su brazo derecho me abrazaba; pero lo que me despertó del todo fue su miembro en erección, que yo tenía agarrado con mi mano. Una agradable sensación de bienestar me inundó, sin atisbo alguno de deseo sexual. No quise mover mi mano. No se qué hubiera ocurrido de hacerlo, ni ganas de saberlo. Me acurruqué aun más, besando su pecho. Sentí su calor y olor cerca, muy cerca. Y volví a dormirme feliz.

El ruido de la ducha me despertó. En lugar de racanear como es habitual en mí, salté de la cama, y me metí dentro de la ducha con papá, y me abracé a él. Era la primera vez que compartíamos la ducha. Sorprendido, pero no molesto me dijo.

  • buenos dias Zoe.

Me apreté más si cabe y contesté.

— buenos dias papá... te quiero.

Y nos dimos el consabido beso en la boca. Después papá me dio la vuelta.

— levanta los brazos.

Sus manos repletas de gel me masajearon las axilas y los costados, la espalda, los glúteos, los muslos, el cuello... y pasaron a los pechos, el vientre, otra vez los muslos... las ingles, el pubis, el sexo...

Creí morir.

— papá...

— ya. Y tu anoche, qué? - dijo riendo.

Contra lo que pueda creerse, no fue nada escabroso, ni intencionadamente sexual. Fue... eso, cariño, camaradería, admiración.

— abre las piernas.

Me extendió el gel a conciencia. Me dejé, claro. Cuando acabo de restregarme tomó el champú y me lavó el cabello. Cuando me enjuagó con agua protesté.

— y yo a ti?

Me envolvió con la toalla y con ella me secó fregando a conciencia mi cabeza y cuerpo.

— mañana. Tengo mucha hambre.

De nuevo, felices y animosos ante el maravilloso día que sin duda nos esperaba, recorrimos el camino hasta las instalaciones junto a la piscina, donde nos aguardaba un espléndido desayuno.

Ya en la piscina disfrutamos del paisaje, del ambiente, del sol... ay, el sol, fuente de todo placer. Mi padre extendió sobre mi cuerpo crema solar, incluyendo mis partes más íntimas que yo ofrecía a la vista. Después yo a él, tomándome cumplida venganza en su piel más ansiada. Tuvo que llamarme silenciosamente la atención porque me recreé más de lo considerado prudente. Creo que fue su gran fuerza de voluntad la que impidió una indiscreta reacción a todas luces normal.

Entre risas finalizó el “presunto” incidente. Nos tumbamos en dos tumbonas, uno al lado del otro, con el sol como catalizador de un proceso que pedía a todas luces serenidad, mucha, quizás demasiada.

Yo observaba todo lo que me rodeaba, sobretodo a las personas, lo más disimuladamente de lo que era capaz: cuerpos desnudos altos, bajos, rubios, maduros, ora paseando, ora descansando, ora retozando... todos con una naturalidad pasmosa. Yo veía a papá a mi lado: hermoso, tranquilo, sonriente... me devolvió la mirada y me guiñó el ojo. Yo supe que era feliz. Y en ese preciso instante me pareció el hombre más sexy y deseable — sí, deseable— de todo el mundo.

Sin embargo una sombra nublaba un poco mi felicidad. Me veía a mi misma y me comparaba con una pandillita de adolescentes sin duda más jóvenes que yo, exhibiendo unos cuerpos de impresión, unas mujeres en su casi total formación. Yo, en cambio, era una niña, todavia muy lejos de lo que podía esperarse de mis trece años.

— Zoe, cada persona lleva su tempo. No desperdicies estos momentos con algo que no tiene importancia alguna.

Mi padre, como siempre, observador y atento.

— papá, no puedo evitarlo. Tengo tantas ganas de ser mujer...

— no Zoe, eso no. Eres una mujer, con cuerpo de niña, pero una mujer. Ya darían esas que crees envidiar por ser como tú.

Le hice caso y aparté esos pensamientos que me amargaban un poco el bienestar que sentía. Me relajé y mi padre debió notarlo porque me agarró de la mano.

El calor empezó a hacer mella y me fui a la piscina a aliviarme. Ya dentro se me acercó un chico hablándome en mi idioma. Entablé conversación con él. A los pocos minutos lo dejé y volví con papá. Me senté en la hamaca frente a él.

— has ligado.

— bah, un crío.

— ah, sí? Qué edad tiene?

— 16 dice. Se llama Hugo. Acaban de llegar, de Frankfurt.

Mi padre se reía. Cogí de nuevo la crema para proteger mi piel tan clara. Él se incorporó para extendérmela.

— túmbate Zoe, boca arriba.

De nuevo me dejé hacer. Sus manos sobre mis hombros, cuello, pechos, tripita... y otra vez los muslos, las rodillas. Abrí las piernas invitándolo a repetir. Y lo hizo, pero esta vez más lentamente, más insinuante, más atrevido. Me miraba mientras lo hacía, y sus ojos brillaban, y los míos le contestaban...

Y me excité. Y él también se excitó. Y yo lo supe y él lo supo.

Y así pasó el resto de la mañana, entre sutiles provocaciones por ambos lados, entre felices señales de estar embriagados por nuestra desnudez y deseo, esperando, esperando... a qué?

No sé cómo pudimos aguantar sin volver a la cabaña: comimos, y de nuevo a la piscina... esta vez en una hamaca doble, colgada entre dos grandes pinos que ofrecían una refrescante sombra. Nos echamos encima una disimulada y muy corta frazada de seda, suficientemente tupida para ocultar, y suficientemente grande para tapar cómo nos manoseábamos entre risas y algún gemido.

Allí dormimos la más increíble siesta que imaginarse pueda.

No sé si alguien se dio cuenta de lo que se estaba fraguando. Las sonrisas y camaradería de la cena se volvieron a repetir. Hubo saludos con los papás de Hugo. Sobremesa lo más corta que las circunstancias aconsejaron.

Y de nuevo a la piscina, de nuevo alargando el tiempo para atrasar lo inevitable. De nuevo la retirada de la mayoría del personal hacia sus tiendas, remolques, aposentos. De nuevo se apagaron las luces, el cielo estrellado, la paz, la noche. De nuevo solos papá y yo, frente a frente.

— Zoe, eres preciosa.

Yo estaba temblando. Intuía qué iba a pasar. Había estado toda la tarde pensando que papá solo quería animarme. Ahora no. Estaba segura. Nuestra relación no era romántica, no era tampoco de deseo sexual. Era... no sé explicarlo, algo mucho más allá, mucho más profundo.

— de verás papá? De verás?

Me agarró por los hombros y sujetó por las axilas, y confiando en la oscuridad pegó sus labios a los míos en un arranque de pasión que me dejó desconcertada. Perdí la noción del tiempo mientras nuestras bocas jugaban con nuestras lenguas. Me dejaba llevar, inmóvil y sumisa. Hubiera querido coger su pene con mis manos y acariciarlo pero me fue imposible. No tenía fuerzas. Estaba a su merced.

Y solo el sonido de la cascada de agua rompía el silencio e iba a ser testigo.

Me tomó de las caderas y me apoyó espalda contra el borde sin despegar su boca de la mía. Se enderezó, y para continuar el eterno beso me tomó de las nalgas con sus manos, separando mis muslos, e izándome hasta que mi pequeño cuerpo fuera sostenido sobre su miembro. Instintivamente rodeé con mis piernas su vientre, buscando el roce de mi sexo con su agitado pene, ahogada en sensaciones desconocidas para mí.

No tardó en encontrar su camino. Una descarga placentera me decía que su glande rozaba entre mis labios y que su entrada en mi vientre solo dependía de su voluntad. Todas las dudas sobre si era eso posible desaparecieron. Mi vagina estaba más que preparada para él.

Y así sucedió. Mi papá y yo fuimos uno solo, poco a poco, sin resistencia, rozándonos lo que más nos hacía sentir y gozar uno del otro.

Hubiera querido que aquello durara y durara... hasta que el sol naciente nos deslumbrara y nos hiciera volver a la realidad, pero no. Un temblor creciente aprisionó mis rodillas, mis muslos, mis ingles... hasta que estallé en una serie de espasmos y gemidos sin cuento. Tuve mi primer orgasmo.

De no ser porque me tenía sujeta y ensartada, mi flojera inmediata y brutal me hubiera llevado al desvanecimiento cuando el climax cesó, pero una inesperada sacudida me volvió en si. Mis entrañas se inundaron de algo caliente y placentero. El que ahora temblaba era papá, que se corría mientras su esperma ya era mío.

No sé el tiempo que pasamos así, unidos por nuestros sexos, abrazados y felices, mirándonos, riendo y besándonos. Ahora sí que podía decir que lo compartíamos todo.

— vamos a la cabaña— me dijo al oído.

Agarrados del brazo llegamos entre risas a Gea, nuestra cabaña. Me hizo sentar en una de las sillas de la terraza, abrió la puerta, volvió a por mí y me levantó para entrar sobre sus brazos, cerrando la puerta con el talón.

Una agradable penumbra iluminaba la estancia. Papá me depositó amorosamente sobre el lecho. Estábamos todavia mojados pero era igual. Me tomó entre sus manos, acercó mi rostro al suyo y volvió a besarme. Mi lengua y labios de nuevo dejaron hacer. Yo era un juguete en sus fuertes brazos. Dejó mi boca, arrastrando la suya besando mi cuello, que respondí agradecida! buscó mi tripa, que tanto le gustaba, paseándose y recreándose entre mis inexistentes senos. Siempre me había dicho que tenía una barriga preciosa, redonda y ligeramente bombeada. Lamió mi ombligo. Suavemente me dio la vuelta, levantando un poco mi grupa y separando mis piernas. Por un momento pensé que iba a hacérmelo por el ano. Pero no. Iba a hacerlo pero no con su pene. Yo estaba expectante, boca abajo. Estaba sobre mi, pero como, no lo sabía. Su dedo pulgar apareció en escena, hurgando suavemente entre mis labios internos, acariciando mi clítoris, ese lugar mágico, padre y madre de todos los placeres como decía papá. De nuevo el ahogo en mi pecho y el calor entre mis ingles. Y entonces hizo su entrada su lengua, lamiendo entre mis glúteos, buscando mi otra puerta, pidiendo paso hasta abrirla y pasar adentro.

Y fue el diluvio. Un torrente de líquido empapó el dedo que me sometía. Por primera vez además de gemir, jadeé y grité. El placer se paseaba por todo por todo, vagina, ano, vientre... de cintura para abajo era un volcán al ser acariciada y penetrada a la vez. Mi esfinter se dilataba y contraía al paso de esa lengua que me taladraba sin piedad, señalando sin lugar a dudas que mi sexo y mi ano se disputaban la rivalidad en darme goces y placeres sin cuento.

Cuando me asaltó el orgasmo lo hizo sin avisar, brutal e inesperado. Mi cuerpo convulsionado seguía perseguido por lengua y dedo, que no soltaban la presa, ya cuando los estertores cesaban, de nuevo me venía arriba, una y otra vez, y otra, y otra...

Cuando desperté, más que abrazada, hecha un ovillo con papá, él me miraba.

— ¿qué ha sido eso papá, eso es normal?

Me besó en la frente.

— eso Zoe es que eres multiorgásmica.

Y caímos los dos en brazos de Morfeo.

Nos despertamos por los rayos de sol. Nos besamos largamente, esta vez como padre e hija.

— papá... todavia estoy esperando tu regalo.

— Te lo daré antes de volver. Será tu última sorpresa.

— y porqué no ahora?

Por toda respuesta montó sobre mi, sujetándose en sus codos para no aplastar mi cuerpo de niña. Su miembro estaba ya preparado para el placentero y próximo combate, descansando y rozando entre mis muslos y su cabeza ansiosa por acariciar el interior de mi vulva. Contestó con una frase enigmática.

— porque quiero que nos emborrachemos de realidad estas vacaciones.

Y con un apenas perceptible movimiento hizo rozar mi clítoris con su glande. Gemí de nuevo... y no dejé de hacerlo mientras, de nuevo, él me penetraba placenteramente.

Continuara...