El culito de Tamara

Acaricio ese culito respingón que me encanta morder, pero esta vez estoy tierna, solamente le doy besitos, su lengua me hace estremecer porque ha entrado donde sabe estremecerme...

No hubo un día de ese año que Tamara y yo no nos odiáramos. Había un único objetivo en todo lo que yo hacía: hacerle la vida un poco más imposible. Las chicas y los chicos veían cómo nos mirábamos con tanto odio y trataban de hacernos la liga, ¿viste cómo te miró Tamara? Tamara, parece que Laura te tiene tirria, ¿le tenés miedo? ¿Quién, yo? Yo a los ratones nunca les tuve miedo. Pasaron los meses y llegó el invierno. La lluvia y el viento se hacían sentir con furia en las noches de agosto y yo tenía diecisiete años y mi sexo reclamaba idilios pero mi odio a Tamara ocupaba un lugar tan especial en mi pensamiento que no me llamaban la atención los chicos. Hubo una guitarreada un sábado, en el quincho de la casa de Juliana, junto a un fogón, y comimos salchichas, tomamos vino caliente, aunque a escondidas de los papás de Juliana que vigilaban de cerca, y yo veía que Walter la devoraba con los ojos a Tamara, y me pareció que ella lo estaba calentando, se dejaba abrazar por él, bailaban pegaditos y la muy putita le daba la espalda y le hacía un perreo con ese culito respingón, tan redondito que… entonces me dije que ya que no podía caerle a golpes porque al fin de cuentas estábamos en un colegio religioso y éramos gente civilizada, pues le daría en donde le doliera. Me arrimé a Walter en cuanto ella lo dejó solo, bailé con él de lo más acaramelada que pude, me dejé apretar mientras ella disimuladamente nos miraba desde el grupo que se había sentado junto al fogón. Cuando Walter me invitó a salir un rato a la vereda, a fumar un cigarrillo, acepté. Estuvimos bajo un árbol y me dejé besar y toquetear las tetas, lo calenté hasta que casi se moja el pobrecito… cuando ella se fue de la fiesta, noté que me miraba con angustia, como si tuviera ganas de llorar, y en el fondo me dio lástima, pero más me gocé cuando supe que le había dado donde le dolía.

Ese lunes en el curso apenas sí cruzamos una mirada, en el último recreo ella pasó a mi lado y murmuró: Hija de puta. Y yo imité la risa de Patán, el perro de los dibujitos animados y después me reí de lo lindo, como cuando se goza con ganas. El pobre Walter vino ese día a reclamar derechos, el muy idiota creyó que porque me dejé toquetear ya tenía vía libre para algo más, y lo saqué con cajas destempladas.

Lo de la pelea fue después, un día que ella se hizo un corte de pelo que le quedaba tan bien que me dio mucha rabia, estaba más linda que yo con ese corte, su carita ovalada, sus pecas y sus ojos grises resaltaban con esa melenita varonil, parecía un paje medieval, precioso, bonito, si fuera un chico, me dije a mí misma, y me odié antes de completar la idea… esa estúpida. La idiota pasó a mi lado y yo, sin querer, moví un pie y la hice tropezar, fue sin querer… mentira Laura… me hiciste tropezar a propósito… casi me mato… bueno… esa era la idea… que te mataras… entonces ella se llevó por delante a la loca y chismosa de Lucía Verriotti, Lucía se enojó, yo me hice la desentendida, salí del aula, me fui al patio del fondo de la escuela, ella me siguió, llegó a donde yo estaba llorando de la rabia, me dijo sos la hija de puta más hija de puta que hay, trola de mierda, te voy cagar a patadas… cuando quieras mi amor… vení, dale, vení… entonces llegaron Matilde, Ana María, Lucrecia y Yeyé, y se la llevaron.

Esa noche la esperé a una cuadra de su casa, en el baldío donde los chicos del barrio jugaban a la pelota, la desafié, la insulté, ella fingía ignorarme, la seguí hasta la entrada del edificio de su casa, le dije que era la basura y la mierda más hedionda que existía, pero ella nada, de su boca no salía un solo sonido, solamente miraba el piso… cuando llegó a la entrada del edificio me miró antes de tocar el portero automático y me dijo

-No entendés nada, no sabés nada ¿nunca vas a parar? ¿Nunca te vas a dar cuenta?... y se puso a llorar y se perdió detrás de las puertas de vidrio y los hipidos de su llanto me llegaron a lo más profundo del alma… estaba tan hermosa con los ojos llorosos, dioses… regresé a mi casa pisando nubes, me sentía en el aire, hacía frío y los relámpagos presagiaban una lluvia torrencial… su llanto me hizo sentir mal, como cuando se mata a un pajarito por pura maldad. Al día siguiente era viernes, mi madre no tuvo que pelear conmigo para que me levantara porque yo estaba despierta, no había dormido casi nada. No quise desayunar, fui a la escuela y Tamara no apareció, alcancé a escuchar que las chicas se estaban organizando para ir a su casa en la tarde, estaba enferma. Sentí que todas me miraban como si yo hubiera sido la que la enfermó.

Esa noche fue terrible. Vi una película erótica en la que dos mujeres en una cama se amaban, y pensé en Tamara, y me invadió una sensación extraña, mezcla de ternura y deseo que me asustó, lloré porque pensé que estaba loca, pero al mismo tiempo no pude evitar que mis dedos calmaran ese extraño apetito. ¿Qué me hiciste, maldita bruja? Te voy a matar… el sábado en la tarde me sentí mejor, estuve en el club un rato y después en la casa de mis primas y me quedé a dormir, comimos pizza, tomamos gaseosa con ginebra y me dormí profundamente. El domingo al mediodía, después de comer, papi y mami decidieron irse a un shoping y yo mentí que tenía que estudiar. En realidad terminé rápido los dos cuestionarios pendientes, y como hacía frío, me preparé una taza de chocolate, preparé galletas con dulce y en vez de chatear me puse a ver películas viejas en el cable. En eso sonó el portero eléctrico… no quiero molestarte, necesito que hablemos… digo… si te parece… si no me querés abrir me voy

Dioses, la niña mimada del curso, la triunfadora, la mejor del colegio, la que yo odiaba con toda mi alma, la que me tenía pendiente de sus pecas y sus ojos grises venía así a mi casa… rendida… vencida

La hice sentar en la sala, me metí en el baño y la hice esperar hasta que me calmé un poco. Decidí que actuaría con total cinismo y displicencia. Ella se quitó la campera y quedó solo con una falda escocesa y un grueso abrigo de lana de color negro que resaltaba la blancura de su piel. Le ofrecí mate, café, chocolate, pero no aceptó nada. Dijo que quería decirme algo importante y que después no me molestaría nunca más. Puse cara de circunstancia, como de que ninguna locura que hagas me asombra, y poco y nada me importa

-Yo… dijo tragando saliva… yo… no quiero pelear contra vos… no puedo más… al principio me divertía porque… bueno… servía para mantenerte alejada… pero después… te acercaste tanto… es que el odio atrae tanto como el amor… eso es… y yo… yo no te puedo… no te puedo odiar… porque… maldita sea… no puedo… no puedo… no puedo parar de pensar en vos… todo el tiempo… yo… yo te… te… te quiero… alcanzó a musitar y estalló en sollozos… me miró a los ojos con una mirada tan limpia, tan transparente, que me traspasó, me vi en sus ojos grisverdosos nublados de llanto como en un espejo, y esa extraña ternura que intenté combatir con mi odio afloró en mí… alcancé a musitar que yo también… y las dos nos pusimos a llorar, abrazadas como comadres en desgracia… no me entendiste… dijo ella entre hipidos… yo no te quiero como vos me querés… yo te quiero de otra forma… yo… estoy enamorada de vos… y se tiró de bruces en el sofá y se puso a llorar amargamente, con un llanto convulso… yo también estoy enamorada de vos… estúpida… ¿te creés que no me di cuenta? Por eso te odio, dije y ella respondió no, no quiero que me odies, quiero que me quieras y… que me dejes que te quiera… La levanté con suavidad, la ayudé a ponerse de pie, le pregunté qué estábamos haciendo.

Ella no respondió. Nos abrazamos entonces, y como si las dos hubiéramos estado esperando ese momento, hubo una corriente eléctrica que traspasó las telas de la ropa… yo no busqué tus labios… yo no busqué los tuyos… fueron ellos, mis labios, los tuyos, los míos, mis labios tuyos, tus labios míos… no se buscaron porque ya se habían encontrado… se hicieron besos, se deshicieron en besos… mis labios… tu timidez… tu deseo… mi cuerpo… tu ropa… el reloj de pared marca las cinco, papi y mami volverán en un par de horas… hay tiempo… todas estas cosas pasaban por mi mente enfebrecida de ansiedad, de angustia y deseo, entonces fuimos a mi cuarto, no sé de dónde saqué la fortaleza pero comencé a desnudarla, ella todavía respiraba con las convulsiones del llanto, me encantó su pelo desordenado cuando le quité el sweater de lana, el gancho de la falda me dio trabajo, entonces ella me ayudó pero sus dedos fríos temblaban tanto como los míos porque las dos éramos un manojo de nervios, su tanguita azul se deslizó por esa piel blanquísima, rosadita, esa conchita depilada estaba hambrienta, lo supe por el brillo de sus bordes mojaditos, esas tetitas redondas, dulces, como de chocolate blanco y sus pezones erguidos como de piedra, dioses, qué hermosa estabas… y tú… tan bonita con esa tanguita blanca más mojada que la mía, es que el frío nos calentaba todavía más… cuando sus senos se apretaron contra los míos me pareció que iba a desfallecer de placer, entonces nos tiramos sobre la cama y nos chupamos la boca hasta sentir que las lenguas parecían serpientes enredadas, el roce de mi velloncito sobre tu rajita depilada me ponía a volar, sentía tus dedos en mi espalda mientras tu lengüita era un estilete húmedo que viajaba entre mis muslos, que se abría paso en mi chochito ardiendo, oh, Tamara, por qué cuando parecía que me iba a venir tu lengua salía de mi conchita para viajar hasta mis pezones… tuve que rogarte que no pararas, entonces hiciste la más adorable de todas tus diabluras, sentí tus dedos en mi panocha y tu lengua en mi botoncito, quise gritar pero el aire me faltaba, me moví un poco hasta que finalmente esa lengua endiablada se metió tan adentro que estallé en un orgasmo imposible, traspiré como si estuviéramos en pleno verano, me abracé a tu cintura por un momento y decidí darte lo tuyo, me monté sobre tu vientre mientras sentía que tu mano me acariciaba el culito, hundí mi lengua en tu chochete empapado mientras mis dedos abrían tu culito caliente, la moví a todo lo largo de esa rajita encantadora, mordí tu pelvis, volví a pasearla por los bordes de tu conchita, la metí, saboreé el botoncito rosado que se hinchaba, hasta que tu culito comenzó a latir, aceleré las estocadas, te oí gemir como si quisieras chillar y me pediste que te soltara, y en tu voz temblorosa percibí que habías acabado y me abrazaste mientras tu cuerpo temblaba.

Estuvimos desnudas sobre la cama, besándonos hasta que te encendiste de nuevo y bastó para que tuviéramos una sesión de dedos que entraban y salían con tanta facilidad en nuestras conchitas mojadas, me hiciste acabar antes después te hice llegar al orgasmo y me enterneció que te pusieras colorada, no era de vergüenza, lo sé, fue la excitación, y entonces nos quedamos abrazaditas bajo la manta, hacía frío, y estuvimos besándonos y perdonándonos, y nos dimos una ducha caliente, tuve que prestarte una tanga seca porque la tuya estaba tan mojada que no te dejé ponértela de nuevo ¿te acordás, Tamara? Mañana se cumplen tres años de aquella tarde. Estamos en un hotelito en la sierra, premio a que aprobamos los finales de Derecho Civil Dos en la universidad. Está anocheciendo y afuera hace un frío que cala los huesos, pero adentro del cuarto hay una estufa de gas con leños y piedritas que simulan una estufa de las de antes, de madera, Tamara sale del baño después de una ducha caliente, arrima el culito al fuego de la estufa y a mí me da la impresión de que se va a quemar, entonces salto de la cama.