El cubo de la esperanza

Éste no es un relato erótico. El tema es desagradable pero creo bien se merecen algo de atención los que no tienen ya esperanza.

Dedicado a esas personas que ya no tienen esperanza

El cubo se abrió repleto de oportunidades que descubrir. Al menos para los que, como él, sabían encontrar utilidad allí donde la mayoría sólo veían los desperdicios que ellos mismos habían abandonado. Con las manos viejas y cubiertas de roña, excavaba entre la multitud de objetos y sustancias del cubo. Para hacerse sitio y llegar más abajo y más cómodo, no dudaba en derramar parte del contenido a la calle.

Su esfuerzo fue recompensado cuando tocó con las uñas negras una caja de cartón amplia y estrecha. La extrajo impaciente y adivinando que podía ser. Sí, la suerte le había sonreído, y no se detuvo viendo el logotipo de Pizza Hut antes de abrirla. Lo importante es que hubiera algo dentro... Halló algunos granos de maíz y trozos de beicon dispersos por la caja; incluso una porción de pizza de la que quedaba sólo la masa endurecida. Recogió todo con los dedos sucios y comió con gusto el maíz duro y el beicon reseco entre las manchas de tomate y queso adheridas al cartón. No importaba: él no tenía el paladar delicado.

Tampoco le importaba el hedor que se imponía al discutiblemente agradable olor a tomate rancio de la pizza. Ese hedor llevaba muchos olores consigo y de muchas cosas, pero diferente y peor a todos: de las frutas convertidas en viscosa mermelada; de la carne podrida; de la verdura mustia que huele dulzona e insoportable; del pan duro e insípido; y, en general, el olor de la comida en descomposición, a lo que habría que añadir sustancias diversas como aceite o productos de limpieza. Sencillamente era olor a basura.

Para un estómago más sensible, ese aroma hubiera resultado un eficaz purgante, pero él ya había aprendido a soportarlo. Arrojó la caja de cartón y siguió buscando cosas interesantes. Como un jersey, por ejemplo, viejo para su antiguo dueño y nuevo para él, que guardó en la mochila que llevaba a la espalda con todas sus pertenencias. Dejó de buscar en el cubo para interesarse en el de al lado.

¿Le importaban las miradas de la gente? En absoluto. Todos pasaban la calle mirándole con desprecio y rehuyéndole, sin querer acercarse a menos de varios metros, no se sabía muy bien si por miedo o por asco. De todas formas, este asco no era comparable al que sentía él por todos ellos. Abrió un segundo cubo y continuó la búsqueda.

Lo cierto es que siempre que abría un cubo, buscaba algo que él no sabía qué era pero que ansiaba. Quizás creyera todavía que existía la esperanza. Era un viejo estúpido: para los que eran como él, no quedaba ningún futuro ni esperanza. ¿Y qué clase de esperanza podría haber en un cubo de basura? ¿Esperaba encontrar un tesoro maravilloso como aquellos de los cuentos que le habían contado cuando era niño? Y sin embargo, a veces se sentía tan infeliz y tan viejo de no poder encontrar nada... Cuando esto ocurría, lo mejor era hacerse de unos cuantos cartones de vino barato y beber hasta emborracharse y perder la noción de todo. Había que olvidar, era mejor olvidar y él se había convertido en un habitante de la calle para olvidar y enviar al mundo a la puta mierda de donde había sido creado.

Abrió el cubo y su mirada desdeñosa y fría le abandonó. Estaba preparado para cosas horribles pero aquello le traspasó el alma.

Un gato de pelaje marrón y negro, y blanco en el pecho, yacía muerto sobre la basura. Había sido un animal hermoso y agradable para acariciar pero ahora su pelo estaba sucio y grasiento. Parecía dormir placidamente pero su estómago había sido cruelmente abierto por alguna mano asesina y se derramaban las tripas fuera. Y entre las intestinos y la carne se veían decenas de gusanillos blancos que lo devoraban implacables.

El mendigo cerró el cubo y sintió unas arcadas espantosas. Alivió su estómago en el hueco de un árbol cercano, pero no su alma. El olor estaba impregnado en su nariz y la visión en sus ojos.

Había encontrado lo que buscaba, su esperanza. Ése era su futuro y su esperanza, la muerte horrible y repugnante. Moriría como ese gato y sería abandonado con la misma crueldad. Nadie lloraría por él cuando lo dejaran caer a un agujero...

¡Y los gusanos! Pensó en aquellos gusanos blancos y espantosos que se retorcían ávidos de vivir y las imagino en su cuerpo, alimentándose de su muerte, convirtiendo su cuerpo en un desecho... Éste era su final, el único final. Un lugar tan sucio y oscuro como un cubo de basura. Sintió los gusanos mordiendo hasta el último lugar de su cuerpo mientras padecía la última y peor de las agonías.

El dolor era insoportable y sus ojos enfermos lloraron. Sacó a toda prisa un par de cartones de vino barato y bebió y bebió, pero no fue suficiente. Luego compró y siguió bebiendo hasta que cayó como un deshecho en un banco cualquiera. Sólo el sueño y el agotamiento terminaron con el dolor. Se quedó dormido y a la mañana siguiente se sintió aliviado, por mucho que notara que la cabeza le fuera a reventar, descubriéndose entero. Aún viviría un día más.