El culto secreto 2

Géneros: Hetero,voyerismo,amorfilial,sexo con madur@s, misterio.

Cuando llegué a mi casa vi que el coche de mi mujer estaba aparcado en la puerta. Yo dejé el mío un poco lejos, con intención de que me no me oyeran llegar. Abrí la puerta de la calle con mucho sigilo, quizás pudiera descubrir más cosas continuando con mi táctica de espía aficionado. Escuché voces en el piso de arriba, así que subí el primer tramo de las escaleras para poder oír con más claridad, en caso de que me pillaran siempre podría simular que acababa de llegar. Estaban mi hija y mi esposa, por lo visto Laura ya se había ido. Mi mujer estaba hablando en ese momento.

-Está bien que tengas iniciativa Patricia, pero te has pasado un poco. Hay que ir poco a poco con estas cosas, ya lo hemos hablado.-

Su tono era algo severo.

-Si, pero me he dejado llevar por las tonterías de Laura. No te imaginas la vergüenza que he pasado cuando papá nos ha visto prácticamente en pelotas.

-No hay que forzar la situación.

-Tienes razón mamá.

-En fin, me imagino que tendrás que aguantar una charlita de tu padre, ya sabes como es. Pero tú hazte la loca, se le va a olvidar rápidamente. Bueno... ¿como me ves con esto nuevo? Yo creo que estoy bien ¿no?

-¡Se te ve estupenda mamá!

-Me lo eligió Luisa, como siempre ha acertado.

Subí un poco más la escalera y me tendí en los escalones superiores para mirar, estaban en el cuarto de matrimonio y desde mi posición las veía muy bien. Mi hija ya no iba en plan sexy, pero ahora era mi esposa quien llevaba un conjunto de ropa interior negro compuesto por unas medias, bragas y sujetador. Mi esposa comenzó a dar vueltas para exhibirse bien. Tanto las bragas como el sujetador eran prácticamente transparentes. La visión era impactante, el color negro resaltaba sus muslos y su trasero de una forma irresistible.

- Los chicos se van a volver locos. - Le estaba diciendo mi hija.- Mañana lo vas a comprobar.

- ¿Tu crees que se van a fijar en una mujer madurita como yo?

- Pues claro que sí, pero si aun te mantienes impresionante mamá.

-Bueno, entiendo que muchos hombres se paren a mirarme por la calle y a veces me digan guarradas, pero unos chavales como Antonio y sus amigos no se...

-Pero mamá, serán jóvenes pero tienen ojos. Tienes un cuerpazo y encima llevarás esta ropa interior tan provocativa, no dudes de que van a volverse locos contigo.

- ¿Entonces se me ve todo bien?. - Preguntó mi esposa señalándose la bragas. Se arqueó hacia delante y abrió un poco las piernas para mostrar mejor la zona del pubis. Mi hija se acercó y se puso de rodillas frente a ella, mirándole directamente el coño. Mi mujer llevaba el vello rasurado, se le veía la vagina muy claramente. Patri se acercó aun más, colocando su cara a muy pocos centímetros de las bragas de mi esposa. Durante un momento madre e hija se miraron, luego Patricia, muy despacio, puso la mano sobre la tela que cubría el coño de mi esposa, acariciando suavemente con un dedo. Mi esposa entrecerró los ojos. Mi hija acercó su boca y le besó delicadamente donde ante tenía el dedo. En ese instante sentí una sensación de vértigo insoportable, aquello no podía estar ocurriendo, debía pararlo. Decidí interferir antes de que me diera un ataque al corazón, bajé silenciosamente la escalera y cerré la puerta de la calle con fuerza, para que pareciera que acababa de llegar. Intenté controlar la respiración y grité: -¡Hola! ¿Hay alguien en casa?

Al momento mi hija estaba bajando la escalera, se le notaba la cara muy ruborizada, pero por lo demás aparentaba total normalidad.

-Hola papá.- Me dijo dándome un beso. -Mamá se está duchando, acaba de volver de la calle.

-Muy bien, muy bien.-

Le solté como un estúpido y me fui al salón a encender la televisión, no se me ocurría nada mejor que hacer. La cabeza me daba vueltas. Repasé la conversación entre madre e hija, habían dicho algo de mañana. Los domingos por la tarde yo tenía la costumbre de quedar con los amigos para ver partidos de fútbol, beber cerveza, echar partiditas de cartas o lo que se terciara. Era, digamos, mi momento privado. Y por lo visto Patricia y Adriana tenían algún tipo de plan para esa tarde, aprovechando que yo estaba fuera. Al poco entró mi esposa en el salón, se había metido realmente en la ducha y llevaba el pelo todavía mojado.

-Hola cariño ¿Como ha ido la cosa en lo de mi madre?

  • Me dijo.

-Bien, bien, no ha habido ningún problema. Creo que ha quedado muy contenta de como le han hecho el trabajo.-

Y vaya si había quedado contenta, satisfacción absoluta, pensaba yo con ironía.

-Me alegro, nunca se sabe con estas tiendas de muebles, igual te mandan buenos profesionales que un desgraciado al que acaban de pillar, al que pagan una mierda y no tiene ni idea.

-Pues te garantizo que estos sabían hacerlo todo muy bien.-

No pude evitar reírme por dentro y algo se tuvo que notar por mi expresión porque mi mujer me miró un poco extrañada. Sin embargo se limitó a encogerse de hombros y se dirigió a la cocina.

-

¿Te apetece algo cariño?-.

Me dijo desde allí

.

-Pues no me vendría mal una cervecita-. Y era cierto, habían sido muchas emociones para un solo día.

Ya por la noche, en la cama, las imágenes se agolpaban en mi mente: Laura, mi hija, Concha, mi esposa, no podía creer que estuviera rodeado de mujeres tan impredecibles. Recordando ciertos detalles noté como la excitación me iba embargando, la polla se me estaba poniendo muy dura. Mi esposa estaba en el baño, así que decidí darle una bienvenida especial cuando saliera. Me quite los calzoncillos y dejé la polla a la vista. No es que sea un superdotado ni nada de eso, pero estoy orgulloso de mi rabo. Mi esposa salió del baño y se quedó parada por un instante, miraba mi miembro con sorpresa, quizás llevaba yo demasiado tiempo sin prepararle numeritos de este tipo. Ella solo llevaba unas bragas, tal y como le gusta dormir. Me sonrió y se acercó a la cama mientras se deshacía de las bragas sinuosamente.

-Vaya vaya, veo que te alegras de verme-. Me dijo y comenzó a besarme mientras me acariciaba la polla muy suavemente.

Mientras nos besábamos yo pensaba en lo de esta tarde, como ella se había dejado tocar por su propia hija. De pronto caí en la cuenta de que estaba en la cama con una guarra, una inmoral, por mucho que quisiera pasar por un mujer normal y corriente. Estaba claro que me ocultaba muchas cosas y que yo solo había visto la punta del iceberg. Así que decidí forzar un poco la situación. Me incorporé y me puse de tal modo que mi polla estaba a la altura de su cara. Adriana se dispuso a lamerme, sin embargo le cogí la cabeza por la nuca inmovilizándola con bastante brusquedad. Ella alzó la vista con los ojos muy fijos en los míos, sorprendida pero a la expectativa.

-¿Te gusta mi polla Adriana?

-Sabes que si Alberto.

-Y tu sabes que es toda para ti.- Y comencé a refregársela con fuerza por la cara dejando rastros de babilla seminal en sus mejillas, en la frente, en los ojos. -Abre la boca.- Le ordené en un tono que nunca había usado con ella en la cama. Ella obedeció y sin previo aviso le introduje la polla hasta lo más profundo de su garganta. Me mantuve así unos segundos, tenía su cabeza bien inmovilizada y ella no podía hacer nada, salvo atragantarse con mi polla. Se la saqué tan bruscamente como se la había metido. Ella respiraba entrecortadamente, con algo de saliva colgando de los labios. - Abre la boca. - Le ordené nuevamente. Esta vez se las compuso para recibir mejor la embestida. Comencé a bombear, aunque más suavemente y dándole tiempo a respirar, pero aun así sin dejar de llegar muy profundo en su garganta. A medida que me follaba su boca iba pensando en los acontecimientos. -¿Como has sido capaz de corromper a tu propia hija? ¿Es que no tienes vergüenza?.- Le decía mentalmente, incapaz de reconocer a mi propia mujer, viéndola como una extraña, recordando como entrecerraba los ojos al ser tocada por nuestra hija. Después vino a mi cabeza la imagen de mi suegra fornicada por cinco extraños, cinco hombre sudorosos y sucios de trabajar, dispuestos a rebajarla a un mero objeto de usar y tirar. Y también pensaba en mi hija, un muchacha fresca y adorable, recién entrada en el esplendor de la feminidad, pero que estaba dando señales de ser tan puta como su madre y su abuela. Las tres generaciones se fundían en mi mente mientras follaba la boca de mi mujer, formando una sola figura simbólica de perversión e inmoralidad. Noté que Adriana comenzó a masturbarse, apenas podía respirar y de su boca colgaban largos hilos de saliva, pero por lo visto se estaba excitando mucho con mi rudeza. En respuesta yo empecé a acelerar aun más mi ritmo.

Quizás debería haber parado en ese mismo instante, intentar recobrar la razón, interrogar a mi esposa sobre lo que estaba ocurriendo, frenar de alguna manera aquella escalada a la inmoralidad más absoluta que estaba afectando a nuestra familia. Pero no paré, subí el ritmo de mis embestidas, follando sin misericordia la garganta de mi esposa, la cual se estaba masturbando a su vez. Y así, dejándome llevar por la excitación, crucé una linea invisible, aun a costa de dejar atrás la orilla de la normalidad. En ese momento no lo sabía, pero ya no había vuelta atrás, allí estaba yo cayendo en una elipse vertiginosa, creyendo que castigaba a mi esposa, pero sin darme cuenta de que era ella quien me arrastraba a su lado más oscuro. Con mi mano izquierda le sujetaba la nuca, con la derecha le apretaba las tetas, pellizcando sus pezones sin piedad. Sentía una dureza en la polla que no recordaba de nunca, hasta el punto de que no me dolía cuando me clavaba o me arañaba con sus dientes hasta hacerme incluso sangrar. Adriana comenzó a gemir desesperadamente, se estaba corriendo y casi de forma sincronizada tomé su cabeza con las dos manos y apretando aun más intensamente también me corrí, sintiendo los latigazos del orgasmo en mi espina dorsal, notando como mis huevos se vaciaban absolutamente en su garganta. Mi esposa echó la cabeza hacía atrás liberándose de mi tenaza, lanzaba arcadas y buscaba bocanadas de aire, le colgaban largos hilos de saliva y semen, incluso por la nariz le estaba saliendo leche. Verla así me provocó una nueva erección aun cuando no me había recuperado de mi corrida. Me sentía febril, dispuesto a follarla de nuevo, pero Adriana se levantó y se metió en el cuarto de baño.

Salió al rato ya aseada, recogió sus bragas del suelo y se acostó sin decir palabra. Apagó la lámpara de su mesita de noche, dejándome claro que iba a dormir. A estas alturas estoy convencido que su comportamiento no se debía no tanto al rencor o la vergüenza como a la sorpresa que le había causado mi actitud dominante.

Al día siguiente por la mañana ideé un plan, siguiendo con mi papel de investigador amateur. Rehuyendo comentar nada sobre la noche anterior le dije a mi mujer que me iba a casa de Ramón, uno de mis amigos, y que iba a estar allí todo el día. Me despedí de ella, pero aprovechando que se metía a limpiar el baño y que mi hija estaba encerrada en su cuarto escuchando música lo que hice en realidad fue subir al trastero de la parte superior de la casa, un lugar que raramente visitamos y donde se acumula cacharros inservibles y mucho polvo. Me llevé conmigo una bolsa con una botella de agua y algo de comer, suponiendo que iba a tener que esperar unas horas hasta que ocurriera algo. Y así fue, hasta unas horas después, ya al mediodía, no llamaron al timbre de casa. Entreabrí la puerta del trastero para poder oír mejor. Había llegado Antonio, el novio de mi hija y unos cuantos amigos suyos, calculé que unos tres. Me arriesgué a bajar el primer tramo de escalera que llevaba a la primera planta, para poder atisbar el salón agazapado desde la baranda. En caso de que alguien fuera a subir podría escabullirme rápidamente al trastero o, a unas malas, esconderme bajo la cama en mi cuarto.

Tal y como había calculado estaban Antonio y tres muchachos más. Todos eran más o menos de la misma edad de mi yerno, unos 19 años. Patricia estaba hablando con entusiasmo, siempre tan encantadora. Mi esposa también estaba en el salón, se había puesto muy guapa, por no decir que estaba espectacular. Llevaba un vestido corto y muy ajustado de color azul. Sus piernas iban enfundadas en unas medias negras y tacones, deduje que llevaba el mismo conjunto que le había visto el día anterior. Fue a la cocina y volvió con una bandeja con bebidas y cosas para picar.

Estaba resultando una velada muy animada, mi mujer podía pasar por una muchacha más, aunque viéndola allí junto a mi hija se notaba su madurez, aunque no por ello dejara de resultar muy atractiva, incluso en muchos aspectos irradiaba una sensualidad que todavía era inalcanzable para la juventud de Patricia. Algo que seguramente habían notado los amigos de Antonio, ya que no le quitaban ojo y se deshacían en atenciones y simpatías con ella. Y así siguieron un rato hasta que sonó el móvil de mi hija, la cual estuvo hablando por él unos instantes. Al rato colgó y le dijo a mi mujer:

-Mamá, era Laura, quiere preguntarme sobre unos apuntes, pero como no puede venir ella por no se qué de su hermano pequeño voy a tener que acercarme un momento a su casa, pero serán cinco minutos.

-Voy contigo Patri.- Se ofreció Antonio.

-No te preocupes, voy en la moto y en un santiamén he vuelto.

Mi hija se levantó y se fue de casa. Mi esposa siguió charlando con los cuatro chicos. Al poco se levantó y fue a la cocina seguramente a preparar más aperitivos. Los chavales miraron como se iba.

-Coño Antonio, pues está muy buena tu suegra.- Dijo uno de los jóvenes, era de aspecto atlético , con pinta de pendenciero. El típico macarrilla..

-Si que es verdad, vaya culo.- Afirmó otro de los amigos, un tipo bajito y gordo.

-Callad, no me seáis mamones, que está justo ahí al lado.- Dijo Antonio.

-Venga, no me dirás que no tiene un polvazo.- Le soltó el cuarto chico, uno con pinta de pijo empollón, con gafas y ropa de marca.

-Joder, pues claro que está buena, eso ya lo se, pero es mi suegra. Un respeto hombre.- Dijo Antonio ya un poco mosqueado.

-Pero entonces lo admites...- Dijo susurrando el macarra.

-Que sí, coño, que sí.- Se exasperó Antonio justo en el momento que Adriana salía de la cocina con la bandeja bien surtida.

-Bueno chicos, mientras vuelve mi hija que no se diga que nos hemos aburrido. ¿Quien quiere más bebida?- Dijo mi esposa mientras rellenaba los vasos.

-Gracias Adriana.- Contestó Antonio, disimulando su apuro por los comentarios de sus amigos.

La fiesta continuó así un buen rato, se veía que mi hija iba a tardar bastante. Los chicos y Adriana charlaban animadamente, el alcohol, seguramente, ya iba haciendo su efecto, incluso Antonio estaba más relajado.

-No sabía yo que Patri tuviera una madre tan guapa.- Dijo de pronto el macarra con una sonrisilla descarada. Antonio le miró de reojo con sorpresa, seguramente temiendo que fuera a meter la pata.

-Uy gracias, pero al lado de vosotros debo resultar ya una vieja.- Contestó Adriana.

-De eso nada señora.- Soltó el gordo mirándole las piernas mientras subía el vaso y vertía cerveza en su gaznate.

-Gracias, pero dejaros de compromisos, que ya se que junto a mi hija parezco una momia.- Dijo entre risas mi esposa.

-No es ningún compromiso, cuando una mujer es guapa no hay que darle más vueltas, da igual que tenga veinte años o que tenga cuarenta.- Dijo el que llevaba gafas.

-Ya te digo, de hecho tu estás mucho mejor que muchas chavalas de nuestra edad. Con todos los respetos, pero tienes un cuerpazo.- Soltó el macarra ya tuteándola y mirándola de arriba abajo. Antonio le dio un codazo.

-¿Pero lo decís en serio?- Dijo mi esposa con cara de sorprendida, pero yo tenía claro que los tenía en el punto que deseaba desde un principio. Pensando sobre esto último detecté un movimiento en la ventana que daba al jardín de atrás. ¡Pasmado vi que mi hija estaba espiando desde allí! El numerito del teléfono había sido una treta para esconderse y poder observar. Procuré ocultarme un poco más, no vaya a ser que me viera, pero ella solo estaba pendiente de lo que ocurría en el salón. La situación era bastante rocambolesca.

-Claro que lo decimos en serio. Está estupenda con ese vestido.- Dijo el gordo. - Parece usted una modelo.

-¡Que exagerados que sois chicos!

-Se lo digo en serio, usted no desentonaría en un pase de modelos, de hecho estaría mucho mejor que la mayoría de las tías que suelen verse en esos tinglados.-

Continuó el gordo, que ya no podía disimular que se le caía la baba por mi mujer.

-¿De verdad?-

Preguntó ella con coquetería y riendo.

-Adriana, se me ocurre una cosa ¿Porque no nos dejas admirarte con un pase de modelos privado?- Soltó el macarra y todos se pusieron a reir.

Adriana, siguiendo con la broma, se puso de pie y se puso a andar imitando los ademanes artificiales de las modelos profesionales. El resultado fue una auténtica delicia para la vista, su vestido era muy corto y además apretaba sus curvas de forma descarada. Su culo y sus tetas se meneaban hipnóticamente mientras iba y venía a lo largo del salón. Los chavales aplaudían y se reían, pero sin dejar de mirar los encantos de mi esposa. Incluso Antonio había dejado a un lado sus reparos, el poder visual de mi esposa le había hecho olvidarse de todo lo demás. Luego de un rato de Adriana se volvió a sentar en el sillón con cara de diversión. -Vamos, vamos, ahora me toca a mí un pase de modelos masculinos.- Animó a los chicos.

Ni cortos ni perezosos el macarra y el gordo se levantaron y se pusieron a ir y venir por el salón de forma sincronizada. Los demás reían. Después se levantó el pijo y se sumó a sus amigos. Antonio se mantuvo sentado, volvía a tener cara de mosqueo. Adriana se cambió de sillón y se sentó enfrente de ellos para poder verlos mejor, aplaudía y lanzaba piropos. -¡Así, guapos! Venga Antonio, tu también, no me obligues a tener que decirle a mi hija cuando vuelva que eres un soso.- Mi yerno se levantó y se unió a sus compañeros en la farsa.

Tras un rato yendo y viniendo, haciendo giros ridículos y poniendo la cara de pánfilo que se espera de los modelos masculinos, el macarra comenzó a quitarse la camisa mostrando un torso atlético y bien formado. Adriana silvó admirativamente. Los otros dos chicos y después incluso Antonio también se quitaron la camisa. Se movían con una coreografía más bien patética. El gordo tenía una barriga prominente que se bamboleaba al ritmo de sus movimientos. Tras un rato haciendo más el tonto el entusiasmo inicial se fue apagando y asumiendo que ya habían hecho demasiado el ridículo los cuatro chicos comenzaron a recoger sus camisas.

-¿Ya habéis terminado? Me habéis dejado la miel en los labios.- Dijo mi esposa desde el sillón. Estaba sentada con las piernas un poco abiertas, el vestido se le había subido hasta donde terminan las medias y comienza la carne de los muslos. Sus bragas transparentes estaban a la vista, dejando ver el coño con toda claridad. Su mirada era retadora.

Los chicos observaron a mi esposa en silencio, después se miraron entre sí, dudando que hacer. La situación era electrizante. El gordo fue el que tomó la iniciativa, tiró la camisa que había comenzado a ponerse y se dispuso a desabrocharse los pantalones. Los otros le imitaron al momento. Al poco los cuatro estaban en calzoncillos ante Adriana, quien los miraba sin pudor alguno. Los chavales se veían muy nerviosos, especialmente Antonio que no dejaba de mirar la puerta de la calle, seguramente temiendo que su novia fuera a aparecer de pronto (cosa que no iba a suceder, pues como ya sabemos estaba mirando la escena desde la ventana). Pero sobretodo estaban excitados, la delantera de sus calzoncillos delataba su estado.

-Pues si, vosotros tampoco estáis nada mal.- Les dijo mi mujer mirando directamente en dirección a sus paquetes.

Ahora fue el pijo el que ni corto ni perezoso se adelantó a sus amigos bajándose los calzoncillos y enseñando un cipote en vías de estar muy duro. Los otros tres siguieron sus pasos mostrando que estaban en las mismas condiciones. Adriana miraba las pollas con total satisfacción. Se levantó del sillón y ceremoniosamente comenzó a quitarse el vestido, después el sujetador y las bragas. Se quedó con las medias y los tacones. Los chicos miraban hipnotizados su coño rasurado. Adriana se acercó, los observaba como si estuviera en el mercado, buscando cual era la chuleta que más le gustaba. Acarició brevemente la polla de los cuatro chicos, que se dejaron hacer pero sin atreverse a mover un dedo. Adriana los rodeó y comenzó a tocar sus traseros y sus espaldas mientras se mordisqueaba el labio inferior, parecía una niña pequeña que fuera a darse un festín de pasteles. Se volvió a colocar frente a los cuatro jóvenes y sin más preámbulos se arrodilló ante el gordo. Muy lentamente acercó su boca a la barriga del chico. Comenzó a relamer la panza de arriba abajo, arrastrando la lengua a lo largo de su piel, recorriendo todos sus pliegues y michelines. El chico entrecerraba los ojos, mientras los otros, con cara de estar alucinando, miraban lo que mi mujer le hacía. Adriana estaba ahora rebuscando en el ombligo del gordo con la punta de la lengua. Tras un rato de juguetear de ese modo le agarró la polla y se la metió en la boca, con la otra mano le acariciaba los huevos.

Los otros chicos salieron de su pasmo, fueron moviéndose rodeando a mi esposa y formando un círculo con sus pollas, todas apuntando hacia su cabeza. Ella seguía mamando el rabo del gordo como si fuera lo más apetitoso del mundo. El pijo, aprovechando que estaba justo detrás de ella, se agachó para palpar el impresionante culo de Adriana. El macarra empezó a manosearle y después a palmearle agresivamente tetas. Antonio por el momento solo miraba.

-Joder tío, tu suegra en un filón, no solo está buena, además ha resultado ser una guarrona- Dijo el macarra mirando sonriente a Antonio mientras apretaba las tetas de Adriana. Éste ya no protestó, pues era muy difícil contradecir a su amigo. No obstante carraspeó de puro nerviosismo y dijo en dirección a mi esposa:

-Adriana... si Patri se entera de esto...

Adriana se sacó la polla del gordo de la boca, se volvió en dirección a su yerno y le dijo: -Digamos que esto va a ser nuestro secreto ¿Vale?.- Y comenzó ahora a chupar la polla de Antonio sin dejar de pajear al gordo. Pero tras un rato así el macarra se impacientó y tiró fuerte del pelo de Adriana forzándola a darse la vuelta sobre sus rodillas.

-Venga joder, que ahora me toca a mi, pedazo de puta.- Y sin soltar los pelos de mi mujer le metió la polla en la boca. Adriana chupó con ganas y tomó además la polla del pijo para pajearlo.

Y así estuvieron un buen rato, alternándose en las pajas y las mamadas. Mi esposa, yendo de rodillas de un chico a otro, se esforzaba por satisfacer a todos por igual y además se dejaba manosear sin problema alguno por manos ávidas que rebuscaban en su coño, su ano y sus tetas. Observé que mi hija miraba todo eso desde la ventana. De vez en cuando volvía la vista y hablaba con alguien que también estaba allí a su lado, aunque desde mi posición no podía ver de quien se trataba. ¿Quien sería? ¿Quizás Laura? Después volví a centrarme en mi esposa. Allí estaba, rodeada de pollas. No sentía celos por su comportamiento, más bien era una excitación que me quemaba por dentro. Desde la noche anterior algo había cambiado en mí, me percataba de que había trascendido el sentido de la moral convencional y estaba introduciéndome en otro cuyos límites eran muchos más amplios.

Mi esposa estaba ahora mamando la polla del macarra, él no dejaba de decirle terribles obscenidades. De los cuatro chicos él era el más agresivo e insolente. Tiraba del pelo de Adriana, pellizcaba sus pezones e incluso le había soltado alguna bofetada, pero mi esposa aceptaba todo sumisamente. De pronto, el chico se apartó bruscamente y le dijo: - Abre bien la boca, pedazo de puta.- Adriana obedeció y repentinamente el chico le escupió dentro una gran porción de blanca saliva. Mi esposa recibió el escupitajo con sorpresa, pero no se quejó ni se apartó. Permaneció con la boca abierta, como incitando a los demás. En respuesta ahora se acercó el gordo y también le escupió dentro tras hacer un desagradable carraspeo. El pijo también escupió, pero falló y su gargajo cayó en la frente de Adriana. Cuando Antonio tuvo su turno no falló, su saliva se internó en la garganta de mi esposa. Adriana se quedó en esa posición, cerró la boca y por el movimiento de su garganta quedó claro que estaba tragando. La saliva del pijo comenzó a recorrer hacía abajo su cara y ella, mientras tanto, comenzó a masturbarse rabiosamente, se veía que estaba en un estado de excitación brutal. El macarra se le acercó meneándose la polla frenéticamente. - ¡Pero mira que eres guarra! ¡Eres una puerca!.- Gritaba mientras comenzaba a correrse sobre su cara. La leche le llenó parte de la mejilla y el hombro derechos. Mi esposa seguía gimiendo con los ojos cerrados. El pijo, también sin poder aguantar más, se corrió directamente en la boca de mi mujer. El gordo soltó su leche en las tetas a la vez que soltaba gritos de puro gusto y casi en el mismo instante Antonio se corrió en su mejilla izquierda.

Mi esposa, arrodillada en el suelo con la cara toda llena de semen y saliva, seguía masturbándose entre fuertes gemidos. Sus ojos estaban cerrados, parecía estar en trance, ajena a todo lo demás. Comenzó a soltar gritos de puro éxtasis, estaba teniendo un orgasmo terriblemente intenso. Los chicos la miraban con una mezcla de asombro, asco y quizás con un sentimiento inconsciente de devoción casi religiosa, como si estuvieran presenciando algo de una profundidad que nunca lograrían comprender. Mi esposa parecía haberse olvidado de que estaban allí, ahora solo estaba concentrada en su placer. Ellos, que hasta hace un instante habían sentido que usaban para su antojo a una esclava sexual, tuvieron por un momento la impresión de haber sido ellos los usados, como si sus corridas no fueran más que torpes desahogos al lado del enorme y primigenio placer que emergía en el cuerpo de Adriana.

Tras calmarse poco a poco mi esposa abrió los ojos lentamente. Se levantó despacio y sonriendo dijo a los chicos: -Voy arriba a lavarme. Os recomiendo que os vistáis muy rápido, mi hija está por llegar.

Me apresuré a volver a mi escondrijo en el trastero antes que me sorprendiera mi mujer. Me senté en el polvoriento suelo y reflexioné sobre lo que había visto, intentando darle un sentido. Al rato escuché como se abría la puerta de la calle. Mi hija había vuelto. Me arriesgué y regresé a mi escondite en la baranda. Mi esposa estaba vestida de nuevo con su vestido azul y los cuatro chicos intentaban parecer alegres, pero sus caras estaban tensas. Mi hija hacía muy bien el teatro de que no sabía nada de lo que allí había ocurrido, pero los chicos no estaban cómodos, no tardaron mucho en buscarse alguna excusa y comenzaron a irse. El último fue Antonio, el cual miró a Patri de una forma rara antes de salir por la puerta, estaba claro que se sentía culpable por haberse corrido en la cara de Adriana.

-¿Que te ha parecido?- Le preguntó mi esposa a Patricia ahora que estaban a solas.

-¡Ha sido algo magnífico mamá!- Y se abrazó a su madre de puro entusiasmo.- Ella también ha quedado muy satisfecha con lo que ha visto. Antes de irse me ha dicho que te lo diga.

-¿Ella también estaba mirando?-

Le dijo mi mujer reflejando su sorpresa

.- Me alegra saber que he estado a la altura, si llego a saber que iba a examinarme me hubiera puesto muy nerviosa.

¿Quien sería “ella”? La otra persona que estaba junto a mi hija en la ventana. Mi esposa, al parecer, le guardaba un gran respeto. Los misterios se iban solapando en mi mente.

-Si, mientras tu estabas con los chicos ella me iba explicando cosas. Comienzo a entender mamá, comienzo a entender.-

Mi hija se acercó a su madre y sin previo aviso comenzó a besar su boca mientras se refregaba contra ella

-Me has puesto muy caliente, quiero demostrarte lo que siento.-

Comenzó a levantar su vestido de forma frenética y como Adriana estaba de espaldas a mí pude ver como Patricia apretaba con ganas los glúteos de su madre. Sin embargo, mi esposa se echó hacia atrás rechazándola suavemente y dijo:

-Creo que será mejor que esperemos Patricia, no creas que no tengo ganas de hacerlo contigo, pero quizás ella prefiera hacerlo de otra manera. Tu iniciación se está preparando, no me atrevo a interferir en sus planes.

Mi hija no pudo disimular su decepción, aunque acató la decisión de su madre. En silencio comenzó a subir la escalera, lo cual me cogió de improviso. Rápidamente me escondí tras la puerta de mi dormitorio. Mi hija pasó de largo y se metió en su cuarto. Al poco escuché que estaba llorando de pura frustración, pero pasados unos minutos su llanto se había convertido en gemidos: se estaba masturbando.

Escuché el ruido de la puerta, lo cual me indicó que Adriana salía de casa. Escuché como el motor de su coche se encendía y como poco después se alejaba por la calle. Era el momento de hacer el paripé de que había vuelto a casa. Bajé hasta la puerta de la calle, abrí y cerré para que Patri me oyera, pero no grité nada como hice la otra vez, sabía que mi hija no estaba en condiciones de aparentar normalidad, así que decidí que era mejor darle una tregua. Encendí la televisión, pero no vi nada de lo que ponían. Solo podía pensar en todo lo que había presenciado y escuchado. ¿Quien sería esa persona que parecía tener tanta autoridad sobre mi hija y Adriana? ¿Qué era eso de la iniciación? También me intrigaba mucho la reacción de mi esposa al correrse, no había sido normal. No solo los chicos habían sufrido un pequeño shock, yo mismo, después de tantos años de matrimonio, nunca había visto a mi esposa en tal estado de desenfreno y éxtasis. Algo estaba ocurriendo con las mujeres que me rodeaban, pero cada vez tenía más claro que era algo que se salía de lo ordinario. Decidí seguir investigando, dispuesto a llegar al misterio, aunque sospechaba que eso podría significar mi perdición.

(Continuará).

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