El Culo de Mariam (2)

Segunda parte de la historia de la puta de Mariam.

Al día siguiente, agotado y con mi miembro dolorido, me levanté para bajarme del tren cerca de Cádiz. A punto de bajar vi a Mariam, con su mochila puesta, acercarse a mí.

  • Quería pedirte un favor -me dijo, tras darme los buenos días-.Verás..., yo no conozco bien esta zona, no sé dónde ir ni qué ver. He pensado que, como hemos congeniado, quizás no te importaría que fuera tu compañera de viaje durante unos días... Si no te molesta...

Me quedé estupefacto. Aquella tia, que me había hecho correrme 6 veces en mi litera, quería ser mi compañera de viaje. Mi cara debió reflejar tal asombro que Mariam se dio cuenta y lo interpretó como una negativa.

  • Perdona - me dijo. Es un abuso de confianza...

-¡No, no, no! ¡Para nada!

  • No, de verdad, has sido muy amable y no quiero abusar...

  • ¡De veras que no, que no! ¡Me encantaría que vinieras conmigo!

  • ¿De verdad ?

  • ¡Por supuesto! ¡De verdad que sí!

Eufóricos ambos, ella me dio un beso en la mejilla. Noté brevemente una de sus tetazas rozar mi pecho. Ella por mi compañía, yo por la suya, estábamos encantados...

Como podéis suponer, pasé unos 10 minutos incrédulo ante mi suerte. Además, nada más bajar del tren me dí cuenta de que mi devoción por su cuerpo estaba más que justificada. Todos los lugareños con los que nos cruzábamos se quedaban estupefactos ante la hembra rubia que veían pasar. Yo sentía una especie de orgullo machista, como diciendo: "¿Has visto la tia tan buena que va conmigo? Pues luego me la voy a follar."

No sé si os ha pasado alguna vez, amigos, pero Mariam era ese tipo de tia que te convierte en un imbécil que no hace más que pensar constatemente en lo buena que está, en el polvo que se merece. Pues ese era yo.

Ella me invitó a desayunar en una tasca cercana a la estación. Mientras desayunábamos y veíamos posibles rutas, el dueño del bar, al que Mariam no podía ver desde su posición, me hacía con las manos elocuentes y groseros gestos acerca de la delantera de mi amiga. Me dí cuenta de que mi viaje con ella estaría lleno de "anécdotas" de ese tipo.

Mariam, sin embargo, parecía no darse cuenta del revuelo hormonal que causaba a su alrededor. Ella parecía vivir en una feliz ignorancia del tremendo deseo que despertaba en los hombres. Esta característica de ella la hacía todavía más excitante. Paseaba su culazo, sus tetas, sus muslos, de aquí para allá, inconsciente de las numerosas erecciones que provocaba. Esta infantil inocencia multiplicaba el morbo que sentía por ella. Debo decir que Mariam era, además de una real hembra, una bella persona, y que, con el paso de los días, mi afecto sincero creció por ella, sin que esto fuera óbice para que continuara deseándola con fiereza. Lo cortés no quita lo valiente.

Mientras comía, unas miguitas de pan cayeron en su entrepierna. Sin ningún reparo, abrió las piernas de par en par y sacudió los restos de pan que habían caído sobre la planicie curva de su chocho. Verla abrir ampliamente las piernas ante mí, aunque fuera vestida, me puso nuevamente cachondo. Me dí cuenta de que debía intentar relajarme. No podía estar continuamente salido con ella. Le parecería un gilipollas y yo quería tener alguna posibilidad de tirarme a mi nueva amiga.

Después de meditar posibles destinos, decidimos contratar el servicio de un profesional que realizaba recorridos a caballo por una bella zona de la Sierra de Grazalema. La intención era acercarnos a través de un recorrido de dos días a caballo a una zona desde la cual teníamos una amplia gama de posibilidades: campings, albergues, senderismo...

Nos acercamos a la sede de las excursiones a caballo y contratamos el servicio del guía, un hombre de unos 45 años, fuerte y recio, que durante dos días nos acompañaría a caballo a través de la serranía. Fulgencio, así se llamaba, demostró desde el principio una fuerte atracción por Mariam. Su primera reacción al verla fue una tonta risa histérica, al ver las formidables tetas de mi compañera. Mariam no es tonta y se dio cuenta de lo que pasaba, ruborizándose notablemente.

Comenzamos el viaje, pues, algo incómodos, Mariam porque se sabía observada obscenamente, y yo porque no sabía muy bien cómo debería reaccionar ante los primarios impulsos del tal Fulgencio.

El trayecto era de gran hermosura, entre pinares, y olor a romero y tomillo. Recorrimos buena parte de la serranía. La sensación de novedad, de belleza , nos sumergía a Mariam y a mí en una especie de euforia por nuestra acertada elección. Comimos bajo un árbol y al lado de un rumoroso arroyo. Fulgencio nos dejó solos, suponiendo quizás que éramos pareja. Mariam se sinceró conmigo.

  • ¿Sabes? Me siento incómoda, Antonio.

  • ¿Por qué? -sabía exactamente por qué, pero quería que me lo dijera ella.

  • Ese hombre, la manera en que me mira... Me molesta.

  • ¿A que te refieres ?

  • Bueno, no sé si te has fijado, pero tengo más pecho de lo normal...

¡Joder, que si me habia fijado!

  • La verdad es que no...

  • Pues sí, y esto a veces causa situaciones incómodas. Ese Fulgencio me mira con descaro.

Puse cara de fastidio, y dije :

  • No debes hacer caso de salidos como ese... Gilipollas hay en todas partes.

Mariam me miró con ternura y me dijo:

  • Eres diferente del resto de los chicos, Antonio. Los demás sólo piensan en lo mismo siempre. Tú eres diferente...

  • No, soy normal y corriente, sólo que te entiendo, Mariam.

Mariam empezó a contarme con discreción los problemas que su abundante pecho le había causado, el complejo que tenía con ello y lo que le hacía sufrir. Siempre había querido demostrar que era algo más que dos grandes tetas a los chicos, y esa era en parte la razón por la que leía y se cultivaba tanto.

Debo reconocer que yo estaba dividido mientras me contaba esto; por una parte la escuchaba con comprensión y cariño, por otra me costaba trabajo evitar pensamientos groseros, apostillas obscenas a lo que ella me contaba, pensamientos del estilo "...y qué esperas, putón, con los tetones que tienes". Su relato me resultaba enigmático. Me dí cuenta de varias cosas: era muy ingenua, atribuía la atracción que generaba en los hombres sólo a sus pechos, no a su culo o sus muslos. Por otro lado, no entendía que, sabiéndose tan provocativa, no usara sujetador.

Durante nuestra conversación le dejé claro que no debía preocuparse por el tal Fulgencio, que yo me ocuparía de pararlo si osaba pasarse de la raya. Me miró con infinita gratitud. Debo recnocer que me sentía un poco culpable. Mis pensamientos e intenciones en realidad no diferían de las de aquel paleto.

Afortunadamente, Fulgencio no se extralimitó en sus funciones en ningún momento, excepción hecha de las inevitables miraditas a la espléndida anatomía de mi amiga.

Aquella noche acampamos en un encantador paraje. Fulgencio extendió su saco de dormir a unas decenas de metros de nosotros, y Mariam y yo, ya con bastante confianza, montamos una tienda para los dos. Como podéis imaginar, amigos, la idea de pasar la noche con ella en la tienda era cualquier cosa menos relajante. Mientras yo me quedaba en pantalón corto de deporte y camiseta, Mariam se alejó unos metros para cambiar sus pantalones y camiseta por una amplia camiseta blanca para dormir. Cuando se alejó para mudarse, Fulgencio y yo nos miramos con complicidad, deseosos de verla regresar.

Yo tenía la esperanza de que ella se pusiera algún short ajustado, para ver así sus muslos desnudos y, por supuesto, su trasero en su mayor espledor, pero aquella noche no hubo suerte. Regresó con una amplia camiseta que le llegaba casi hasta las rodillas, eso sí muy liviana. Parecía no llevar nada más debajo salvo las bragas.

Una vez dentro de la tienda, encendimos una linterna y estuvimos charlando un poco. La pequeñez de la tienda hacía que cualquier movimiento nos hiciera rozarnos, en mi caso sin ninguna molestia como podéis suponer. Tampoco podía mirarla muy descaradamente. Yo estaba interpretando un papel de sensible-comprensivo-delicado muchacho, del que no sabía si me arrepentiría más tarde. Hablamos de Oriente, del Yoga, de Alan Watts... Debo adelantaros que aquella noche no pasó nada, pero para los impacientes os adelantaré que Mariam acabó follada y muy bien follada aquellas vacaciones. Pero cada cosa a su tiempo.

Lo que recuerdo mejor de aquella velada fue un momento en el que ella, recostada a mi derecha, se giró, y como quiera que la camiseta no le venía muy amplia en aquel momento, pude observar con toda claridad cómo sus enormes tetas se agolpaban una sobre otra, revelándose esto con provocadora claridad a través de la ligera camiseta. Aquella noche estuve dudando mucho hacer un acercamiento sobre ella, pero la intuición me dijo que debía esperar un poco más. Tuve que conformarme con una discreta paja cuando estuve seguro de que ella dormía.

Al día siguiente arribamos a nuestro destino. Fulgencio se despidió de nosotros, guiñándome un ojo. Este hombre sabía lo que pasaba en realidad por mi mente.

Entramos en una bonita cabaña de madera que servía de oficina de información. Nuestra intención era apuntarnos a algún camping cercano y pasar una semanilla allí. Estuvimos ojeando en un catálogo las docena de campings que había en aquella parte de la serranía. Mientras Mariam curioseaba los catálogos -y el dependiente curioseaba a Mariam-, yo abrí una revista y encontré atónito el anuncio de un muy cercano "CAMPING NUDISTA". Imaginaos lo que sentí en aquel momento. La sóla idea de conseguir que Mariam se viniera conmigo a aquel camping me hacía hervir la sangre. Quizás no me la tirara, pero me hincharía de verla en pelotas.

Respiré hondo y le expuse, con pretendida inocencia, mi idea. Al principio me miró asombrada. Fue un momento duro. Yo quería pero no sabía cómo ser convincente. Pero la suerte estuvo de mi parte. Al leerle la publicidad, nos enteramos de que aquel camping realizaba actividades naturistas: había comida vegetariana, seminarios de Tai Chi, Yoga, Taller de reciclaje... Aquello mitigó la desconfianza de Mariam. Era mi coartada. Me mostré muy interesado "por los seminarios" y le dije que estaba resuelto a ir al camping. Mariam dudaba, quería pensárselo. Como quería ducharse, la dejé en un albergue cercano. Después me daría su respuesta.

Yo decidí que debía arriesgarme y tensar la cuerda. Me arriesgaba a perder a mi maciza compañera de viaje, pero si lo conseguía tendría multitud de ocasiones de llenarme los ojos con aquel cuerpazo de diosa tal y como vino al mundo, sin contar con que tanta desnudez "debería" despertar sus instintos femeninos.

Bastante nervioso, la esperé. Llegó con el pelo suelto, una camiseta azul abotonada y, ¡al fin!, un short blanco. ¡Vaya muslos! No quería ni pensar la vista que habría cuando se diera la vuelta. Saqué el tema y le dije que estaba decidido a ir a aquel camping. Ella me miró dubitativa y finalmente respondió: "creo que iré contigo".

Yo, desde luego, la comprendía. Una tia como Mariam paseándose desnuda por el camping sería una verdadera conmoción para todos los tios de allí. Yo me esforcé en convencerla de que en un camping nudista el nudismo integral no era una obligación y que, quizás, podría ir con la parte inferior del bañador.

Esto pareció convencerla.

Cuando llegamos a la recepción del camping, Mariam estaba absolutamente cortada. Recogimos nuestro ticket de 7 días y nos pusimos a buscar nuestra parcela. Mariam se tranquilizó al ver que había bastante gente que al menos llevaba algo de ropa. La mayoría de las mujeres, sobre todo las mayores, llevaban la parte inferior cubierta, dejando los pechos al descubierto. Algunas iban del todo vestidas. A mí esto me desalentó un poco. Esto le daba una excusa a Mariam para no destaparse.

El camping era enorme y tenía nunerosas instalaciones: tenis, basket, fútbol, minigolf, piscinas... Habría diversión para todos los gustos. Lo que yo no sabía en ese momento es que yo tendría diversión "particular" e infinitamente más estimulante poco después. Lo que más temía en aquel momento era las inevitables erecciones que tendría y que no sabría cómo disimular.

Montamos la tienda. Mariam estaba algo más tranquila, pero aún nerviosa. Para animarla, decidí quedarme sólo en sandalias. Debo decir que también sentía timidez. ¿Qué pensaría ella de mí al verme desnudo? ¿Le parecería ridículo? Soy más bien delgado y proporcionado. En cuanto a mi miembro, sin ser un supedotado, debo decir que es bastante hermoso y que no decepcionaría a una chica exigente. Ronda los 20 cm en estado imperial. Tenía cierta confianza en que a ella le gustaría -secretamente- verlo.

  • Voy a "cambiarme"-le dije.

Desaparecí en el interior y, mientras me desembarazaba de la ropa, no pude evitar tener una soberana erección. ¡Cómo no! La situación era tremendamente excitante. Intenté calmarme antes de salir. A duras penas lo conseguí, pero nada más abrí la cremallera de la tienda para salir, noté cómo mi miembro pedía guerra de nuevo.

Respiré hondo y salí. Mariam estaba de espaldas a mí, y vi su espléndido culo embutido en shorts. Lo que vi no lo puedo describir, sencillamente. Las cachas del culo desbordaban la minúscula prenda, marcando con obscena claridad todo, la profunda abertura de las nalgas, los hermosos cachetes morenos, la retadora prominencia del conjunto... No sé si el lector se siente atraído por el sexo anal, pero si no lo está puedo aseguarar que aquella vista le hubiera hecho cambiar de opinión ipso facto.

Mi erección se disparó salvajemente. Me metí de nuevo en la tiendas antes de que ella lo notara. Después de unos minutos, conseguí relajarme y salí de nuevo.

Mariam se puso colorada cuando me vio. Trataba de no mirarme el miembro, pudorosa. Yo intenté ser natural al máximo. Después de conversar un poco con ella le propusé que se cambiara. Ella argumentó que no se sentía preparada para desnudarse del todo, y que sólo tenía un bañador de una pieza. Le propuse que comprara un bikini en la boutique del camping. Ella me pidió que le hiciera el favor de comprárselo.

Poco después estaba en la boutique. Ciertamente había toda clase de modelos de bañador y bikini, pero yo estaba dispuesto a forzar la situación al máximo. Ignorando las diferentes prendas más recatadas que había, me fui a la sección de tangas. La talla de Mariam, dados sus volúmenes, era la mayor que había, pero mientras tenía el modelo adecuado en la mano, se me ocurrió la perversa idea de comprarle una talla inferior a la suya. Sólo de imaginarla en tanga me hervía la sangre, imaginad si además llevara un tanga que le venía pequeño.

Fui a por la talla inferior y, con él en la mano, me decidí más audazmente a comprarle uno dos tallas más pequeño. Era obvio que le vendría pequeñísimo, incluso yo dudaba de que pudiera ponérselo pero, ¿y si aceptaba?, ¿y si salía bien?

Volví a nuestra parcela. Ella esquivaba la visión de mi pene con la mirada, pero estaba ruborizada y no se atrevía a mirarme. Estaba realmente incómoda.

  • Antonio, creo que esto ha sido un error... Creo que me voy a ir de aquí.

  • No digas eso, te va a encantar este sitio. Mañana empieza el seminario de Tai Chi...

  • Me siento muy incómoda... De verdad.

  • Pruébate esto.

Mariam examinó el tanga, sorprendida.

  • Pero... pero esto es un tanga

  • Sí, no había otra cosa...

  • Además, me viene pequeño.

  • Lo siento, es lo único que había.

En aquel momento llegó una resultona chica morena en top less. Llevaba el pelo corto y tenía dos pequeñas pero bonitas tetas.

  • Perdonad, soy de aquí, del camping. Me llamo Patricia. Quería deciros que no se permite residir aquí del todo vestido... Al menos ella debe ir en top less.

  • Pero yo he visto gente mayor vestida...-protestó Mariam.

  • Sí, pero es por eso, porque es gente de edad. Con ellos es distinto... Si no queréis no tenéis por qué permanecer aquí... No pasa nada, no hay problema -dijo Patricia amablemente.

  • No, no te preocupes -le dje yo-. Es que somos nuevos en esto...

  • Vale.-dijo, sonriente, y se marchó.

Mariam me miró con desamparo.

-Vamos, Mariam, creo que le estás dando demasiada importancia a todo esto, ¿no crees?

Mariam me miró intentando sonreír. Me dijo que se cambiaría pero que la dejara sola un instante. Mientras Mariam se cambiaba me fui a dar un breve paseo por el camping. Debo reconocer que disfrutaba exhibiéndome, sabedor de mi buen aparato. Sabía que más de una mirada se quedaba prendida de mí de vez en cuando. Había toda clase de gente en el camping: familias, parejas, gente sola, muchos extranjeros quizás esperando algún ligue...

Poco después, y obviamente expectante, me acerqué a nuestra tienda azul para ver a mi amiga. No estaba. Oí un revuelo unos metros más allá. Era un grupo de 4 ó 5 chicos de unos 20 años, haciendo comentarios eufóricos de los que pude oír algunos. Estaban comentando algo acerca de una rubia:

-¿Has visto que tia más buena hay ahí al lado?

-¡Joder, tio, qué pedazo de tetas! ¡Y vaya culo! ¿Estará sola, tio?

No me costó darme cuenta de que hablaban de mi amiga. Me di la vuelta y, al fondo de la avenida arbolada del camping, la vi acercarse a mí. Llevaba puesto el tanga completo que le había comprado. Era negro y, al ser breve y además dos tallas inferior al suyo, aparecía ridículamete minúsculo. La parte inferior tapaba a duras penas su pubis, las tiras negras que rodeaban sus caderas eran finísimas. La parte de arriba era un poema: dos pequeños triángulos negros tapaban los pezones y poco más. Yo creo que ni siquiera tapaban la cuarta parte de sus voluminosos pechos, y desde luego la sensación general es que el sujetador iba a reventar de un momento a otro.

Mi reacción fue inevitable: se me puso como un poste de teléfono. Mariam se dio cuenta, pero estaba demasiado avergonzada para preocuparse de mi erección.

  • Te... te está muy bien.

  • Es pequeñísimo.

  • No había otro, Mariam.

Me costó mucho trabajo convencerla de que no se fuera del camping. Por si fuera poco le comenté que, al ser tan pequeño, resultaba más provocativo puesto que sin poner. Le aconsejé que, al menos, se quitara la parte de arriba.

Lo cierto es que así parecía una puta.

La enorme confinza que tenía en mí hizo que se lo quitara sin más recato.

Por fin, después de dos días embelesado con sus pechos, pude comtemplarlos en toda su maravillosa desnudez. Parecía que nadie los había tocado nunca, a pesar del formidable tamaño. Se erguían turgentes y provocadores, lozanamente enhiestos, con un moreno dorado en la piel. Los pezones, ni muy grandes ni muy pequeños, parecían estar para ser mordidos por primera vez. Al descubierto, sin nada que las ocultara, sus tetas eran aún más macizas y grandes que tapadas. Era imposible no clavar inevitablemente la mirada en aquellos maravillosos melones. Eran demasiado imponentes, demasiado soberbios para no babear por ellos.

Para relajarnos y distraer la atención decidí invitarla a tomar algo en el bar del camping. Estuvimos charlando una media hora hasta que ella pareció mucho más relajada.

Pasamos el resto del día explorando el camping, que era muy grande y muy bien equipado. A tenor de la verdad he de decir que Mariam lo pasó bastante mal ese primer día. No sólo no estaba acostumbrada a ir en top less sino que, de manera muy obvia, era el centro de atención de todos los hombres del camping. Había más chicas, muchas chicas jóvenes, algunas realmente atractivas, pero mi amiga madrileña las dejaba en mantillas a todas.

A media tarde, 4 horas después de haber puesto la tienda, Mariam era famosa en todo el camping, especialmente entre aquellos 4 chavales cercanos a nuestra parcela que se la comían con los ojos cada vez que pasaba a 50 metros de allí, alucinados por su cuerpazo.