El culo de mi madre y las compras de navidad

Cómo el culo de mi madre se convierte en el absoluto protagonista de las compras de navidad.

Todavía recuerdo aquellas navidades que tuve que ir de compras con mi madre.

Ya llevaba casi un año viviendo fuera de la casa de mis padres pero aun así ella me rogó que la acompañara.

La excusa que me dio era que quería hacerle un regalo sorpresa a mi padre y tenía yo que ayudarla a elegirlo.

Mientras recorríamos innumerables calles y tiendas me di cuenta que lo que quería mi madre era que alguien cargara con las compras y mi padre, que ya la conocía, puso ese año la excusa del mucho trabajo que tenía para no acompañarla.

En una de las últimas tiendas que visitamos me senté agotado en un banco que había en su interior mientras mi madre miraba y remiraba incansable los artículos.

Mirándola me fijé detenidamente en su culo, en su culo potente y respingón apenas cubierto por unas finas mallas negras ajustadas. Aunque mi madre ya estaba por mitad de la cuarentena, tenía un culo impresionante. Siempre lo había tenido y todavía lo mantenía, quizá algo más rotundo que cuando tenía algunos años menos, pero no menos deseable.

Era un culo perfecto, redondo, macizo y levantado. ¡Una delicia de culo, como para comérselo a bocados! Cubierto por la fina tela de las mallas, parecía que no llevaba nada debajo, que no llevaba bragas, pero si me fijaba detenidamente podía observar un fino y escueto tanga que salía ligeramente por la parte superior de sus dos nalgas, perdiéndose lascivo entre ellas y uniéndose en la cintura.

Mi verga se puso dura y se empinó por la impresionante visión, levantando la parte frontal de mi pantalón.

Cuando escuché a unas señoras riéndose y cuchicheando sobre mí y sobre lo que miraba, me di cuenta que la llevaba mirando fijamente el culo durante varios minutos y me avergoncé, retirando la mirada.

Quizá no se dieran cuenta que era mi madre. Incluso podrían pensar que éramos amantes, que yo era el chulo de una mujer mayor que podría ser mi madre.

En las siguientes tiendas que visitamos no dejé de mirarla el culo y las piernas, aunque más disimuladamente.

Llevaba mi madre un abrigo de pieles que la llegaba hasta la cintura, unas mallas negras y unas botas altas con tacón, de forma que resaltaba además de sus hermosas y torneadas piernas, su culo redondo, macizo y respingón.

El abrigo que yo llevaba tapaba mi espectacular empalme de forma que las siguientes tiendas que visitamos se me hicieron más livianas, más bien excitantes, muy excitantes.

Tanta era la paliza que mi madre me había dado al obligarme a visitar con ella tantas tiendas que fantaseaba siendo yo el que diera una buena paliza a su culo, que azotara sin piedad sus nalgas hasta hacerlas sangrar. Y solamente con pensarlo mi pene entraba casi en ebullición, palpitando de deseo, apuntando de escupir esperma como si fuera un volcán a punto de estallar.

Cargado de paquetes nos acercamos caminando a casa pero aun así se detuvo en un pequeño mercadillo en la calle, ojeando unas prendas en un tenderete cargado de gente. Me senté en un banco frente al puesto y me puse a disfrutar del panorama del culo de mi madre.

No fui el único que se había fijado en él, seguramente muchos lo hicieron y posiblemente más tarde se masturbaran o follaran con su pareja pensando en él, pero que yo sepa sólo uno se atrevió a restregar su verga erecta por el culo de mi madre.

Entre la gente que había, mirando las prendas, me fijé que uno, un hombre de mediana edad, que, disimulando que también echaba un vistazo a las prendas expuestas, restregaba ocasionalmente la parte frontal de su pantalón y sus manos con el culo de mi madre, sobándoselo.

Sorprendido contemplé cómo mi madre impasible al insistente roce, continuó mirando como si no sucediera nada, lo que provocaba que el hombre estuviera cada vez más cachondo y actuara más osadamente, restregándose cada vez menos disimuladamente con el culo de mi progenitora, pero tanto se restregó que al final se corrió, deteniéndose por fin para disfrutar de su orgasmo.

Satisfecho echó un último vistazo al culo de mi madre y, propinándole un fuerte azote, se alejó rápido del lugar.

Ahora sí que volvió mi madre la cabeza, localizando al hombre que se perdía entre la multitud. Su rostro estaba encendido y colorado, pero no precisamente de vergüenza, sino que reflejaba que estaba cargado de deseo y lujuria.

¡Se había dejado sobar el culo y que el hombre se masturbara, frotando su verga contra él! ¡La había excitado, la había puesto muy cachonda!

Dejó al momento las prendas que parecía estar mirando y se volvió, buscándome con la mirada.

Quizá al principio la interesara rebuscar entre las prendas, como si fuera una acto mecánico, pero, al sentir cómo la sobaban impúdicamente el culo, se dejó hacer, cómo si no sintiera nada, y, con la excusa de mirar las ropas, disfrutó como una zorrita caliente.

Me levanté rápido del asiento y me dirigí hacia ella que, al verme, me rehuyó la mirada, intentaba ocultarme la lujuria que sentía.

Ahora sí que nos dirigimos a casa, sin detenernos en ninguna tienda ni puesto más.

Desabrochándonos los abrigos, subimos en el ascensor en silencio. Ella tenía la mirada fija en el suelo, no se atrevía a mirarme para no delatar sus deseos pero yo, más alto que ella, la miraba desde arriba. Tenía el rostro todavía arrebatado y encarnado. Sus pechos parecía que habían crecido de tamaño y sus pezones amenazaban en taladrar el jersey negro de cuello cisne que llevaba.

Llegando a nuestro piso, mi madre exclamó sofocada:

• ¡Uf, qué calor, voy a cambiarme rápido! ¿Tú no lo notas? ¿No tienes calor?

Sonriendo la respondí:

• ¡No, no, que va! Será que llevas mucha ropa.

• Pues ahora me la quito.

Abrió con prisas la puerta de la calle y entramos. Como era lógico por la hora que era, mi padre no había llegado, estaría trabajando o simulando que lo hacía.

Quitándose rauda mi madre el abrigo, lo dejó sobre un mueble que había en la entrada, así como las bolsas que llevaba y, dirigiéndose deprisa a su dormitorio, me ordenó:

• Deja las bolsas que luego las coloco.

Se metió en la habitación, quitándose el jersey y cerrando, con un golpe seco de sus duros glúteos, la puerta tras ella.

Dejando yo también mi abrigo y las bolsas en la entrada, dudé qué hacer, pero también yo me dirigí a la puerta cerrada del dormitorio de mis padres y la abrí.

Las botas altas que ella llevaba estaban tiradas desordenadas en el suelo.

¡Mi madre! ¡Allí estaba mi madre, a poco más de metro y medio de distancia! Se había quitado el jersey, quedándose con un pequeño sostén negro como única prenda en la parte superior de su cuerpo.

Su mano izquierda había bajado una de las copas del sostén y presionaba con sus dedos índice y corazón su pezón, acariciándolo.

Su mano derecha se metía por delante, por debajo de las mallas negras y acariciaba insistentemente su entrepierna.

¡Se estaba masturbando! ¡La había pillado masturbándose!

Me quedé anonadado observándola. No me esperaba pillarla en plena faena.

Ella, que tampoco se lo esperaba, tan concentrada estaba masturbándose que no se percató durante unos segundos que había abierto la puerta y la estaba observando sin pestañear cómo se masturbaba y, cuando al fin levantó los ojos y me vio, sorprendida trastabilló hacia atrás, tropezando con la cama y cayendo bocarriba sobre ella.

Medio tumbada en la cama, su mente buscó rápida una excusa y la balbuceó entrecortadamente sin pensar:

• ¡No … no … no podía … no puedo quitarme las mallas! ¡Ayúdame … ayúdame!

Me acerqué veloz a ella y, cogiendo con mis manos los bordes laterales de las mallas, tiré rápido y sin pensarlo de estos hacia mí, arrastrando no solamente las mallas, sino también las braguitas.

Mientras mi mirada recorría en un instante cada milímetro del cuerpo de mi madre mientras la desnudaba, la oí chillar histérica:

• ¡No … no … las bragas no!

Mis ojos se clavaron en su entrepierna, en su sexo apenas cubierto por una fina franja de vello púbico, incluso cuando me quedé con sus prendas en mis manos, dejándola prácticamente desnuda.

• ¡Ay, ay, no … no … qué vergüenza!

Y, chillando histérica, se cubrió con sus manos la entrepierna, escondiendo su vulva a mi ansiosa mirada.

Girándose sobre la cama, me dio la espalda para cubrirse mejor el sexo, pero entonces fue su culo, su macizo, redondo y erguido culo lo que se presentó ante mis propios ojos, y yo, sin pensármelo, solamente guiado por mis instintos, la propiné un sonoro azote en uno de los glúteos.

La escuché chillar excitada y la volví a dar otro fuerte azote en la misma nalga, y otro …y otro.

• ¡Ay, ay, no … no!

Su negativa me sonaba a afirmación, a rotunda afirmación, y me excitaba todavía más, provocando que la azotara más y más y ella brincaba en la cama por cada azote que recibía, pero sin moverse de la cama donde estaba a cuatro patas frente a mí.

No recuerdo que me desnudara pero me encontré de pronto con los pantalones y el bóxer bajados hasta los tobillos y mi cipote, erecto y duro, apuntando al culo de mi madre, al prieto y blanco orificio que se exhibía impúdico entre las dos nalgas separadas y … más abajo su vulva hinchada con sus labios púbicos abiertos de par en par, rezumando un brillante y viscoso fluido.

Sabiendo lo que vendría a continuación, mi madre chilló excitada:

• ¡Ay, no … no … no … que soy tu madre … tu madre!

Era una vez más una excusa, la excusa que ponía para decirme que me la podía follar pero que ella siempre negaría que se dejara hacerlo. ¿Cuantas veces habría presentado esta excusa? ¿Cómo si hiciera falta alguna para follársela?

Sujetándola por las caderas, me impulsé hacia delante y se lo metí por el coño, ¡le metí mi cipote directamente en su coño!

Contuvo la respiración mientras se lo metí hasta el fondo y, una vez que empecé a cabalgarla, meciéndome adelante y atrás, sus quejas se convirtieron en suspiros y gemidos de placer.

¡Ya no hacían falta excusas, ahora me la estaba follando y solo quedaba disfrutar del polvo!

Sujetándola por las caderas, imprimí desde el principio un balanceo rápido y enérgico, ¡tantas ganas tenía de follármela!, deteniéndome de vez en cuando para azotarla sin piedad las duras nalgas con mis manos abiertas.

Y en cada fuerte azote que la propinaba la escuchaba chillar, no de dolor, sino de placer. ¡La excitaba que la azotaran las nalgas, que la dominaran y que la humillaran y yo lo estaba haciendo, estaba disfrutando haciéndolo, azotándola y follándomela!

Ante mi sorpresa inicial, también ella se balanceaba adelante y atrás, adelante y atrás, facilitando mi polvo, incrementando nuestro morbo y placer.

Sus suspiros y gemidos se convirtieron en chillidos, en agudos chillidos de placer, que se mezclaron con el sonido que hacían los muelles de la cama con nuestro folleteo y de ésta al chocar una y otra vez con la pared.

De pronto, una oleada de placer brotó de mis entrañas y, sabiendo que era un punto de no retorno, redoblé mis arremetidas, hasta que me corrí a lo bestia, ¡hasta que un fuerte y placentero orgasmo me obligó a detenerme!

Disfrutando de mi orgasmo me detuve y, como mi madre todavía no se había corrido, observé que llevaba su mano derecha a su entrepierna, a la altura de su sexo y supuse acertadamente que se acariciaba insistentemente entre sus labios vaginales, incidiendo en su clítoris, hasta que, chillando ella nuevamente de placer, se corrió en pocos segundos.

Todavía estuve varios segundos con mi verga, ahora morcillona, dentro de su sexo y de pronto, al darme cuenta de lo que había hecho, que me había follado a mi propia madre, la desmonté y, soltándola me incorporé, dejando que ella se desplomara bocabajo sobre la cama.

Me subí rápido el bóxer y el pantalón, saliendo casi a la carrera de la habitación y de la casa, sin atreverme a decir nada y sin que ella me dijera nada.

Cuando volví esas navidades a la casa de mis padres, nadie comentó nada sobre lo sucedido, como si nunca hubiera sucedido nada, como si todo hubiera sido un sueño, un precioso sueño húmedo producto de nuestra más tierna infancia. Pero yo sí que recuerdo, recuerdo perfectamente el hermoso culo de mi madre y cómo me la follé. ¡Qué placer! ¡Nada de vergüenza ni de remordimientos, solo placer y el culo de mi madre!

No volvió mi madre a decirme que la acompañara en sus compras de navidad, aunque yo varias veces me ofrecí. Sé que estuvo yendo varios años con amigas, no sé si también ellas disfrutaron de su culo, pero seguro que más de una deseaba hacerlo.