El Cumpleaños

Sofía recibió los 17 mejores regalos imaginables el día de su 40 cumpleaños.

EL CUMPLEAÑOS

No todos los días se cumplen cuarenta años. No es que fueran muchos, la verdad, y Sofía estaba de muy buen ver, ya les gustaría a muchas veinteañeras, pero cuando menos era un momento para echar la vista atrás. Luis, su marido, lo sabía y, qué caramba, no se cumplen cuarenta todos los días. Lo había organizado todo con meticulosidad, con la valiosa ayuda de Ángel y Yolanda, amigos comunes que habían disfrutado como niños con los preparativos secretos.

Además, era evidente que Sofía siempre había fantaseado con algo así. Aunque en algunas veladas habían llegado a coincidir con dos o tres hombres en las fiestas de viernes del club, aquello tenía que ser un auténtico regalo de cumpleaños. No fue difícil convencer a los colaboradores, que tan gentilmente había reclutado Ángel a lo largo de las últimas cuatro semanas: bastantes de ellos ya conocían a Sofía, y se mostraron encantados. A los demás, les bastó con ver una foto o, las más de las veces, con la simple propuesta y una somera descripción. Sofía conservaba una espléndida figura, unas largas piernas pese a no ser muy alta, unos grandes pechos todavía turgentes con grandes pezones del color del cobre, mientras sus ojos azules enmarcados en rizos castaños mantenían una mirada traviesa y seductora, entre pícara e infantil.

La verdad es que Sofía se olía algo. Ya había recibido su regalo, un hermoso collar, sin duda valioso, sabía que Luis no acostumbraba a reparar en gastos, pero interiormente dudaba mucho de que la jornada fuese a acabar con una simple cena íntima. Al menos, conociendo como conocía a su marido y evaluando los muchos juegos en los que habían participado en los últimos diez años, prácticamente desde que se casaron, era difícil no esperar una sorpresa.

Y la sorpresa llegó. A media tarde, Luis le pidió que cerrara los ojos y confiara en él. Se situó tras ella y le vendó con fuerza los ojos, de tal forma que no podía distinguir ni la más tenue claridad; no pudo evitar un estremecimiento de recóndito placer y excitación, sabía que aquella tarde sería inolvidable, y su mente comenzó a imaginar lo que podría esperarle.

Luis la guió cuidadosamente hasta el garaje de su casa y la hizo subir al coche. Arrancó y el vehículo comenzó a desplazarse con rumbo desconocido para ella. Tras unos veinte minutos de marcha, sintió como el firme del asfalto cambiaba bajo las ruedas, se diría que transitaban ahora por algún camino rural. Apenas cinco minutos después, el Audi familiar se detuvo. Su marido abrió su puerta y volvió a agarrar su brazo para guiarla de nuevo. En un par de ocasiones le pidió que sorteara algún escalón. El silencio era casi absoluto a su alrededor, sólo interrumpido por el trino puntual de algún pájaro. El aire era limpio y fresco en aquella tarde de primavera, y Sofía sintió un extraño estremecimiento en sus piernas y una inconfesable humedad entre ellas. Se reconoció a si misma que no había sido del todo inocente el hecho de haberse depilado totalmente aquella mañana, ni el haberse vestido con aquella minifalda francamente escandalosa que no le permitía ni agacharse un milímetro, sus medias negras, su blusa más ceñida o sus vertiginosos zapatos de tacón. "Es para mi marido", se había dicho a sí misma ante el espejo, pero ahora, en medio del nerviosismo, tenía que admitir que, definitivamente, había estado esperando algo más. Se consideraba una auténtica zorra sexual, una bisexual insaciable, y no sabría decir si el hecho de serlo le agradaba más a ella o a su marido.

La hizo sentar en algo mullido y sin apoyabrazos. Pese a no oírse absolutamente nada, sabía que no estaban solos allí. Luis comenzó desnudarla, primero la falda, después la blusa, el sujetador y las minúsculas bragas, hasta que se quedó únicamente con las medias y los zapatos. A continuación, procedió a despojarla muy lentamente de su negro antifaz y… no pudo ni siquiera ver donde estaba ni cómo era aquel sitio. Un número indeterminado de hombres la rodeaban, completamente desnudos y con sus pollas a la altura de su cara, que presentaban todas las fases posibles de erección. No pudo evitar una sonrisa que casi se transforma en carcajada. Esperaba un chico, tal vez dos o quien sabe si hasta tres, pero aquello… Reconoció a Yolanda, sentada a su lado en lo que distinguió era una gran cama sólo provista de sábana bajera; estaba vestida con lo que parecía el tanga de un biquini y un ajustado "top", pero el hecho de que llevara aquellas prendas la hizo sentir a ella doblemente desnuda. Yolanda la abrazó con fuerza entre risas, al tiempo que gritaba ¡feliz cumpleaños!, gritos que fueron coreados por todos los asistentes. Bueno, por casi todos, ya que algunos parecían no poder reprimirse ni un segundo y ya separaban las piernas de Sofía y lamían su bien rasurado coño, con lo que difícilmente podían articular palabra. Miró a su alrededor y comenzó a hacerse una idea del entorno: aquello era algún tipo de casa rural, una sala inmensamente grande y con techo muy alto. Por toda decoración, había aquella cama en el centro, una mesa con botellas de champán francés, copas y agua, un sofá antiguo en una esquina y seis o siete sillas alineadas contra la pared. Y si había algo más no alcanzaba a verlo por que el número de hombres era… ¡dios mío! –pensó–, parecía incalculable. Siete, nueve, catorce… Distinguió a Ángel, el marido de Yolanda, quien se acercó sonriente y la besó en los labios; después, le susurró al oído

Tú diviértete, que Luis y yo controlaremos que este hatajo de sementales te hagan pasar un buen cumpleaños.

Catorce, dieciséis, ¡diecisiete! ¡diecisiete tíos! ¡y uno de ellos negro como el carbón, a quien nunca había visto! Sudanés, gambiano o… del resto conocía a algunos, por los clubs que frecuentaban o por algún tipo de afinidad con su marido. "¡No podré con todos!" fue su siguiente pensamiento, que le duró bien poco. "¡Cómo no!", se dijo con una sonrisa, tan lasciva al menos como la que también exhibía Luis. Sentada en el borde de la cama, comenzó a meterse en la boca con auténtica gula aquellas pollas, al principio más lentamente, después casi con frenesí. Notó como se iban endureciendo en su boca, al tiempo que sus manos agarraban sendas trancas anónimas y las masturbaban… como para fijarse en la cara en un momento así, pensó. Comenzó a metérselas de dos en dos, al tiempo que comprobaba como su marido había comenzado a grabar la escena con su pequeña cámara de vídeo. Ángel intentaba poner un poco de orden, procurando que no más de siete u ocho tíos a la vez la rodearan e intentaran abalanzarse sobre ella. Desde luego, algunos de ellos habían sido elegidos con conocimiento de causa, porque un par de aquellas pollas casi no le cabían en la boca y parecía que iban a descoyuntarle la mandíbula, y los muy cabrones comenzaban a bombear su boca son fuerza, parecía que le estaban follando toda la cara, al tiempo que una multitud de manos apretaban sus nalgas, sus tetas, sus piernas y exprimían sus pezones.

Tras diez o quince minutos de enérgicas mamadas, cuando todos los penes lucían bien enhiestos, y con no pocos esfuerzos, Ángel consiguió hacerse oír

¡Un momento, un momento! Tenemos que brindar y soplar las velas ¿qué cumpleaños es éste, si no?

Yolanda había escanciado un buen número de copas de champán, que fue repartiendo entre los presentes. Algunos parecían haberse entonado ya durante la espera. Sofía brindó feliz, se bebió tres copas casi de un trago (la verdad es que las necesitaba) y escuchó, curiosa, la nueva ocurrencia de Luis y Ángel. Éste se acercó con dos velas, una con forma de 4 y la otra con forma de 0. La tumbaron boca arriba en la cama y le levantaron más y más las rodillas, hasta que casi le quedaron cada una en contacto con los respectivos hombros y las caderas muy levantadas. Entonces, al tiempo que Yolanda la ayudaba a no perder la postura sujetando sus piernas, Ángel le introdujo una de las velas en su coño y la otra en su ano ¡y las encendió! Luis, con sonrisa burlona, le espetó

No seguimos mientras no las apagues

Sofía comenzó a soplar. No era fácil en aquella postura. Todo el mundo la jaleaba y animaba. Notaba como algunas gotas de cera caliente caían alrededor de su culito. Hizo un esfuerzo y al tercer o cuarto intento consiguió apagarlas entre los aplausos y risas de los presentes. Había sido divertido, se sentía de buen humor y muy excitada, y sin más se quitó las velas, agarró al azar una de las pollas a las que Yolanda había ido poniendo preservativos y se la introdujo entre las piernas. Inmediatamente comenzó a gemir, pero su boca fue pronto tapada por una larga lista de duros cipotes que esperaban su turno, bien estimulados por los rítmicos movimientos manuales de sus propietarios. Pasaron seis u ocho, tal vez diez, Ángel tenía que emplearse a fondo para que se turnaran. Después, un voluntario enardecido se tumbó en la cama boca arriba y, sin excesivos miramientos, la subió encima de él, lamiéndole los pechos al tiempo que la penetraba vaginalmente. Antes de diez segundos, otro voluntario estaba penetrando su culo desde atrás tras haberlo lamido brevemente. Se la introdujo en apenas dos o tres empujones, pero Sofía estaba tan excitada que no sintió dolor alguno. Sudaba copiosamente, estaba empapada, al igual que la mayoría de los hombres; empezaba a sentirse deliciosamente sucia y pegajosa, cuando sintió que el rubio que le estaba follando el culo en aquel momento comenzaba a jadear y se corría en una explosión inacabable. Oyó como Ángel le echaba la bronca y le decía que eso no era lo convenido, que tenía que esperar para correrse, y el chaval, de no más de veintidós años, se disculpaba como podía.

La siguieron empalando por todos sus agujeros durante más de una hora, unos en su coño, otros en su culo, que sentía ya enormemente dilatado y palpitante –"No me podré sentar en un mes", pensó–, otros muchos en su boca, de la que goteaba ya un largo chorro de saliva que se deslizaba por su barbilla. Ya se había corrido tres veces y tenía el pelo completamente mojado y pegado a la cara, sentía como su rimmel le caía rostro abajo junto con su color de labios a medida que aquellos animales le frotaban sus pollas por la cara, haciéndole saltar lágrimas de emoción y humedeciéndola con sus fluidos. Cada vez con más frecuencia e intensidad, los comentarios subidos de tono se sucedían

Así, puta, mama.

Como una guarra

Trágate esta polla, cerda, métetela hasta los huevos

Te voy a reventar el culo ¿Te gusta, verdad, viciosa?

¡Venga, puerca, puta! Así… mueve el culo.

Sofía se colocó boca arriba con uno de los tíos debajo de ella, sin dejar que la polla saliera de su culo. Su coño volvió a ser rellenado de inmediato, pero el ardor había subido muchos grados en aquella habitación y otro varón comenzó a meterle, no sin dificultades, una segunda verga simultánea en su escocido coño. Ella creyó reventar de placer y excitación, tenía una en lo más profundo de su ano, dos en la vagina y dos o tres más hacían desesperados esfuerzos por hacerse un sitio en su boca.

Muy bien, putilla, demuéstranos lo zorra que eres

Te estamos dejando bien todos tus agujeros

Sofía contestaba entrecortadamente y jadeando que sí, que era una auténtica zorra, una puta sin remedio y gritaba que podían hacer con ella todo lo que quisieran, pero que por favor no dejaran de follarla, y que quería que la reventaran viva y sin compasión. Los que estaban follando se enardecían más si cabe y se retiraban, presurosos, antes de eyacular. Ella había perdido la cuenta de sus propios orgasmos. Luis lo filmaba todo con detenimiento, pero un gran bulto se marcaba nítido bajo su pantalón hacía tiempo, mientras Yolanda ayudaba lo que podía en aquel contorsionamiento gimnástico múltiple, y eventualmente masturbaba a algunos de los varones para que mantuvieran sus miembros bien tiesos mientras aguardaban. Los más agotados se sentaban a esperar en el sofá o en algunas de las sillas, mientras trasegaban copas y copas de champán o agua.

Después de más de dos horas de follada salvaje, Sofía comenzó a sentir que no podía más. Creía que ya la habían follado todos y cada uno de ellos por todos sus agujeros, cuando la voz de su marido le recordó algo

Falta el negro

Lo dijo con naturalidad. Ella casi ni se acordaba. Recordaba que había sido una de las pollas mas gigantescas que había mamado en su vida, casi parecía artificial de puro grande, como un artículo de sex-shop, pero no le parecía que la hubiera penetrado. Todos los hombres se separaron del lecho. Yolanda la colocó a cuatro patas. Se creó un silencio expectante. Pero cuando aquello se acercó, superó todas sus previsiones: la contemplación del espectáculo había surtido su efecto, y el oscuro miembro parecía ahora irreal. Calculó que mediría al menos veintiocho o treinta centímetros, pero lo más monstruoso era su grosor. No sabría precisarlo, pero no era mucho menor que el de las "litronas" de Coca-cola que bebían en casa. Pensó en negarse, pero la tentación del reto era demasiado fuerte y, metiendo una mano entre sus piernas, comenzó a abrirse los labios de la vagina todo lo que daban de sí. Ángel y Luis enarcaron una ceja cómplice

No, no… ¡Por el culo directamente, cariño! Después de todo ya lo tienes bien dilatado

Sofía abrió la boca para negarse, pero la risa de los presentes, su amiga Yolanda incluida, le hicieron cambiar de inmediato la expresión y, dirigiéndose a su marido, exclamó sonriendo con malicia

¿Os gustaría verlo, eh, cerdos? ¿Creéis que no soy capaz? ¡Pues mirad esto!

Y al tiempo, hacía gestos al africano para que se acercara. Éste parecía estarlo deseando y, mientras Yolanda separaba todo lo que podía las nalgas de Sofía, no se lo pensó dos veces y se la introdujo con fuerza, casi de un tirón. Pudieron oírse murmullos de asombro, era una dilatación increíble, todos los varones arreciaron en su actividad masturbatoria, y hasta Yolanda, muy concentrada hasta entonces en colaborar lo más asépticamente posible en la fiesta, no pudo evitar tocarse con vigor sobre su tanga. Aquella dilatación tenía el diámetro de un palmo de su mano, era la primera vez en su vida que veía algo igual.

Sofía miró por encima de su hombro y gritó:

¡Venga, más fuerte, hasta el fondo, cabrón, rómpeme si puedes, a ver hasta dónde te entra!

No tuvo que insistir mucho. De repente, los diez o quince centímetros que aún faltaban fueron engullidos de golpe por su culo. Ahora sí que sentía un intenso dolor, pero fue ampliamente compensado por el orgasmo más salvaje que recordaba. En apenas medio minuto de vigorosas enculadas, sintió que explotaba como nunca lo había sentido. A su moreno compañero debía de pasarle lo mismo, ya que empezó a gritar en mal castellano que se corría.

Yolanda le hizo retirarse de dentro de Sofía, ahora lentamente para que ésta disfrutara las últimas convulsiones de su orgasmo. Aquel ano estaba tan maravillosamente dilatado que se podría haber introducido una ciruela en él sin que tocara los bordes. A continuación, su solícita ayudante le dio la vuelta y la tumbó delicadamente en la cama, boca arriba. Después, se volvió hacia todos aquellos folladores y masturbadores compulsivos y les anunció

Ahora sí, viciosos, a ver que teníais en los cojones.

El primero era el negro, que a duras penas había podido contener la eyaculación. Mientras Yolanda colocaba dos gruesos almohadones de seda bajo lo cabeza de Sofía, un grueso chorro de semen salió disparado contra la cara de ésta. Ángel intentaba poner orden, y más o menos espontáneamente se fueron organizando de nuevo alrededor de ella. Ella se fijó en que tenía las medias rotas y había perdido los zapatos, pero sin importarle lamió con glotonería el espeso semen de sus labios al tiempo que, intuyendo otra descarga, abría rápidamente su boca.

¡Justo a tiempo! La segunda corrida le acertó de lleno sobre la lengua, y la tercera, casi inmediata, le alcanzó el fondo de la garganta. Comenzó a engullir a grandes tragos aquel tesoro líquido. Yolanda, apoyada junto a ella, le sujetó la mandíbula inferior para que mantuviera la boca abierta. Se sucedieron la tercera, cuarta y quinta eyaculación, casi simultáneas. Sofía ya casi no podía tragar tanto esperma y, tras paladearlo voluptuosamente, comenzó a escupirlo, mezclado con gran cantidad de su propia saliva, pero Yolanda se lo empujaba de nuevo con el dedo hacia la boca. Uno tras otro, se fueron corriendo. En un breve momento de pausa, Yolanda se dirigió a la mesa donde se hallaban las botellas y regresó con una cuchara, con la que comenzó a recoger el cremoso semen que resbalaba por las mejillas, cuello y tetas de la cumpleañera, así como el que llegaba hasta la sábana de raso, y se lo volvía a introducir en la boca. En algún momento no pudo resistir la tentación y lo recogió con su propia boca, para depositarlo después, delicadamente, en la boca de su amiga. En otra pausa, aprovechó para recoger el condón del rubio que se había corrido antes de tiempo y, presionándolo con los dedos hacia abajo, hacer descender su ya frío pero abundante contenido hasta la boca de Yolanda.

Cuando el último la hubo embadurnado y se retiró a sentarse, se acercaron Ángel y Luis. Ángel fue ayudado por su mujer, quien movió con familiar conocimiento la polla de su marido hasta que éste lanzó su chorro de líquido blanco y caliente sobre su mejor amiga. Al acabar no se sentó, sino que cogió la cámara con la que Luis había grabado primerísimos planos de las eyaculaciones y continuó grabando.

Luis se dirigió a su esposa con mirada tierna y cómplice

Bueno, no le dirás que no a tu propio marido, ¿verdad?

Si no hubiera estado tan pringada y chorreante lo hubiera abrazado allí mismo de buena gana. Lo miró sonriente y le dijo

Por favor, señor… sírvase, es un placer.

Y Luis lanzó con fuerza toda la excitación que había acumulado durante aquella larga sesión en la cara ya casi irreconocible de su mujer.

Aquello parecía un paisaje tras una batalla. Diecinueve hombres sentados en sillas, sofá, por el suelo, algunos aún jadeando. Yolanda acariciaba suavemente el pelo empapado de Sofía, cuando se oyó a Ángel dar palmadas de apremio

¡Venga, venga! No querréis dejar a una dama tan sucia después de haberlo pasado tan bien. Sed chicos corteses y caballerosos y amortizad todo el champán que os habéis bebido.

Se notaba que todos conocían bien las instrucciones que les habían sido impartidas. Yolanda puso a Sofía de rodillas, en mitad de la amplia sala, y se retiró discretamente. Los participantes formaron un amplio círculo mientras Sofía, por algún impulso mecánico, se sujetaba y levantaba las grandes tetas. Casi de inmediato, dos de los hombres comenzaron a orinar con fuerza sobre ella. Lejos de rehuir los chorros, y pese a mantener los ojos cerrados, procuró alcanzarlos instintivamente con su boca. Los hombres fueron afinando su puntería, pero a medida que se sumaban más chorros a la gigantesca ducha comenzó a caer el dorado líquido sobre todo su cuerpo, su cabeza, su pecho, su culo, y bajaba como una cascada por delante y por detrás hasta su coño, de donde caía con ruido al suelo.

Cuando todos hubieron descargado sus vejigas, Sofía decidió que ya no podía más y se estiró en el suelo con los brazos abiertos sobre el inmenso charco que aquellos cerdos habían hecho. Pensó que, desde luego, había quedado bien limpia de semen y saliva. La dejaron descansar unos minutos hasta que Yolanda, amorosamente y siguiendo con su papel de ayudante, la acompañó hasta un baño cercano. Se dio un buen baño y se relajó durante media hora dentro del agua, incapaz de hablar o pensar. Cuando por fin salió, ya vestida con la ropa que Ángel le había acercado, se aproximó a su marido. Todos se habían ido ya, sin despedirse, excepto su pareja amiga y Luis. Reclinó su cabeza contra el pecho de éste y no fue necesario decir nada. Él le acarició los hombros. Se miraron a los ojos y sonrieron.

Sí, –exclamó Sofía– ha sido el mejor cumpleaños de mi vida, ni en sueños me lo habría imaginado. Pero espero no parecer demasiado egoísta si te pido algo más.

Luis levantó las cejas, divertido

¡No tener que esperar hasta que cumpla los cincuenta para repetirlo!

Se rieron de buena gana y, abrazados, salieron hacia el coche. Fuera ya había anochecido, y el aire seguía siendo limpio y fresco.