El cumpleaños

Mi marido me hace tres regalos por mi cumpleaños, y yo se lo pago follandome a un veinteañero. Ironias de la vida.

El cumpleaños

YOLY – Nº. 3 – ENERO 2004

En el día de mí 35 cumpleaños mi marido me había preparado tres regalos. El primero consistía en una invitación a cenar en el restaurante donde nos conocimos. El segundo era propiamente un objeto que me daría al final de la cena y que por lo tanto era sorpresa. Y el tercero la promesa de hacerme el amor en el ascensor de nuestra casa, esa misma noche.

Como mi cumpleaños caía en miércoles y ambos trabajamos ese día, nos habíamos citado directamente en el restaurante a las 21:00 horas, aunque yo hice una pequeña trampa, ya que le pedí a una buena amiga que me reemplazara un par de horas en la boutique donde trabajo, y de la cual soy propietaria, para poder ir a casa y arreglarme para la ocasión.

Me di una reconfortante ducha, tras lo cual seleccioné la ropa que me pondría. Debajo un conjunto de sujetador y braguita, de encaje, color rosa palo. Encima una blusa escotada de color fucsia, y un traje de chaqueta y minifalda negro. No me puse medias, ya que era verano. Para rematar la indumentaria seleccioné unos zapatos negros de salón con tacón de aguja, y el bolso tipo channel a juego. Me dejé el pelo rizado y me pinté con mucho estilo los ojos y los labios. Esta mal que yo lo diga, pero cuando me miré al espejo me dieron ganas de silbarme y echarme un piropo, jajajajaja.

Cuando acudí al restaurante mi marido todavía no había llegado, por lo que, tras anunciar al metre la reserva, éste me acompañó hasta la mesa acomodándome en una de las sillas. Acto seguido pedí una cerveza y encendí un cigarrillo para hacer más amena la espera. Lo cierto es que la cita era a las 21:00 horas y en ese momento mi reloj marcaba las 20:45 horas.

Mientras esperaba me dediqué a observar a la gente que había a mi alrededor. Me gusta observar a la gente. Casi todas las mesas estaban ocupadas por parejas de distintas edades: matrimonios, novios, amantes, o simplemente amigos. También había un par de mesas más concurridas. Un ejército de camareros, impecablemente uniformados, al mando del metre, pululaba entre las mesas con una agilidad innata, sirviendo y retirando platos a diestro y siniestro.

De pronto, en uno de mis vistazos a la gente, mis ojos se cruzaron con una mirada embaucadora. Una mesa situada justo enfrente de mí estaba ocupada por una pareja joven de chico y chica. Parecía la típica pareja de novios súper enamorada. La chica aparentaba tener unos veinticinco años, mientras que el chico daba el aspecto de ser todavía dos o tres años más joven que ella. La chica era muy guapa y estilizada. El chico tenía unos ojos azules impresionantes que daban vida a un rostro muy atractivo, el pelo rubio muy corto y un cuerpo atlético. Todo un bombón, pensé, aunque algo joven para mi gusto. A pesar de su juventud, su mirada logró perturbar mi serenidad, por lo que rápidamente aparté mis ojos de él, enfocando hacia la entrada del restaurante, dónde casualmente vi entrar a mi marido.

Aquella velada me estaba resultando un tanto incómoda, ya que el chico de la mesa de enfrente aprovechaba el menor descuido de su chica para mirarme a los ojos de una manera casi lasciva, por encima del hombro de mi marido, el cual, le daba la espalda. Cuando llegaron los postres, tengo que confesar que el chiquito de los ojos azules había conseguido que me excitara sensiblemente cada vez que sus ojos se posaban descaradamente en los míos. Por otra parte era un halago que un jovencito tan apuesto se fijara en una mujer madurita, lo cual hacía crecer mi autoestima.

Cuando el camarero retiró los platos de los postres, mi marido sacó un paquetito del bolsillo interior de su chaqueta y me lo puso delante. Era una especie de estuche rectangular y bastante plano. No tenía ni idea de lo que podía contener. Cuando conseguí retirar el papel que lo envolvía me encontré con un estuche de cuero marrón, tipo pitillera. Quité la tapa superior y.....jajajajajajaja.......no me podía creer lo que mi marido me regalaba para mi cumpleaños. Nada más y nada menos que un minúsculo tanga bicolor, rojo y negro. No había salido todavía de mi asombro cuando mi marido me dijo que me fuera al baño y me lo pusiera, para estar preparada para luego. A todo esto, cuando levanté un poco la vista del tanga pude comprobar con vergüenza, que el chavalín de los ojos azules había descubierto también el regalo, y me miraba a los ojos con un gesto de ironía y lujuria. Bajé rauda la mirada y me apresuré a colocar el tanga en su estuche original. Luego me guardé el estuche en el bolso mientras le decía a mi marido que no me parecía una buena idea lo de cambiarme las bragas por el tanga en el aseo del restaurante. Pero él insistió. Insistió e insistió, hasta que finalmente accedí a su propuesta, aunque mejor le habría resultado si me hubiera echo caso, como pronto vais a comprobar.

Esperé a que el camarero trajera los cafés. Apuré el mío de dos sorbos y me levanté de la mesa en dirección al baño. Mi marido se quedó en la mesa pidiendo dos copas de pacharán y la cuenta. Cuando me levanté no quise ni mirar a la mesa de enfrente. Incluso deseaba que aquella joven pareja hubiera abandonado el local para entonces, pero no era así. De reojo, con todo el disimulo del que fui capaz poner en práctica, pude observar que el chico estaba pagando su cuenta, por lo que me sentí más aliviada. Sin mirar atrás llegué hasta el acceso a los cuartos de aseo del restaurante. Empuje la puerta correspondiente al de señoras y me introduje. En aquel momento estaba desierto, para satisfacción mía. Empujé una de las puertas interiores, que estaba abierta, de uno de los retretes y, tras franquearla, cerré el pestillo. Sin perder el tiempo colgué el bolso en una percha que había dispuesta en la pared, extraje el estuche del bolso, quité la tapa y saqué la diminuta y sexy prenda. Luego me quité la chaqueta del traje y la minifalda, colocando ambas prendas sobre la tapa de la cisterna del retrete. Por último me quité las bragas y las metí en el estuche del tanga.

Guardé el estuche nuevamente en el bolso y me coloqué el tanga. Era tan minúsculo que por los laterales se me salía parte del vello púbico, a pesar de que lo llevo bastante recortado. Pero por lo demás era mi talla. Ahora tenía la duda de ver como me quedaba, pero allí dentro no había espejo. Fuera no se oía ningún ruido, por lo que pensé en realizar una rápida maniobra consistente en salir del retrete y mirarme rápidamente en el espejo de los lavabos, para regresar al retrete sin ser vista por nadie. Me hice un nudo con los picos de la blusa, a la altura del ombligo, para poder verme bien el tanga en el espejo. Pensé quitarme los zapatos para realizar la maniobra con la máxima rapidez, pero el suelo estaba algo sucio, por lo que decidí salir con los zapatos. Abrí suavemente el pestillo. Asomé la cabeza en ambos sentidos hasta comprobar que allí no había nadie. Finalmente abrí de par en par la puerta del retrete y di cinco o seis pasos al frente, hasta situarme frente al espejo.

La verdad es que la blusa anudada por encima del ombligo, los zapatos de tacón de aguja y el tanga en cuestión, dejando salir vello púbico por sus laterales, me daban tal aspecto de puta barata que yo sola me reí ante el espejo. Sería mejor volver ya al retrete y vestirme antes de que alguien me viera así y pensara cualquier cosa.......jajajajajaja.

En el momento de darme la vuelta en dirección al retrete, y antes de poder dar un solo paso, la puerta del baño se abrió con tal ímpetu que me quedé clavada en el sitio. Dios mío, que vergüenza, que iba a pasar de mí la chica o señora que estuviera entrando. Pero la vergüenza se torno en estupor, ya que no se trababa de ninguna mujer, sino del chico de los ojos azules. Se quedó pasmado en el umbral de la puerta mirándome de arriba abajo. Luego dijo, con dificultad: Disculpe señora, me he equivocado de puerta. Aquello sonó tan falso como gracioso, por lo que no pude reprimir una especie de risita histérica.

Él se sonrió también durante un momento, pero luego su rostro se tornó serio al mismo tiempo que cerraba tras de sí la puerta del aseo y se encaminaba hacia mí. En ese momento yo estaba aturdida. La situación me superaba. Por una parte deseaba que aquel chico diera media vuelta y desapareciera, pero por otro anhelaba que siguiera adelante y me poseyera allí mismo.

El chaval siguió andando y al llegar a mi altura, me cogió de la mano y me condujo hacia el retrete donde estaba mi ropa. Me cedió galantemente el paso para que entrara en el pequeño habitáculo del retrete, y seguidamente se metió él. Luego cerró la puerta con pestillo y se giró hacia mí. Sin mediar palabra, los dos éramos conscientes de lo que queríamos, por lo que, sin más dilación, nos besamos en la boca con máxima lujuria. Sin perder tiempo le fui desabrochando los pantalones mientras mi lengua escrutaba cada milímetro de sus encías, y mi boca recibía su copiosa saliva. Al mismo tiempo el muchacho me despojaba de la blusa, el sujetador y el tanga. Luego, cesamos en nuestro morreo para que él se terminara de quitar la camisa, el pantalón y el slip. En pocos segundos nos encontrábamos encerrados en aquel minúsculo espacio, el uno frente al otro, completamente desnudos, a excepción de nuestros respectivos zapatos.

Entonces volvimos de nuevo a morrearnos, solo que esta vez mis grandes pechos desnudos acariciaban su musculoso torso y mis abultados pezones se ponían duros como piedras. El chico posó una de sus manos sobre mi pecho y comenzó a estrujarme las tetas y pellizcar los pezones. Con la otra mano me recorría de arriba abajo la vagina, hasta conseguir humedecerla, cosa que no le costo demasiado tiempo.

Para corresponderle, alargué una de mis manos hasta su pubis, le cogí la polla y comencé a masturbarle. Pude comprobar que el chaval estaba bastante bien dotado. La tenía durísima, descapullada, muy gorda y de unos 18 ó 19 centímetros de longitud. En un momento dado me puse en cuclillas y me metí aquel rabazo hasta la garganta. Apoyé mis manos sobre sus glúteos y comencé a chupársela entera. El chaval, en un arrebato de excitación, me cogió de la cabeza y empujó con decisión, por lo que su capullo, tras una previa resistencia de mis amígdalas, me penetró en la garganta hasta que sus testículos hicieron tope en mi barbilla. En esta posición empezó a meterla y sacarla con firmeza y buen ritmo. Debo reconocer que aquel cilindro de carne rígido me producía una arcada cada vez que ingresaba en mi garganta, debido al considerable diámetro de su glande, pero llegué a acostumbrarme. Era la primera vez en mi vida que me metían un capullo en la garganta con esa profundidad, y lo cierto es que me excitó muchísimo.

Al cabo de dos ó tres minutos de mamada, el chico me obligó a ponerme en pié. Luego me colocó una pierna sobre la tapa del retrete, apuntó su verga entre mis labios vaginales y me introdujo poco a poco su glande. Luego me cogió por los glúteos y me levantó a pulso. Yo doble mis piernas en torno a su cintura y me cogí de su cuello. Por descontado que, al adoptar aquella posición, me penetró hasta el fondo. Por último, apoyó mi espalda sobre una de las paredes y comenzó a follarme brutalmente.

El bombeo de su enorme estaca en mi coño, unido a la, para mí, novedosa posición provocó que encadenara hasta siete orgasmos muy intensos, en tan solo cinco minutos. Para evitar que alguien me oyera, el chico me morreaba la boca sin cesar, lo que todavía me excitaba más y más. De vez en cuando separaba un poco su cuerpo del mío para chuparme las tetas y mordisquearme los pezones, pero casi siempre me estaba metiendo la lengua hasta la campanilla, para ahogar mis gemidos de placer.

Un minuto después me preguntó si "iba segura", porque su rabo estaba a punto de estallarme dentro. Yo le dije que siguiera tranquilo, ya que tomo pastillas. El chico empezó a respirar entrecortadamente, y a hacer más lentas y profundas sus embestidas. De pronto, noté que algo me quemaba por dentro y comencé a experimentar otro orgasmo. Su abundante leche caliente me estaba inundando las entrañas sin piedad. Ohhhhhhhhhhhhh, que placerrrrrrrrrrrr.

Cuando desconectó su polla de mi raja, dos chorreones de semen me recorrieron ambos muslos. Con ayuda del papel higiénico limpiamos nuestros jugos y nos apresuramos a vestirnos. Habían pasado quince minutos y mi marido estaría mosqueado. El chaval abandonó el aseo en primer lugar para no levantar sospechas. Yo me quedé todavía unos minutos retocándome el maquillaje y espantando el olor a sexo con perfume.

Al salir del aseo vi a mi marido en pié, con apariencia nerviosa, buscándome con la mirada. Acudí hasta la mesa y le dije que solo funcionaba uno de los retretes del aseo, y que había dos o tres mujeres delante de mí, pero que me había puesto el tanga. Él pareció quedar conforme con mi explicación, y muy excitado con lo del tanga. Pagó la cuenta y abandonamos el restaurante. Ya sentada en el coche, abrí el bolso para encender un cigarrillo y descubrí un papel doblado que yo no había puesto allí. Disimuladamente lo abrí. Era una nota de mi joven amante, en la que me proporcionaba su numero de teléfono móvil.

Aquella noche hice el amor con mi marido con más ganas que nunca, pero.......debo reconocer que, cada vez que experimentaba un orgasmo, cerraba los ojos y me imaginaba la enorme polla del chico de los ojos azules haciendo estragos en mi chocho. En fin, supongo que le llamaré algún día.

Yoly.