El cubo gris
Relato fantástico sobre las consecuencias de profanar el templo de unos seres antiguos. Un mundo de opresión mágica. Una mujer madura comparte celda con un joven. Juguetes de fuerzas superiores. Múltiples subs, Dominación, No consentido. Hetero. Madura y Joven
La habitación era completamente cúbica, 25 metros cúbicos que las paredes castigaban con un gris mate pero perfecto. No había nada más que dos personas dormidas vestidas de calle, y sus colores rompían la serenidad del sitio. Un chico, moreno con mechas rubias en un pelo muy corto como para saber si se le rizaban, sudadera negra y chándal. La mujer medía lo mismo que el chaval, pero tenía unos cincuenta años y él 21. Era algo regordeta, pero fuerte, por años que trabajó en la policía y tenía pocas arrugas, que achacaba a sus genes latinos. Su pelo negro estaba recogido en un moño y tenía algo de pintalabios rojos, a juego con la chaqueta. Fue la primera en despertarse en el suelo de moqueta casi negra. Miró a su alrededor y desesperó, despertando sin dudar al chico. Ella pregunta donde están, el pregunta quién es ella. Pero no se entendieron no hablaban el mismo idioma. Las horas pasaban y no pasaba nada, los intentos de comunicarse no funcionaban. Si lo hubiesen logrado, habrían descubierto que los dos tenían en común una excursión de senderismo. En aquella marcha fueron los dos únicos en sentarse aquel día en una extraña roca por el camino, sin saber que antaño había sido una especie de altar para pedir la protección de unos seres poderosos. Después de dos histéricos días, hubo una novedad. Apareció un cartelito con una inscripción en una lengua rara que comprendían ambos. “Desnúdense”. Ninguno de los dos sabía de donde había salido. No había ninguna apertura, de hecho no había ventilación aparente, la habitación estaba iluminada completamente dos tercios del tiempo y el otro a oscuras, donde no se podía ver nada. Para ellos no parecía cambiar nada, al hombre no le salía la barba, y no habían sentido ninguna necesidad ni de agua ni de ir al baño, solo dormían y lo hacían casi de golpe.
El chico reaccionó al mensaje primero, pero la señora, orgullosa, no obedeció instantáneamente. Por pudor evitó mirar el cuerpo del varón, lo cuál fomentó más el aislamiento nacido de la barrera del idioma. Tras un nuevo día, él se impacientó y empezó a reclamar con sonoridad que se desnudase. Se puso delante de ella y la mujer descubrió que el cuerpo del hombre era más atlético y que estaba mejor cuidado. Ahora estaba más avergonzada que combativa, pero seguía sin quitarse más que la chaqueta. El chico la agarró por las piernas y le bajó los pantalones descubriendo unas bragas blancas de encaje. El pantalón se enganchó a los pantalones y la mujer consiguió que se detuviera, solo para desvestirse ella misma. El hombre descubrió un cuerpo con curvas, pechos grandes y gran culo, no era lo que él preferiría, pero si estuviese depilada lo disfrutaría bastante. Al día siguiente, la mujer se despertó diez segundos antes que las luces. Descubrió de su compañero que tenía una grower, desatada por la adrenalina de la mañana. Pensó que estaban siendo días muy aburridos y se llevó la mano a la vagina, pero él se despertó y la mujer tuvo que empezar a fingir que estaban durmiendo. No se le veía nada salvo el culo que al darle la espalda parecía relucir al macho. No se notaba mucho la celulitis, y se empezó a escuchar una especie de palmada en la habitación, cuando sonó una voz firme pero músical. “Levantáos”. Ordenó aquella, y los dos sobresaltados se pusieron de pie.
“Frente a frente”. La erección apuntó un tatuaje de mariposa en la latina, y la vergüenza se apoderó de ambos, pero mandaba la voz. “Abalaba y Ubul” Los dos nuevos y extraños nombres de los reos, quienes automáticamente olvidaron los propios. “Obedeced habéis sido comprados”. Un conato de rebelión sacudió la sala. La voz cayó y se apagó la luz en media hora se escuchó una nueva voz más femenina. “¡Oh humanos!” La voz sonaba agradecida y contenta, parecía difícil de describir el idioma que utilizaba. Era joven pero impostaba una voz más aguda de lo que era para hacerse más inocente. “Nunca los había tenido, muchas gracias”. Tras una breve pausa, apareció un collar negro en sus cuellos y no podían quitárselos. De él empezaron a recibir órdenes y los dos empezaron a bailar un vals al son de una música adecuada, y este se prolongó hasta que calló la música. El pene perdía la erección pero el roce del baile le hacía recuperarla. No decían nada mientras lo bailaban pero eran conscientes de todo lo que pasaba. Eran marionetas. Cayeron dormidos justo cuando se paró la música.
Al día siguiente los dos despertaron algo más tarde, pero con una novedad desde el primer momento. “Buenos días” sonó la voz de la dueña. “Bailasteis muy bien delante de todos los invitados, merecéis un premio. el primero a Abalaba, ¿o no, Ubul?”. Ubul se preguntó que premio le daría, y el collar le dijo que se agachara delante de Abalaba. Tenía que comérselo, pero nunca había hecho eso antes, no le apetecía probarlo en ese momento, y menos de esa manera. Recibía las indicaciones de como hacerlo
Cada collar conectaba la voz al portador de manera personalizada. La ama decía cosas diferentes a la mujer para indignarla, “No quiere comerte el coño, piensa que está peludo y eres vieja” “Se repite que no lo mereces” Abalaba sabía que se ambos se habían intentado masturbar aquella mañana y pensaba que las dos eran recíprocas, pero llegó a la conclusión de que no lo hizo pensando en ella y llegó a ofenderse. Lo veía de pie, delante de ella resistiéndose, y recordó que él fue quién la hizo desnudarse. Lo hizo porque era necesario para avanzar, y salir de ese estado de monotonía de los primeros días, y ahora él no cedía porque le tocaba ensuciarse la boca. Las dos manos agarraron los genitales de Ubul con firmeza, y fue forzado a agacharse, flexionando sus piernas al mismo tiempo que las de su captora, y una vez en cuclillas, las manos de Ubul se intentaron liberar, pero cuando llegaron, las de Abalaba ya habían alcanzado la cabeza y el pelo. Las piernas de la recompensada se envolvían también con las manos, y así estrellaron el rostro de su compañero en su vulva. Tras tres minutos en la misma posición, el hombre estaba completamente erecto, pero los líquidos que refrescaban su cara todavía eran los lubricante, no los que le perdonarían. Su conquistadora disfrutaba mucho de su situación, no se había cansado nada, y si se preguntaba si los collares dopaban de alguna forma su actuación, dejó de hacerlo para aceptar su obsequio, y castigar a su víctima. Le pegaba su pubis a la nariz y ojos, sabiendo que eso era lo que le cortaba el rollo aprendiendo a saborear su situación de poder. Su clítoris se frotaba con los labios de Ubul, exigiendo babas. Ubul, hacía fuerza para escapar, pero cada vez que tomaba el aire, este venía vicioso, quizás lleno de alguna clase de feromona, y sentía que con cada pálpito de su pene iba a terminar rindiéndose. Desde algún lugar, otra dama fantaseaba con lo que estaba viendo. Sus juguetes estaban inclinándose ante cada código que mandaba al collar. Empezó a jugar con cada dedo de su mano. Como una superstición o manía, probaba a meter cada uno por turnos antes de empezar a tocarlo con más fundamento, primero el meñique y al final el pulgar, y así lo hacía con cada mano una vez. Y justo cuando los dedos terminaron su primera ronda, la boca de su mascota empezó a trabajar, vencida, intentando absorber todo, intentando que todos los jugos entrasen en su boca. La señora exhaló un “¡sí!” y empezó a sentir cada jugada de la lengua de Ubul. Este primero había metido dentro sus labios, como un bañista se tira al agua fría después de aclimatizarse, aceptando la situación, dispuesto a dejarse llevar. Lo que antes rechazaba ahora lo veía como morboso, y empezó a pasar su lengua por el clítoris de Abalaba. Una y otra vez los gemidos inundaban la habitación gris.
Abalaba pensó todas las veces que se había masturbado pensando en jovencitos como el que tenía a su disposición. Recordó una vez cuando detuvo a uno por posición de marihuana, estaba ella sola, pero el chaval estaba nervioso. Tenía un pantalón corto de deporte y se le marcó toda la erección. Ella se dio cuenta por como caminaba semi-agachado para ocultarla. No era muy usual recibir esa clase de cumplidos cuando eres una mujer algo más mayor. Aprovechando su poder dijo que era necesario un cacheo y le dijo que podía hacerlo ella misma. El joven se volvió loco, y el cacheo también fue por dentro de la ropa. Encontró una bolsita en el calzoncillo, pero la supo perdonar. No pudo adentrarse más en el cacheo por una llamada más urgente, y las dos personas terminaron con una anécdota para el baño.
Ahora su propietaria la había recompensado con aquél cunnilingus. Miró a la cara de Ubul, y el le devolvió la mirada. Una mirada llena de derrota y placer. Resplandecía por los líquidos que bañaban su cara. Era el imbécil que se enfadó con ella y que ella temía. Las tornas se habían cambiado, tanto tiempo que pasaron desnudos culminó de aquella manera. Ubul cada vez parecía más perdido, sin desviar la mirada de la vagina, mientras seguía erecto y goteaba presemen. A cada lengüetazo, caricia y dedo introducido, le parecía descubrir nuevos olores, sabores y texturas, y solo podía pensar en eso, cada gemido, cada tirón que daba Abalaba le hacía palpitar. Pero en el fondo, sabía que había perdido, seguía caliente, y no iba a poder soltar su carga, y el placer no le hacía lovidar su humillación total. En un momento, fue incapaz de resistirse a las órdenes de Abalaba que sustituyeron a las del collar desde el momento en que se pegó al chocho de esa pureta. Cayó una lágrima de frustración, y se mezcló con los jugos de Abalaba en el instante más denigrante. Ubul fue obligado a lamer los pelos del pubis mientras trabajaba con la mano. Sin embargo, alguien más dejó de disfrutar. Una puerta sonó, y alguien tuvo que tapar la jaula de sus nuevos pajaritos para atenderla. Como resultado se perdió el glorioso squirt de Abalaba. Bañó completamente a Ubul, pero este no pudo hacer otra cosa que seguir lamiendo, porque se habían olvidado de parar su collar. La mujer con curvas yacía en como una estrella de mar casi paralizada, con sus tetas más grandes e inflada por el orgasmo. Ordenó a Ubul que durmiera boca abajo, justo en el espacio que dejaban sus piernas . Ubul fue acostándose lentamente boca abajo, ya que la erección evitaba que se tumbase completamente. Estaba cansado, pero su pene apretujado contra la suave moqueta, el potente olor del espeso squirt secándose en su piel y peinado, y la visión cada vez más tenue de la entre pierna de su compañera Milf, hacía que no se pudiera sacar un pensamiento de la cabeza. Se apagaron las luces y durmieron