El Cuerpo Huésped 3. FINAL
Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso, ¡qué soledad errante hasta tu compañía! (Pablo Neruda)
Los ojos de Isabel brillaban con rabia. Se retiró dejándolo sólo. No podía creer que ahora Felipe se comportara como un macho más en la manada del despotismo y del machismo. Caminó hasta el salón donde se encontraba el piano. Se sentó frente a él y acaricio línea tras línea de aquellas perfiladas y bien construidas teclas de marfil.
- Lourdes murió. Es ahora Catalina. Toda ella y su esencia están en el cuerpo de la chica de las flores.
Sonrió con cierta satisfacción. Ahora sabía que no había alma dentro de aquel cuerpo que no fuera su amor. Era ella en otra forma. Con otras curvas, con senos un poco más pequeños, de estatura baja y labios un poco más carnosos. Pero era Catalina…
El Cuerpo Huésped 3 - FINAL
La cercanía entre Isabel y Catalina era cada vez más evidente. Sus miradas perdidas y profundas en ellas cuando estaban solas y ya sin importar si estaban rodeadas de gente. Cada sitio donde pudieran robarse besos y caricias eran los ideales para amarse un poco más. Fuera a escondidas en la oscuridad de un parque, detrás de una puerta, en el amplio jardín de la casa Saravia. El idilio entre ambas mujeres arrasaba como fuego cada rincón de donde estuvieran.
Tocaban sus cuerpos como si fuese la primera vez, como si fuese la última, pero jamás se tocaron como si fuese una vez más. La pasión desbordante en ellas iniciaba con el intercambio de miradas coquetas y cómplices. Seguidas éstas, por sonrisas sugestivas o nerviosas. Catalina se apoderaba con sus manos de la cintura de Isabel, un abrazo por detrás es muchas veces la muestra de protección y era para ellas, el inicio de la seducción. Entre las amplias telas de sus vestidos crecían las ansias de sus pieles por sentirse de una buena vez. Se erizaban tan sólo al sentir sus aromas, al sentirse en cercanía.
El cabello de Isabel siempre muy bien dispuesto en un moño como las damas de época demandaban de acuerdo a sus estratos, contrastaba con la rebeldía y el reniego de Catalina quien lo llevaba caído sobre sus hombros en ondulaciones tan perfectas y brillantes como la noche en un claro de luna. Pegada a la espalda de Isabel, apoyaba sus mejillas en ella. Sus dedos recorrían la poca piel descubierta de Isabel… sus brazos, cuello y rostro eran delineados delicadamente por la yema de sus dedos. Isabel se rendía a sus caricias cerrando sus oscuros ojos y ladeando su cabeza rítmicamente con el paso lento de aquellos mimos. Aún no había suspiros pero si leves corrientes eléctricas que iban y venían en su cuerpo completo debajo de sus ropajes y muy, muy profundo en su ser.
- ¿sabes cuanto te amo? – susurró Catalina al oído de Isabel, quien parecía derretirse luego de sentir el aliento caliente de su amada en su oreja -. ¿Sabes cuanto te deseo Isabel? – De nuevo Isabel se estremeció debiendo apretar los brazos que la abrazaban y mordiéndose el labio inferior –
No era necesario que dijera nada. Catalina sentía cada reacción que provocaba y se convencía al ver en el espejo que frente a ellas capturaba cada movimiento, como Isabel dejaba su lengua saborear sus propios labios. Un gesto de placer y súplica. Catalina entonces pasó sus labios por la nuca de Isabel, inició una serie de besos cortos y luego recorrió lentamente la piel de su cuello con su lengua. Llegó hasta el inicio del lóbulo de la oreja y lo sostuvo entre sus dientes unos segundos.
El reflejo instintivo de Isabel fue empezar a quitarse su propio vestido. Desataba lazas y desabrochaba los botones que encontrara, al inicio despacio… luego, con cierto desespero. Catalina quitó las manos de Isabel de donde las tuviera para ser ella quien ahora la desvestía. Giró su cuerpo sosteniéndola por la cintura. Vio fijamente los ojos cerrados de Isabel. Ésta, al sentir la mirada penetrante de Catalina, abrió los ojos. Sus miradas intensas se encontraron, así como poco a poco lo hicieron sus bocas. La suavidad de sus labios se humectaba con cada beso. Catalina dirigía la iniciativa proponiendo el ritmo. Aprisionaba el labio inferior de Isabel con los suyos, lentamente… sin prisas. Sacó su lengua para dibujar la comisura de su boca, jugueteó suave durante unos momentos. Recorría su boca sólo con el tacto de sus labios. Su aliento dulce excitaba los sentidos de Isabel, quien aceleró el ritmo introduciendo su lengua en la boca de Catalina, acarició su paladar, succionaba despacio su lengua. Poco a poco separó su cuerpo de Catalina uniéndose a ella únicamente por un mordisco en el labio inferior de ésta. La llevó hasta la cama. Recostó a Catalina. La silueta sensual de Isabel debajo de aquellos ropajes tapaba el reflejo del sol que expectante se colaba por la ventana frente a la cama.
Procedió a desvestir sin apuro a Catalina. La despojó poco a poco de sus ropas no tan abultadas como las de ella, la despojó de sus atavíos de campesina. Religiosamente besó cada sitio que dejaba descubierto, sometiendo a Catalina a una relajación sexual inminente. Cuando ya hubo desvestido su cuerpo, prosiguió a desnudar el propio. Se deshizo de cada pinza de cabello hasta dejarlo libre y cayendo delicadamente sobre sus hombros. El aroma que desprendió su cabellera al ser liberada, obligó a Catalina a verla. Su mirada impresionada por la belleza que tenía frente a ella. Su piel empezó a erizarse al ver como Isabel gateaba hacia ella.
Isabel buscaba posar su cuerpo sobre el de Catalina, y en ese proceso, sus manos no vacilaban en acariciar las piernas y muslos de aquella chica. Lentamente sus palmas subieron desde la base de su pubis hasta los senos de Catalina. El contorno de su cintura le pertenecía en esos momentos a la lengua de Isabel. La llevó hasta el inicio del seno derecho de Catalina, subió despacio hasta sentir con la punta de su nariz el pezón erecto de su mujer. Mientras lo hacía, no podía evitar ver como ella se estremecía de excitación. Se sentó sobre su cuerpo dejando que su sexo ya mojado, besara la piel del abdomen de Catalina. La tomó por sus manos para evitar que Catalina se rehusara a lo que le hacía, aunque sabía muy bien, que ella, no lo quería impedir. La boca de Isabel ahora se alimentaba de su pezón. Catalina empezó a respirar aceleradamente, sentía como su vagina se lubricaba por lo que juntaba sus muslos apretándola suavemente porque no podía controlar el ansia de que Isabel la tocara.
Las dos mujeres desnudas se besaban apasionadamente, sus brazos y manos se recorrían. Una, queriendo controlar a la otra. Pero sus cuerpos urgidos de sensación, les indicaron que ambas deseaban recibir placer. Isabel había dedicado varios minutos a besar, acariciar, arañar, chupar y morder el cuerpo de Catalina. De un momento a otro sintió como su cabeza era dirigida hasta el sexo muy mojado de su amante. Ella sin protestar obedeció y pasó su lengua muy lentamente desde la base de la vagina hasta su clítoris haciendo presión por todo su sexo. Repitió ese movimiento unas tres veces, haciendo que Catalina dejara escapar algunos gemidos ahogados de su boca.
Procedió a besar sus labios mayores y menores, perdida en el sabor a mujer de la chica. El cuerpo arqueado de Catalina le mostraba que disfrutaba lo que le hacía. Esto la excitaba y comenzó a comerse sin reserva cada rincón de su intimidad. Con sus manos la tomó de su cadera para hacer más presión en su sexo. Catalina sostenía con una mano la cabeza de Isabel, con la otra laceraba la superficie de un almohadón que se encontraba arriba de su cabeza y con sus piernas envolvía el cuerpo de Isabel, quien ahora tenía sus rodillas sobre el piso de la habitación. Levantó las piernas de Catalina y las colocó sobre sus hombros, se separó ligeramente para acomodarse. Decidió que era momento para introducir algunos de sus dedos en la vagina lubricada y dilatada de ella. Lo hizo despacio al inicio, pero cuando ya un tercio de ellos había entrado, arremetió con fuerza dentro de ella. Catalina se retorció de placer y sacó un grito intenso desde lo profundo de su diafragma.
Arremetía con rapidez en el interior de la chica. Embestía una decena de veces y luego pausaba para hacerlo lento y profundo. Continuaba esta acción para detener el cercano orgasmo que Catalina podría sentir. Luego la colocó de lado y ella a sus espaldas sin sacar sus dedos. Arremetía de nuevo con sus dedos mayor e índice, mientras su pulgar estimulaba su clítoris. Besaba su espalda que poco a poco se bañaba en sudor. Al sentir que el cuerpo de Catalina se estaba tensando, sus gemidos eran más rápidos y sus gritos ahogados, mordía su espalda con fuerza. Tanto retener el orgasmo, provocó que Catalina sintiera uno intenso y largo. Su cuerpo poco a poco se iba relajando, su clítoris hinchado palpitaba por todo el flujo de sangre que viajó hasta su sexo. Isabel continuaba dentro, pero ahora sus dedos se introducían y salían lentamente.
La caída del sol las sorprendió rendidas en la cama. El cuerpo de Isabel yacía sobre la espalda de Catalina, con su cabeza muy cerca del final de la espalda. Estaban profundamente dormidas, reposando después de haberse amado.
Ese día lo habían iniciado fraguando el plan para irse juntas y muy lejos de aquel lugar. En un par de días estarían iniciando lo que hacía unos años habían tenido que posponer cuando enviaron a Catalina lejos y luego, con su muerte. Los sucesos de la vida se dan muchas veces y casi siempre, de maneras misteriosas. Los encuentros toman sentido cuando nos enfrentamos a una inminente despedida. Catalina se aferraba a una vida que ya no le pertenecía.
En la entrada de la habitación, la puerta entreabierta. Recostado en el marco estaba Felipe Saravia con los ojos enrojecidos del llanto. Llevaba cerca de una hora viendo a su esposa y a la campesina Lourdes dormidas en la cama, aferrándose a sus cuerpos desnudos. El llanto mudo de Felipe le causaba aún más dolor. Afuera y a unos pasos de él, las mujeres del servicio se miraban con incertidumbre. No podían ver qué era lo que impedía que Felipe ingresara a la habitación y que en cambio, le hubiera provocado ese incesante llanto. Entre ellas, el padre de Felipe se abría paso. Acudió al ser avisado de la situación en la que su hijo se encontraba.
El doctor Saravia León indicó a las mujeres que le dejaran a solas con su hijo. Se acercó a él colocando su mano en su hombro. Felipe entonces se abrazó a su padre mientras abría de par en par las puertas de la habitación. Fue entonces cuando pudo ver lo que tenía así a su hijo. Ver a las dos mujeres en su lecho, ajenas a lo que sucedía a pocos metros.
Su padre encolerizado soltó a su hijo para entrar a la habitación. Observó a su alrededor las ropas en los suelos, la cama desordenada. Regresó junto a su hijo y cuando estuvo frente a él, puso en sus manos el arma que siempre lo acompañaba.
- Seca tus lágrimas hijo. Encárgate de esta deshonra – dijo a Felipe empuñando el arma en las manos de aquel hombre -.
Felipe lo vio a los ojos y se llenó de la rabia que su propio padre sentía. Se encolerizó tanto como él. Su padre cerró la puerta. Felipe camino hasta un costado de la cama. Tocó el hombro de Isabel para despertarla y cuando ésta lo vio, la rabia había acrecentado. Isabel estaba muda por la impresión y se llenó de pánico al ver que Felipe levantaba el arma. Ninguno dijo nada. Sin dejar de verla, llevó la pistola hacia la cabeza de Catalina y disparó en su sien. Isabel no pudo reaccionar porque inmediatamente después, Felipe apuntó a su corazón para después halar del gatillo. Felipe salió de la habitación junto a su padre. Isabel y Catalina seguían abrazadas en aquella cama, pero ahora sin vida. Sus almas viajaron sin encuentro por aquella habitación cada vez más sombría, mientras sus paredes recibían las sombras de la noche y el aire se convertía en hiel.
- ¿En qué debo creer ahora? De nuevo perderte, de nuevo verme lejos de ti – se escuchaba lejana una voz quebrantada.
El amor trascendente también tiene su fin. Dos almas se encuentran en una misma vida con plenas posibilidades de ser felices juntas o no serlo. De compartir su felicidad o ser felices en vidas individuales. Alguien sabio dijo un día, que muchas veces el amor es como dos líneas paralelas, jamás convergen.
El nuevo siglo se hizo presente algunos años después de este suceso. La revolución industrial trajo muchos cambios consigo, la lucha de clases incrementó las frustraciones sociales y políticas, los trabajadores explotados se sindicalizaron y muchos, como los Saravia, perdieron sus fortunas pero no el orgullo de su sangre ni el arraigado machismo en su sangre. Hubo guerras, las llamadas primera y segunda guerras mundiales. La guerra fría, el conflicto en Vietnam y dos veces en el Golfo Pérsico. Surgió la cinematografía. Orson Wells sembró pánico al anunciar un ataque extraterrestre, una inventiva que nació tras los micrófonos radiales. A mediados del siglo XX la televisión se emitió a color. Las mujeres pudieron emitir el sufragio, la segregación fue poco a poco disminuyendo. Un nuevo siglo vio la luz amparada en las ventajas de las nuevas tecnologías y ocultando el miedo ante un inminente Y2K que jamás sucedió. El hambre y las epidemias aún herían la dignidad humana. El café y su degustación se convirtieron en arte y en estratagema comercial para fomentar los lazos sociales.
Precisamente en un café citadino, mientras Alemania era anfitrión de 32 naciones para el mundial de fútbol de 2006, se llenaba de turistas ansiosos por tener un lugar dónde ver jugar a sus selecciones si en caso no podían entrar a los estadios porque las entradas se habían agotado desde antes de iniciar la gala.
- Es increíble, hacer esta extensa fila para entrar a un café en Alemania… ¡En Alemania por Dios Santo!
- Deja de quejarte, al menos verás tu juego aunque no sé qué te apasiona si nuestra selección ni siquiera clasificó.
- Me quejo no por ver el juego… me quejo porque no quiero ver el partido en un café!! Estando en Alemania la madre de los bares y de la cerveza! Pero estamos haciendo fila para entrar a un café – dijo una molesta castaña a su sonriente amiga –
- Disculpen, estoy de acuerdo con lo que tu amiga dice – interrumpió una pelinegra que hacía fila tras ellas - No soy fanática del fútbol y la verdad, a mi sí me encanta el café. Pero conozco un bar donde la cerveza es increíblemente sabrosa y puedo llevarlas ahí. Así puedes beber y ver el juego.
- ¡Pues perfecto! A eso le llamo solucionar problemas. Eres muy amable – dijo sonriendo a la chica - ¿Nos conocemos de alguna parte? – pronunció mientras la miraba intrigada y sin poder evitar sonreír -.
- La verdad, no creo. Pero podemos conocernos… mi nombre es Isabel.
- Mucho gusto… Isabel… - extendió su mano a la de ella y ese leve contacto provocó en ambas que sus corazones se aceleraran sin remedio – Ella es mi amiga Kate… y soy Catalina.
Dos líneas paralelas no convergen, pero sí pueden ser unidas…
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Gracias a quienes siguieron este relato dando sus comentarios y valoraciones o simplemente tomando unos minutos de sus días leyéndolo, para poder dar vida a esta historia.