El culo de mi madre con un gran cipote dentro

En este relato cuento cómo, al llegar a casa, me encontré el culo de mi madre botando con un gran cipote dentro y lo que imagino que le pudo suceder antes.

(CONTINUACIÓN DE “CÓMO MI MADRE SE REENCONTRÓ CON SU PRIMO Y EXNOVIO“)

No habían pasado ni quince días desde el encuentro que tuvo Rosa con su primo en el motel de carretera y ya estaba éste esperando, desde las ocho y poco de la mañana, desayunando en el bar frente al edificio donde vivía la mujer con su marido y su hijo. Estaba sentado en una mesa desde la que observaba el portal del edificio.

Eran casi las nueve de la mañana cuando Dioni, el marido, salió del portal con traje y corbata, llevando un pesado maletín roído en la mano, e iba, como acostumbraba, con tanta prisa que solamente veía la gente que pasaba como molestos obstáculos que se cruzaban en su camino y le impedían llegar a tiempo a su trabajo.

Tomás, que así se llamaba el primo de Rosa, no se acercó a saludar a Dioni ni tenía en ningún momento intención de acercarse, más bien no quería que le viera, que supiera de estaba allí, frente a su casa, aunque, en opinión de Tomás, seguro que, si le hubiera visto, no le reconocería ya que hacía tiempo que no le veía pero era mejor no arriesgar a que le viera y le reconociera.

No pasaron ni diez minutos cuando salió Juan, el hijo de su prima, que tendría unos trece años. Era evidente que, por su actitud, no tenía ningunas ganas de ir al colegio ya que miraba, con aspecto despistado, a todas partes y arrastraba los pies. Por un momento le pareció que el niño le había reconocido aunque enseguida volvió la cabeza y se encaminó por la calle, suponiendo hacia el colegio donde estudiaba.

Le vio alejarse y, apurando el café que estaba bebiendo, se acercó a la barra para pagar su consumición para, a continuación, cruzar la calle y entrar al portal donde vivía su prima.

Como no sabía en qué vivienda vivía, miró en los buzones para conocerla, y, antes de que lo descubriera, se acercó el conserje y le preguntó qué quería.

Apartando la mirada, la fijó en el portero que le miraba con desconfianza:

  • Soy un familiar de Rosa Somoza y quería darla una sorpresa, pero no sé dónde vive. Como es una sorpresa, no pueda llamarla al móvil.

Contestó mirándole, simulando candidez, con una respuesta ya preparada para la ocasión.

Enseguida se dio cuenta el conserje que el hombre no era precisamente trigo limpio y que le mentía, pero, al escuchar el nombre de la vecina maciza que tan poco caso le solía hacer, recordó lo que ella le había dicho hacía unas dos semanas cuando se cruzaron en el portal:

  • Si alguien viene preguntando por mí, por favor, no le diga donde vivo.

No recordaba el portero exactamente qué excusa puso para que no lo dijera, pero era evidente que era falsa y no quería que su marido se enterara, por lo que supuso que debía ser un hombre que quería tirársela. Ahora tenía la certeza de que era ese el motivo, el tipo venía a follársela, seguramente en contra de su voluntad, y decidió que un buen escarmiento no la vendría nada mal a esa zorra calentorra y además, como su marido era tan celoso, podría utilizar esta información para tenerla a su merced, para incluso follársela, por lo que le respondió sin dejar de mirarle fijamente con aprehensión:

  • Sexto piso. Puerta nueve.
  • ¡Muchas gracias!

Respondió jovial el hombre con una falsa sonrisa de agradecimiento en el rostro y, sin obtener ni una sola palabra más del conserje, se encaminó hacia el ascensor.

Enseguida encontró la puerta y tuvo que llamar un par de veces al timbre, hasta que escuchó pasos precipitados y la voz de su prima al otro lado de la puerta, mirando por la mirilla:

  • ¿Sí? ¿Quién es?
  • Traigo una carta certificada para doña Rosa Somoza.

Mintió como tenía costumbre, ocultando un poco su rostro con una mano para impedir que, a través de la mirilla, le identificara y no le abriera.

  • ¿Para mí? ¡Qué raro! ¡Ah, espere! Bueno … da igual le abro.

La escuchó decir antes de empezar a abrir un poco la puerta.

  • Perdone que le abra así pero es que me estaba duchando.

Se excusó Rosa sin ver todavía a quien abría.

Como acababa de salir de la ducha llevaba solo enrollada a su cuerpo una toalla que la cubría desde un poco más arriba de los pezones hasta un poco más abajo que sus nalgas.

Entornando la puerta solamente mostró una parte de su cuerpo pero su primo, al verlo, se dio cuenta que estaba prácticamente desnuda, y su verga se congestionó todavía más bajo su pantalón.

Al levantar Rosa la cabeza y ver el rostro de Tomas, lo reconoció al momento, abriendo mucho los ojos y la boca sorprendida, y se quedó paralizada durante un instante que aprovechó el hombre para colocar su pie entre la puerta y el marco para que no pudiera cerrarla.

Reaccionando, empujó rápido la mujer la puerta para cerrarla y, al no conseguirlo a la primera, chilló desesperada y lo intentó nuevamente empujando, pero el pie de su primo resistió sin problemas, soltándose la toalla que la cubría el cuerpo, cayendo al suelo a sus pies.

Empujando el hombre violentamente la puerta con el hombro, logró abrirla, entrando a la vivienda.

Rosa, al ver que no podía evitar que entrara, chilló aterrada y echó a correr completamente desnuda por el pasillo, huyendo de su primo y, éste, al ver como balanceaba lúbrica las prietas y redondas nalgas alejándose, se quedó lascivo observándolas y las piropeo:

  • ¡Vaya culito tan sabrosón que tienes, primita!

Cuando la mujer desapareció dentro de una habitación, cerró la puerta de la vivienda tras él para que nadie más entrara y le molestara en lo que quería hacer a su prima.

Sin preocuparse por recoger la toalla que estaba en el suelo, caminó tranquilamente por el pasillo, siguiendo los pasos de Rosa y empezó a silbar.

La puerta por la que había pasado la mujer estaba cerrada y, al intentar abrirla el hombre, se dio cuenta que estaba cerrada por dentro, y, sonriendo, la dijo animado:

  • ¡Abre, primita, que no te voy a comer!

A lo que Rosa respondió angustiada desde detrás de la puerta.

  • ¡Vete, por favor, vete!
  • Primero abre.
  • ¡No … no … vete, por favor, vete!
  • Ya sabes que puedo tirar la puerta abajo sin problemas. Y ¿qué le contarás a tu maridito cuando la vea rota?
  • ¡No … no lo hagas, por favor!
  • En ese caso seré bueno contigo y me quedaré aquí hasta que abras, pero tú también tienes que ser buena conmigo.
  • ¡Vete! No te voy a abrir.
  • No tengo ninguna prisa, tengo todo el día por delante. Cuando venga tu marido me verá aquí, sentado tranquilamente. Veremos que piensa.
  • ¿Qué dices? ¿No te atreverás?
  • ¿No? Ya verás si me atrevo. Tú ya me conoces. Acuérdate.
  • ¡Estás loco!
  • Le comentaré que su mujercita me abrió en cueros la puerta, seguramente esperando a su amante, y echó a correr al verme, provocándome para que la siguiera.
  • Por favor, no.

Lo dijo en voz baja y se quedó callada.

  • Aquí me siento. Espero a que abras o a que venga tu marido, tú eliges.

Respondió Tomás tranquilamente, acercando una silla para ponerla frente a la puerta cerrada y sentarse en ella.

Mientras escuchaba cómo arrastraba la silla, se quedó Rosa en silencio, pensando angustiada durante unos segundos. Era cuestión de tiempo que, si no salía, su primo derribara la puerta y la violara por la fuerza. Además, como él bien decía, no tendría ninguna excusa convincente que presentar a su esposo cuando viera rota la puerta. Por otra parte, el baño no tenía ninguna otra puerta o ventana por la que escapar ni tenía ninguna toalla ni ropa con la que cubrir su cuerpo desnudo. Tampoco tenía en el baño nada con lo que defenderse en caso de no plegarse a los deseos de su primo. Sus posibilidades de escapar sin ser follada eran prácticamente nulas si permanecía atrincherada dentro del cuarto, siendo las mismas si salía, aunque al menos la puerta quedaría virgen, pero, aun así, decidió una última jugada al tener en su dormitorio un spray anti violación y ropa con la que vestirse, así que dijo en voz baja:

  • Si salgo, no me harás nada y te marcharas.
  • Sí, claro. Me preparas un whisky y me marcho antes de que venga tu marido.
  • ¡Júralo!
  • No seas niña, primita. ¡Venga, te lo juro!
  • Por favor, antes dame la toalla.
  • ¿La toalla? Abre primero.
  • No, no. Dame antes la toalla. Te lo pido por favor.
  • Está bien, primita. Voy a por ella. Ya ves que soy bueno contigo y seguro que tú también lo serás conmigo.

Y caminó tres pasos por el pasillo, para detenerse y provocar ruido con sus zapatos como si estuviera alejándose.

Suponiendo que su primo se alejaba, abrió rápida la puerta, saliendo totalmente desnuda a la carrera con el fin de ir al dormitorio, pero Tomás que la conocía, la atrapó en el pasillo, a punto de entrar ella en su dormitorio, cogiéndola por las caderas y por la cintura.

  • Pero … ¿dónde vas, criatura? ¿no querías la toalla?

Preguntó exultante Tomás sin esperar respuesta.

  • ¡Aaaay … no!

Chilló viéndose atrapada y forcejeo para soltarse sin conseguirlo.

Abrazándola Tomas para que no escapara y, colocando sus manos sobre las nalgas de Rosa, una en cada nalga, apretó, pegando el cuerpo de ella al de él, las tetas desnudas contra su pecho y el vientre contra su verga erecta y dura.

  • ¡Déjame! ¡Déjame, por favor! ¡Déjame que me vista!

Exclamó la mujer, chillando aterrada.

  • ¿Vestirte? ¡Si no has esperado la toalla! ¡Si prefieres pasearte desnuda por toda la casa!
  • ¡Déjame que me vista, por favor!
  • No … no … estás mucho mejor así.
  • No, déjame, por favor.

Como estaba agobiada y a punto de llorar, Tomás la soltó y, mirándola las tetas, la dijo:

  • Está bien pero te acompaño.

Cubriéndose con sus manos las tetas y la entrepierna, Rosa, bajó la mirada viendo asombrada cómo se marcaba el enorme y congestionado pene de su primo bajo la tela de su pantalón, y, girándose, le dio la espalda y entró al dormitorio, seguida por él que no la perdía de vista, especialmente su culo redondo y respingón, sin una pizca de grasa o celulitis.

Al tiempo que ella abría la puerta del armario, él cerraba la de la habitación.

Dudó Rosa si abrir en ese mismo momento el cajón donde guardaba el spray y utilizarlo contra el rostro de él, pero estaba muy cerca detrás de ella, viendo lo que estaba haciendo. Además pensó que era mejor convencerlo de que no hiciera lo que quería hacer, es decir, follársela, más que actuar violentamente lo que podría originar una respuesta todavía más agresiva de él, además de un escándalo que nadie quería, así que se limitó a coger un vestido que colgaba de una percha, cuando le escuchó decir:

  • Antes no te cortabas y paseabas sin ropa con todas las ventanas abiertas, delante de todo el vecindario. ¿No recuerdas cómo te miraban y lo que te decían? Todos querían meterse entre tus piernas y tú te reías de ellos.
  • Antes era una niña y ahora estoy casada y con un hijo.
  • Ya, pero ellos no están aquí y yo sí, como cuando follábamos.
  • Ya ha pasado mucho tiempo y la situación ha cambiado.
  • Tú sí que no has cambiado, incluso has mejorado. Tienes más tetas y culo.

E impidiendo que se pusiera el vestido, la abrazó por detrás, colocando sus manos sobre las tetas, cubriéndolas, y su verga dura y erecta sobre los macizos glúteos de ella.

  • Déjame que me vista y hablamos.
  • No he venido solo a hablar.
  • Ya lo sé, siempre querías más.
  • Siempre lo conseguía y te gustaba.
  • Ya no me gusta.
  • En el motel no dio esa impresión.
  • Eran otras circunstancias.
  • ¿En qué se diferencian de las actuales? Tú viniste a mí encelada y en pelota picada para que te follara y yo ahora vengo a ti para follarte.
  • Por favor, deja que me vista.
  • Por supuesto, pero antes …

Y, agachándose, la levantó en brazos, provocando que ella, completamente desnuda, chillara asustada, cogiéndose fuertemente al cuello de su primo.

  • ¡Ay … no … no!
  • No te preocupes, primita, que te cojo bien, pero que muy bien te voy a coger.

Respondió Tomás, mirándola sonriente las grandes y erguidas tetas desde arriba, mientras la palpaba la parte posterior de los muslos

  • ¡Bájame, por favor!

Suplicó Rosa, y Tomás, girándose hacia la cama de matrimonio, la depositó bocarriba sobre ella, diciéndola:

  • Pues claro, primita, sobre la cama, donde sino.

Rosa, tumbada bocarriba completamente desnuda sobre la cama, se cubrió con sus manos los pezones y el sexo, contemplando sin moverse cómo se desnudaba su primo sin dejar de mirarla.

  • ¡Por favor, déjame que me vista y hablamos!
  • Por supuesto, primita, pero después.
  • ¡Por favor, no! ¡No quiero hacerlo!
  • Tampoco querías hacerlo siempre cuando éramos jóvenes y siempre te follaba.
  • ¡Por favor, no! ¡Me vas a hacer daño!
  • No va a ser precisamente daño lo que te haga, aunque de ti depende si eres o no buena conmigo.
  • ¡Por favor!
  • No te hagas la estrecha, primita. Te gusta que te follen y, cuanto más grande sea el rabo que te metan, mejor.

Y, totalmente desnudo, se fue a tumbar bocabajo sobre ella, pero Rosa, colocando sus piernas dobladas frente a él, le empujó tímidamente al acercarse, no una sino dos veces.

  • Así que quieres jugar, zorrita, pues juguemos.

Dijo sonriendo y, cogiendo sus piernas, las separó y se metió entre ellas, tumbándose bocabajo sobre la mujer.

La fue a besar en la boca pero ella apartó la cabeza.

Sujetándola la mandíbula con una mano, la obligó a girar su rostro y la besó apasionadamente en los carnosos y sonrosados labios, metiendo su lengua dentro, hasta casi la campanilla. Intentó ella retirar su boca, pero, al no poder, devolvió incluso el beso, y fundieron sus bocas, mientras la mano derecha del hombre, la sobaba insistentemente un pecho.

Más de un par de minutos estuvieron morreando y, cuando, por fin, la mujer pudo apartar su boca para respirar, tomando una buena bocanada de aire, su primo, tanteando con su pene erecto entre las piernas de ella, encontró la entrada a la vagina y se la fue metiendo poco a poco, sin dejar de mirarla el rostro.

Rosa, al sentir cómo se lo iban metiendo por el coño, contuvo la respiración, abriendo mucho los ojos y la boca, hasta que la verga entró hasta el fondo, hasta que los cojones chocaron con su perineo.

Una vez completamente dentro, el hombre se mantuvo quieto, mirando sonriente a su prima, y la dijo burlón:

  • ¡Como en los viejos tiempos, primita, como en los viejos tiempos, con mi polla siempre dentro de tu coño, follándote!

Como Rosa no decía nada, solo le miraba expectante, Tomás empezó a reírse hasta que, después de casi un minuto, la mujer le respondió:

  • ¡Folláme, cabrón!
  • ¡Esa es mi primita, una auténtica zorra como en los viejos tiempos!

Exclamó exultante el hombre, sonriendo irónico, y, levantando las caderas, empezó a sacarla la verga del coño, provocando que ella suspirara y resoplara de placer.

A punto de sacarla, se detuvo y, sin dejar de mirarla burlón, la dijo sonriente:

  • ¡Como en los viejos tiempos, zorra!
  • ¡Fóllame … fóllame!

Le apremió Rosa, rebosante de deseo y lujuria, y él volvió a meterla su cipote, lentamente, disfrutando y haciendo disfrutar a su prima.

Una vez llegó la verga hasta el fondo se detuvo unos instantes para volver a sacarla despacio, muy despacio, y, cuando estaba casi fuera, otra vez se la fue metiendo. Esta vez algo más rápido y así, una y otra vez, entrando y saliendo cada vez más rápido, mete-saca-mete-saca.

Las torneadas piernas de ella abrazaban la cintura de él, facilitando la penetración y haciéndola más profunda.

El rostro de Rosa brillaba ardiente de deseo y de placer con los ojos semicerrados y la boca semiabierta, con su lengua carnosa y sonrosada moviéndose juguetona entre sus blancos dientes y sus labios húmedos y sonrosados.

Apoyándose en sus brazos, los estiró, incorporándo el hombre su tronco para observarla las tetas mientras se la follaba. Y en cada embestida, se agitaban desordenadas mientras Rosa chillaba cada vez más alto de placer, incrementando aún más el morbo de su primo, hasta que, a punto de alcanzar el orgasmo, Tomás aumentó el ritmo y, en dos potentes embestidas, se corrieron los dos a la vez.

Se tumbó el hombre bocabajo sobre la mujer para enseguida tumbarse bocarriba sobre la cama al lado de su prima, disfrutando del polvo que la había echado.

Estuvieron así durante unos minutos, sin decir nada, mirando al techo, mientras las respiraciones se iban normalizando.

Fue Tomás el primero que habló:

  • ¿Por qué lo dejamos?

Tardó varios segundos Rosa en responder.

  • Y aún lo preguntas. Porque fuiste un hijo de puta y dejaste que todos me tomaran. ¡Lo provocaste, hijo puta!
  • Estabas morreando con el Francis.
  • Un simple beso, cabrón, un simple beso.
  • ¿Un simple beso? Pues bien que te estaba metiendo mano en el coño y en las tetas mientras te comía la boca. ¡Zorra!
  • Pero ¿qué dices? ¡Eso es mentira!

Y empezó Tomás a reírse y, cuando Rosa, hizo amago de levantarse, la cogió del antebrazo, reteniéndola, y la dijo, entre risas:

  • También él te folló aquella noche.
  • ¡Todos! ¡Todos lo hicieron!
  • ¡Bien que te gusto!
  • ¡Eso es mentira! ¡Me violaron, me violaron todos! ¡Tú también!
  • Pues claro, no voy a dejar que todos se tiren a mi novia y yo no moje.

Incorporándose intentó Rosa soltar su brazo sin conseguirlo.

  • ¡Déjame, déjame! ¡Ya has logrado tu propósito y ahora vete!
  • ¡Espera, coño! ¡Hablemos un poco!
  • ¡Ya hemos hablado bastante! ¡Vete!
  • ¿Lo sabe tu marido?
  • ¿Mi marido? ¿Qué tiene que saber?
  • ¡Que fuiste mi novia y no dejamos de follar!
  • ¿Estás loco? ¡Vete!
  • ¿Quieres que se lo diga?
  • ¡No! ¡Por favor, vete!
  • Pero no fui yo el único, ¿verdad? No fui el único que te folló, porque, entre mi rabo y el de tu marido, hubo otros. ¿Me equivoco?
  • ¿Qué dices? Eso no es asunto tuyo
  • ¿Cómo se llamaba …? ¡Ah, sí, el Planchas!
  • ¿Planchas? ¿qué Planchas? ¡Tú estás loco!
  • Sí, el Planchas. Te pillaron follando dentro de un coche con el Planchas.
  • ¿A mí? Si no se ni quién es ese Planchas. ¡Tú lo has soñado!
  • Sí, mujer, el Planchas, bien que lo sabes. Aquel tipo renegrido y bajito que trabajaba en un taller de coches.
  • No recuerdo ningún Planchas, tú te lo estás inventando.
  • ¿Inventando? ¡Ya … ya! Si te pillaron en pelotas dentro de su coche a orillas del pantano con su polla dentro de tu coño.
  • ¿A mí? ¡Qué dices?
  • ¡Te pillaron el Rufo y su pandilla! ¿No sabías que se dedicaban a espiar a las parejitas dentro de los coches mientras follaban? ¡A ti te pillaron en mitad de la faena! ¡Con todo ese culazo y esas tetazas al aire! ¡Y venga que dale, bumba-bumba-bumba! Si no es porque el Planchas arranca el coche, te hacen madre también esos.
  • ¡No sé de qué me hablas ni quién es ese Planchas!
  • ¡Bien que lo contaba él en el bar del pueblo, con todo lujo de detalles, y todos nos imaginábamos entre tus piernas, follándote!
  • ¡Tú sí que tienes mucha imaginación!
  • ¿Es también mi imaginación que tuviste un novio negro que te follaba todos los días?
  • Pero ¿qué dices?
  • Mi hermana te vio con él, incluso se lo presentaste.
  • ¿La Tere? ¿Cómo no fuera …? ¡Ah, no, no, era solo un amigo, más bien un conocido!
  • ¿Un conocido? Pues bien que te fuiste con él a la cama en el hostal de la Pepi.
  • ¿Yo con él?
  • ¿No compartiste habitación con él? ¡Pues tenía una sola cama esa habitación! Bien que se escuchaba cómo follabais, como animales en celo.
  • Pero ¿qué dices? No lo recuerdo ni a él y menos donde dormí.
  • ¡Dormir no sé, pero follar ya te lo he dicho!
  • ¡Vete ya, por favor, que es muy tarde y va a venir mi hijo a comer!
  • ¡Pues que nos vea follando! ¡Seguro que se incorpora a la fiesta y te echa también él unos buenos casquetes!
  • ¡Deja de decir tonterías y vete! ¡Vete, por favor!
  • ¡Venga, el último polvo y me voy!
  • ¡Por favor, que va a venir mi hijo!
  • ¡Venga, uno rapidillo, nena!

Y, tirando del antebrazo de ella, la hizo incorporarse, obligándola a subirse a horcajadas sobre él.

Pensando en acabar lo antes posible para que se marchara antes de que llegara su hijo, de rodillas, con una pierna a cada lado del cuerpo de él, cogió con su mano la verga otra vez erecta de su primo y se la metió en el coño, empezando a cabalgar. ¡Adelante-atrás-adelante-atrás, arriba-abajo-arriba-abajo!

Mientras follaban, Juanito, el hijo de Rosa, que había salido antes de clase debido a que se habían cancelado la última clase, entró en el portal de la vivienda donde vivía con sus padres.

Mientras subía en ascensor recordó que, esa misma mañana cuando salía de casa, le había parecido ver en el bar frente al portal a un hombre muy parecido al primo de su madre, al mismo tipo que se la tiró en un motel de carreta hacia un par de semanas y que él, Juanito, contempló todo desde la ventana e incluso se masturbó viéndolo.

Siempre solía el adolescente en llamar ruidosamente al timbre de la puerta para que le abrieran, pero, en esta ocasión, utilizó la llave por si podía ver alguna situación excitante con su madre como protagonista.

¡Pues bien, acertó y cómo acertó!

Sin hacer ruido abrió la puerta de la vivienda y, escuchando atentamente, le pareció que un ruido insistente e inusual partía de una habitación al fondo de la casa. Quitándose los zapatos para no hacer ruido, hacia allí se encaminó sigilosamente.

Su corazón se aceleraba y la sangre fluía con fuerza hacia su pene, levantándolo y endureciéndolo, conforme se iba acercando al origen de los ruidos, y pudo reconocer cómo una cama rechinaba y una mujer suspiraba y gemía. El ruido partía del dormitorio de sus padres y la mujer era casi seguro que era … su madre, ¿quién sino?

Aunque la puerta estaba cerrada, atenuando los sonidos, se podía escuchar a través de ella lo que sucedía en su interior, pero el adolescente quería verlo, quería verlo todo, así que se encaminó por el salón hacia la terraza, ya que sabía que la ventana del dormitorio de sus padres daba a la terraza y desde allí podía ver, como ya había hecho en más de una ocasión, lo que ocurría dentro.

Ahora sí que se escuchaba nítidamente por la ventana abierta los suspiros y gemidos y, antes de mirar, ya sabía lo que iba a ver, el espectáculo que iba a presenciar, y babeaba de gusto.

Lo primero que vio fue un culo, ¡un gran culo blanco y redondo que, sin nada que lo cubriera, subía y bajaba sin descanso!

Situado en la terraza, a través de la ventana abierta, contemplaba el joven el carnoso y respingón culo, como subía y bajaba y cómo aparecía y desaparecía el erecto y duro cipote del tipo dentro del empapado coño.

Reflejado en el espejo del armario pude observar el rostro arrebatado de la propietaria de tan deseado culo, su madre. No era ninguna sorpresa. La sorpresa hubiera sido que fuera el culo de otra hembra sabrosa. Y el hombre con el que follaba no era otro que Tomás, el primo de su madre con el que ya había follado, lo que tampoco era una novedad.

También observó Juan las erguidas y redondas tetas de su mamá que subían y bajaban lascivas en cada lascivo brinco.

Sin dejar de observar cómo follaba y sin poder aguantarlo, se sacó su empinada y congestionada verga y empezó a jalársela.

Mientras la mujer, sentada a horcajadas sobre su primo, cabalgaba a un ritmo cada vez más frenético, las manos del hombre volaron de las amplias caderas de ella, a los macizos y erguidos glúteos, amasándolos y apretándolos lascivos, para continuar a los bamboleantes senos que, tanto le hipnotizaban, sobándolos y acariciando sus inhiestos pezones.

Volviendo sus manos a las duras nalgas de ella, allí estuvieron hasta que alcanzaron los dos casi al unísono el orgasmo, chillando ella y gruñendo él, quedándose a continuación quietos y callados ambos, disfrutando del sabroso polvo que acababan nuevamente de echar.

No fueron dos los orgasmos que sucedieron prácticamente a la vez, sino tres ya que Juanito, después de manosear y jalarse la polla reiterada e insistentemente, mientras observaba cómo su madre follaba, al fin también él se corrió, expulsando una fuerte ráfaga de esperma que salpicó su vientre, su pecho e incluso su rostro, así como la pared de la terraza, llenándolo todo de esperma.

Esta vez Rosa no esperó y, aprovechando que su primo continuaba sonriendo satisfecho en el nirvana, saltó de la cama y, cogiendo el vestido que estaba tirado en el suelo, salió corriendo hacia el baño.

Desde la ventana el hijo contempló lascivo cómo los macizos glúteos desnudos de su madre se contraían y extendían mientras corría, escapando de su follador.

El hombre, tumbado bocarriba en la cama, al ver cómo su prima saltaba desnuda de la cama y corría, saliendo del dormitorio, la gritó extrañado:

  • ¿Dónde vas?
  • ¡Vete, por dios, vete! ¡Mi hijo está a punto de llegar!

Incorporándose de la cama, se acercó a su ropa, observando a través del espejo por el rabillo del ojo parte de la cabeza de una persona que sobresalía un poco del marco de la ventana. Lo reconoció al instante: ¡Juanito, el hijo de Rosa!

Asustado se quedó inmóvil sin saber qué hacer, pero, al observar cómo el adolescente, no daba muestras de alarma y desaparecía del marco de la ventana, se tranquilizó, acercándose sin hacer ruido hacia la ventana. Al mirar hacia abajo, vio al joven, sentado en el suelo, con su espalda pegada a la pared y mirándose la verga, que sobresalía repleta de esperma de la bragueta abierta del pantalón. También el fuerte olor a esperma delataba la actividad lúbrica del adolescente: un auténtico masturbador compulsivo. Se dio cuenta en ese momento que el hijo de Rosa se había masturbado viendo cómo se follaban a su madre y ni que decir tiene que le producía un auténtico placer.

  • ¿Te ha gustado, chaval? Pues me la follo todas las semanas. Si quieres te aviso para que no te pierdas todo el espectáculo.

Le dijo en voz alta, provocando que el chico, asombrado, levantara la cabeza y, al verlo, echara despavorido a correr a toda prisa, saliendo escopetado de la vivienda.

Riéndose, volvió Tomás sobre sus pasos y se vistió sin dejar de reírse divertido.

  • ¿Cuánto tiempo llevaría la criatura allí meneándosela mientras se follaban a su mamacita? Quizá el chaval hubiera visto todo o quizá no, pero se había corrido a placer el muy perverso hijo de puta.

Se preguntó curioso y divertido.

Una vez vestido, se acercó al cuarto de baño, cuya puerta estaba otra vez cerrada por dentro, y, escuchando correr el agua de la ducha, dudó si forzar ahora sí el cerrojo y follársela allí mismo, en la misma ducha bajo el chorro de agua.

Como estaba ya vestido le dio pereza empaparse la ropa, así que rechazo la idea, pero dijo en voz alta:

  • ¡Hasta la próxima semana, primita!

Sin escuchar ni esperar respuesta, salió de la vivienda, cerrando la puerta a sus espaldas.

Ni encontró ni vio en la calle a Juanito, el hijo de Rosa, pero sabía que podía contar con él la próxima ocasión para volver a tirarse a su querida mamacita.