El Cuarto engaño
Cada envite que recibía me hundía más en el agua.
Cada envite que recibía me hundía más en el agua. Cada empujón una puñalada en el corazón. Cada vez que recibía su polla una lágrima escurría por mis ojos y en un ahogado sollozo de diluía en el mar amargando su sabor. Las olas golpeaban mi cara que se introducía en el agua lavando mi dolor. Mi cuerpo abierto a él y mi cabeza dando vueltas como mi pelo en los remolinos de la resaca. El amor lo puede todo, el amor supera todo, el amor nos hace fuertes como la esperanza.
Pero también el amor es sufrimiento, dolor, angustia. Desearía quitármelo de encima, que una gran ola viniera y lo arrastrara lejos de mi cuerpo, entretanto que a mí me engullera en sus abismos y me evitara tener que hacerlo. Sabía que esto iba a terminar así. En las películas los guionistas escriben lo que el público quiere, pero en mi caso el guión lo escribía él y a mí sólo me quedaba interpretar el papel si quería ser la actriz protagonista y aparecer a su lado en su película. La espuma del mar mantenía despejada mi cabeza. Los ojos cerrados, apretados para no ver su cara, su esfuerzo en parecer que me hace el amor, cuando lo único que hace es embestir como un berraco, ávido de poseerme como otras veces hiciera. Baboso engreído y yo tonta enamorada.
Coincidiendo como otros años en los cursos de verano ya estaba preparada para verle. Por una amiga en la administración de la universidad sabía que se había inscrito. El tercer año que íbamos a coincidir, el tercer año que me iba a encontrar con él y seguramente el tercer año que me abriría el pecho, sacaría mi corazón y se lo comería. Los dos veranos anteriores lo hizo. Si en el primero no lo conocía en el segundo ya estaba alerta y aún así caí. Como una pelele en sus ojos, como una marioneta en sus brazos, a su vera como un diente de león en el viento y al final del curso promesas rotas y explicaciones de huida. Este año no.
Este año no caeré me convencía a mi misma como en una terapia conductista, no hagas caso a sus alegatos exculpatorios, a sus nuevas intenciones, a sus cambios para bien, a sus "ya no soy el mismo"...a su empalagoso y zalamero lenguaje, pero a la vez tan tierno, tan atento, tan comprensivo, tan dulce, tan...amigo. Era capaz en el mismo día de presentarse como el más mimoso de los peluches y metamorfosearse en el más vomitivo de los carroñeros de la noche. Lo conocía. Sabía que si presentaba su cara más amable no podría distraer mi corazón hacia él y caería en sus sábanas cualquier noche. Mis amigas lo sabían. Me habían escuchado y calmado mis lloros después de cada abandono y por ellas me prometí a mí misma que no tropezaría una tercera ocasión
Allí estaba el primer día de clase, saludando a conocidos y presentándome a nueva gente cuando le vi venir hacia mí. Dándome la vuelta con simulado desprecio me introduje en el aula y tomé asiento. Pasó por mi lado sin mirarme y sentó su tieso culo unas filas más adelante. Al empezar la clase, mi mente vagaba tres años más atrás, confundiéndome la situación como una repetición de una escena de mi vida, algo repetido que lo hubieras vivido ya. Recordaba cuando nos conocimos, nuestros cafés entre clases, nuestras primeras confidencias, nuestro primer beso y me puse nerviosa al venir a la mente deslizándose desde lo más profundo de mi materia gris el recuerdo de la noche en el disco-pub.
Bailábamos con el resto de los compañeros cuando la música lenta hizo bajar la intensidad de la luz y él me cogió por la cintura atrayéndome hacia él. Nos mecíamos el uno sobre el otro cuando su mano pasó por mis glúteos provocándome un pequeño respingón, sus dedos bajaban por mis caderas, arriba y abajo, de dentro hacia fuera, sus pulgares rozaban mi vientre que se encogía al contacto con sus yemas y una ligera tiritona recorría mi cuerpo cuando éstos se acercaban a mis ingles. Al rato estaba perfectamente adherida a él. Una mano por detrás con los dedos escondidos por la cintura de mi falda y lo mismo por delante. No me acuerdo cómo lo hizo, pero lo hizo.
Enrolló mi braguita por detrás colocándola entre mis nalgas haciendo lo mismo por delante. A cada tirón las bragas se metían entre mi sexo, acariciándome al compás de la música. La tela amoldada a mis entresijos se mostraba entrañablemente cariñosa conmigo, mis piernas se doblaban queriendo que mi cuerpo entrara en esa tira de algodón, mis caderas se contorsionaban y mi tripa apretaba lo que empezaba a delatar su excitación. Me estaba volviendo medio loca en medio de la pista. Mientras mi mente vigilaba alrededor temiendo ser sorprendidos, mi abdomen se apretaba más a él. Sería por el nerviosismo de la situación y lo inusual del acto que aún recuerdo cómo al tomar aire me sobrevino tal orgasmo que tuve que agarrarme a él temblorosa y expirar en su oreja símbolo inequívoco de que había podido conmigo y me había trasladado al país de las maravillas sin atravesar el espejo.
Durante lo que restó de curso hizo lo que quiso conmigo hasta el día que cada uno tuvo que volver a su ciudad, a su trabajo o a su facultad. Me lo esperaba así. Nunca me dijo que me quería aunque intentaba arrancárselo a golpe de cariño. Se mostró esquivo y parco en palabras, así que para darle una salida fingí no estar molesta y que estas cosas pasan. Que había sido un ligue de verano. ¡¡¡Cómo cambió su expresión!!! Cogió color del alivio. Yo aguantándome la rabia y el dolor le di el último beso del verano.
Ahora tenía a ese hipócrita delante, escuchando atento la exposición del ponente, mientras que yo no puedo concentrarme recordando el año que transcurrió con llamadas en las que nunca estaba y cartas jamás respondidas. Un curso para recuperarme y otro verano para estrellarme de nuevo en su encanto. Tal y como esperaba volvimos a coincidir en el estío siguiente y tras la azarosa situación del reencuentro volví a mentirle al asegurarle que no le guardaba rencor, que yo siempre he sabido lo que había y que era mayorcita para hacer lo que quería. La boca se me volvía seca y la lengua estopa que se resistían a articular esas palabras que mi sincitio palpitante no quería bombear a través de mi laringe, pero salieron y eso le dio alas para tratarme como su fulanita de la noche, su apaño de las últimas horas de borrachera y el desahogo del amanecer. ¿Quería sexo? Pues iba a tenerlo pero a paladas. Si no lo había conseguido con cariño, conversación y amor, lo conseguiría a través del placer. Hice más de lo que él quería. Por primera vez cogí un pene de frente para besarlo. Para introducirlo en mi boca y sentir como se hinchaba poco a poco ese musculoso airbag. Percibir como crecía.
Tenerlo entre mis dientes y rechazar el impulso de cerrarlos por sorpresa para hacerle pagar lo que me hacía ya que lo amaba. Repasar con mi lengua ante su atenta mirada toda la longitud de su verga, puntear con mis papilas las gruesas venas que irrigaban aquel cuerpo esponjoso que se dilataban hasta el aneurisma, lubricar el glande hasta verlo rojo de sangre y frotarlo contra mi paladar,cerrar los labios a su alrededor y sentirlo en mi garganta y en la punta de mis labios, succionarlo con fruición como si quisiera sacarle el tuétano hasta sentir como encorvaba la espalda para que su falo entrara totalmente y en cada palpitación del miembro sentir resbalar por mi garganta su semen. Acercar su cara a mí empapado sexo para que lo secara, agitarme como loca sobre su boca para que me penetrara con su lengua, acariciar con mis labios carnosos y enrojecidos su nariz, sus labios y su pelada barbilla. Explotar sobre él y sentir mi flujo por mis muslos totalmente corrida. Golpear su pecho con mis puños para quitarle al cuerpo la intención de eyacular y terminar ese festín de lujuria, levantarme y caer sobre su bicha enferma, mover mi culo para que las paredes de mi vagina puedan sentir el cálido tacto de su puntiagudo capullo, aguantar lo más posible pues es el único sitio en el que puedo retenerlo, en el que está conmigo y no con otra, en el que sólo a mí me presta atención y en el que después de sentir su magma dentro de mí puedo caer sudorosa a su cuello y besar su cara, sus mejillas, sus labios. Jadeante del esfuerzo acostarme unos minutos con él y estar pegadita antes de que se vaya, acariciando su torso y guardando en mi útero los últimos espasmos de verdadero placer.
Y ahí acabó el segundo curso, cuando más creía que lo tenía menos me daba cuenta que me utilizaba. "Su chochito favorito". Esa frase me rompió en dos, casualmente escuchada por la comunicación de los lavabos, me vi repentinamente llorando y maldiciéndole por no entender como puede hacerse eso a una persona que realmente le quiere, que daría su futuro por él y a cambio recibe la más ignominiosa de las calificaciones. La depresión fue brutal y mirándome en el espejo le pedía una explicación del porqué. Hipando como una niña con deseos de morirse, ser borrada del mundo y suplicando que todo esto sólo haya sido un terrible sueño. Por segunda vez fui engañada. Sumida en mi tristeza dejé pasar los días restantes recluida en mi dormitorio sin salir mas que para asistir a los cursos y pequeños paseos por el paseo marítimo. Me buscó pero no quise atenderle. Le quería tanto que me era imposible llamarle cobarde a la cara, le amaba de manera que no podía decirle lo bajo que había caído y cómo había desaparecido ese aura celestial que para mí tenía. Era asco.
Era asco. Me escribió para decirme que se marchaba, que ya sabíamos a lo que nos exponíamos y que él ¡Oh sorpresa! No quería estropear la relación que mantenía con una chica en su ciudad.
El tiempo lo cura todo. El tiempo y las amistades. Poco a poco me fui reponiendo y comencé a tener buen humor. El trabajo en la facultad iba bien e incluso hicimos un viaje al caribe en el que el sol y los mulatos terminaron de sanar mis cicatrices. Los días bajaban del calendario y se acercaba el momento de volver a los cursos de verano. Mientras preparaba la maleta su recuerdo hurgaba en mi estómago como un hierro candente y el pesado viaje en tren no hizo más que golpear mi cabeza con su imagen, nuestros buenos momentos, nuestras risas, nuestros paseos por las solitarias playas de la noche, nuestras noches silenciosas en las que abrazados no queríamos interrumpir los pensamientos de cada uno. Me lo temía. No me acordaba de los malos momentos y sin ese resentimiento no podría hacerle frente así que me dedique durante el viaje a aprender a ignorarle.
Se acababa la clase y todavía no se había dado la vuelta ni una sola vez para mirarme. Era cuestión de tiempo que volviéramos a encontrarnos pero cuanto más tarde mejor. Generalmente al terminar la charla solíamos quedarnos unos cuantos alrededor del ponente comentando alguna duda o ampliando comentarios, sin embargo en cuanto manifestó que había concluido abandoné precipitadamente el aula. Pero...no podía abandonar el recinto universitario, tenía necesidad de verle de nuevo, así que dispuse ha esperar su salida desde un lugar alejado para no ser vista. Y así día tras día, intentando presentarme firme ante él y a la vez débil lejos de él. Y las cosas que tenían que pasar...ocurrieron. "Si naciste para martillo del cielo te caen los clavos". Sola por la tarde en un paseo fui abordada por él, no tenía salida natural posible, así que ante su insistencia fuimos a tomar un café pues me quería explicar las cosas.
Lo que dijo, no lo sé, pero cómo lo dijo me llegó a convencer, así que hicimos las paces pues llegamos a la conclusión de que éramos malos enemigos. Sin embargo y durante lo que el curso duró me tomé cumplida venganza. Intentó por todos los medios posibles volver a las relaciones de Eros y era una venganza fría para mí ver su descorazonada derrota día tras día. Encantada de hacerle carantoñas y arrumacos, pasar mis dedos por su pecho, pegarme a él bailando, acercar mi boca a su boca hasta unos milímetros para que cuando su verga señalara las doce la cenicienta lo abandonara. Yo también flaqueaba. Dudaba de hacerlo o no hacerlo. La cosa también era clara que yo disfrutaba con el sexo, así que ¿porqué no?. Los últimos días llegaron y se hizo la cena de despedida cerca de la capital. Un restaurante con pista para luego tomar algo y bailar, mas a mí no me apetecía bailar al son del pinchadiscos así que le expuse mi idea y aceptó de inmediato. Conocíamos el lugar y tras atravesar un pequeño bosque bajábamos por una torrentera hasta llegar a una cala que se encontraba vacía. Nos acercamos a la orilla del mar y sin estar de acuerdo nos abrazamos como si el fin del mundo viniera y nuestras bocas comenzaron a buscarse, a chuparse a lamerse. Me introducía en su boca como un gorrión buscando comida.
Sin darle tregua le desnudé entero sentándole en la arena. Me quedé de pié con el mar a la espalda para que mi figura pudiera verse recortada en el horizonte y poco a poco me quité la camisa, la falda y el sujetador. Ante él comencé a tocarme como jamás lo había hecho en mis noches solitarias, borracha de lascivia con mis manos apretaba mis pechos para levantarlos al cielo y mis caderas marcaban el ritmo de mi placer. Con parsimonia estudiada fui bajándome la braga mientras él tocaba su pene empalmado por el espectáculo. El elástico descendía sin embargo dejaba en mi cuerpo su impronta blanca, su forma se dibujaba en mi tostada piel como un inmaculado tatuaje y según caía la braguita aparecía la lengua blanca que bajaba hasta la entrada de mi sexo. Sexo florido, hinchado y carnoso por mi excitación, al igual que su polla incrédula ante tal situación, se había abierto dejando resbalar alguna lágrima densa de deseo. Sexo limpio y desnudo.
Con mi pubis totalmente afeitado y depilado, me perecía sentirme más desnuda todavía y notar la leve brisa recorrer mi entrepierna dejando su frescura en mi sexo. Las palmas de las manos subían y bajaban recorriendo el último recoveco de mi cuerpo, me arrodillaba y abría las piernas delante de él para que imaginara lo que le enseñaba en la penumbra mientras en mi cuello la sangre me subía a borbotones de la excitación que yo también padecía. Me daba la vuelta y de rodillas levantaba mi culo a dos metros de él para que me tomara. No me explico cómo no saltaba a por mí y me agredía con el grueso pene que ahora frotaba como un poseso, como un mono en celo. Me fui al agua y allí le llamé. Vino corriendo salpicándome y me abrazó, sintiendo lo primero su polla pegando a mi tripa encogida por el agua, segundo su boca comiéndome la mía con todo el hambre del ardor inhumano y tercero sus manos aferradas a mis nalgas. Quería comerme y no sabía por donde empezar el festín.
Su lengua lamía los restos de gotas, bajó por mi cuello y se llenó la boca con mis senos. Su lengua tintineaba con mis pezones duros que vibraban como diapasones por el frío dando la nota de pasión. Sus labios llegaron al ombligo sorbiendo el agua que allí quedaba, mi abdomen temblaba de gusto, se presentó en mi pubis que en esos momentos quemaba y entonces se dio cuenta que me tenía totalmente limpia, sin mi enredado vello lo cual apagó el último vestigio de racionalidad que le quedaba y tomándome por debajo de mis muslos, me levantó en el aire y me puso sobre sus hombros metiendo todo su rostro en mi hipersensible sexo. Su boca, su lengua, se metían en mi vagina borracha de lujuria, cada acometida era una hemorragia de placer que inundaba su rostro. Me aferraba a su cabeza y le apretaba hacia mí. Me apetecía gritar, gemir, jadear susurrar, liberar todo el placer que me estaba viniendo a galope y uno a uno se descargaron los mayores orgasmos que en la vida había tenido.
Exhausta, le hice parar, descendiendo por su cuerpo, pues ahora era el momento que él disfrutase de mí y consiguiera su tercer engaño. Era el momento de tener la cabeza fría aunque por dentro ardía en deseos de que me penetrara con aquello, de manera que cerca de la orilla me depositó en la arena y se echó sobre mí, para gozar de mí y no conmigo. Ahora volvía a darme cuenta de que follaba para él y que de nuevo me lo había hecho. La sensación de tenerle dentro era angustiosa, pues me debatía en la dicotomía de amarle sin recelo u odiarle por su actitud. Así me encontraba como un principio mientras el mar me consolaba acunándome en sus olas. Sabía que no era mala, por eso sufría, por eso lloraba siendo la primera vez que me vengaba. Ser mala no iba conmigo.
Cuando por fin se desplomó sobre mí, le acaricié la nuca y me aparté levantándome para vestirme en la oscuridad sin cruzarnos palabra durante el trayecto de vuelta. Cada uno se metió en su fiesta pero dándome cuenta que ya estaba proclamando su tercer engaño a sus camaradas, jactándose de que por tercer año me había tenido en mis brazos y sin embargo esta vez no estaba herida. Su tercer engaño no habría existido sin mi ayuda, sin que yo lo quisiera y cuando yo quise pues fue un juguete en mis manos durante estos días y comió de mi mano cuanto quise. Pero...se le escapa un pequeño detalle. En mi viaje al caribe no me traje solamente las marcas de mi bikini, así que espero que a lo que le salga le ponga penicilina. Esperando su mirada y sonriéndole cínicamente levanté mi copa y brindé por el cuarto engaño. El último y final engaño.
Un beso.