El cumpleaños de Jorge
Un pequeño espasmo de los músculos de Jorge facilitó su tarea, expulsando la descarga de semen directamente a su boca.
Jorge conoció a Emir el mismo día en que su grupo de amigos le dieron una fiesta sorpresa con motivo de su vigésimo primer cumpleaños. La idea era llevarle a conocer el nuevo restorán libanés de la ciudad que los diarios y las redes sociales recomendaban tanto, de manera que se pusieron de acuerdo en citarlo a una cuadra del local donde ya tenían reservada una mesa.
Pero Jorge era de las personas que siempre llegan temprano a todos lados, y ese día no podía ser distinto: unos cuarenta minutos antes de la hora estava allí, sentado en la parada de ómnibus.
Dos mujeres mayores conversaban animadamente a un metro y poco de su asiento mientras sujetaban sendas correas con falderos en un extremo, que se olían mutuamente ignorando el más mínimo decoro. Hacia allí se dirigía un cuarentón alto y delgado, que ni bien puso sus ojos en Jorge le quedó admirando al punto que tanto él como las dos conversadoras sorprendieron con una sonrisa al mirón, que tal vez para disimular su mirada incendiaria se agachó para acariciar a cada uno de los pichichos.
Jorge, divertido, contempló la escena, fascinado por aquella mano cubierta de un fino vello oscuro que alternativamente se pasaba de uno a otro can mientras las señoras aprobaban sonrientes el halago a sus mascotas.
- Vaya, qué hermosas manos tiene este tipo – pensó nuestro cumpleañero – y lo que debe ser el resto…
Mientras las mujeres seguían conversando de lo suyo seguras de lo bien que eran tratados sus cuzquitos, el hombre dirigió una luminosa sonrisa de dientes blanquísimos a Jorge, y le hizo un guiño que éste respondió halagado. Las señoras se despidieron, dirigiéndose cada una en sentido contrario y el hombre aprovechó para sentarse en el asiento como si también esperase el paso del próximo ómnibus.
¿Qué tal? – saludó educadamente - ¿eres de por aquí? Nunca te había visto antes, porque de haberte visto te recordaría.
No, vengo de otro barrio. Fui citado aquí por mi grupo de amigos, pero acostumbro a llegar siempre el primero.
Para mi suerte – dijo el hombre – perdona, mi nombre es Emir, hace unas semanas abrí un negocio en la próxima cuadra.
El mío es Jorge, encantado de conocerte, Emir. Si no fuera porque estoy combinado me gustaría conocer tu negocio. Pero será otra vez, mira, allí vienen dos de mis amigos – dijo señalando a dos jóvenes que se aproximaban hacia el lugar.
Bien, espero que nos veamos en otro momento – respondió el hombre levantándose - mi negocio está en la otra cuadra, ven a verme cuando gustes, será todo un placer.
Los chicos ya estaban allí:
¡Georgie! ¿Hace mucho que llegaste? – preguntó Juanchi, que era la novia de Ernesto.
No, hace unos minutos, nada más – mintió mientras veía con pena alejarse discretamente a Emir.
Miren – señaló Ernesto – allá vienen Luis y su novia, por la vereda de enfrente.
Se abrazaron todos, y también con los recién llegados una vez estuvieron reunidos.
Solo falta Pedro – anunció Juanchi.
¿Pedro? ¿Quién es Pedro? – preguntó Jorge intrigado.
El primo del campo de Juanchi – respondió Ernesto.
Un divino – añadió Juanchi – y como tú estás solo, pensamos que te gustaría conocerle, pues creo que puede ser de tu tipo.
Todos rieron, porque como Jorge jamás hablaba de su vida privada estaban convencidos de que a él no le iban las chicas, de modo que pensaron que le hacía falta alguien especial.
Pedro apareció de repente, desilusionando completamente al cumpleañero: se trataba de un joven de unos veintipocos años, pálido, vestido de punto en blanco que le zampó un sonoro beso en la mejilla sin decir agua va.
Era lo que menos le gustaba de su pandilla: nadie preguntaba, todo lo suponían, y aquel Pedro le había caído grueso por lo confianzudo. Más habiendo sido impactado por su desconocido admirador de unos minutos antes. Comparando, el tal Pedro era como comparar una lombriz con una majestuosa cobra…
Bueno – dijo la novia de Luis - ¿vamos al restorán entonces?
¿A qué restorán te refieres? – preguntó Jorge.
Al de la otra cuadra. ¿No creerás que nos olvidamos de tu cumpleaños? Eres nuestro invitado, chico– respondió Luis, que era un poco el líder.
¡Ah! No tenían por qué molestarse – agradeció Jorge – bueno, vayamos pues, porque debo regresar a casa temprano, que la parentela está reunida por el mismo motivo.
Mal tipo, ¿nos vas a dejar así sin más después de cenar? – dijo Juanchi fingiendo amoscarse.
Es que no me avisásteis y quedé en regresar temprano. Recuerden que mis abuelos son gente grande que no acostumbran trasnochar ni siquiera los sábados – mintió descaradamente mirando con fijeza al tal Pedro, que captando la directa indirecta, se disculpó:
Juanchi, también yo tengo que abandonarles; ahora recordé que mañana tengo un compromiso que no puedo evadir y prefiero ir a dormir temprano. Bueno, Jorge, un gusto y felicidades – añadió tendiendo esta vez la diestra.
Muchas gracias, el placer fue mío – repuso el aludido creando a su alrededor un pesado silencio.
Bueno, chicos, vamos entonces. Hasta pronto, Pedro – dijo Luis tomando del brazo a su novia y comenzando a caminar en dirección al restorán.
Los demás saludaron a Pedro, y Jorge escuchó a Juanchi que le decía a su primo:
- Lo siento, Pedrín… seguramente él se lo pierde. Nos vemos o llamamos, ¿sí?
Los cinco siguieron su camino conversando animadamente hasta llegar a un local muy iluminado cuyo portero les dio acceso.
Tenemos una reserva para seis, pero somos cinco – anunció Luis al cajero, que no era otro que Emir.
Ningún problema, señores – dijo éste, y a un mozo que esperaba atento “la seis, reserva para cinco cubiertos, Ahmed”. Miró a Jorge como si no le conociera, y agregó:
Que pasen una espléndida velada, gracias por elegirnos”.
La comida era suculenta, el servicio de diez, y a la hora del postre, un baklava especialidad de la casa, la dirección del local envió una botella de champán de atención para que brindaran a la salud del festejado.
Mientras Luis abonaba la cuenta sorprendido por el veinte por ciento de descuento, Jorge se levantó para ir al baño, preguntando a Emir dónde quedaba.
A la izquierda, detrás del tapiz – le contestó con su enorme sonrisa - ¿estaba todo a gusto?
Realmente espléndido, gracias. Felicitaciones por el postre, ha sido uno de mis mejores cumpleaños – respondió Jorge.
No, el postre tuyo no fue servido todavía. Te espero a la una, a la hora del cierre. Espero que disfrutes de él tanto como yo.
El aludido solo sonrió descorriendo el tapiz que separaba los lavabos del salón comedor.
Y mientras se lavaba las manos fue sorprendido por la sonrisa de Emir dfrente al espejo, que le preguntó ansiosamente:
¿Vendrás por tu postre especial?
Por supuesto, no lo dejaría por nada, a la una regreso. Y salió para evitar demoras innecesarias, eran solo las once y quince…
Salieron del restorán comentando la decoración, la comida, el servicio, la decoración de la loza, la gentileza del dueño, y lamentando que Jorge no les acompañase a bailar.
Bien, amigos, qué puedo hacer más que agradecerles su gentil invitación…
Lástima que le cortaste el rostro a mi primo – refunfuñó Juanchi – ¡pero igual te quiero, Georgie!
Ja ja ja, y yo también te quiero.
Abrazos, besos, saludos… Las dos parejas al baile y Jorge a la parada anterior a esperar que el reloj diese la una para regresar por su postre. Pulsó en su celular el número de su casa, y respondió su madre.
¿Te estás divirtiendo con los muchachos?
Sí, acabamos de cenar y ahora nos vamos a bailar a un boliche. Cierren nomás y pongan la alarma, porque voy a dormir a casa de Luis y Anita, quedamos de hacer una pijamada de adultos – anunció Jorge a su madre.
Ah, bueno, hijo. Que se diviertan. No tomes mucho, por favor.
Claro que no. Que descansen.
Imposible calcular la de veces que miró el reloj, que parecía avanzar lentamente. A la una menos diez decidió caminar hasta el restorán, pero se paró en seco: “Si me dijo a la una, es a la una. Supongo que habrá calculado la hora con exactitud”.
A la una en punto tocó el timbre de acceso, la puerta le fue franqueada por el mismo mesero que les atendiera, y confundido por el hecho de que aún estuviese el personal, arguyó:
Ah, por favor, discúlpeme. Estuve cenando hace unas dos horas aquí, con amigos. ¿Habrá encontrado por casualidad un portadocumentos?
No, yo mismo levanté el servicio, señor – respondió el hombre.
¿Qué sucede, Ahmed? – se acercó Emir con prisa.
El señor extravió su portadocumentos y cree que puede haber sido aquí – explicó Ahmed.
¡Oh! ¿Tú no lo has encontrado bajo la mesa? – y dirigiéndose a Jorge- Si no está allí será que lo extravió a la salida, pero si me espera unos minutos yo mismo le llevo hasta su casa…
Ahmed regresó después de haberse cerciorado bajo la mesa que en efecto el objeto no estaba ahí.
- No hay problema, Ahmed. Yo me encargo de llevar al señor para que no ande por la calle sin documentos. Si terminaste lo tuyo, puedes ir a descansar. Cierro yo y le acompaño, tú tranquilo.
El mesero se disculpó nuevamente, se fue a cambiar y saludó:
- Hasta mañana, señor – y dirigiéndose a Jorge: “espero lo pueda encontrar en alguna parte, señor. Perder los documentos es todo un tema”.
Emir cerró la caja, apagó las luces dejando solo el piloto, tecleó la alarma y dijo a Jorge:
Bueno, vamos hasta el garaje que allí está mi coche.
Mira que no perdí nada, solo me asusté cuando vi que estaba todavía el mozo y me surgió de repente la excusa…
Lo supuse, no te preocupes. Sube –dijo abriendo la puerta del acompañante de su coche. Mientras se ajustaba el cinturón de seguridad, dio un pequeño grito: “¡Oh! Creo que encontré tus documentos…
Sorprendido, Jorge preguntó:
Pero, ¿dónde? Si los tengo en el bolsillo de la chaqueta…
Acá, mira – respondió Emir- deben ser éstos, que abultan tanto aquí- y tomándole una mano se la llevó a su entrepierna, que vaya si abultaba pues parecía una carpa de beduinos aislada del desierto.
Jorge se relamió pensando en la flagrante exquisitez del postre prometido.
Emir tomó por el bulevar unas doce cuadras, y al llegar a una casa con muros blancos elevados y un portón macizo de metal, oprimió el seguro para entrar en ella. El portón se elevó silenciosamente y entraron en un pasillo ancho bordeado de hortensias que terminaba en un garaje. Por dentro ascendieron unos escalones y accedieron a un enorme recibidor alfombrado con esplendidez.
- Subamos – invitó Emir – es en el primer piso que está tendida la mesa para el postre.
Jorge quedó deslumbrado con aquella casa decorada con un gusto exquisito de aire oriental. Emir lo condujo a una habitación en cuyo centro había una cama inmensa, y en una esquina rodeada de un murete de ladrillo encalado un yacuzi que de inmediato el dueño de casa encendió.
Tomamos un baño, ¿te parece? – invitó.
Claro, me gusta la idea – contestó el huésped.
Con sutileza pero desición, Emir fue desprendiéndole la ropa, como Jorge se tratase de un niñito necesitado de ayuda para hacerlo. Jorge, que tenía miles de fantasías en su mente, retribuyó el acto, desvistiendo a su anfitrión. Y no le sorprendió para nada el pecho velludo de Emir, el vientre plano y marcado sin exceso, las piernas y brazos cubiertas de vello sedoso y oscuro… sí lo sorprendió –y cómo- el enorme falo cincuncidado que se erguía entre los muslos, del que dos pesadas bolas oscilantes pendían testificando el tamaño y la calidad de esa hombría.
- ¿Te agrada lo que ves? – preguntó Emir.
Jorge no contestó directamente: lo tomó en su mano para rodearlo en su circunferencia imposible de completar y, acuclillándose delante de aquel portento, lo lamió con delicadeza antes de metérselo en la boca para que el interior de sus mejillas lo oprimieran constatando su dureza, tamaño y sabor.
Mmm… ¡qué boca tan acogedora tienes!
Y ya verás también qué cola acogedora tengo, por cierto… - dijo, y volvió a introducir el enorme cipote en su boca, esta vez hasta el fondo o lo más profundamente que podía debido al grosor y largura.
Quiero que tengas tu postre de cumpleaños, pero despacio, tenemos la noche entera, ¿no es cierto?
Sí, sin duda. Quiero el postre hasta el amanecer, porque intuyo que aquí hay miel para alimentar un ejército – respondió dejando apenas un momento de chupar, lamer y engullir a tope la tranca del adorable libanés.
Entraron a la tina y en ella se abrazaron, besaron y acariciaron hasta que la calentura de ambos hacía inevitable una distensión.
Emir alcanzó de un estante una toalla blanca y suave y con parsimonia fue enjugándole, y Jorge tomando otra fue secando cuidadosamente la piel del compañero. Sintió una mano experta en su culo, y un dedo que buscaba el agujerito por el que se introdujo con suavidad para extenderlo. Y luego otro, mientras se moría de ganas por seguir chupando aquella verga deliciosa que olía y sabía a madera de cedro.
Emir le levantó en sus brazos llevándole en el aire hasta la cama donde le depositó con cuidado, buscando con hambre su boca perfumada con su presemen, su sexo erguido a más no poder y, alzándole las piernas, el ojete en el que se hundió de lleno para salivarle profusamente. Las manos de Jorge, como si tuviesen ideas propias, acariciaban el cuerpo velloso de Emir hasta donde alcanzaban, los antebrazos fibrosos y el pecho, la nuca que se encontraba ocupada sosteniendo aquella cabeza que lamía su culo como nunca antes nadie lo habá hecho…
Emir se tendió boca arriba, sosteniendo con una mano su verga indicándole dónde había un buen asiento para descansar el fogoso ojete que se deshacía de ganas de ser invadido. Jorge se sentó a horcajadas encima, y dirigió el mástil hacia allí y descendió sobre él como un gavilán que abate una paloma, hasta sentirlo dentro, empujando, para morderse los labios con fruición cuando sintió la tremenda cabeza del miembro sellando con fuerza la pared que le separaba de su próstata. Emir dio apenas un avance de su cadera y se alojó por completo, para delicia de su compañero que comenzó a moverse encima en un paroxismo frenético de sube y baja. En cada movimiento Jorge sentía más y más la invasión de su cuerpo… pareciera que el miembro de Emir se hiciece mayor en cada embestida, y dejándose llevar por el inenarrable placer que le producía aquella chota comenzó a disparar sobre el pecho velludo de su amante chorros y más chorros de esperma.
- Ah, si, así, báñame… - jadeaba el libanés, presa de delirio.
Y en ese preciso instante, Jorge sintió cómo el miembro que lo traspasaba se hinchaba en su interior, descargándose en potentes chorros de esperma que inundaron su recto y lubricándole hasta la exasperación.
Cuando el impacto aflojó la tensión, el miembro de Emir comenzó a disminuir su volumen, pero no lo retiró aún: esperó que retomase su tamaño normal antes de sacarlo aprovechando para acariciar y besar a Jorge que se sentía como en las nubes. Una vez flojo, con sumo cuidado se irguió y buscó con los labios el húmedo culo del muchacho, del que extrajo con sumo cuidado los fluidos contenidos en él. Un pequeño espasmo de los músculos de Jorge facilitó su tarea, expulsando la descarga de semen directamente a su boca.
Emir se estiró, buscando la boca del compañero, que yacía con los ojos cerrados disfrutando del momento, y en ella coló los restos de esperma y saliva recogidos, a los que Jorge calificó como un dulce manjar. Ese sabor extraño a culo con la gozada del libanés le supo de maravillas, y entendió al fin que había sido agasajado con el más delicioso de los postres…
(Continuará)