El Cuerpo Huésped 2

No pretendas verme Isa, sólo siénteme. No mires el cuerpo. Mira más allá de lo que se ve.

Isabel se acercó tímida al piano de cola en el salón principal de su casa. Estaba en total abandono desde que supo de la muerte de Catalina. Hubiese guardado suficientes capas de polvo si no fuera porque las criadas lo mantenían impecable por órdenes del señor de la casa. Don Felipe o doctor Saravia, como se referían a él. No era un lugar ostentoso, mas bien el recato con el que Felipe dirigía su vida lo reflejaba en la sobriedad de su propia casa, sin dejar de ser un elegante hogar de época. Rodeada de esas comodidades, Isabel sabía que su destino era el de casarse como lo había hecho, entregada en cuerpo a su esposo, aunque su corazón no volviera a hablar de amor a nadie como lo hizo con su amada Catalina.

La tarde caía en la ciudad, así fueron cayendo poco a poco los pensamientos de Isabel sobre su extraño encuentro con Lourdes. Miraba ese piano, pero no era el suyo. El de su propiedad estaba en casa de sus padres guardando celosamente los recuerdos de aquel amor impropio de una mujer por otra. Un amor que iba más allá del ágape y del phileos, más allá de lo que San Francisco de Asís planteó alguna vez en sus textos posteriores a la biblia. Este amor que transgredía las más ritualistas enseñanzas, era la plenitud del Eros. Un amor que nació con la convivencia de dos pequeñas y que con el tiempo, sus ojos sin voluntad se miraban en forma más profunda desnudando alma, corazón y cuerpo.

Una brisa refrescante entró por una de las ventanas llevando consigo un delicado aroma a rosas. Una de las puertas de madera se abrió de golpe. El aroma era ahora más intenso.

-       Esta habitación me produce escalofríos…

Isabel dirigió su mirada a la entrada del salón, ahí vio de pie a una chica que llevaba una canastilla repleta de rosas de variados colores.

-       ¿Y esas rosas?

-       Pues al parecer las vendo. Es linda tu casa…

-       Es la casa de Felipe, no la mía.

-       Por supuesto, la casa de los señores Saravia.

-       ¿Cómo entraste aquí? Felipe es muy receloso de quienes conocen aquí.

-       Al parecer no lo es tanto, fue él quien me permitió la entrada. Ese no es tu piano, no lo es.

-       Lourdes, deja esta tontería de una buena vez. Tu juego no me parece apropiado ni simpático.

-       … Lourdes. De todos los nombres me escogieron una chica con el nombre Lourdes. No juego Isa. No sabía que volvería. No tengo recuerdos posteriores a la muerte, a mi muerte.

-       No hables más, esto no me parece justo ni gracioso, te aprovechas de un episodio doloroso de mi vida. Dime quien te pidió que hicieras esto. ¿mi madre? No! Esto debe ser obra de mi tía.

-       ¿De Clarisa? Amor, no le des mucho crédito. Discúlpame, es tu tía pero no la considero con el intelecto semejante para inventarse algo como esto.

-       Me dijiste amor…

-       Eso eres – Lourdes caminó hasta donde Isabel se encontraba. La miró con timidez y desvió levemente su camino para rozar el piano – Definitivamente, este no es tu piano.-

Avanzó el andar de sus dedos por los bordes del bastidor del piano hasta llegar a tenerlos frente a la mano de Isabel.

-       ¿Tocarás algo para mí? Alguna vez, por lo menos una sola. Te veo sin mirarte, has cambiado. Mi cuerpo quiere abrazarse al tuyo, mis labios reposar en tu boca… en cada curvatura de tu cuerpo, en la miel de tu piel… te casaste. Te dije que regresaría por ti ¿recibiste mi carta?

-       No insistas con esto ¿cuánto te están pagando por burlarte de mí? Dime cuánto y te doblaré la cantidad para que me dejes en paz.

Isabel dio media vuelta lejos de Lourdes. Tomó unas partituras que estaban en el atril y las colocó con fuerza contra el pecho de la chica.

-       Si tanto quieres escuchar sonar este piano, toca tú. No quiero continuar escuchando la insulsez que dices. No creo en otras vidas, no existe la rencarnación. Catalina está muerta y no volveré a verla!

-       No pretendas verme Isa, sólo siénteme. No mires el cuerpo. Mira más allá de lo que se ve. Por favor… - en ese momento sus palabras se golpeaban unas con otras con rapidez y súplica hasta que el llanto se apoderó de ella. –

El aroma de las rosas se había impregnado mucho más para entonces. Al escuchar el llanto de Lourdes, Isabel sintió dentro un dolor similar al que sintió al leer la carta donde se notificaba la carta de Catalina.

Los últimos 20 años del siglo  XIX traían consigo muchos cambios, pero ninguno de ellos proclamaba una creencia occidental que avalara la idea aberrante de que un alma poseyera un cuerpo en una especie de rencarnación. Un alma que vagaba en el éter intangible hasta habitar un cuerpo nuevo, siendo materia viva de nuevo. Esta creencia ya era antigua por los budistas, taoístas e hindúes. Pero no eran ni remotamente aceptados por las creencias cristianas que promulgaban una ferviente creencia en que si bien hay vida después de la muerte, el alma no vuelve a la tierra ni se transforma.

-       No llores, es que es imposible lo que me dices.

-       No lo es, estoy aquí tal y como lo prometí. Tenemos una nueva oportunidad Isabel. Nada ha resultado como lo planeamos. Yo sólo quiero estar contigo, no irme jamás de tu lado.

-       Respóndeme una cosa… ¿recuerdas nuestro primer beso?

Los ojos de aquella chica se iluminaron de pronto, Isabel le estaba dando una oportunidad para poderle creer. Limpió sus lágrimas, se dirigió a ella con decisión.

-       Sí lo recuerdo. Tú me besaste en la caballeriza de mi casa. No me diste tiempo de reaccionar, simplemente me besaste. Me dejaste sentir el dulce de tus labios humedecidos mientras me sostenías mi rostro. Te acercaste más y yo retrocedí en falso cayendo de espaldas sobre una paca de heno. Lo recuerdo muy bien, te reíste mucho de mí esa mañana. Justo antes de que cayera la primera lluvia de ese invierno.

-       Catalina… - dijo Isabel sabiendo que nadie más estaba con ellas ese día –

En ese momento sus miradas se cruzaron y ambas pudieron ver tras las barreras de la misma vida. Reconocieron en ellas ese amor emergente que manaba de cada poro de su piel. Todo a su alrededor se estaba transformando. Las imágenes de aquellos días juntas pasaban rodeándolas. Había desaparecido el mundo entero así como la distancia física que las separaba. Estaban haciéndose el amor con sólo verse. Desnudaban cada parte de ellas dejando descubiertas las inseguridades de los cuerpos temblorosos. Un nuevo encuentro entre ellas. Sin necesidad de tocarse estaban en el éxtasis del amor. Habían descubierto una forma más profunda de amarse, de sentirse en lo más profundo de sus seres. Esa forma era la trascendencia del alma en su propio plano kármico, devolvían al universo la energía que contenían sus sexos humedecidos por la pasión incipiente,  regalándose mutuamente el placer de unirse sin ataduras más allá de la frontera entre la vida y la muerte.

La noche se había hecho presente. El aroma de las rosas ahora invadía gran parte de la casa y avanzaba dejando una estela de pasión mezclada con el olor floral. Ese aroma era la prueba de que aquellas dos mujeres habían vuelto a encontrarse haciéndose una de nuevo.

-       Isa, no es que no te creamos lo que nos has contado. Es que… definitivamente no es digerible. Sabemos que su muerte te afectó mucho, pero es tiempo que dejes atrás ese sentimiento antes de que enloquezcas. – Elena era su prima mayor, en su mayor edad también se reflejaba la sensatez del pensamiento, la lógica en las creencias y definitivamente, la rencarnación no era algo en lo que ella pudiese creer.-

-       Ella me dijo cosas que sólo Catalina sabría, cosas que sólo ella se atrevería a decirme Elena. No estoy loca ¿qué pasaría si fuera cierto?

-       Pero ni siquiera se le parece. Catalina era una mujer imponente, alta, elegante. Lourdes no lo es. Es una campesina que vino al pueblo como comerciante y que se encontró con el infortunio de ese asalto.

-       No es que se le parezca físicamente, es su alma. No había mujer más bella que Catalina. Pero es que al ver a Lourdes, la esencia de Catalina reluce en sus ojos, más allá de su piel, de su menudo cuerpo. La siento, mi corazón se abalanza a ella. Mi cuerpo pide el suyo y mis ojos se pierden en esa ternura que no he visto en otra persona. La dureza de sus palabras, la lejanía de sus pensamientos… y su sonrisa… no puede ser nadie más que mi amor.

Isabel no reprochaba la reacción de sus primas, después de todo a ella misma le había sido difícil creer en tan bizarra situación.

-       Isabel, ven. Necesito que hablemos sobre algo. – era Felipe interrumpiendo la caminata de su esposa en aquellos jardines pintados de variadas tonalidades verdes. –

-       ¿qué sucede? – el rostro de Isabel reflejaba cierto grado de inquietud al ver el semblante de preocupación de Felipe.-

-       Tú y la de las rosas… se han hecho muy amigas, ¿no? Hay algo que me preocupa. Me parece familiar. La he mandado a investigar pero no encuentro más información salvo que ha venido de Portugal. No se le conoce familiares más que su abuela que le sobrevive en su tierra.

-       Así que la estás investigando. ¿Puedo saber con qué propósito lo haces? Es una chica normal, agradable y trabajadora.

-       Es que me parecía conocida, eso es todo. ¿Podrías… no acercarte mucho a ella? Por lo menos hasta que logre saber si es de fiar.

-       Catalina es de buena familia y por supuesto que es de fiar, Felipe! – acometió con dureza y enojo-

-       ¿Catalina? ¿Te refieres a Catalina San Andrés? Ella está muerta Isabel, seguirás guardando luto por tu amiga hasta que tú mueras. Olvídate ya de eso o llegaré a creer lo que tu tía dice.

Isabel no supo responder, sabía que su tía podía ser capaz de muchas cosas mas nunca imagino que pudiera decirle su secreto a Felipe.

-       Mi duda con Lourdes empezó desde que fue hospitalizada. El golpe fue de gravedad y perdió mucha sangre. Llegó al hospital con pocos signos vitales y sin mucha posibilidad de sobrevivir. Fue un traumatismo fuerte Isabel. Tanto así, que por unos minutos su corazón dejó de latir… ella murió mientras la atendíamos. Es casi imposible que ahora esté en pie y repuesta.

-       ¿qué insinúas? ¿Qué es una muerta viviente o qué? ¿una bruja tal vez? No me digas que eres de los que revisan bajo sus camas antes de acostarse a dormir. Si ella vive… es porque está viva. Y no voy a distanciarme de ella,  su cercanía me reconforta, es mi amiga. No se hable más de esto, te lo suplico.

-       Tendré entonces que obligarte a que no la veas más.

-       ¿Me amenazas?

-       Te lo ordeno, soy tu esposo y me debes obediencia.

Los ojos de Isabel brillaban con rabia. Se retiró dejándolo sólo. No podía creer que ahora Felipe se comportara como un macho más en la manada del despotismo y del machismo. Caminó hasta el salón donde se encontraba el piano. Se sentó frente a él y acaricio línea tras línea de aquellas perfiladas y bien construidas teclas de marfil.

-       Lourdes murió. Es ahora Catalina. Toda ella y su esencia están en el cuerpo de la chica de las flores.

Sonrió con cierta satisfacción. Ahora sabía que no había alma dentro de aquel cuerpo que no fuera su amor. Era ella en otra forma. Con otras curvas, con senos un poco más pequeños, de estatura baja y labios un poco más carnosos. Pero era Catalina…


Gracias por seguir el relato, por los comentarios, por sus valoraciones y por el tiempo que se toman en leer esta historia. Es muy motivante conocer sus opiniones. Saludos.