El Cumpleaños 38 de Susy. 3a Parte

Susy se sintió un poco decepcionada cuando al llegar a “El Venado” no veía por ningún lado al apuesto dueño: Jorge. No dijo nada, se ubicaron en una excelente mesa con la asesoría del mesero; rodeada de flores, plantas verdes y de colores exóticos...

Carlos lavaba, con cierta preocupación, los trastes sucios. Ya había preparado una mamila y había hecho dormir a su nena. Miró el reloj, nuevamente, eran las 8:43 de la noche y aún no tenía noticias de su esposa Susy. No acostumbrada marcarle, a pesar de lo que a él le constaba por sus ojos, seguía creyendo lo que ella le decía, engañando así a su corazón y a su mente (Susy y el casero, un final inesperado http://www.todorelatos.com/relato/77709/ ).

Su teléfono celular sonó y su corazón se alegró pensando en Susy, se secó las manos y se acercó al celular para tomarlo, al no reconocer el número optó por no contestar; pasaron breves minutos y nuevamente sonó su celular, era el mismo número, pensó que podía ser Susy, su esposa, pero prefirió no tomar la llamada, era su costumbre desde la última vez que respondió a un número desconocido y había habido un intento de extorsión. Ignoró la llamada, y volvió a su tarea, ya eran pocos los trastes que faltaban por lavar, solo dos tazas y un plato.

Desde las 12 del día Susy le había marcado para decirle que iría a comer con sus mejores amigas, Mary y Sylvia, para celebrar su cumpleaños número 38, el plan original era ir a desayunar con ellas para festejar, pero las ocupaciones de sus amigas e incluso las de ella, habían cambiado los planes.

Llegó con sus amigas al lugar y su corazón latía muy fuerte al recordar aquellos brazos musculosos y cabello entrecano de aquel hombre que alcanzaba los 1.80 metros de estatura, siempre le habían subyugado los hombres altos pero este tenía algo especial, solo lo había visto una sola vez y era muy fuerte el deseo de volverse a encontrar cara a cara con él nuevamente ( http://www.todorelatos.com/relato/79339/ ). Había encargado la niña con la madre de su marido, su “amada” suegra, Carlos pasaría por ella en cuanto saliera del trabajo para llevarla a casa, en tanto que Susy le dijo que ella llegaría a casa una vez terminada la comida, pero que seguramente esta se prolongaría un rato más por lo que le insistió para que no olvidara a la beba en casa de su madre. Carlos hizo las cosas como Susy se lo pidió, conocía a su esposa y a sus amigas, y temía que aquella comida pudiera prolongarse más de lo pensado; no le agradaba mucho la amistad con Sylvia pues recientemente separada mostraba una actitud bastante ligera y muy liberal, pero conocía a su mujer y sabía que las decisiones que ella tomaba en ese aspecto no se podían discutir;  sus amigas eran “intocables”.

El sonido del celular le indicó que le había llegado un mensaje, colocó el último plato en el escurridor, se secó las manos y leyó el mensaje: “soy yo mi amor, contéstame o márcame”. Devolvió la llamada, era un caballero y no podía hacer menos. Susy le contó que su celular se había descargado y que por eso le llamaba del teléfono de Sylvia, que sus amigas estaban muy alegres y que seguramente se irían a casa de alguna de las dos a continuar con la parranda, y que le marcaba para que no se preocupara, que ella estaba bien y muy “contenta” que llegaría un poco más tarde pero que no intentara marcarle a su celular porque sería en vano, que en todo caso le mandara un mensaje a Sylvia para que ella le llamara, pero que no se preocupara demasiado, que ella estaba bien y que si bien algo contenta por los tragos que había tomado, todo estaba bajo control, y que por eso prefería irse a casa de sus amigas, sin precisarle de quién, para que no manejarán siendo más noche. Carlos entendió y solo le dijo que se cuidara mucho, que si tomaba un poco más de la cuenta no manejara a casa, que pidiera un taxi o se quedara a dormir en la casa de alguna de ellas; estas últimas palabras fueron para Susy más que una recomendación, un permiso para hacer lo que ella quisiera. “Te quiero, no me esperes” fueron las palabras que resonaron en la cabeza de Carlos cuando su esposa se despidió de él. No se preguntó más para no torturarse demasiado, y colgó el teléfono.

Susy se sintió un poco decepcionada cuando al llegar a “El Venado” no veía por ningún lado al apuesto dueño: Jorge. No dijo nada, se ubicaron en una excelente mesa con la asesoría del mesero; rodeada de flores, plantas verdes y de colores exóticos, una fuente a escasos metros de ellas que componía una música relajante al dejar caer sus brotes de agua en cantidades intermitentes y exactas; un pasillo de adoquín verde conducía hacia los sanitarios que con un gusto y toque campirano-mexicano lucían precisos para ese lugar. No podían estar mejor, excepto “si Jorge estuviera aquí” pensó para sí Susy. El mesero les dejó la carta y se retiró para que en la privacidad eligieran lo que les apeteciera.

No pasaron más allá de 10 minutos cuando el mesero, Luis, regresó con una botella de vino: “de parte del señor” les dijo, “me pidió que les dijera que es cortesía de la casa y que espera les agrade” remató. Los ojos de Susy buscaron ansiosamente la figura de Jorge y lo encontró un poco más allá de los jardines, vestido, como era su costumbre, de pantalones de gabardina color azul; una playera blanca tipo polo, que dejaba ver sus brazos bronceados y musculosos, quien levantando su mano izquierda a la altura de su rostro, saludó con una sonrisa a la señora. Susy también levantó, solo un poco, la mano derecha, sonrió y sintió recorrer por todo su cuerpo ese calorcillo que ella identificaba muy bien como la calentura que la hacía ponerse “mal” y que subía y bajaba por toda su piel hasta finalmente esconderse en su intimidad, ya húmeda, como una ligera cosquilla que jugueteaba en los rincones de sus labios inferiores parecido a un beso travieso que se atrevían a llevarla al paraíso. Sus amigas quedaron un tanto sorprendidas, pues ella no les había dicho nada respecto de Jorge, y sólo exclamaron un breve pero audible “uy!!! ¡¡Qué rico!!”. No le preguntaron nada a Susy, sabían que en breve aquel caballero apuesto iba a ser tema de conversación, o quizá, un poco más.

Jorge se acercó unos minutos más tarde, se presentó ante las amigas de Susy y les deseo que la comida fuera de su agrado. Cuando Susy se puso de pie, a pesar de la petición de Jorge de que no lo hiciera quedó a un lado de este, lo miró hacia arriba, quiso tocar sus brazos y ese cabello entrecano que le parecía muy interesante, deseo que él la rodeara por la cintura con sus musculosos brazos y que la atrajera hacia su cuerpo, que la elevara por los aires y que la aterrizará frente a él, siempre agarrándola de la cintura con sus fuertes manos en tanto que ella lo rodeaba con sus hermosas y torneadas piernas a través de la cintura de él; deseó que él la jalara fuertemente hacia sus labios y que en un beso poseído por el deseo y la lujuria, se fundieran en uno solo; las voces de sus amigas riendo de lo que el dueño, y anfitrión en ese momento, había dicho y que ella no había escuchado, la volvió a la realidad.

La comida transcurrió entre risas, chascarrillos y una que otra charla seria. Cerca de las 4 de la tarde, Jorge se acercó a la mesa de las tres damas con una botella más de vino “sigue corriendo por mi cuenta” dijo, y la destapó delante de las señoras; sirvió generosamente para que ellas bebieran. Él se tomó un tequila “derecho” y empezó a departir con ellas. Cerca de las 8 y media de la noche, Sylvia les dijo que era mejor irse a su casa, era viernes y su hijo adolescente no dormiría en casa, así que la casa estaría completamente libre para los cuatro. Ya habían derramado sobre sus estómagos cuatro botellas de vino, y más de una se encontraba “muy alegre”, solo Jorge se mantenía ecuánime, con solo dos tequilas que había bebido, argumentando que debía estar atento a lo que sucediera en su negocio, y que no era prudente beber un poco más, cuando en realidad era parte de su plan.

Susy le colgó a su marido y volvió a la mesa; “podemos irnos cuando quieran” les dijo al resto; “solo deja avisar y vuelvo” dijo Jorge, quien con una señal con la mano derecha le indicó al mesero que pusiera una botella más del mismo vino que habían degustado.

El ruido del motor del carro al enfrenar, producto de ir disminuyendo su velocidad, despertó el sueño ligero de Carlos quien en su afán de esperar a su esposa Susy se había quedado dormido en el mullido sofá marrón de la sala; caminó hasta la ventana procurando no golpearse con ningún mueble debido a la oscuridad de su casa;  pudo ver a su esposa descender de aquel descapotable auto deportivo; no pudo distinguir si era azul o negro, la poca iluminación de la calle no se lo permitió, como tampoco pudo ver si el beso de despedida que Susy le daba al desconocido dueño del auto había sido en los labios o en la mejilla. Cuando Susy bajó, Carlos observó perfectamente la hermosa figura de su esposa debajo de aquel vestido de una sola pieza color azul y vivos blancos que le llegaba solo hasta la mitad de sus hermosos muslos, de una sola caída. dejaba ver la figura torneada de su amada mujer, no recordaba que Susy tuviera ese vestido, era ligero y justo; cuando Susy dio la espalda al auto para enfilar hacia su casa, pudo ver que el frente del vestido tenía un escote en forma de diamante que permitía apreciar aquel par de bellos senos casi en su totalidad, no traía abotonada la parte superior por lo que al abrirse un poco más de lo normal el escote mostraba una visión hermosa de aquel par de sinuosos, deliciosos y níveos pechos.

El sobresaltó no pudo ocultarlo Susy cuando la voz ronca de su marido le pregunto: “¿te divertiste?”, sin embargo su experiencia para mentir, o por lo menos, para no decir toda la verdad, se sobrepuso e inmediatamente respondió: “mi amor, ¿qué haces despierto?, no me hubieras esperado despierto bebé… y sí la verdad es que las muchachas -refiriéndose a sus amigas- son muy divertidas, tú ya las conoces” al mismo tiempo que encendió las luces de la cocina que daba a sus espaldas para tener un mejor visión de su marido, pero que este no pudiera verla plenamente.

La silueta de Susy en la penumbra despertaba más el morbo y los celos de Carlos. Las curvas sensuales de su mujer se dibujaban en el frío aire de esa noche, creyó distinguir en medio de la oscuridad los pezones erguidos de su bella esposa, se imaginó que no traía sostén debajo del vestido; buscó ansiosamente mirar sus labios para descubrir que estaban totalmente despintados, pero qué podía esperar sí su mujer venía de un festejo y era lógico que hubiera estado bebiendo. Se acercó a ella y un olor muy peculiar entre almizcle y aroma de hombre, mezclado con la bebida que ella había estado tomando, le llegó hasta su nariz, hizo grandes esfuerzos, en vano, por recordar el nombre de esa sustancia aromática, simplemente no pudo; además la tarea no era fácil, la mezcla de aromas no era fácil de identificar. Le dio un beso en los labios y creyó saborear algo parecido a un sabor desconocido para él pero que había leído sabía entre salado y amargo, y otras veces intenso o suave, todo dependía de la alimentación del varón; creyó volverse loco cuando Susy le pregunto entre retadora y juguetona: ¿a qué te saben mis besos? Para arrancarse en una carcajada contagiosa y, tomando entre sus manos el rostro de su marido le propinó un beso apasionado jugueteando con su lengua dentro de la boca de Carlos; “vamos a descansar, ya es tarde” dijo Susy y apagó las luces de la cocina, tomó la mano de Carlos y subieron a su recámara.

Susy salió del baño con su baby doll, color rojo, puesto; solía dormir así. Carlos hizo poco caso en ella, se levantó y fue hasta el baño; buscó entre la ropa sucia y no pudo hallar nada. Abrió los cajones que estaban debajo del botiquín, aunque por lógica ahí no podía haber nada, y efectivamente no había nada. Un poco contrariado pero siempre conservando la calma se recostó en la cama, puso su cabeza en la almohada, respiró profundamente y decidió lanzar la pregunta: “¿no te pusiste calzones?” le inquirió a su hermosa mujer. Susy escuchó la voz interrogante de su marido y fingió estar profundamente dormida; su mente voló: ya venía de regreso en el deportivo azul de Jorge, este venía jugueteando con sus labios inferiores haciendo a un lado la sensual tanga azul que ella traía, “deberías quitártela” le decía él; entre risas ella le preguntaba “¿para qué?”, “pues para juguetear más libre con tu `cosita´” le respondía él; “no” decía ella, y se recostaba en las piernas de Jorge, de aquel macho maduro que no alcanzaba los 50 años pero que le fascinaba, que tenía ese don de volverla loca; cierto es que a “manú” y al “chino” los había gozado muy rico; que Raúl había resultado un amante excepcional; pero no se comparaban con el ejemplar que para ella significaba Jorge, el apuesto ejemplar, ese día, cazado por ella.

Susy, abrió más sus piernas para permitirle mayor libertad a los dedos de Jorge mientras sus traviesos dedos buscaban bajar el cierre de los pantalones de gabardina de su hombre; sacó poco a poco el trozo de carne obscuro que fláccido caía sin fuerza entre sus finos dedos, acercó su boca, sus labios tocaron suavemente la cabeza de aquella verga que antes le había dado mucho placer, sus labios la rodearon suavemente, succionó un poco, creyó sentir que Jorge respingaba pero en realidad fue que por la emoción por poco y chocaba por lo que tuvo que dar un ligero volantazo, cosa que pasó desapercibida por la señora Susy quien entregada a su tarea siguió chupando cada vez con más fuerza hasta que sintió que aquello cobraba vida propia y se erguía dura y palpitante delante de ella, bajó su lengua por todo el cuerpo del falo ardiente, lo recorrió con avidez y con lentitud, posó sus labios abarcando el venoso cuerpo de lado, bajó su mano derecha hasta liberar el par de bolsas que creía vacías de la simiente caliente que ya había probado en sus entrañas, sus labios se acercaron uno a uno a ellos, los chupó con ganas hasta levantarlos poco a poco, recorrió nuevamente con su lengua desde los huevos de Jorge hasta la punta de su verga y al llegar allá introdujo lo más que pudo dentro de su boca hasta sentir una gota caliente, y con un sabor un poco salado, tocar la campanilla de su garganta. Jorge estaba ya muy caliente, nuevamente la bella señora había logrado poner erecta su verga, tomó la cabeza de Susy y con fuerza pero al mismo tiempo con suavidad, la sumió un poco más hacia su ingle para que ella se metiera lo más que le cupiera en la boca; Susy, le detuvo un poco la mano, y sacó suavemente su boca, y encerrar la cabeza de aquel monstruo palpitante en sus hermosos labios chupando ansiosamente como una niña chupa su caramelo preferido. Quería hacerlo venir a pesar de saber que Jorge era de los que tardaba bastante. En un movimiento rápido Jorge estacionó su auto lejos de las luces indiscretas y debajo de un árbol para tener mayor privacidad. Dejó el capote del auto abierto, tomó el cuerpo de Susy y la levantó en vilo, ella abrió sus piernas al tiempo que se sentaba encima y frente a él; con magistral rapidez los dedos de él hicieron a un lado la tanga de Susy y en un movimiento más rápido ella dejó caer su cuerpo hasta sentir enterrarse aquella dura, larga y gruesa virilidad, y llegar hasta el fondo de su ardiente cuerpo y tocar con su único ojo las entrañas de su chorreante y caliente intimidad. Susy subía y bajaba como posesa, Jorge desabotonó el vestido de la parte superior, los extremos cayeron, sacó uno de los hermosos, firmes y níveos senos de la señora, tocó con la lengua aquel pezón duro y oscuro que contrastaba con la piel blanca de Susy, se la metió a la boca, suavemente fue chupando, ligeramente la mordió, un aullido de la caliente Susy se confundió con los gemidos de placer que de su boca salían; aquel caballero también movía sus caderas hacia arriba y hacia abajo, logrando con ello llegar lo más profundo que se pudiera, profanando groseramente el cuerpo de Susy. No aguantó mucho más, el morbo de hacerlo en la calle, la calentura de los gemidos y a veces gritos de la señora Susy, y el movimiento de los músculos de la vagina de esta apretando su dura verga hizo que explotara en un vaivén de torrenciales chorros de esperma caliente inundando la ardiente entraña de tan bella dama que se aferraba a los labios de su macho del momento en un beso por demás apasionado y febrilmente poseso. No lo soltó hasta sentir que la virilidad de Jorge dejaba de sentirse dura y poco a poco iba quedando fláccido y cansado. Se bajó y conforme fue recobrando el aliento, Susy comentó que se había manchado un poco su linda tanga, a lo que Jorge le dijo “quítatelo y regálamelo”; ella no lo dudó un momento y subiendo ambas piernas deslizó suave y coquetamente su tanga hasta sus pies, lo detuvo un rato entre sus lindas manos y luego, en un movimiento cachondo la llevo cerca de la nariz de Jorge, quien la tomó de su muñeca, aspiró suavemente su olor y dijo “huele deliciosamente a ti, me encanta, aunque prefiero olerte directamente”, sin soltarla de la muñeca, tomó con su otra mano la tanga de Susy y la llevó directamente hasta los bolsillos de sus pantalones. Ese fue el destino de aquella prenda que locamente Carlos, el marido de Susy, buscaba ansiosamente entre la ropa sucia de su amada esposa. Susy permaneció con los ojos cerrados, fingió dormir profundamente, sintió la mirada inquisitiva de Carlos, su marido, quien, incorporándose, al borde de la cama la veía fijamente; los recuerdos en la mente de Susy encendían nuevamente su cuerpo. Jorge le decía que no podía guardarse el miembro así como estaba, chorreante aún, sin manchar su ropa por lo que la tomó con suavidad de la nuca y la fue bajando hasta llegar a su entrepierna; Susy abrió sus bellos labios y de un solo movimiento se metió todo el trozo caliente de Jorge, lo limpió con esmero, con cuidado, y saboreó graciosamente los restos del líquido simiente de su hombre, pasándose la lengua por fuera de sus labios y mirando a Jorge desde esa incómoda pero excitante postura, le dijo: “ya te la limpié papi”.

No podía dormir, simplemente las casi seis horas de sexo desenfrenado que había vivido con Jorge la tenían muy excitada aún. Siguió fingiendo que dormía, pero en su mente los recuerdos seguían agolpándose a borbotones.

A pesar de su calentura y temperamento ardiente, ella se definía como una mujer coqueta y atrevida, mas no descarada. Jorge le gustaba pero no podía “lanzarse” y pedirle que la hiciera suya; tenía que esperar el momento oportuno.

La ocasión se dio. Regresaba sola del baño, Jorge estaba ahí muy cerca. “¡Qué guapa!” Le dijo caballerosamente, “gracias” respondió Susy, “y usted muy galante”; “no es galantería, es la verdad; usted es una señora muy guapa!! Su marido debe ser la envidia de todos sus conocidos, hombres claro!!” dijo… Una risa escapó de los labios de Susy, y Jorge no perdió oportunidad: “qué linda sonrisa” le dijo… “¿me está cortejando? O, ¿es mi imaginación?” le preguntó Susy… “Me encantaría” afirmo Jorge. “Le encantaría yo? O le encantaría cortejarme?” Pregunto la bella señora. “Usted me encanta” le plantó Jorge acercándose peligrosamente ante ella. Por primera vez en muchos años, Susy se sintió cohibida, temblaba ligeramente, se dio cuenta de ello y trató de recobrar su aplomo, un aplomo que estaba lejos de sentir. Volteó la mirada hacia el espejo que rodeado entre piedras grises y blancas, y con su marco de latón cobrizo, era el remate final e ideal para la decoración de los baños llenos de talavera; sacudió ligeramente su cabello mientas sus dedos se perdían cerca de su oreja, como tratando de acomodar su larga y hermosa cabellera. Susy sabía que debía decir algo que sin abiertamente una invitación a ir a la cama, debería ser lo suficientemente sugerente para que su presa se sintiera peligrosamente atraída: “y tú, a mí, me encanta…ría… conocerte mejor… y que tú me conozcas pro…fun…da…men…te…” le dijo, recalcando sus palabras finales, y dándole ocasión a que él pensara lo que quisiera… “si gustas al rato acompáñanos en la mesa, será buen pretexto para irnos tratando…” remató… y caminó hacia su mesa, sin mediar palabra alguna más, que no era necesaria, pues el andar de Susy era más que provocativo, cuando alejándose de Jorge movía más de lo acostumbrado, aquel par de redondeces que se bamboleaban en el aire y que lo invitaban a tomarla entre sus manos, que pedían ser acariciadas con dulzura, pero también con la lujuria que pueda dar el deseo que frenéticamente envolvía la cabeza y el cuerpo de Jorge.

Como ella lo pidió, Jorge se sumó a la convivencia y los minutos y horas transcurrieron entre la más suma divertida de ocurrencias y chistes, algunos colorados, otros descarados. Llegó el momento de irse. Susy había dejado su auto en casa de Sylvia, por lo que era necesario acomodarse, ahora los cuatro en uno o dos autos. Sylvia argumentó que no podía dejar su carro, ante la invitación de Jorge de que todos se fueran en su auto y que ella dejara su auto en el restaurante, al fin y al cabo que espacio era lo que sobraba; pero ella no podía porque tenía que pasar por su hijo muy temprano y le iba a complicar las cosas. Por todo ello decidieron irse en el auto de Sylvia. Jorge debería pedir un taxi para regresarse a casa. María dijo que no podía seguir con la parranda debía volver a casa ya que su marido la estaba esperando, así es que pasaron a dejarla a su casa y los tres siguieron con Sylvia.

El cansancio, la hora y el desgaste de esa noche hicieron que poco a poco Susy se fuera sumiendo en los brazos de Morfeo, en tanto Carlos se recostó y escuchó la respiración suave y paulatina de su esposa que se quedó profundamente dormida.