El Cubo Gris. 2.
Relato de fantasía en el que una madura y un jovencito comparten celda. El joven ha sido dominado por su compañera, pero ella ha olvidado la jerarquía de verdad. Dominación, NC, Sexo con Maduras, Jovencitos. Algo de autosatisfacción y voyeurismo.
Abalaba se despertó sintiendo algo agarrándole la pierna. Ubul intentaba acercarse a ella, arrastrándose. Se había convertido en un bruto salido que intentaba llegar a ella para satisfacerse. Sin embargo, era complicado que la alcanzara porque el collar reaccionaba cuando escuchaba las órdenes de ella y la señora lo tenía dominado. “¿Que quieres hacerme, Ubul?” “¿Quieres comerme el coño más todavía? Eres verdaderamente insaciable”. Ubul creía entender ese tono arrogante. “¿Quizás quieres perder esa erección? No es así” Abalaba tumbó a Ubul boca arriba y se preparó para montarse como una vaquera, pero cuando iba a empezar se dio media vuelta. Lo colocó sentado en el suelo sobre sus rodillas, y ella se sentó delante de él, abriéndose de piernas, mientras observaba como su víctima se agitaba ansiosa. Cuando veía que se quedaba flácido, cambiaba de postura y le enseñaba como manoseaba su cuerpo. Ubul volvía a ponerse duro , y si no lo hacía, veía a una señora madura abalanzándose sobre el, pero nunca hacía nada más que frotarse algo. Abalaba quería torturar un poco a su material de entretenimiento. Realmente no había mucho que hacer en aquel cubículo gris, Pero afortunadamente su compradora había sido sabia eligiéndola como su mano derecha. Usaría a Ubul para desahogarse, metiendo su cabeza entre su piernas, pero no iba a dejarle correrse, para que aprendiese modales, para que entendiese que no hay piropo más deseable que una erección reclamada. Abalaba había oído que si los hombres pasaban mucho tiempo sin correrse se les ponía azules. No era un dato muy riguroso, pero estaba dispuesta a cazar el mito. Si era cierto le permitiría masturbarse mirando a la esquina para que soltase su carga ahí. No le gustaba esa sustancia blanca, prefería que se perdiera en algún preservativo que en su garganta, aunque admitía haber disfrutado sabiendo que su propio equivalente había embriagado a aquél trozo de carne que usaba de silla en ese instante. “¿Te gustó la bebida que te preparaste ayer? Soy una buena espresso, pero funciono a manivela”. Se rió sola.
Ubul estaba volviéndose loco. Estaba a cuatro patas y Sentía las nalgas de Abalaba sobre su espalda, y la zorra le tenía agarrado por los testículos, literalmente. Solo cubría su escroto, pero servía para recordarle quien mandaba. Si hubiera sabido como iba a acabar, se la hubiera ligado primero, para llevar una relación más compasiva. Aunque estaba equivocado, porque nunca se habría librado de la obligación de practicarle sexo oral, con todo lo que eso significaba. Se habría rebelado siempre contra el tributo a aquella venus, habría terminado con los mismos pelos en la boca, y con el mismo perfume de abalaba por su cuerpo. Llevaba tanto tiempo en el mismo estado que estaba aprendiendo automáticamente a disfrutar de la experiencia, y le chocaba, ya que en situaciones normales probablemente un instante de claridad después de correrse le demostraría que lamerle el pubis a aquella cincuentañera, fue algo extraño, forzado y desagradable; pero mientras más tiempo le mantenía en tensión, más le parecía café para muy cafeteros. Al fin al cabo, las maduras suelen ser muy generosas con quienes las tratan bien.
Viendo que seguía existiendo cierta barrera del idioma que los gestos no podían saltar, Abalaba requirió a los collares que tradujesen entre los dos, para así poder denigrar a su siervo de manera más apropiada pero no tuvo respuesta. En su lugar, una alarma sonó en la habitación de su dueña, despertándola a ella y a un amigo que tenía durmiendo. “Llegada de solicitud de mascota” repetía sin parar. Los dos saltaron de la cama con algo de resaca y pararon la alarma. La noche anterior se habían enrollado y pero la mujer se durmió sobre el tío y este se quedó paralizado. Mientras desayunaban, el ambiente se fue dirigiendo a las conversaciones típicas de amigos que solían tener usualmente, comentando lo que recordaban de la fiesta anterior. Ninguno tenía un interés romántico en el otro pero había cierta confianza en temas sexuales. El hombre era el más decepcionado en que no se pasasen un poco, y algo se le notaba en la cara. Tras el desayuno regresaron a la habitación, y el varón reparó en su extraño despertador. Le quitó una extraña funda a un aparato cúbico con teclado, y exclamó con una risa sorprendida y traviesa: “¡Qué perra eres!”.
– Tienes una caja de humanos. Pensaba que estabas en contra de la esclavitud a los humanos profanadores, aunque con esa cara está claro que necesitabas buscar algo de placer en esto. – Estoy en contra de los excesos de trampas. —Realmente no sabía ni si los suyos eran legales. ´ Los Kukilf, en apariencia humanos, salvo por su color celeste, habitaban un mundo paralelo desde el que iban raptando a los humanos. Estos cumplían su deber hasta que sus ritos olvidaron los tributos a los kukilf. No los necesitaban, pero servía de pretexto para esas actividades, y de todas formas, ninguno sentía demasiado interés en el mundo del otro. Los humanos pensaban que eran mitos, y los kukilf aprehendían a un centenar de aquellos. A la caja se accedía mediante una apertura que encogía a quien entraba. Desde fuera el cubo era transparente, parecían peces en una pecera, que según los códigos emitidos por el teclado, podían estar cantando como un canario, bailando o, como era el caso, cumpliendo algunas fantasías.
Una voz femenina saludó a los humanos. Abalaba, se bajó de Ubul y con total respeto se arrodilló y agradeció a su ama por el trato de favor, para solicitar a continuación que le permitiera usar aquella lengua universal, que le permitiese excitar, humillar y manipular. Pero entonces una voz masculina habló y dijo: “Tú fuiste la que nos despertó”. La antaño voz femenina sonó colérica y le desveló que simplemente se olvidó de retirarle los poderes.
– Me recuerda a mí —dijo el amigo al ver que no era el único en haberse contenido. La su amiga le sonrió y le dio un papel. Algo es algo. Mientras alguien se sorprendía al descubrir una rara rutina onanista, otra persona lo hacía porque la suya ya no existiría, Abalaba ya no podía controlar al joven, quién se erguía mirándola. Su mirada no era igual que antes. Los únicos códigos que se introdujeron evitaban que se golpeasen, mordiesen o arañasen demasiado fuerte. Abalaba intentó esquivar a su atacante, e y puso en práctica algunas técnicas de defensa personal para mujeres, de un curso al que había atendido para ganar puntos en la policía. Pero al contrario que en el local, las técnicas no funcionaban porque aquí el atacante no se quedaba quieto. Después de quedarse aislada en la misma esquina donde pensaba vaciar a Ubul, le indicó con gestos que al igual que él se lo había comido anteriormente, ella se lo chuparía. Abalaba se agachó delante de ese animal y resignada se preguntaba si le haría el favor de correrse en la cara y no en la boca. A algunos chicos les gustaba admirar a su amante pintada como una elegante geisha, Pensaba la mujer mientras sus labios comenzaban a abrazar el glande. Pero este hilo de pensamientos quedó descartado y olvidado cuando Ubul agarró el moño negro de su rival con una mano y la nuca con la otra y empezó a chocar su polla contra la garganta de la vieja. El pintalabios rojo dejaba hermosos círculos sobre los catorce centímetros de carne, marcando un nuevo record en profundidad cada vez que las manos del atacante apretaban. Abalaba estaba genuinamente llorando por el esfuerzo y la desesperación de la irrumatio, y no paraba de tener arcadas, y de emitir un fuerte “Glob” cada vez que lo tragaba. No llevaban ni dos minutos cuando Abalaba consigue sacársela de la boca. No podía seguir, pero tampoco correr, porque seguía teniendo su violador una mano en su pelo, y le tiraba, así que intenta lo mismo, pero como el pero de Ubul era más corto, no consiguió tomar bajo control la situación, sino zafarse y huir un poco más.
Ubul seguía cachondo y ver llorando a Abalaba, no hizo sino embrutecerlo más. Se preguntó si podía existir una violación en defensa propia, porque para él esto lo era. Después de la humillación sufrida, claramente debía tomar medidas para que Abalaba no lo volviera a hacer de nuevo. Además, después del ataque a traición de Abalaba mientras él se cobraba su mamada, era necesario algo más.
Abalaba no tenía ni músculo, ni cardio ni resistencia como para enfrentarse a Ubul. Este la derribó al suelo, y una temblorosa boca se giró abierta hacia Ubul pero Abalaba sintió como la mano la empujaba contra la moqueta. Boca abajo comprendió el nuevo objetivo de Ubul, este le agarró unos pelos ahí abajo y tiró, haciendo un gesto similar al de encender una motosierra. La ex-policía desesperó y empezó a pedir ayuda. No porque temía perder más mechones, sino porque las manos mantenían abiertas las piernas. Seguía teniendo la regla, no podía dejar que alguien la rellenase. “P… Por favor ayuda, perdón” repetía, profiriendo los gritos más descarnados que habían escuchado los tres. Y por fin llegó la ayuda. Se apagaron las luces y hubo un momento de tregua en la pelea. La luz se encendió y apareció una cuna en una esquina y un bote de lubricante al lado de Ubul. Abalaba, a quién no le hizo gracia la broma, empezó a gritar, a insultar a aquellas autoridades, mientras sentía a Ubul esparciendo la sustancia con olor a chocolate. Sus jefes no permitirían que quedase embarazada, pero lo cierto es que no se lo iban a decir. La cólera era falsa, un placer sádico era lo que motivaba este castigo, y no que se les despertase prematuramente.
Empezó Ubul a cumplir su sueño. La primera penetración fue la más intensa, por los gritos de su enemiga que todavía no paraba de retorcerse. Entraba con firmeza llegando lo más lejos que podía, a un ritmo lento, pero al moverse tanto, Abalaba estaba cambiando las posturas. Afortunadamente, la que eligió Ubul como postura final, dejaba al inflado clítoris a merced de su antiguo esclavo. Este lo agarró para forzar a su combativa cafetera a vibrar, le recordó a cuando una enfadada Abalaba le cogió las bolas para tumbarlo. En este caso también funcionó. Entre la incomodidad por tener a Ubul como un cepo, y las caricias que le llegaban de ahí se convenció de que solo quedaba resistir. Se quedó quieta en silencio, con mirada severa, mientras Ubul intensificaba sus embestidas. Habló Abalaba y tradujo la Ama. “Te pide que te corras fuera”, Pero se le contestó que la iba a dejar con trillizos.
“Ese es nuestro chico” rió el Kukilf macho, mientras se limpiaba con un Kleenex. Los dos habían terminado antes que los humanos, pero observaban desde las sillas la violación. La Ama volvió a traducir, y se rió cuando vió la cara de Abalaba. Los dos fueron respetuosos y dejaron que Ubul eyaculara sin ningún tipo de presión. Aquella zorra acabó en un estado lamentable. Goteaba algo de leche, pero estaba demasiado cansada y rendida como para intentar lavarlo. Estaba callada, jadeante, y sudaba. Como Ubul, estaba apunto de caer dormida. Los collares vibraron un segundo y se entendieron los enjaulados por primera vez. Fueron avisados de que los dos hablarían pero no podían mentir. Un par de preguntas humillantes de los kukilf a sus cautivos les recordaban que ninguno era mejor que el otro: “¿A qué sabe el coño de Abalaba?” “¿Porqué tardaste tanto en impregnarla? ¿Fué porque no lo tiene muy estrecho?” “¿Te gustó que te la metiera aunque no te dejase correrte?” “¿Hubieses follado con tu nueva pareja el primer día que os vistéis?” “¿Quién manda aquí?” –Tú ama. Respondieron al unísono. – Buenos chicos. Los durmió con algún código del collar y les apagó las luces. Podía alterar esa realidad de cualquier manera, alcanzarles cualquier producto y desaparecerlo. Era una auténtica Diosa. – Cógelo que tengo que irme. El kukilf avisó a la Ama. La mano azulada de esta agarró en el aire algo pegajoso. – ¡Guarro! Le lanzó el papel de vuelta a su amigo, quién riendo abandonó la habitación.