El Cuagulo

No puedo hacer un resumen, solo leanlo.

El Coagulo

Me violo la mano con esa caracterización, brusca que lo distinguía de los demás remadores.

-He venido a buscar el coagulo de azúcar- me dijo con la seriedad de un negociante dispuesto a llevar una gran transacción.

"Coagulo de azúcar", después de entregarlo esos botes de blanca diabetes, me quede pensando en eso, "Coágulos de azúcar" como si se tratara de algo orgánico, azúcar que me he ordeñado a mi misma, como si le hubiera entregado una parte mía.

Después de eso me mire los pies, iba descalza, y por lo tanto estaban sucios, y pensé:

-Coágulos de lodo-

Tal parecía que la palabra coagulo me perseguía.

Recordé la ultima vez que me había bajado la regla y como había sostenido entre mis dedos y sentido la sustancia pegajosa, viscosa de sangre que había venido de mis dañados e inútiles ovarios, desechados por falta de uso.

Mi esposo me vio, (debo comentar en estos momentos de que tengo la mala costumbre de dejar la puerta del baño abierta mientras me encuentro utilizándolo) se quedo observándome mientras jugaba con ese bodoque color escarlata.

Lo mire y el encantamiento se había roto, sin embargo no quería perder esa conexión con mi "nuevo amigo" si es así como pudiéramos llamarlo.

Sin embargo también era una tontería conservar el coagulo no sabia que hacer, alternaba la vista entre mi esposo y esa pequeña parte de mi.

Mi consorte se acerco me tomo las anos y pude sentir la aspereza entre las suyas, y sin esperar permiso alguno me lo quito, por un momento sentí miedo, sin embargo la siguiente acción me relajo, el hombre con el que me case se lo trago.

Me sentí tan contenta al observar esto. Me había resuelto el problema de que hacer con aquella parte mía que no quería dejar ir, y de la mejor manera posible,

Pero lo que hizo después fue lo que me dejo mucho mas sorprendida, me alzo en sus brazos del inodoro dejando huellas de sangre a mi camino.

Mi vagina lloraba.

Me deposito en la cama con la brusquedad con la que mi esposo se distinguía en sus labores de remador y removedor de azúcar.

Después se puso al lado mió, me observo los pechos, le dio un beso a cada uno y se fue a dormir.

A la mañana siguiente, desperté temprano e hice mis labores como siempre, exprimir de la caña el azúcar mientras aquel la macheteaba para en la tarde llevársela al otro lado del río.

Al bajar el sol volvió, se embargo con el azúcar exprimido y vi mis piernas sin rasurar por tres días, mis pies enlodados. Al regresar a casa me metí en cada charco que había dejado la lluvia y así entre a mi humilde hogar, me quite los calzones, y no había rastro de sangre, mi menstruación había terminado por este mes y con frustración tire la tolla protectora, lo siguiente que lleve acabo fue desasirme de los calzones dejando tirados y sucios de lodo en medio de las baldosas del baño y sonreí, de la manera en la que a mi esposo le gusta verme.

Me senté en mi cama por un minuto como tratando de encontrar fuerzas y me recosté en posición fetal, me lleve el dedo a la boca, haciendo de esta manera una regresión a mi etapa infantil, la regla había terminado y el esposo ausente, no era mas mujer, la fémina se había marchado sin dejar rastro mas que el olor pérfido de sangre putrefacta.

A la mañana siguiente esperaba el regreso de mi esposo, y mientras preparaba chocolate caliente, recordé lo que se dice que si sirves chocolate mezclado con sangre de menstruación a tu pareja, te amara por siempre.

Me sonreí a mi misma mientras me entretenía con mis ensoñaciones kitsch y románticas.

Mi esposo no regreso.

Lo espere hasta la noche, sentada en el muelle, remojando mis pies en el agua oscura y fría vacilando en ir o no a buscarlo, arrástralo por la camiseta y traerlo a casa, mientras mis gritos se contenían entre sollozos acusatorios.

Solo solté dos lágrimas.

Al otro día, sin embargo, labore como la jornada acostumbrada, lleve los cubos de sustancia dulce a mi protagonista de los "coágulos de azúcar", así fue durante un septenario.

Mi esposo regreso, retorno con un ósculo de hombre hambriento (es raro, aquella palabra siempre me sonó a un pulpo y pensar como este succionaría tu cara al sentirse atrapado, así fue mi beso, donde aunque suene cursi la prisionera fui yo, y el, el marisco asustado) mientras aplastaba mis senos con su gran peso. Esa noche hicimos el amor.

Después procedió a explicarme el hecho de su tardanza, la cual no escuche. Me hice rodear por sus brazos y quede dormida. Mañana llegaría el drama, gritaría, lloraría, acusaría, suplicaría con pasión y escucharía con la preedición de un juez sus esclarecimientos de la tardanza de una semana en vez de regresar al otro día como estaba previsto.

FIN

GABRIELA PRECIAR FDEZ.